En primer lugar, porque es un placer. Todo organismo necesita energía para llevar a cabo sus actividades y un subproducto de ellas es precisamente la caca. La energía que el cuerpo requiere se obtiene de la energía química que proporcionan los alimentos y el aire que respiramos.
Lo ideal sería que aprovecháramos todo lo que comemos, con lo que seríamos una «máquina» perfecta, pero no ocurre así.
La digestión empieza en la boca, cuando masticamos los alimentos y se mezclan con la saliva, para producir el bolo alimenticio. Cuando tragamos, el bolo empieza a caer al estómago por el esófago. En el estómago hay un líquido que deshace todo (bueno, casi todo): el ácido clorhídrico, además de enzimas que desbaratan los alimentos. Ahí la comida se queda durante 4 o 5 horas y entonces se convierte en un caldo más o menos espeso. De ahí se abre una válvula y el caldo pasa al intestino delgado, que es una especie de manguera de alrededor de 6 m de largo.
En el intestino delgado el caldo de comida ácida se mezcla con los líquidos biliares del hígado y se convierte en proteínas, carbohidratos, grasas y vitaminas; todo esto es absorbido por la sangre que circula por todo el cuerpo y lo alimenta. El intestino produce movimientos peristálticos que hacen avanzar el bolo transformado; cuando tenemos diarrea, estos movimientos son muy rápidos. El intestino delgado se transforma en grueso; el agua y lo que no se puede digerir, como son las fibras, pasan al intestino grueso o colon (el cual es tres veces más grueso que el delgado y mide alrededor de 1.5 m de largo). Ahí, en la primera parte, se absorbe el agua que queda y, al final, lo que no se puede aprovechar se va al recto, un tubo de 40 cm de largo que desemboca en el ano. Lo que no se puede digerir, se va acumulando, como si llenáramos un tubo de pasta de dientes, hasta que ya no nos cabe. Entonces recibimos una señal en nuestro cerebro que nos dice «tengo ganas de ir al baño»; dos músculos muy fuertes del ano (esfínteres) impiden la salida cuando se contraen y nos dicen: «espérate tantito porque no hay baño». Pero cuando al fin llegamos al baño, los esfínteres se relajan y ¡oh descanso!, ¡placer de los dioses!: hacemos caca. Aunque la digestión no termina en ese momento, sino cuando los nutrientes pasan de la sangre a las células, que son las que requieren la energía para funcionar.