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REPRESALIAS

Dientes del Trueno, año 242 D. N. C.

El terreno era más irregular a cada paso que el corcel de Kylanfein daba hacia el sur.

Duros terrones de arena oscura se deshacían bajo las cansinas pisadas de los cascos de su caballo. El viento había cesado hasta crear una densa cortina de aire viciado de polvo que obturaba los pulmones, ya de por sí faltos de oxígeno por el exceso de calor.

Sus manos se movían continuamente de las bridas de su montura a la bolsa que colgaba de la parte posterior de la misma. Sus labios buscaban de forma constante el reconfortante frescor del agua de su odre. Pero el momento de placer era efímero, pues pocos minutos después su boca volvía a estar seca y jadeante. Incluso el contenido del odre se fue rápidamente truncando en un caldo imbebible.

La dirección tomada por el mestizo había sido fruto del azar, mas un sexto sentido le advertía que era la correcta. Sus sospechas se confirmaron cuando al abandonar las zonas pedregosas, volvieron a aparecer las marcas de las pezuñas del caballo de la mujer hykar.

Airishae les había podido sacar una importante ventaja si había forzado a su caballo hasta la extenuación. Además, ella no había tenido que sufrir los rigores de la claustrofóbica y asfixiante atmósfera del mediodía. Su partida comenzó un par de horas antes del amanecer, libre del calor y de la deslumbrante intensidad de los haces del sol.

Sus ojos claros se tornaban llorosos cada vez que se abría una brecha en la capucha de su capa de oscuro tejido por la que se filtraba la insoportable claridad. Por otro lado, su brazo aún herido se quejaba amargamente a cada intento por parte de su dueño de tratar de moverlo y ejercitarlo. Una gruesa venda aún protegía su extremidad, mas notaba por la tirantez de su piel que la fisura abierta por la flecha se iba cerrando lentamente.

«Dentro de pocos días podré volver a batirme con ambas espadas», se consoló Kylan.

Pero lo que ocurriría dentro de esos pocos días constituía un misterio para el semielfo de la sombra.

Desde que abandonara Alantea para realizar aquella inoportuna excursión por los bosques del Norte, el destino le había obligado a recorrer carreteras y sendas a un ritmo frenético, sin tener ninguna certeza de qué hallaría unos pasos más adelante. Todo había sido brumoso como un férreo sueño del que no pudiese escapar. Sentía como si hiciera una eternidad desde que dejara su hogar y no hacía más que unos cuantos meses de ello.

Una honorable misión, un firme propósito, un enemigo desconocido; parecía la típica trama de una de las grandes leyendas que cantaban los bardos en sus representaciones. En ellas todo salía como debía ser y los héroes conquistaban la gloria y la fama.

Sin embargo, su sino no estaba escrito de antemano en un guión. La cruda realidad era que si le obligaban a combatir continuamente, tarde o temprano sucumbiría bajo el filo de las armas de sus enemigos. Entonces ninguna misteriosa y divina figura le tomaría de la mano y lo guiaría de nuevo a la vida. Simplemente, sería su fin.

A su mente llegó la única imagen que lo alentaba a seguir adelante, fuera cual fuera su adversario o el obstáculo que cruzara su camino. Dyreah Anaidaen, la joven semielfa que conociera al inicio de su aventura como la tímida e inexperimentada Thäis Shade, el motivo de las fuertes emociones que hacían palpitar su, hasta entonces, tranquilo corazón. Un vínculo de increíble fuerza había unido sus almas hasta tal punto que Kylan se sentía dividido e incompleto al permanecer lejos de ella.

En su aspecto externo, el medio hykar trataba de mostrarse reservado al respecto, pues tampoco deseaba que sus desbocados sentimientos pudieran influir en su juicio y crearle más problemas de los que ya poseía. Mas cuando se cruzaba con la cálida mirada de aquellos dos jades encendidos, aquella caída de ojos acompasada con el arrastre de sus espesas y largas pestañas rizadas, su pensamiento se congelaba y ansiaba acariciar la tersa piel de su rostro y sentir su suavidad entre sus dedos. Si tuviera que morir algún día, no dudaría cual sería el último rostro que desearía le acompañara en su recuerdo al otro mundo.

La apreciación de una sombra en el horizonte interrumpió sus reflexiones. Aguzó la vista, tratando de distinguir su forma bajo el resguardo de sus manos a modo de visera. Sus almendrados ojos de semielfo le permitieron observar la figura de un caballo al contraste con la dolorosa luz del sol. Acomodó a su corcel a un trote templado en dirección a aquel punto.

La forma del equino se volvió precisa según se aproximaba, y también pudo advertir otra sombra a los pies de la montura. Sus ropajes eran negros, con la cabeza oculta bajo una amplia capucha. Se mantenía completamente inmóvil, sin que la llegada del mestizo la perturbase lo más mínimo. Esta absoluta quietud preocupó a Kylan, que deseó llegar lo antes posible.

Finalmente, el caballo del medio hykar alcanzó el lugar. Kylan desmontó y se acercó al cuerpo de la fémina, que continuaba sin dar señales de reconocimiento.

El guerrero buscaba las palabras adecuadas para canalizar su decepción hacia la hechicera. En esta ocasión debía ser enérgico y duro con ella, pues sus actos podrían haber tenido graves consecuencias. Se agachó junto a ella y buscó su cara entre los dobleces del tejido de la capa. No estaba preparado para ver lo que encontró.

Los ojos de la elfa maldita, enrojecidos por las lágrimas que aún fluían con abundancia, intentaban evadir la presencia de su compañero; su perfecta piel de ébano, manchada de blanco por el polvo del camino; la pequeña y afilada nariz, sucia de barro de frotarse las lágrimas con las manos; sus finos labios, temblando nerviosos entre ahogados suspiros por el incontenido llanto. Toda emoción de rencor o rechazo desapareció de la mente del mestizo, transformándose en profunda tristeza y sincera compasión.

Kylan, sin tener conciencia de sus actos, sacó un pañuelo de entre sus ropas y, humedeciéndolo en el agua de su cantimplora, comenzó a limpiar con ternura las secas costras de polvo y sal del rostro de Airishae.

—¿Por qué, Airishae? ¿Por qué lo hiciste? —susurró el joven guerrero, carente su voz de todo sentimiento hiriente, sólo en busca de comprensión.

La elfa de la sombra trató de esconder de nuevo su cara entre los pliegues de su capucha, mas él no se lo permitió.

Kylanfein tomó con suavidad la barbilla de la hykar con su mano y la hizo volverse hacia él. Sus ojos rojizos dejaban caer la mirada y sus párpados se mantenían entrecerrados. Su boca se abría para tomar aire y responder al mestizo, mas ninguna palabra brotaba de sus trémulos labios.

—Airishae, por favor, contéstame —animó Kylan a la fémina a que le diera una respuesta.

La hykar hizo más relajada su respiración y dejó de llorar. Se frotó con fuerza los ojos para escurrir las últimas lágrimas e inhaló profundamente en un jadeo. Por primera vez no desvió su vista del rostro del semielfo y se propuso hablar.

—¿Por qué ya no me amas? —exclamó ella, dando rienda suelta a su rabia. Sus brillantes ojos se volvieron a poblar de lágrimas, aunque se fijaron acusadores en los del mestizo.

Esta vez fue Kylan el que se quedó sin palabras. La intensidad que se reflejaba en la afirmación de Airishae denotaba el hondo dolor que ella sufría.

—¿Qué te ha hecho cambiar tus sentimientos hacia mí, Ky? ¿Por qué me evitas deliberadamente? —inquiría angustiosa la elfa de la sombra—. ¿Qué he hecho mal que merezca tu rechazo?

—Por favor, Airishae, no digas eso. Yo te sigo queriendo como el día que te conocí —intentaba explicar el mestizo, aunque en cierta manera trataba de convencerse a sí mismo de lo que estaba diciendo—. Mis sentimientos hacia ti no han cambiado.

—Eso no es verdad, y tú lo sabes, Ky —recriminó la maga con cierta frialdad en su voz—. He visto como tu corazón se iba cerrando a mí y abriendo desmesuradamente a esa semielfa que únicamente está jugando contigo. No eres más que un títere en sus experimentadas manos y cuando pasado el tiempo se aburra de su juguete, te desechará sin contemplaciones.

—¡No! ¡Dyreah no es así! —replicó Kylanfein asustado, porque las palabras de la elfa de la sombra se tornaban verdad en el fondo de su mente.

—Sí que lo es —hizo una leve pausa para que su compañero apreciara el matiz de sus advertencias. Suavizó su tono hasta acaramelarlo—. Sé que es duro para ti, mas debes darte cuenta de ello antes que te corroa el alma y no tenga remedio. Tienes que olvidarte de ella.

El semihykar permanecía silencioso, recapacitando sobre este nuevo enfoque del asunto.

—Ha estado coqueteando contigo continuamente de manera intencionada, tratando que tus ojos no vieran más allá de su persona —explicó Airishae, deslizando la mirada hacia el suelo—. Yo sufría al ver cómo sucumbías gradualmente a sus velados encantos, sin poder hacer nada. Ella sólo te ha ofrecido promesas vacías de amor, en tanto yo te he demostrado abiertamente mi pasión al entregarme a ti. Me duele el pensar que te haya cegado tan profundamente.

Airishae Nian’ghan se levantó del suelo y se encaminó a su montura. Distraída, comenzó a acariciar el poderoso lomo del animal.

—Por favor, Airishae —se captaba verdadera angustia en la voz varonil del medio elfo de la sombra—. No me hagas elegir entre tú y ella.

—Debes hacerlo, o acabarás volviéndote loco —sentenció la hechicera aproximándose otra vez al joven guerrero. Se arrodilló frente a él y acercó su rostro al del mestizo—. Permíteme que te ayude en tu crucial decisión. Bésame.

Dos poderosas emociones cruzaron el alma de Kylanfein cuando sus labios se acercaron a los de la hechicera. Primero pensó en la semielfa, encantadora, sensual en su aparente timidez, cuya fidelidad hacia ella había jurado proteger. No obstante, ninguna muestra evidente de su amor por él había recibido de Dyreah, sino miradas y actitudes que bien podrían tener un engañoso significado. Por otra parte, sí conocía la magnitud del fuego que ardía en el pecho de la elfa de la sombra y sus claras intenciones hacia él. No existía nada velado que desmintiese su amor y, no tenía ninguna duda, del placer que sentiría al lado de Airishae.

El espacio entre ambos se fue reduciendo, mas cuando el contacto parecía inevitable, un factor fuera de sus facultades le interrumpió y le hizo volverse.

El ruido del eco de los cascos de un caballo al galope les avisó de que ya no se hallaban solos. Se puso en pie inmediatamente y esperó la llegada del extraño. La intensidad de los rayos solares no le permitía identificar a las claras quién se aproximaba, pero pronto la distancia se acortó y fue muy fácil apreciar que se trataba de Duras en su peluda bestia marrón.

La hykar lanzó una despectiva mirada al elfo y, voluntariamente, se distrajo con sus pertenencias para ignorar la presencia del arquero.

—Veo que también hallaste el rastro —comentó Deladar a Kylan cuando lo alcanzó y divisó a la oscura fémina—. Y antes que yo.

—Sí. Supongo que tuve suerte —agregó despreocupado el mestizo.

—Ajá.

El norteño guardabosques desplegó un apreciativo vistazo a la planicie detrás del elfo.

—Dyreah no me acompaña, si es a ella a quién andas buscando —aclaró Duras intencionadamente, adivinando la actitud del medio hykar—. Vi vuestras siluetas desde la distancia y en previsión por su estado actual, la propuse que nos esperara en un cobijado repecho junto a las montañas. Ella accedió de mala gana, por supuesto, mas ahora nos espera impaciente.

—Sí, partamos enseguida a su encuentro —propuso inmediatamente el semihykar. Tomó las riendas de su montura y se dirigió a la elfa de la sombra—. Vámonos, Airishae.

Ella asintió con un cabeceo y montó su caballo tras recoger sus objetos personales.

sep

Los tres jinetes tomaron una senda libre de cascotes y rocas que les llevaba directamente hacia el sudoeste.

En un determinado momento en que Airishae había quedado un poco rezagada, Duras puso su corcel a la altura del de Kylan y le habló.

—¿Se ha aclarado el asunto? —cuestionó el elfo dirigiendo una dura mirada a la hykar.

—Sí —afirmó lacónico el encapuchado guerrero.

—Entonces sabe que deberá prestar una compensación por su daño o será castigada, ¿verdad? —continuó el elfo con frialdad.

—Sí —fue toda respuesta que brotó de los labios de Kylanfein. Duras pareció satisfecho.

—Me complace saber que todo se ha arreglado correctamente y que no se volverá a repetir —comentó Duras—. No desearía tener que tomar yo mismo cartas en el asunto.

El elfo espoleó con los tobillos a su caballo y se adelantó al grupo antes de que el mestizo pudiera agregar ninguna réplica; mas, en realidad, Kylan no tenía intención de hacerlo. Estaba demasiado confuso como para decantarse por uno de los dos bandos establecidos y luchar firmemente por él.

sep

Los haces solares comenzaron a debilitarse con el pausado avance de la tarde.

El sofocante calor se había suavizado y ahora un viento frío iba tomando consistencia y levantando, en su apogeo, nubes de polvo frente a ellos.

Tras cuatro horas de continuada marcha, el grupo alcanzó la base pedregosa de las montañas. Ninguna vegetación crecía allá, fuera por la aridez del terreno o por el ventarrón que soplaba sin clemencia. El lugar se veía configurado por dos apagados colores: el amarillo de la tierra y el marrón oscuro de la roca. Incluso el cielo siempre azul se había teñido del sucio tono ocre del polvo.

—Allí está Dyreah —indicó el elfo apuntando con el dedo una baja cordillera.

Kylan buscó con los ojos la figura de la fémina en el horizonte, mas su vista de mestizo no se podía comparar a la de Duras, así que confió en las aptitudes de su compañero.

Las herraduras de los caballos repicaron con un sonido metálico cuando pisaron de nuevo en el rocoso terreno. Su avance se había vuelto más pesado y falto de ritmo por el cansancio acumulado. Los jinetes también estaban agotados por el viaje, mas lo soportaban con desprendido estoicismo. El viento inflaba y empujaba sus capas hacia el frente con inusitada potencia. Optaron por desmontar y llevar a los equinos de las riendas.

La falda de la montaña era, hasta cierto punto, escarpada. El suelo, quebrado en varios lugares, ofrecía una trampa perfecta para las largas y delgadas patas de los corceles, y aún también para sus dueños. Pese a las dificultades y penurias, llegaron a un refugio natural excavado por la erosión en la roca sin lamentar lesiones.

Allí les esperaba la semielfa con los brazos cruzados frente al pecho, en una actitud que el medio hykar no pudo desentrañar.

No se cruzaron vanas palabras de bienvenida. Las circunstancias no lo requerían. Inmediatamente toda la atención se centró en las dos féminas, la maga y la guerrera arquera, quedando los dos varones relegados a un segundo plano como meros observadores.

La tensión se tornaba densa en el enrarecido aire del recodo, con el único acompañamiento del mortecino aullido del viento que se filtraba y silbaba entre las piedras. Los ojos de ambas permanecían implacablemente clavados en los de su adversaria.

Dyreah esperaba una emoción de culpa en su rival, un sentimiento que denunciara su reconocido error y presentara disculpas por él. No obstante, no encontró en los iris de la elfa de la sombra más que una descarada altivez y una soberbia que la retaba a medirse con ella.

La mestiza, en un solo movimiento, cruzó la cara de la hykar de un sonoro bofetón con la palma abierta de su mano derecha que hizo trastabillar a la hechicera no sólo por el golpe, sino también por la sorpresa.

—No te atrevas a acercarte a mí jamás, ¿entendido? —sentenció la semielfa con un deje de cólera y odio en su voz—. ¡Jamás!

Una mueca de salvaje ferocidad surcó el magullado rostro de Airishae, mas pareció pensarlo mejor y su emoción se truncó en confusión para observar la reacción de Kylan. Éste, por su parte, dio la espalda a ambas mujeres, sin querer saber nada del asunto.

La elfa de la sombra bajó la cabeza, humillada por la reacción de su campeón en la liza, y se alejó evidentemente enfadada, a un rincón del repecho.

Dyreah trató de calmar sus momentáneos y violentos instintos y buscó el eco de su acción en el rostro de Duras. El elfo se mostró satisfecho con lo ocurrido y asintió a la fémina como reconocimiento de su acierto. La semielfa se sintió orgullosa consigo misma e hinchó el pecho con una honda inspiración.

Un par de horas más tarde, la tormenta fue amainando. El vendaval fue decayendo en contraste al implacable rugido que presentara en un principio.

El grupo reanudó la tarea de recoger sus pertenencias y marchar de nuevo en su camino. Los corceles, calmados ya por el fin de la tormenta y agradecidos por el descanso brindado, cabalgaron en plenitud de sus facultades al fuerte ritmo que les imponían sus dueños.