Así como para nosotros es muy normal deshacernos de nuestra orina y enviarla al excusado, regar las plantas o ensuciar las llantas o el pavimento, otros pueblos no opinaban lo mismo.
Los romanos, por ejemplo, empleaban la orina para blanquear no sólo sus túnicas, sino también los dientes, debido a los compuestos nitrogenados que posee.
Esta costumbre pasó a la España medieval incluso con la creencia de que si se «limpiaban» los dientes con orina se evitaba su caída. Imagínate que una persona te dijera, después de que le das un beso: «¡fuchi, hueles a meados!», y tú le respondieras «es que me acabo de lavar los dientes».
Entre los indios norteamericanos, los esquimales y algunas tribus de Siberia, la orina se empleaba para curtir las pieles de los animales que cazaban; y en la América colonial, para limpiar ventanas. También en Siberia del Este se recogía la orina y se almacenaba en grandes barriles para luego bañarse con ella. Además, la capa superior que se formaba en los barriles se empleaba como repelente de mosquitos. La misma costumbre de lavarse con pipí la tenía la tribu Nuer, en Etiopía.
Otro uso de la orina entre los esquimales era para lavarse el pelo; en México, nuestros antepasados la consideraban un remedio para la caspa.
Se ha usado para quitar manchas de tinta o para hacer tintes para tatuajes, mezclada con polvo de carbón.
El urato, o sal de ácido úrico, lo empleaban los agricultores de Suiza, Francia y los Países Bajos como fertilizante para sus cultivos.
Pero sin lugar a dudas, la costumbre más sorprendente que se sigue practicando hoy en día es la de beber la propia orina. En la China antigua se creía que la orina tenía propiedades afrodisíacas, es decir, que servía para el amor; en Siberia, que tenía propiedades medicinales y que curaba la infertilidad.
La costumbre actual de quienes practican el yoga tántrico es beber la orina para purificarse. Mahatma Gandhi se bebía su orina todas las mañanas. ¿Se te antoja una tacita de meados bien calientitos? En gustos se rompen géneros.