—SEÑOR Pitts —dijo muy seriamente Wade Rittman—, he venido a pedirle la mano de su esposa.
El abuelo simpático que fumaba en pipa se quedó mirando estupefacto a Wade. Acababa de abrir la puerta ante la llamada de este, y sin más, lo primero que le soltaba el visitante era aquello. Para pasmar a cualquiera, vamos.
Por fin, el hombre movió la cabeza, y dijo:
—Será mejor que pase. Mi esposa está todavía en el supermercado.
—Sí, lo sé, por el horario. He pensado que sería menos enojoso para ella que hablásemos usted y yo a solas.
—Sin duda, sin duda. Bueno, entre.
Segundos después, los dos hombres entraban en la salita. El señor Pitts, en silencio sirvió dos whiskys con hielo, entregó uno a Wade, y se dejó caer en el sillón, suspirando, pipa en boca.
—¿Sabe? —dijo apaciblemente—. Ya empiezo a estar un poco mayor, así que pronto me jubilaré. No tengo por qué trabajar tanto, a mi edad. Oiga, no es que sea un viejo, pero llevo muchos años trabajando duro. Y encima, cuando llego a casa me encuentro que mi mujer no está, y que yo tengo que servirme personalmente el whisky y todo eso… Sí, señor, estoy harto, y le diré a mi mujer que se acabó el supermercado. ¿Para qué tanto trabajar ella también? Ya somos ricos, ¿sabe? Siempre trabajando, trabajando…
Wade, que escuchaba como fascinado al señor Pitts volvió de pronto la cabeza, al oír el taconeo de unos zapatos altos. Vio entrar a Melissa en la salita, portando una bandeja con algo de comida lista para ser introducida en el horno. Llevaba unos shorts y una blusa. Estaba mortal.
Sonrió deliciosamente al ver al dibujante.
—Ah, hola, Wade… ¿Hasta ahora has estado dándole explicaciones a la policía?
—Pues sí, prác… prácticamente… mente… sí, eso es. ¡Usted me dijo que su esposa estaba en el supermercado! —se volvió furioso de pronto hacia el señor Pitts.
—Cierto —asintió este—. Ha estado unos das sin poder ir, pero por fortuna mi hija la ha ido supliendo para salir del paso.
—¿Qué hija? —palideció Wade—. ¡No sabía que tuvieran ustedes una hija!
—Tenemos dos hijas y un hijo. El chico está en Nueva York. Oiga, es abogado, ¿sabe? La hija menor está en la universidad, y en cuanto ella termine, ¡zas!, mi esposa y yo nos jubilamos, palabra.
La desorbitada mirada de Wade regresó hacia Melissa. ¿Jubilarse? ¡Aquello sí que tenía gracia, jubilarse aquella jovencita…! No entendía nada de nada. Se diría que su cerebro acababa de entrar en un tiempo muerto…
De pronto, oyó la puerta de la casa. Al poco, apareció en la salita la madre de la señora Pitts, es decir, la madre de Melissa, o sea…
—Hola, querido… —saludó la mujer, acercándose al señor Pitts, y besándole en la frente—. ¡Qué día, Señor, qué día…! Melissa, ¿qué nos has preparado para hoy? Tiene muy buena cara… Ah, el señor Rittman, ese amigo tuyo. ¿Cómo está usted, señor Rittman?
—No sé —murmuró Wade.
—¿Va a quedarse a cenar? Supongo que Melissa le ha invitado.
—No hemos tenido tiempo de hablar tanto —dijo Melissa—, pero naturalmente que se va a quedar a cenar. Estaba segura de que vendría, y he dejado mis diseños de moda una hora y pico antes para preparar algo especial. Ah, mamá llegó una carta de Henry.
—Ese pícaro hijo mío debe estar haciendo de las suyas en Nueva York. ¡A ver si se decide a casarse de una vez! No me gusta que un hijo mío ande suelto por una ciudad como Nueva York. ¿Conoce usted Nueva York, señor Rittman?
—Un po… poco… —acertó a decir Wade.
—Nos hablará de eso durante la cena. Estoy seguro de que Henry no nos dice siempre la verdad sobre la vida que lleva allí. Aunque es abogado, y se supone que los abogados son gente seria, ¿no está de acuerdo?
—Pu… pues no sé… Supongo… que sí…
—Bueno, dame esa bandeja y atiende a tu invitado —dijo la madre de Melissa, arrebatando la bandeja de las manos de la muchacha; miró al señor Pitts—. Y tú podrías ayudarme, querido.
El señor Pitts suspiró, y se puso en pie, mientras Melissa Pitts iba a sentarse en las rodillas de Wade Rittman, que se atragantó. El señor Pitts los señaló a ambos con la pipa.
—Así empecé yo, señor Rittman, y ya me ve: calvo, fondón, y con tres hijos que me han costado un huevo. Pero, en fin, allá usted: si tanto le gusta mi tercera hija ya sé que nadie podrá librarle de la trampa. ¡Paciencia, muchacho, paciencia! Diga, ¿qué ha pasado con el psiquiatra chiflado?
—Lo… lo están… estudiando para ver si lo… encierran por loco o por criminal… Perdone, señor Pitts, pero… ¿esta pelirroja es hija suya?
—Toma, claro. ¿Qué creyó usted?
—¿Yo? Pues nada… Eso. Je, je.
El señor Pitts asintió, y se fue a la cocina, mientras Melissa soltaba una carcajada. Cuando Wade Rittman fue a protestar, Melissa Pitts le besó profundamente en la boca… y el señor Rittman entró en una esplendorosa fase de tiempo muerto de su vida. Pero se recuperó en el acto, y se dijo que todo lo que sucediese en adelante entre él y Melissa Pitts sería en una fase de tiempo vivo… ¡Y tan vivo! Aunque ella besaba que mataba, eso sí…
FIN