Capítulo VIII

TRAS toda una serie de vacilaciones fue a abrir, vio por la mirilla que se trataba de Orson, y abrió. El psiquiatra entró rápidamente, esgrimiendo el llavín con el que había estado a punto de abrir, y diciendo:

—Soy tan despistado que no recordaba que me había llevado el llavín… ¿Qué te pasa? —respingó.

—¿Qué me pasa? —preguntó a su vez Wade, cerrando la puerta.

—Y yo qué sé… ¡Tienes cara de muerto! —la alarma apareció súbitamente en los ojos de lechuza de Orson—. ¿Qué ha ocurrido?

Wade no contestó. Orson Copley tenía los ojos tan abiertos que parecían más que nunca enormes huevos fritos. De pronto, echó a correr hacia el interior del apartamento. Wade se dirigió a la salita, esperó allí. Copley se reunió con él un par de minutos más tarde. Wade le miró.

—¿Qué crees que podemos hacer? —murmuró.

—Wade, no sé… —jadeó el psiquiatra—. ¡Esto ya no es un descuartizamiento de gato! ¿Cómo has podido…? ¡Santo cielo, es lo más espantoso que he visto en mi vida!

—¿Qué piensas hacer? ¿Vas a avisar a la policía?

—¿Qué otra cosa puedo hacer ya? ¿Qué otra cosa podemos hacer?

—Si la policía me atrapa me meterán en la cárcel para toda la vida. O en un manicomio, que sería peor. ¿Cómo crees que he podido hacer una cosa así, Orson?

—¡Cielos, no tengo ni idea!

—Ni yo tampoco. ¿Crees que en mi vida normal podría hacerlo?

—No… Claro que no.

—¿Qué opinaría la policía del tiempo muerto?

—La policía tiene sus psiquiatras, naturalmente. Una vez comprobase que, efectivamente, eres víctima del tiempo muerto, serias… puesto en manos de personal competente que atendiera el caso como es debido.

—Eso quiere decir que me meterían en un manicomio, ¿no?

—Bueno, no se trata propiamente de manicomios, Wade. Las cosas ya no son así, eso de los manicomios es un concepto viejo. Las personas con… dificultades mentales son ahora tratadas de modo diferente a como ocurría hace años. Ahora reciben ayuda, no un «tratamiento». No sé si me explico. Lo que estoy tratando de decir…

—Orson: ¿me encerrarían?

—En el sentido en que…

—Maldita sea tu estampa —casi gritó Wade—. ¿Me encerrarían?

—Tal como tú entiendes por estar encerrado, sí. Pero vamos a matizar eso, ¿de acuerdo? En primer lugar, tú eres un hombre inteligente y honesto, y eso lo sabe mucha gente y lo comprenderá pronto quien todavía no te conozca, cuando el proceso se ponga en marcha…

—¿El proceso?

—Wade; por Dios, ¡has matado a Priscille! Escucha, no podemos comportarnos como si eso no hubiera ocurrido, no podemos seguir como hasta ahora, que solo había muerto una rata y un gato. ¡Has matado a un ser humano!

—De modo que piensas delatarme.

—Pero… ¿qué otra cosa podemos hacer? Yo no puedo responsabilizarme de ti, date cuenta. En cuanto a ti mismo, date cuenta: ¿crees que estás en condiciones de ir por ahí solo?

—O sea, que volveré a hacer cosas como esa.

—O peores. Tu empeoramiento no solo es lógicamente progresivo al carecer de ayuda adecuada, sino que está en una fase de aceleración terrible.

—Quieres decir que puedo cometer cualquier barbaridad… mucho más monstruosa que cortarle la cabeza a Priscille.

—Me temo que sí.

Wade asintió con un gesto, y, de pronto, preguntó:

—¿Has visto a Melissa Pitts?

—Sí… Sí, sí.

—¿Y bien? ¿Estaba allí la…?

—No, ya no. Me aseguré de eso antes de visitarla. Estuve un rato charlando con ella. Es muy posible que me dejase influenciar por fantasías de psiquiatra. Lo cierto es que me pareció una muchacha maravillosa.

—Es decir, que no has sacado nada en claro de sospechas que no llegaste a explicar bien.

—Era solo una corazonada…, y falló. Es una chica normal, la verdad es que había quedado con ella para encontrarnos los tres y cambiar impresiones, pero tal como están las cosas…

—¿Has quedado citado con ella? ¿Dónde y cuándo?

—No te lo voy a decir, porque ya no iremos allá. Vamos, Wade, sé juicioso. Había quedado con la señora Pitts después de cenar, pero no podemos atender esa cita…

—Te equivocas. Vamos a ir allá ahora mismo… Espera, tengo las llaves en el otro traje.

Wade regresó al dormitorio. Vio sus ropas, las que había estado utilizando aquel día, sobre una butaca, tiradas de cualquier manera. Por supuesto, como todo lo demás, estaban manchadas de sangre. Manejándola cuidadosamente consiguió sacar del bolsillo las llaves. No era hombre de muchas llaves: las dos del coche, la del apartamento, la de su taquilla en el club deportivo al que pertenecía…

Las llaves.

Allá tenía las llaves.

Se quedó mirándolas fijamente. Estaban todas. Las miró y remiró. Todas las llaves estaban allí. Lógico. Normal.

Se produjo un brevísimo lapso de tiempo realmente muerto en la mente de Wade Rittman. Como si quedara desconectado de todo durante unos pocos segundos. El vacío total.

Las llaves.

Allí estaban todas las llaves.

Recordó que tenía un duplicado de todas y cada una de ellas, precisamente, dentro del armario. Se acercó a este, abrió el cajón del cuerpo inferior, y vio allí las otras llaves. Las miró, las contó, las remiró, las recontó. Estaban todas.

Se quedó inmóvil, con un juego de llaves en cada mano, ambas ensalzadas, en una extraña pose, como si fuese un bailaor español dispuesto a tocar las castañuelas. Ya no estaba en tiempo muerto, ya no estaba desconcertado.

Y entonces sintió el pinchazo en la espalda… Respingó fuertemente y se volvió, bajando los brazos, crispado el rostro… Orson Copley retrocedía vivamente, alejándose de él. Tenía en la mano derecha una jeringuilla sólida, fuerte, provista de una larga aguja con la que le había pinchado atravesando la ropa.

—Lo siento, Wade… —dijo Orson Copley—. Siempre voy preparado para emergencias de este tipo, y no he tenido más remedio que hacerlo.

—Hacer… ¿qué? —jadeó Wade—. ¿Qué has hecho?

—No te preocupes, no va a ocurrirte nada. Es un sedante especial. Tienes que comprenderlo, Wade. Escucha, no seas loco… —Copley retrocedió más vivamente al ver a Wade acercársele con gesto amenazador, todavía un juego de llaves en cada mano—. ¡Ten cuidado con lo que haces, Wade!

—Te voy a destrozar antes de que esa porquería que me has inyectado tenga su efecto. ¡Maldito embustero traidor, te voy a hacer pedazos…!

Uno de los juegos de llaves escapó de la mano de Wade y cayó al suelo, con sonoro tintineo. Wade lo pisó, dio otro paso, y se detuvo. Las otras llaves también cayeron al suelo, tras escapar de su mano. Se miró una y otra mano, perplejo. ¿Qué le ocurría? Sentía que perdía la fuerza en los dedos, que no podía sujetar nada. De pronto, ambos brazos le colgaron inertes. Comenzó a sentir una cosa extraña, diferente a cualquier otra sensación anterior experimentada en toda su vida.

Era como si todo él se fuese esfumando. Iba perdiendo rápidamente la conciencia de todo su cuerpo. Como si su cuerpo estuviera dejando de existir. Dio otro paso hacia Copley, y cayó sobre una rodilla. Debió ser un golpe fuerte, pero no notó dolor alguno. No notó nada.

Con un tremendo esfuerzo alzó la cabeza para mirar a Orson, y le vio contemplándole con una expresión de alivio, casi sonriente. Quiso decirle algo, pero de su boca no brotó sonido alguno. Era como si no tuviera lengua. Ni cuerdas vocales. Ni nada de nada.

Ya no tenía nada.

No sentía nada.

Su mirada permanecía fija en la de Orson Copley, en pregunta que el psiquiatra interpretó exactamente, y a la que contestó:

—Es una droga paralizante. Permanecerás consciente, pero no podrás hacer nada. Lo siento, Wade, pero no podía permitir que me lastimaras…, ni escaparas.

Las últimas fuerzas abandonaron el cuerpo de Wade Rittman, que, completamente paralizado, se desplomó hacia adelante. Supo que su nariz había entrado en contacto con el suelo, pero no sintió dolor alguno. Quizá se había roto la ternilla, pero no sintió nada. Le parecía que se iba sumergiendo en un pozo de nada. Él no era nada de nada, y se estaba sumergiendo en un pozo de nada.

Era chocante.

Era y no era, estaba y no estaba.

Veía ocasionalmente a Orson, que iba de un lado a otro, haciendo no sabía qué. Y también le oía, eso sí. No en todo momento. Era como si sus oídos y sus ojos funcionasen a intervalos.

Por fin, Orson se acuclilló junto a él, y Wade le atizó un puñetazo en su maldita cara de lechuza gorda. Es decir, quiso hacerlo, pero no lo consiguió, no se movió ni un milímetro. Orson Copley captó su impresión, y se echó a reír quedamente.

—No insistas —le oyó claramente—, no podrás moverte en mucho rato.

Intentó de nuevo pegarle un puñetazo, pero no se movió. Era imposible, y punto.

Orson Copley le agarró por las axilas, y tiró de él hacia la puerta del apartamento. Wade se vio a sí mismo en el trance de deslizarse por el suelo como un muñeco. Veía sus pies dando saltitos a medida que Orson lo desplazaba. Tenía la cabeza caída sobre el pecho, veía su abdomen. Allá abajo los pies daban saltitos. Menos mal que Orson se dio cuenta, se detuvo, y le puso el zapato.

Buen muchacho Orson Copley.

Aunque no. No tan buen muchacho. Evidentemente, Orson le había mentido en algo. Le había mentido con respecto al llavín de su apartamento… ¿Cómo era posible que Orson Copley tuviera el llavín de su apartamento si él tenía los dos llavines? Es decir, tenía el llavín que utilizaba normalmente y el duplicado, que guardaba con las demás llaves en el armario; elemental precaución que todo el mundo toma.

Pero ahora, resultaba que no existían dos llavines de su apartamento, sino tres llavines. Y uno de ellos era el que había utilizado Copley para abrir la puerta. ¿Cómo tenía Orson aquel llavín, de dónde lo había sacado…?

Ahora, Orson lo estaba arrastrando por el pasillo del ascensor. Lo dejó en el suelo, pulsó el llamador del ascensor, y fue al cerrar la puerta del apartamento. El ascensor llegó, Copley lo metió dentro, y pulsó el botón del sótano. Del garaje, claro.

Segundos después el ascensor se detenía, y Orson lo sacaba de él y lo colocaba a un lado. Era como manejar un muñeco, aunque al birria de Orson le estaba costando lo suyo mover la mole de músculos de Wade Rittman. Esto sí que tenía gracia: un enano raquítico haciendo lo que le daba la gana con un atleta. Mucha gracia. Je, je, je. Je.

Orson había echado un vistazo al garaje, y, satisfecho de la situación de este, agarró de nuevo a Wade y lo arrastró hacia su coche. El coche del propio Wade, se entiende. El coche en el que Wade había llegado antes con Priscille…

Exacto: habían llegado él y Priscille, habían subido al apartamento, y habían terminado en la cama, normal; Aunque no tan lógico, porque él se había enamorado tan intensamente de Melissa Pitts que la sola idea de haberse acostado con la atractiva Priscille le parecía extraña. Pero, en fin, las evidencias eran las evidencias, ¿no? Se habían metido en la cama. Él no recordaba nada de todo esto, pero lo habían hecho.

¿O no?

Veamos… ¿Desde dónde recordaba él algo? Con un esfuerzo, mientras Orson ojeaba y farfullaba para meterlo en el coche sentado en el asiento contiguo al conductor, recordó la última escena de su tiempo vivo: él estaba en el consultorio de Orson, donde habían almorzado en compañía de este y de Priscille. Y estaba tomando café. Eso era, exacto: estaba tomando su segunda taza de café.

Y ya no recordaba nada más.

Oyó a su izquierda el bufido de Orson Copley, y miró de reojo. Le divisó confusamente. Al parecer se estaba pasando un pañuelo por la frente. Oyó el zumbido del motor al ser puesto en marcha. La rampa. La puerta se alzó ante el coche, que salió a la calle. Todo normal. Estaba anocheciendo. Él iba sentado como un muñeco junto a Copley, que conducía. Todo normal…

El café.

Era lo último que recordaba. Es decir que, evidentemente, el resto de las cosas habían sucedido en tiempo muerto: él y Priscille abandonando el consultorio de Orson, subiendo a su ascensor a su apartamento, entrando en este, unos besitos o caricias, la cama, un buen polvo —quizá dos, todo era posible… ¿Tres?—, y luego… Normal claro: después gozar con la hermosa, joven y complaciente Priscille. Él le había cortado la cabeza, y se había acostado con el cuerpo bien abrazadito y rebozado en sangre…

Y para que no faltase ni siquiera la cuestión de los detalles decorativos, había dejado la cabeza de Priscille sobre su mesita de noche.

Pues bien, no recordaba nada de todo esto. Nada. El café, y eso era todo.

El tráfico era abundante, pero fluido. No se sorprendió de que nadie se fijara especialmente en ellos. Él parecía —debía parecer— un tranquilo que viajaba con un amigo. Oía a Orson refunfuñar de cuando en cuando, pero, cosa extraña, también de cuando en cuando emitía una risita.

Salieron de la ciudad. Estaban viajando en dirección a Parkman, pero muy pronto, en el cruce de Welshifield, Orson giró a la izquierda. O sea, que ahora se dirigían hacia el norte, hacia Burton, si no recordaba mal. Pasaron por delante de una gasolinera que le ratificó su creencia de que se dirigían hacia Burton, en efecto. Pero no llegaron a esta localidad, sino que, al poco de haber dejado atrás la gasolinera, Orson metió el coche por un camino hacia la izquierda. Un par de minutos más tarde detenía el coche y apagaba el motor. El silencio llegó, súbito y hermoso. Frente al coche, a escasa distancia, se divisaba un río que, sin duda, era el Cuyahoga.

—¿Qué hacemos aquí? —quiso preguntar Wade.

Pero no lo consiguió, claro. Ya casi era de noche. En cuestión de pocos minutos, no más de cinco a seis, sería noche cerrada. Wade se encontró de pronto mirando a Orson. Este le había, agarrado por la barbilla, y le había hecho volver la cabeza hacia él.

—¿Qué, hijo de puta? —oyó la voz del viejo amigo Orson—. ¿Cómo te va tu asquerosa vida?

Wade Rittman no consiguió ni siquiera pestañear. Sentía unos deseos atroces de agarrar a Orson y retorcerle el cuello, pero la triste realidad era que no conseguía mover ni una pestaña. ¿Qué clase de maldita droga le había inyectado? ¿Quizá una de esas que se utilizan en cirugía, para operar, insensibilizando al paciente pero no durmiéndolo?

—¿A que no te esperabas nada semejante en tu puerca vida, so cabrón? —siguió hablando Orson—. ¿A que no esperabas que el mierda de Orson te hiciera una cosa semejante? ¿A que no, so mamón?

Se echó a reír de nuevo, y acto seguido encendió un cigarrillo.

—Ya sé que tú te habías olvidado de mí, pero yo nunca te olvidé, hijoputa… —prosiguió Orson—. ¿Cómo había de olvidarte, si has sido la persona que más me ha humillado en la vida? Y lo peor de todo, lo que me resultaba todavía más humillante, era que tú ni siquiera pretendías hacerlo: simplemente, me dejabas en ridículo, siempre me humillabas en todo, absolutamente en todo. Eres tan superior a mí en todo que convertiste mi vida en un infierno de envidia y finalmente odio. Desde el mismo momento en que nos conocimos, Wade, te empecé a odiar. No sé si estás sorprendido.

No recibió respuesta, naturalmente: Pero percibió claramente el gran interés sorprendido en las pupilas de Wade Rittman.

—Sí, ya veo que estás sorprendido… —le tiró el humo a la cara—. Pues no deberías estarlo. Yo era el pequeñajo, el feo, menos listo que tú, una mierda a tu lado en los deportes, en los estudios, con las chicas… ¡Maldito seas, recuerdo la vez que tú te acostaste con las dos con que habíamos salido, pues la que me tocó de pareja prefirió compartirte que acostarse conmigo! ¿Lo recuerdas?

Wade habría sonreído ahora, pero tampoco pudo hacerlo. La verdad era que lo había sepultado en el fondo del saco de su juventud estudiantil, pero ahora lo recordaba. ¡Vaya si lo recordaba! Él metido en la cama, con dos chicas, y Orson Copley deshojando flores en el jardín. Sí, aquello debió ser demasiado…

—Ya veo que lo recuerdas, Pero hay cosas que debes haber olvidado y en cambio yo no he olvidado ninguna. Ni una sola, perro. Años de humillación en tu compañía, y luego años de odio abrasador mientras tú te olvidabas completamente de mí y te dedicabas a dibujar, lo que siempre habías deseado. Dibujar, tener amigos, reír, divertirte con chicas… ¡Y siempre lo conseguías todo, siempre! Wade, si supieras cuánto te he llegado a odiar, cuánto te estoy odiando ahora, te morirías de miedo. ¡Pero si hasta la estúpida de Priscille se enamoró o se encaprichó de ti! La convencí para que me ayudara, diciéndole que todo era una broma a un viejo amigo, pero luego, cuando lo del gato, comenzó a ponerse tonta, y… ¿sabes que también fracasé con ella?

Wade seguía mirando los ojos de lechuza, ahora como inflamados y encendidos en fuego.

—Sí…, también con ella. Tengo dinero, prestigio… En realidad, si no hubiera sido por ti ahora sería alguien importante en mi profesión. Pero tú no me dejabas vivir. ¡Tú, que me habías olvidado, no me dejabas vivir…! Incluso es posible que si tú no hubieras existido yo habría acabado por convencer a Priscille para que se casara conmigo, del mismo modo que la convencí para que me ayudara a gastarle la «broma» del tiempo muerto al viejo amigo. Ella me ayudó cuando yo quise conseguir hace tiempo la llave de tu apartamento, de la que, como ya has comprendido, tengo un duplicado, que obtuve del juego de repuesto que encontré en tu armario… No te sorprendas tanto: ¡claro que he entrado en tu apartamento siempre que me ha dado la gana! Yo fui el que puso la cabeza de rata dentro de la botella de leche, el cuerpo en un bolsillo de tu chaqueta. Yo fui quien, imitando tu odiada voz que tengo en docenas de grabaciones, pidió la cabeza reducida a Jesting Aside. Yo fui quien mató al gato y lo descuartizó luego dentro del coche de esa estúpida pelirroja… ¿Quieres escuchar tu propia voz, Wade?

Este ni siquiera podía tragar saliva, así que un hilillo de baba se deslizaba por la comisura de su boca. Estaba pura y simplemente aterrado, eso era todo.

Copley soltó una risita y, al continuar hablando lo hizo con la voz de Wade Rittman. No era exacta, naturalmente, pero podía engañar a cualquiera, y más, por teléfono.

—¿Qué te parece tu voz, Wade? ¿Comprendes? ¿Te das cuenta de que puedo engañar a cualquiera como engañé al tipo de Jesting Aside? Pero a quien más y mejor he estado engañando ha sido a ti. Claro que no porque seas tonto, sino porque confiabas en el viejo amigo de cuyo nombre te acordaste de pronto. Pero… ¿crees que fue por casualidad? No, hombre. Yo te he estado metiendo en esto después de mucho prepararlo, de mucho pensar qué podía hacer contigo que saciase mi odio, y finalmente monté mi plan. Y cuando te acordaste de mí fue porque yo recurrí a un procedimiento que llegó a tu conciencia subliminal: te hice ver a distancia mi nombre escrito en una pancarta. Es uno de esos sistemas de publicidad aparentemente suaves, pero que calan, te apetece tomar una cerveza o un whisky. Lo mismo te ocurrió a ti cuando saliste de la tienda de artículos de broma: viste mi nombre en alguna parte, y fuiste a verme… Es muy simple. Y a partir de ese momento estuviste en mis manos. No es cierto que anoche salieses; lo que ocurre es que yo ya tenía esas fotografías tuyas saliendo de tu apartamento hace días. Todo preparado, Wade, todo. ¿Verdad que crees que tú llevaste a Priscille a tu apartamento? Pues no. No, hombre: entre ella y yo te llevamos a ti, dormido por el narcótico contenido en el café. Luego, cuando ella dijo que ya no quería torturarte más, que la broma no le parecía aceptable, que yo me estaba excediendo, pensé que esa chica jamás querría ya saber nada conmigo íntimamente, después de haber estado contigo… Así que decidí acelerar mis planes y desquitarme también de ella. ¿Qué crees que hice?

Rio de nuevo. Metió la colilla en cigarro en el cenicero, y miró a la última luz del día su reloj de pulsera. ¿Estaba esperando a alguien?

—Pues me la tiré… —Orson se echó a reír agudamente—. ¡Le di un buen trastazo en la cabeza, la aturdí, y después de atarla me la estuve tirando hasta no poder más! Y tú allá, en el suelo, como un muerto… ¡Je, je, je! ¡Y yo tirándome a Priscille! Luego, te puse en la cama, y a ella le corté la cabeza… ¡Fue fantástico! Y no creas que estoy loco, querido, de eso nada. Lo que ocurre es que os odio a todos, a todos, malditos seáis… Pero a ti es a quien más odio, y por eso he matado, porque tu muerte tiene que ser algo… prodigioso, algo que yo recuerde toda mi vida como el más gran placer experimentado. ¿Y sabes cómo he decidido que mueras, Wade? Te lo voy a decir, te llevaré a la vía del tren, pondré tu cabeza sobre el raíl, y esperaré sentado junto a la vía a que pase el tren y te aplaste. En ese momento, yo estaré iluminándote la cara con una linterna. ¿Te imaginas? ¿Te imaginas qué maravilloso espectáculo quedará grabado para siempre en mi mente? Tu cabeza estallando, tus ojos reventando y saliendo proyectados del rostro, todas tus facciones distorsionadas, tu cráneo crujiendo, tu cerebro convirtiéndose en puré que salpicará a todos lados, incluso con un poco de suerte mi rostro, para que nunca, nunca, nunca olvide el grandiosísimo placer… ¡Va a ser una muerte bellísima a mis ojos, algo celestial! ¡Gracias por haber vivido para morir así a mis manos, Wade Rittman!

Orson calló. Quedó jadeante, con los ojos tan saltones que parecían a punto de tocar los cristales de sus gafas. Su jadeo era como el de una bestia furiosa, resonaba fuertemente dentro del coche cerrado.

La noche había llegado.

Los faros de un coche brillaron muy cerca, en alguna parte que Wade no pudo situar, pues no podía mover la cabeza. Era como una marioneta: así lo ponían, así se quedaba.

—Ahí llega ella… —susurró Orson—. Me refiero a tu adorada Melissa. También a ella he engañado imitando tu voz por teléfono. La he citado en este lugar, y la muy boba ha aceptado venir. Ahí la tienes. ¿Y sabes qué voy a hacer con ella, Wade? ¡Me la voy a tirar!

Volvió a reír. Las luces del coche recién llegado estaban más cerca. Wade Rittman no recordaba haber estado más angustiado en toda su vida. Un claxon sonó brevísimamente, y Copley respondió del mismo modo.

—Ahí la tienes. Es preciosa, es incluso más hermosa que Priscille, pero no me habría fijado en ella si no fuera precisamente porque tú la amas. Lo dijiste, que estabas loco por ella, y eso la condenó, eso lo decidió todo. Ahora voy a salir de aquí, la voy a inyectar como a ti, la meteré en el asiento de atrás, y la colocaré de un modo que pueda ver como la violo… Luego, le cortaré la cabeza, la tiraré fuera del coche, y nos iremos en busca de la vía del tren, donde terminarás tu maldita vida que ha estado disminuyendo la mía… ¡Observa cómo el pequeñajo Orson se tira a la mujer que amas, cabrón, hijoputa, perro maldito…!

Orson Copley salió del coche. Wade Rittman quiso gritar, pero no pudo. Tampoco girar la cabeza. Volvió los ojos cuanto pudo, pero ahora solo podía ver la oscuridad exterior. No se oía nada en aquel momento, ni siquiera el rumor del Cuyahoga River. Nada. De pronto, muy cerca, oyó como una exclamación contenida, quizá un gemido.

Silencio.

Al poco, un rumor. Y enseguida, la risa de Orson. Luego, tras él, Wade oyó que se abría la portezuela del coche. Oyó la voz jadeante de Orson Copley:

—Debe estar loca por ti para acudir a la cita con un hombre que mata y decapita y descuartiza animalitos… No pesa demasiado… Es muy hermosa, la voy a poseer con mucho gusto, hasta que no pueda más… ¡La voy a reventar a mis anchas!

Imposible moverse. Wade creyó que movía los dedos de la mano derecha, pero pronto se desilusionó. Sí, eso había sido: ilusiones… Detrás de él oía rumor de ropa, los jadeos de Orson. Luego, este pasó al asiento de delante, lo desplazó a él al asiento del volante, y lo retorció de un modo que quedara mirando hacia el asiento de atrás…, donde en la oscuridad resplandecía el desnudo cuerpo de Melissa Pitts.

—Vas a ver cómo lo hago —rio sádicamente la lechuza.

Se desnudó completamente. Su cuerpo era más blanco que el de la muchacha. Ahora, ya habituado sus ojos a la oscuridad relativa del interior del coche, Wade Rittman podía ver a Melissa y a Copley casi perfectamente. El resplandor de las estrellas y la luna especialmente, por entre los pinos, era suficiente para crear una fantasmagórica iluminación.

Orson movió a Melissa, de modo que esta quedó tendida en el asiento. La cabeza de la muchacha quedó ladeada hacia el borde del asiento. Sus ojos de aterrada expresión quedaron fijos en Wade, cuya desesperación era terrible.

—Wade… —rio el otro, montándose sobre la muchacha—. Wade, mira cómo lo hago… ¡Míralo bien, por favor, querido amigo!

Los ojos de Melissa Pitts eran como dos espantados gritos de socorro, de piedad, de compasión. La muchacha, como Wade, no podía moverse, pero veía y oía. Seguramente, su insensibilización llegaría al punto de que no percibiría con exactitud el ultraje de que iba a ser objeto, al menos físicamente, pero sí mentalmente…

—¡Wade! —bramó la lechuza—. ¡Wade, mira como se la…!

Wade Rittman lanzó un bramido como de fiera, y se irguió vivamente en el asiento, en retorcida postura dificilísima. Orson Copley alzó la cabeza vivamente, y le miró. Los grandes ojos como huevos fritos brillaban tras los cristales de las gafas, y, de pronto, expresaron la sorpresa y acto seguido el miedo, al moverse imperceptiblemente Wade, por la parte del hombro derecho…

Recibió el puñetazo en plena boca, que crujió horrorísimamente. Toda la cabeza de Orson Copley crujió, y el psiquiatra tuvo la sensación de que un millón de luces estallaban definitivamente dentro de ella, para apagarse enseguida: Fue una sensación de intensísimo dolor, que por fortuna terminó en el acto, pues perdió el conocimiento mientras todavía estaba tragando parte de los dientes rotos por el puñetazo. Su cabezota fue a rebotar contra el respaldo del cuerpo de Melissa Pitts hasta el piso del coche, donde quedó arrugado entre los dos asientos.

Del mismo modo estaba ahora Wade Rittman, tendido de costado sobre los dos asientos delanteros, adonde había ido a parar después de la sacudida del golpe.

—Me… lissa —jadeó—, empiezo… a es… estar… bien, y… y…

Se calló. Comenzaba a sentir que pronto podría moverse y hablar bien, o casi bien. Lo suficiente para controlar la situación…, siempre y cuando Orson no se recuperará antes que él. Si lo hacía, estarían definitivamente perdidos.

—Melissa, te… te amo…

Ella no podía responderle, estaba en la primera fase de la parálisis debida a la droga. Pero algo se movió en alguna parte, algo hizo ruido. Fuera del coche, de pronto, resonó una voz de hombre:

—¡Teniente, aquí está el coche! ¡Y hay otro!

Unos segundos más tarde, Wade Rittman oyó abrirse una portezuela de su coche, y, enseguida, la voz del teniente Carroll:

—Ya sabía yo que esta jovencita no se comportaba normalmente,… Hemos hecho bien en seguirla, aunque fuera distancia…