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LOS DIENTES DEL TRUENO

Dientes del Trueno, año 242 D. N. C.

Dos largas jornadas de viaje habían transcurrido desde que buscaran cobijo en el refugio de la rocosa colina, mas, por fin, estaban en la boca de los Dientes del Trueno.

La impresionante magnificencia de aquel inmenso accidente geográfico dejaba mudo a todo el que lo veía por vez primera, y también a algunos que ya lo habían contemplado con anterioridad.

El grandioso corte en forma de V en medio de las altas cordilleras montañosas bien pudiera haber sido hecho por la mano de un furioso dios que hubiese hecho caer la fenomenal y monstruosa hoja de su hacha en muestra de su inconmensurable poder, queriendo provocar aquella cicatriz en la piel misma de la tierra para dejar constancia inequívoca e indeleble de su cólera a los débiles mortales.

La compañía cabalgaba en fila de a uno por una estrecha cornisa, a veces obstruida por rastrojos y malezas. A su izquierda, la profundidad de la falla se perdía de la vista; a su derecha, una llana y fría pared pétrea se levantaba a más de cien cuerpos de altura, no permitiendo que los rayos del sol llegasen a la garganta y dejando el interior poblado de un eterno y tétrico mar de sombras; al frente, sólo los dioses sabían que podrían hallar en su camino.

—Deberemos avanzar con toda la presteza que nos sea posible, y tan silenciosos como tumbas —dictaminó con gravedad el elfo—, o tal será nuestro final.

El grupo aceptó el consejo e hizo pronto uso de él.

Cada sonido desconocido delante o detrás de ellos se convertía en sus pensamientos en una clara amenaza invisible y manifiesta a un tiempo.

—Huele a muerte —masculló de improviso Airishae desde el fondo de la capucha que mantenía calada a pesar de la espesa oscuridad.

La evidente sensación hizo eco en cada uno de los miembros de la compañía. Kylanfein acercó su mano izquierda sobre la empuñadura de su espada, en tanto con el brazo aún no restablecido asía las riendas de su corcel, dispuesto a soltarlas y esgrimir también su segunda espada si era preciso. Dyreah permitió que el traqueteo de su caballo deslizara a Desafío de su hombro, tomando el arco después y depositándolo prevenidamente sobre su regazo. Duras ignoró sus armas en un mudo reto al peligro, pero en el cuerpo del elfo se apreciaba una tensión y una rigidez de movimientos que desmentían la tranquila serenidad de su rostro.

El potente bufido del viento rompía el que de otro modo fuera un silencio sepulcral, ofreciendo un falso refugio a aquellos que trataban de localizar el peligro por medio de sus oídos. El graznido de algún cuervo u otro ave de medio tamaño sobresalía como una esporádica nota de variedad a la tensa espera.

No obstante, no se haría prolongar la tensión por mucho más tiempo. El sonoro estruendo de caída de rocas desde las alturas sobre la oculta cornisa detrás de la curva que tomaba el camino delante de ellos dio primer aviso de que algo estaba ocurriendo.

El falso orgullo dio pasó a la precaución. Duras aprestó su arco corto entre sus experimentadas manos, en tanto se mantenía en su montura sujeto con las piernas. Sus compañeros hicieron lo propio, y de inmediato una espada apareció en la mano zurda del semihykar.

Un súbito relámpago de luz inundó la lúgubre garganta rocosa cuando Fulgor salió de su funda. Dyreah contempló perpleja por unos segundos la reluciente hoja plateada que parecía haberse desenvainado por propia voluntad y que ahora permanecía expectante en su mano. Era la primera vez que su espada mágica reaccionaba de tal manera, mas no podía tener otro significado: peligro.

Airishae exhaló un gruñido como respuesta al intermitente resplandor. No obstante, no dijo una palabra al respecto.

Azuzaron a sus monturas y se apresuraron a doblar el recodo y contemplar lo que había sucedido.

La fina cornisa había sido reducida a una delgada línea por la que con dificultad podría pasar un caballo. Las rocas se amontonaban junto a la pared de piedra y el espacio libre se cernía al borde del precipicio, donde una larguísima caída aguardaba al desafortunado que fracasara al cruzar el estrecho paso.

El grupo no tuvo la oportunidad de calibrar los riesgos y posibilidades de atravesar la brecha, pues el sonido de numerosos seres descolgándose por las rectas pendientes y sus gritos de ataque los hicieron volver grupas y enfrentarse a un peligro más real e inmediato que la cornisa cortada.

Las criaturas, de altura considerable y cuerpos anchos y fuertes, eran raigans. Avanzaban en una nube de polvo en un número superior a dos docenas, vistiendo sucios y oxidados restos de armaduras y portando en sus gruesas manos cortas espadas melladas, pequeñas hachas de mano y bastos garrotes de madera toscamente pulidos.

Sus rostros, de groseras y bastas facciones, esbozaban horrendas muecas de perversión. De sus desarrollados caninos resbalaba saliva ante la expectativa de lucha y muerte. Las frentes anchas y rudas, los pequeños ojos hundidos y las narices abultadas finalizaban la tarea de provocar, si no una impresión temible, al menos una evidente sensación de repugna.

Los salvajes alaridos que brotaban de las gargantas de los raigans salvaron los escasos cien pasos que les separaban de sus víctimas.

Dyreah se estremeció ante el elevado número de asaltantes que corrían de un modo frenético a su encuentro, mas observó las miradas de convicción en los rostros tanto de Kylan como de Duras y trató de mantener la calma. Enfundó a Fulgor y tomó de su hombro a Desafío. Dispuso una flecha emplumada de su carcaj en el poderoso arco negro y tensando la resistente cuerda, disparó en cuanto sus enemigos estuvieron a tiro.

El proyectil surcó el aire en una trayectoria lineal que cruzó la distancia que separaba los dos grupos y atravesó la armadura y el pecho del raigan que marchaba en la vanguardia y abría el camino. Sin embargo, la flecha no detuvo su avance en el cuerpo de la criatura homínida. Continuó volando con igual potencia, sembrando la muerte a su paso, perforando torsos, cabezas y extremidades hasta perderse desviada a un lado de la tribu raigan. Un solo proyectil había acabado con la vida de cuatro de sus adversarios, y herido a otros tantos.

No obstante, esta demostración de poder no afectó a los sanguinarios raigans. Pisaron sin detenerse a sus compañeros caídos, tanto a los vivos como a los muertos, chillando aún con mayor euforia los guturales gritos que prometían destrucción y muerte.

Duras lanzó algunas flechas, con mayor o menor acierto, sobre los apelotonados cuerpos raigans que se abalanzaban por la estrecha cornisa. Algunos proyectiles chocaron inofensivamente contra las placas metálicas de las cotas, mas un par de ellos se abrieron paso a través de los huecos en las destartaladas armaduras y hallaron órganos vitales donde se clavaron con saña de forma letal y definitiva. Uno de ellos incluso despeñó a un raigan por el desfiladero, al incrustarse en su rodilla y hacerle perder el equilibrio en el momento menos propicio para el sujeto de tan vil raza.

Kylanfein tenía que conformarse con esperar a que se acercaran lo suficiente para poder esgrimir sus dos espadas contra ellos. En tanto, observaba como las filas de enemigos se reducían lentamente.

Airishae Nian’ghan permanecía tan imperturbable como de costumbre.

La semielfa descargó nuevas andanadas de flechas que hicieron estragos en las avanzadillas de raigans, pero sin tanto éxito como su primer proyectil.

La tribu se hallaba ya a menos de cuarenta pasos de la posición de la compañía, y aunque esto aumentaba la efectividad de los disparos de los dos arqueros, también acrecentaba el grado de amenaza que pendía sobre ellos.

Finalmente las distancias se hicieron tan cortas que Kylanfein golpeó los flancos de su caballo con los tobillos y se lanzó sobre los saqueadores. Duras se deshizo de su arco y acompañó la carga del medio hykar, desenvainando la espada y manteniéndola en alto en un mudo desafío. Las dos féminas se quedaron en segunda línea; una, aportando protección a sus compañeros a tiro de arco, y la otra, guardando altivamente su lugar fuera de la reyerta, como si a ella no la incumbiera el resultado de la liza.

Los cuerpos de los raigans se amontonaban al lado de los corceles de Kylan y Duras, que esgrimían sus afiladas hojas de forma despiadada y contundente. Los caballos corcoveaban para no pisar con sus cascos los cadáveres que se arremolinaban en el suelo de la cornisa. Los raigans resbalaban sobre la sangre de sus compañeros caídos y trataban de alcanzar con sus armas a los dos guerreros que batallaban como diablos erguidos en sus monturas, mas no lograron romper sus defensas.

Sólo uno de los agresores halló la manera de sorprender al elfo y al mestizo. Escaló por la pared del desfiladero y saltó propulsándose en la roca con la espada corta al frente. Kylanfein se volvió a tiempo de ver la acometida del raigan, mas no tuvo oportunidad de levantar su espada. Oyó un silbido y observó los ojos inyectados en sangre del bandido antes de que pasara a su lado y rebotara contra su caballo, cayendo muerto después al suelo. En su cráneo se distinguía un pequeño agujero por el que brotaba sangre.

Giró la mirada hacia Dyreah, que apuntaba con el arco descargado hacia su posición. Levantó la hoja a modo de saludo y prosiguió su sucia tarea.

La situación era controlada con eficacia por el grupo armado de distintas sangres élficas, mas un segundo ataque raigan por la retaguardia rompió el impáss.

La formación de refuerzo atacó la desprotegida espalda de la compañía. La elfa de la sombra se apartó con brusquedad y galopó buscando la proximidad de los dos guerreros. Dyreah quedó sola frente a los numerosos soldados raigans que se agolpaban cruzando la fina brecha de la cornisa producto del alud.

La mestiza mantuvo a raya a los más osados con su arco mágico, mas las flechas comenzaron a escasear en su aljaba y tuvo que tener más cuidado en seleccionar sus objetivos.

Kylanfein, tras lanzar una dura estocada a un temerario raigan, se volvió al escuchar el galope de un caballo a sus espaldas. Airishae se acercaba a gran velocidad, pero a la mestiza no se la veía por ningún lado. Contempló con detenimiento la zona posterior de la cornisa, mientras detenía algún que otro torpe ataque raigan. Por último, la localizó.

La situación de Thäis era crítica. Un grupo de doce raigans había rodeado su posición y se disponía a atacarla conjuntamente, imposibilitando la defensa. La medio elfa había tratado de buscar la protección de la pared de piedra, mas sus movimientos habían sido intuidos anticipadamente y frustrados antes de ser intentados.

El semielfo de la sombra espoleó con violencia a su montura, pero dudaba de que pudiera llegar a tiempo para salvarla. Entonces, sucedió lo impensable.

Dyreah tomó la última flecha emplumada del carcaj que llevaba colgado al hombro en bandolera y apuntó con la mayor precisión que pudo reunir. Se dispuso a soltar la cuerda que mantenía pulsada con sus dedos índice y medio, cuando un brillo atrajo su atención. Uno de los raigans había sacado una daga de su cinturón y la había arrojado directamente contra el hermoso rostro de la mestiza. La hoja de acero centelleó en el aire y fue a chocar con salvaje potencia contra el ornamentado casco plateado de la guerrera.

La semielfa sufrió un leve shock por el impacto de la daga y descuidadamente, disparó el proyectil al azar. La flecha se encaminó en una inequívoca ruta hacia el cielo, mas no alcanzó una completa verticalidad, sino que se estrechó contra la roca en la cima del desfiladero.

Nadie, ni siquiera Duras con la aguda vista de elfo, pudo apreciar como la punta del proyectil perforaba con facilidad la dura piedra y terminaba por resquebrajarla lentamente según profundizaba en su interior.

La semielfa desenvainó su refulgente espada, mas no tuvo oportunidad de usarla. El poderoso crujido de las rocas al partirse hizo a todos alzar la vista a lo alto. Una avalancha de piedras de diversos tamaños se desplomó sobre las cabezas de los combatientes de la retaguardia. Los cadáveres de varios raigans yacieron sepultados bajo la lluvia de escombros y los pocos que sobrevivieron al mortífero derrumbe, fueron empujados al barranco, donde sufrieron un fin no menos fatídico.

La suerte tampoco estuvo de parte de la medio elfa. Una enorme piedra golpeó con fuerza la cabeza de Dyreah después de rebotar contra el muro, en tanto la gravilla suelta y los pequeños guijarros provocaban el desplome del equino. El cuerpo inconsciente de la fémina rodó movido por el desplazamiento de rocas hasta el desfiladero y se situó de costado al borde del abismo. Se meció ligeramente a un lado y a otro.

Después, cayó.

sep

El semihykar cabalgaba frenético hacia la rodeada medio elfa.

Su espada apartaba implacable a cuantos raigans se cernían en su camino. Se acercaba a Dyreah, pero pese a la tremenda velocidad de su corcel, a él le parecía avanzar con una lentitud desquiciante.

Observó cómo la daga volaba e inducía a que la mestiza perdiera su última flecha y tuviera que echar mano a su brillante espada mágica. Entonces escuchó el estruendo de las rocas al derrumbarse. Su caballo se encabritó asustado, y a punto estuvo de tirarle de la silla. Sujetó con fuerza las bridas y las rodillas en los flancos de la montura y logró mantenerse erguido en la bestia.

Obligó a su caballo a progresar entre los cascotes acumulados en el piso de la cornisa, sorteando los restos de los raigans. En ese momento, el mestizo oyó el eco de otra piedra chocando contra la pared del desfiladero. La roca colisionó por última vez contra el muro pétreo y describió una trayectoria diagonal hacia la posición de Dyreah.

La semielfa se desplomó sin sentido de su corcel y se deslizó girando en dirección al límite del precipicio.

—¡Thäis! —gritó Kylanfein al ver rodar su cuerpo al vacío. Se levantó de la silla de montar y saltó con el máximo de sus fuerzas hacia adelante. Su pecho protestó de dolor al chocar violentamente contra el irregular terreno poblado de piedras y quedó momentáneamente sin aire. Estiró sus brazos tratando de asir el delgado torso de la medio elfa, pero las suaves curvas de su peto metálico se deslizaron por entre las hábiles manos del guerrero.

El semihykar terminó por perder el contacto con la mestiza, mas Kylan, en un último esfuerzo, apretó su mano en la delgada muñeca de ella.

Dyreah colgaba inconsciente en un movimiento de vaivén en el vacío, con la única sujeción del fibroso brazo derecho de Kylanfein, que impedía que su cuerpo se despeñara en el abismo.

La tensión era grande, y crecía aún más por cada segundo que pasaba. La mestiza era bastante ligera y su gruesa armadura no parecía añadir peso a su figura. Sin embargo, el mayor sufrimiento provenía de las dolorosas secuelas que todavía sentía el semielfo de la sombra en su brazo, en tanto se aferraba al áspero suelo con el otro. No corría peligro de deslizarse tras la fémina, pero las profundas punzadas que recorrían su hombro y se extendían por su pecho le drenaban la energía.

En tan complicada y desesperada situación, Kylan pudo escuchar los pesados pasos que se aproximaban a su espalda. El mestizo volvió la cabeza esperando hallar a Duras, el orgulloso elfo, dispuesto a ayudarle a salvar a Dyreah. Por contrario, el feo rostro de un raigan le miraba burlonamente con una media sonrisa que dejaba entrever sus prominentes incisivos amarillentos en sus burdas facciones.

El raigan levantó en alto la porra de gran tamaño que portaba en sus manos y la descargó con violencia sobre la desprotegida espalda del medio hykar.

Kylan exhaló un gritó agónico y se obligó a cerrar los dientes con fuerza para no aflojar su presa sobre la mestiza.

El repugnante ser volvió a izar el garrote por encima de su cabeza y descargó de nuevo el golpe sobre la misma zona. Kylan se convulsionó por el terrible dolor, mas siguió aferrando con tenacidad la muñeca de Thäis.

El raigan continuó ejecutando su sádica labor, en tanto intercalaba en la sucesión de golpes, tremendas patadas dirigidas al costado y a la cabeza del indefenso guerrero.

El sufrimiento era terrible para el mestizo, cuya vista comenzaba a nublarse por el esfuerzo y por el castigo recibido; pero su vida nada importaba si permitía que se extinguiera la de Dyreah. Se concentró en su única misión y cerró los párpados tratando de apartar la conciencia a un rincón de su mente más allá del dolor.

El verdugo prosiguió con saña en su disfrute personal durante unos minutos más, satisfecho y divertido de haber encontrado unas circunstancias tan agraciadas. Elevó su gruesa y nervuda pierna y lanzó un poderoso puntapié al estómago del luchador caído, que hizo que se doblara. Momentos más tarde, el semihykar dejó de reaccionar al duro castigo, prácticamente inconsciente, pero perseverante sin abrir la mano que asía el cuerpo de la caída arquera.

El raigan se sintió molesto ante la tozudez de su víctima y decidió despacharla sin más miramientos. Elevó por última vez su basto garrote y se movió unos cortos pasos para situar el arma a la altura de la cabeza de Kylanfein.

Un peso cayó sobre el desfallecido cuerpo del medio elfo de la sombra. No obstante, no fue la descarga definitiva de la tranca contra su cráneo, sino el bulto de la cabeza del raigan al chocar contra su dolorida espalda.

Duras empujó a un lado la grotesca figura decapitada de la criatura y limpió su hoja manchada de sangre en las ropas del raigan. Enfundando la espada, se aproximó al borde del desfiladero y tiró del brazo de la semielfa. El elfo se maravilló de la fabulosa fuerza de voluntad del mestizo, que pese a haber perdido el sentido, continuaba asiendo con fiereza y obstinación la muñeca de su inconsciente compañera.

Terminó de izar a Dyreah y la depositó en una zona lisa de la cornisa. Su negro cabello estaba manchado de sangre bajo el yelmo, por lo que Duras optó por quitárselo delicadamente. Reconoció su estado y suspiró con alivio al darse cuenta de que no se trataba más que de una fuerte conmoción y una pequeña brecha en su sien sin importancia. El casco había absorbido la peor parte del impacto.

Empujó a su vez el cuerpo más pesado de Kylanfein, alejándolo del borde del precipicio. Se sentó, agotado, apoyándose en la pared y entornó la vista para vislumbrar toda la zona.

Ningún raigan había sobrevivido a la liza; unos por el aguzado filo de sus espadas, otros bajo la lluvia de flechas, algunos por el derrumbe y unos pocos al despeñarse por el desfiladero. Estaba conforme con el resultado de la batalla. Desenvainó su espada larga y contempló con agrado la hoja que no presentaba ni una sola muesca ni mella. Sin embargo, un detalle hizo que su rostro se ensombreciera.

Airishae, conduciendo a su corcel por las bridas, caminaba sosegadamente hacia donde descansaba el resto de la compañía. Su capa se prestaba limpia y libre de polvo, confirmando su total ausencia de la lucha. El ritmo de sus pasos y el oscilante movimiento de su exuberante cuerpo denotaba una soberbia que sólo competía con su sensualidad. Sus miradas se cruzaron por un instante.

La elfa de la sombra ató las riendas de su caballo en un saliente de la escarpada carretera y avanzó despacio hasta el semihykar. Se arrodilló a su lado y posó su suave mano en la frente de Kylan. Captó el calor de la fiebre y lo arropó lo mejor que pudo con su propia capa de viaje, para resguardarlo del frío.

—¿Cómo se encuentra? —sonó la voz del elfo a sus espaldas.

La hykar no pareció sorprenderse, aunque tardó en contestar.

—Vivirá —fue la lacónica respuesta de la fémina.

—Supongo que eso te tranquiliza, ¿verdad? —cuestionó Duras con cierto tono irónico en su voz.

—¿Por qué dices eso, nanhyk? —espetó Airishae airadamente—. ¿Acaso dudas de mis intenciones para con él?

—Por supuesto que no dudo de tus intenciones hacia la persona de Kylanfein Fae-Thlan —comentó indiferente el arquero—. Aunque también sé que si continúa vivo, es sólo porque tú lo deseas así, hykar.

—No entiendo qué estás intentando decir, nanhyk —sugirió con velada inocencia la hechicera.

—Oh, Airishae, sabes muy bien de que estoy hablando —contestó fríamente el guerrero—. ¿Acaso no es así, sacerdotisa de Anaivih?

—Tal vez tengas razón, nanhyk —admitió seria Airishae. Después, una sonrisa surcó su fino y oscuro rostro—. Pero yo también conozco tu juego, elfo de la Luz.

Duras hizo una pomposa reverencia tras levantarse del suelo y volvió a acercarse a la mestiza.

—Habiendo dejado claras nuestras voluntades al respecto, podremos seguir actuando a nuestra conveniencia —sentenció el elfo con una mueca de divertida preocupación.

La hykar aceptó con un profundo cabeceo y cada cual se dedicó al cuidado de su compañero herido.

Airishae se arrodilló junto al semihykar. Rasgó una tira de tela de la capa del mestizo y tras empaparla con agua de su odre, la aplicó sobre el rostro de Kylanfein. Lavó la sangre seca que se mezclaba con polvo de las abundantes brechas y cortes de su cara. Sus pómulos comenzaban a hincharse y exhibir un color rojizo que daba muestras de tornarse a otro morado más oscuro. Vertió algo de agua sobre los resecos labios del joven guardabosques y éstos reaccionaron absorbiendo el líquido con avidez.

El medio elfo de la sombra continuaba inconsciente, por lo que tuvo que hacer rodar su cuerpo para postrarlo boca abajo. Apartó la ajada y destrozada capa de viaje y levantó las vestiduras de su torso. La superficie de la espalda ofrecía profundos moretones y tajos sangrantes, y toda su extensión mostraba un intenso tinte violáceo. El castigo había sido realmente duro, casi fatal.

Tanteó con sus ágiles dedos el curso de las vértebras de la columna. Aunque algunas estaban ligeramente lastimadas, ninguna parecía rota. Desarrolló sus habilidades sobre los pequeños y vitales huesos, presionando con sus palmas en los lugares adecuados. Tras unos crujidos fruto de alinear las vértebras desviadas, acarició la espalda entumecida de Kylan con las manos bañadas en el jugo verdoso de uno de sus componentes mágicos, dando suaves masajes en amplios círculos.

Con eso bastaría. No podían perder más tiempo atendiendo a los heridos. Los días pasaban y su paciencia de hykar tenía un límite.

sep

Kylanfein fue despertando de su largo desvanecimiento.

El primer síntoma que tuvo de su recuperación y vuelta a la consciencia fue el tremendo dolor que se hacía dueño de prácticamente toda la extensión de su cuerpo.

Se hallaba tumbado sobre el costado y al darse la vuelta, se percató del motivo. Al rozar su espalda con las gruesas y frondosas mantas que lo protegían del duro suelo, sintió un increíble dolor en su espalda y pronto recordó el ataque del raigan, golpeándole con su porra en la zona dorsal de su cuerpo.

Sus ojos, aún vidriosos, trataron de fijar la desdibujada silueta que estaba sentada junto a él. Poco a poco fue ganando nitidez hasta que pudo identificar claramente las atractivas facciones de Dyreah. La semielfa le observaba con una sombra de preocupación en su rostro, mas una débil sonrisa luchaba por imponerse en sus finos labios azulados.

—¿Quieres que te ayude, Kylan? —se ofrecía la mestiza ante el angustioso estado del semihykar.

—Sí, gracias —sonó áspera y en un murmullo la voz de Kylanfein.

Cuando logró sentarse y mantener una postura algo más agradable, el mestizo de hykar trató de despejarse. Respiró hondo varias veces, acción que provocó punzadas de dolor en sus costillas, y carraspeó para aclararse la voz. Recuperado plenamente el sentido de la vista, el guerrero estudió con mayor detenimiento a su compañera.

Thäis se mostraba cansada y sucia de polvo, tras las duras últimas jornadas de viaje y el incidente con los raigans. Entonces observó como la diadema que llevaba sobre su frente tenía manchas de sangre seca en su brillante superficie y recordó la piedra que golpeara a la arquera en la cabeza antes de desplomarse y deslizarse hasta la falla. Acercó prudentemente su mano a la sien de ella y acarició débilmente su cabello azabache.

—¿Estás bien? —acompañó con sus palabras el irreprimible gesto realizado.

—Estoy bien, gracias a ti —comentó Dyreah con una franca sonrisa. Buscó la mano de piel oscura con las suyas y la deslizó por la tersura de su cara hasta los labios—. Sé lo que hiciste por mí.

Un cálido silencio los rodeó a ambos.

—Me salvaste la vida arriesgando la tuya por protegerme —susurró Dyreah en hondas emociones—. ¿Por qué, Kylan? ¿Cómo fuiste capaz de hacer algo así?

—No merezco ninguna alabanza, pues no fue más que un acto egoísta por mi parte —señaló Kylanfein, eludiendo la profunda y extrañada mirada de la semielfa. Alzó los ojos y continuó—. Sólo lo hice por mi propio bien, pues si te hubiese perdido, mi vida tampoco hubiese podido continuar. Te amo, Thäis, y si es necesario que muera para que tú te salves y cumplas tu misión, accederé gustoso a ello. Mi existencia no hallaría mejor fin.

Dyreah no pudo reprimir por más tiempo sus sentimientos y, con lágrimas en los ojos, abrazó con dulzura y cariño a su compañero.