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Luis está en el dormitorio, echando una siesta tardía, imprescindible en sus biorritmos de noctámbulo. Claudia ha puesto una cinta en el vídeo para verla por primera vez a solas. Procura fijarse en cada detalle del conocido ritual, mientras se pregunta si de verdad se atrevería a hacer algo así. Ella también estaría hermosa con guantes de suave cuero negro largos hasta debajo del hombro, ceñida por el estrecho corsé realzando su figura, elevando sus pechos. Caminaría también autoritaria sobre crueles tacones alrededor de su arrodillada víctima, mirándola con el delicioso dominio que sólo la lascivia proporciona, gozando del placer de exhibirse ante Luis, sintiendo sin necesidad de contacto cómo le crece la polla más que nunca. Una venda sobre los ojos. Excelente idea. Todo sería más fácil si no pudiera verlos. Sí, le vendará los ojos. En ese momento todo lo da por hecho, lo encuentra factible, sólo depende de su decisión, de qué detalles elegir, de cómo hacerlo. No le importaría besarle los pechos, así, suavemente, ni tirarle de los pezones un poquito jugando a ser mala. Tampoco comerle los labios o meter entre ellos la lengua. Le repele, sin embargo, el coño. Incluso el suyo. Nunca permite que Luis se lo coma. No ha conseguido librarse de la sensación de que es algo sucio y no quiere que ponga allí la boca. Cuando de todos modos la pone, ella cierra instintivamente las piernas, incómoda, tensa. Y si él insiste, le deja besárselo pero sin sacar la lengua. Entonces le gusta, le gusta mucho, pero no se entrega, y al poco le dice que se deje de tonterías y se la folle. No ha logrado vencer esa inhibición, aunque él se lo reprocha y la amenaza con atarla para hacérselo a la fuerza. No lo ha hecho hasta ahora, cosa que en parte lamenta, pues quizás obligada pudiera disfrutarlo. La intimidad de otra mujer, húmeda, pegajosa, fétida, le resultaría de seguro insoportable. Si ya le parece penoso tocarla simplemente ahí, mucho menos… Frunce los labios en una mueca de asco. Eso no figurará en su guión. Tampoco lo contrario, que sea esa muchacha la que… No obstante, sin duda sería más placentero. El objetivo es darle gusto a él, no proporcionarse ese dudoso placer entre ellas. Pulsa el avance rápido hasta que aparece otro elemento de interés. Una pluma. Luis no la ha acariciado nunca con algo así; debe de ser un cosquilleo delicioso. Le parece sofisticado, pulcro, a pesar de que en la cinta la pérfida Mistress no la aplica sólo sobre la vulva, también en el agujerito del culo. ¡Qué cochinada! Seguro que da gusto. Debe lavarla, antes que nada, perfumarla. Como a una muñeca. Eso es. Jugará para él a las muñecas con una de carne y hueso. La reminiscencia infantil aligera el peso de sus propósitos, los dora con la inocencia del juego. Cera. Un velón malva dejando sus ardientes lágrimas a flor de piel sobre los muslos o alrededor del ombligo. ¿Dolerá mucho? No lo parece, un ligero sobresalto, un gemido, ni siquiera un grito. Recuerda, cuando niña, cómo los penitentes inclinaban los cirios para dejar sus gotas en las manos infantiles que hacían bolas de cera. Ella nunca lo hacía, pero los niños sí. Ninguno se quemaba. Y hielo, hielo después sobre la piel de gallina. Un contraste agudo, sensual. Hay que añadir eso también y… Un ruido procedente del dormitorio la sobresalta. Luis debe de haberse despertado. Al principio tenía que ayudarlo a trasladarse a la silla, pero ahora logra hacerlo solo. La avergüenza que pueda sorprenderla mirando aquello sin él. Va a tomarla por loca. Apaga el vídeo ante lo que quizás no haya sido más que una falsa alarma. Cuántas veces no habrá sentido él lo mismo durante todos los años en que sus fantasías eran un secreto incomunicable, reservado a las horas de la madrugada. Guarda la cinta y se dirige a la cocina a hacer café. Mientras la cafetera silba piensa en lo verdaderamente difícil, y que ha ido dejando de lado: cómo plantearle su proposición, en qué términos, con qué señuelo. Debe concentrarse en el primer contacto. Si falla tendrá que olvidar el asunto. Volver por la tienda no le parece oportuno. Demasiado directo, demasiado expuesto. En realidad, no sabe de Belén más que su nombre y la inquietud sexual que le supone. Una llamada sería más aséptica. La telefoneará a la tienda y le preguntará si quiere que se vean para charlar de las cosas que tienen en común, tiñendo de un equívoco matiz cada palabra. Si acepta sin más es que está interesada, sean sus gustos cuales sean, y pasará a la segunda fase. Si pone pegas, si se sorprende o se indigna, pues cuelga y Santas Pascuas. La alivia haber tomado una determinación. Luis ya está despierto, le oye trastear en el estudio. Sirve el café en dos tazas.