Aunque no nos guste nuestra vomitada y mucho menos la ajena, vomitar es una función natural del organismo cuando algo nos cae mal, generalmente por una comida descompuesta, una infección intestinal, por mareo o movimientos bruscos o cuando hemos bebido demasiado alcohol. Nuestro cuerpo dice: ¡ya basta!, y hay que arrojar por la boca y la nariz ese líquido pastoso y de color rojizo que nos está haciendo daño. Claro que después de vomitar nos sentimos mucho mejor.
Entre los romanos era común que tuvieran un cuarto especial, llamado vomitorio, que utilizaban cuando comían en exceso. La solución era sencilla, se atracaban de grandes manjares, vomitaban auxiliados con una pluma o el dedo introducido en el fondo de la garganta y volvían a comer.
En los bebés, el vómito se aprecia como algo natural. Muchas mamás colocan un pequeño trapo encima del hombro mientras cargan al bebé, le dan palmaditas para que saque el aire o eructe, y en ocasiones vomitan toda la leche. También en las mujeres embarazadas los cambios hormonales pueden provocar el vómito.
Si comemos una torta de jamón con algún ingrediente descompuesto, éste llega al estómago y se empieza a disolver con el ácido clorhídrico. Cuando el estómago detecta que tiene bacterias que nos afectan, envía una señal a una zona del cerebro, llamada médula oblonga (ubicada en la parte superior de la médula espinal) que le dice al estómago: ¡hay que guacarear!