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EN LA NOCHE

Lindes de la Garganta del Lobo, año 242 D. N. C.

La esforzada compañía cabalgaba a gran velocidad por el llano y bien definido camino que les conduciría, tras muchas jornadas todavía, a la ciudad comercial de Tanen.

Dos días habían transcurrido desde que abandonaran el claro donde fueron atacados por un grupo de maleantes. Aquel lance no había traído circunstancias especialmente funestas al grupo, a excepción del virote que atravesara el brazo de Kylanfein. Y por otra parte, les había concedido monturas con las que realizar con mayor facilidad la penosa travesía.

El semielfo de la sombra, pese a permanecer más hosco y callado que de costumbre, no parecía sufrir en demasía el dolor de su extremidad dañada. Su refugio en la oscuridad de la capa le otorgaba una perfecta coraza tras la cual esconderse al dolor.

Duras Deladar abría la marcha por el sendero, cabalgando seguro con total tranquilidad en su robusto corcel marrón. Hubiese preferido tomar otra ruta que, aunque bastante más larga, les hubiese llevado a atravesar los frondosos bosques del antiguo Reino Elfo de Sin-Tharan, donde se hallaría en su familiar campo de acción. Pero a él no le correspondía tomar la decisión.

La elección fue tomada por Dyreah, aconsejada por el medio hykar y por su propio instinto. Sabía que el tiempo podría significar un factor determinante, así que no dudó más y escogió la ruta más corta.

La semielfa montaba una fogosa hembra de gran alzada y brillantes ojos. Cabalgaba en segundo lugar, después del elfo ridyan y por delante del taciturno Kylanfein.

Cerrando la compañía se hallaba Airishae, la mujer hykar. Su mutismo era aún más profundo y tenso que el del semielfo de la sombra.

Era una elfa de la sombra en el extraño y deslumbrante mundo de la Luz. Y estaba sola. Su condición de pertenecer a una de las razas más odiadas y temidas de Aekhan la convertía en principal punto de mira de cualquier ser. Su única baza consistía asimismo en el terror que provocaba únicamente el nombrar a los elfos hykar y en mayor medida presenciar a uno de ellos en carne y hueso.

Aunque a decir verdad, estos problemas no la preocupaban en exceso. Grande era su poder y mayor la seguridad que tenía en sí misma. Había sobrevivido a los pasajes subterráneos sin más ayuda que su persona. Además, poseía una fe absoluta, casi fanática, en su diosa.

Sus turbulentos pensamientos se centraban ahora en el semihumano que montaba despacio delante de ella. Debía tomar una firme resolución con respecto a él, mas aún no estaba segura de cual. No importaba. Todavía tenía tiempo suficiente para meditar y decidir.

sep

Una o dos horas después, el grupo llegó al cruce que unía con la carretera que descendía hacia el sur, hacia Tanen. Abandonaron con agrado el viejo y polvoriento camino de Hilson y cabalgaron a mayor velocidad por la calzada empedrada.

—Aún nos quedan cerca de dos jornadas para alcanzar las lindes de las Montañas del Hacha Afilada —informó Duras al resto de la compañía—. Deberemos pasar dos noches al raso para tomar el desfiladero en las luces del amanecer.

—¿Por qué en ese justo momento? —se interesó la semielfa, desconocedora aún de los peligros de la noche.

—Por seguridad —apuntó el elfo con vehemencia—. Una vez que entremos en los Dientes del Trueno, permaneceremos al descubierto hasta después de cruzarlo. No es prudente tomarlo a la suave luz de la luna. Bandas de raigans aprovechan el amparo de la oscuridad para salir de caza —resaltó el elfo.

Dyreah vio cómo Kylan asentía con la cabeza a las palabras de Duras y no opuso más dudas en voz alta.

—¿Se ha oído hablar de ataques de raigans en el paso en los últimos tiempos? —preguntó el mestizo a Deladar.

—Últimamente, no —recapacitó durante un segundo el elfo—. Eso es tal vez lo más peligroso de la situación.

—Si los grupos de la noche están tranquilos es porque preparan algo grande —indicó Kylanfein en un tono que no necesitaba contestación.

—Así es —confirmó Duras aparentemente preocupado—. Es como la calma que precede a la tormenta.

Dyreah sentía el impulso de comenzar a temblar cuando los dos guerreros hablaban de esta forma, como si el segundo quisiera ver las cosas de un modo aún más pesimista que el primero. Mas ellos poseían más experiencia que ella sobre estos asuntos, por lo que decidió confiar en las razones que les impulsaba a ambos a actuar así.

Cabalgaron durante el resto de la jornada, cubriendo prácticamente la mitad del recorrido hasta los Dientes del Trueno.

Cuando la luz fue demasiado débil para continuar sin peligro para las patas de los caballos, el grupo optó por descansar en un pequeño campamento, alejados unos buenos pasos del camino. No querían que su fogata pudiera ser advertida desde la carretera.

Kylanfein se internó en las lindes del camino en busca de madera seca para la hoguera. Entretanto, Duras y Dyreah se encargaron de preparar una improvisada comida con los escasos víveres que restaban en los sacos de los caballos. Airishae, como en cada una de las paradas, se mantenía ausente esperando la comida en tanto los demás trabajaban.

El semielfo de la sombra no tardó en regresar con un suficiente hatillo de leña, que prendió en un pequeño agujero rodeado de piedras ideado para recoger las brasas. Dyreah dispuso las tiras de carne ensartadas en palos de corta longitud al calor del fuego. Las duras tajadas pronto comenzaron a chisporrotear y a tostarse en la rítmica e hipnótica danza de las envolventes llamas.

Cada uno tomó su ración cuando la carne se halló cocinada, exceptuando Airishae, a la que Kylanfein tuvo que ofrecérsela. La mestiza miraba con duro recelo los modales de niña malcriada que exhibía la hykar, mas guardó un frío silencio.

Fatigados, pronto todos buscaron el cobijo de las mantas alrededor del fuego. Duras distribuyó las guardias: la primera Kylanfein, la segunda él mismo y la tercera y última Dyreah. Ellos estuvieron conformes y se separaron hasta el día siguiente.

El semihykar se quedó poco después solo en el campamento. Se apartó unos cuantos pasos de la cercanía de la pequeña hoguera y buscó el apoyo del tronco de un árbol. La corteza era áspera, mas siempre sería mejor que guardar una forzada posición con la espalda recta. Se arropó en su amplia capa, que le abrigaba tanto del frío como de la dureza de su respaldo, y cerró los ojos para sentir las vibraciones de la floresta sólo con el oído.

Tras unos largos y monótonos minutos, el medio elfo de la sombra advirtió que estaba comenzando a cabecear. Lo único que lo había mantenido despierto hasta aquel momento eran los terribles pinchazos que recibía en el brazo herido cada vez que se relajaba. El mestizo se arrellanó entumecido entre la áspera corteza del árbol y el dosel de hojas que cubría el suelo y se decidió por permanecer con los ojos abiertos.

La fogata chispeaba de vez en cuando, lanzando una tenue claridad que le hacía imposible discernir al contraste nada a más de cinco pasos en la negrura de la noche. Se volvió de espaldas a la luz de la hoguera y trató de adaptarse a la densa oscuridad. Durante fugaces momentos, el sonido de frenéticos movimientos de pequeños seres se apreciaron fuera del círculo de luz. Kylan debía entonces activar la visión térmica para asegurarse de la procedencia de aquellos ruidos.

Así, tranquila, la noche transcurrió sin más detalles ni sobresaltos. Kylanfein cedió su puesto a Duras, para que éste lo hiciera horas más tarde con Dyreah.

La semielfa despertó asustada de un profundo sueño, con gran pesadez en todos sus miembros. No parecía haber descansado mucho; al contrario, se encontraba más agotada que cuando se acostó. El elfo se aseguró de que ella se despejara adecuadamente y la abandonó en el misterioso y siempre velado manto de la noche.

Dyreah se sentó sobre sus mantas y dejó descansar su cabeza entre los brazos unos segundos mientras desaparecía el breve mareo que había sufrido al despertar. Finalmente levantó la cabeza y sintió como el frío viento mecía suavemente su cabello y lo hacía volar en el aire.

La luna brillaba por su ausencia en la bóveda celeste, y sus compañeras estrellas tampoco se habían dignado a aparecer en aquella ocasión. La negrura era tal que ella dudaba de poder distinguir su propia cara de encontrársela de frente.

Las maderas amenazaban con consumirse de forma absoluta en los rojos rescoldos de la hoguera, por lo que la fémina puso dos troncos más al fuego. Éstos chisporrotearon con ferocidad, reacios a prender por la humedad que albergaban en su interior, pero tras unos segundos accedieron a quemarse.

El tiempo fue pasando con desgana, y el aburrimiento de la mestiza fue creciendo a la par. Sus ojos verdes destellaban con intensidad al incidir sobre ellos las débiles llamas de la fogata. Sus inquietos dedos jugueteaban con cualquier cosa que se pusiera a su alcance. Se frotó con fuerza los brazos con las palmas de las manos tratando de entrar en calor. Un leve tintineo acompasó sus movimientos.

La pulsera de ámbar de su muñeca parecía brillar con su propia luz anaranjada. Sus engarces dorados respondían a la iridiscencia, aportando su tono amarillo metálico al conjunto. Dyreah deslizó sus dedos por la extraña y compleja artesanía que conformaba la joya, mas al contrario que en otras ocasiones, no sentía desesperados deseos de quitársela y librarse de ella de una vez por todas, sino que su presencia parecía confortarla en medio de la oscuridad.

La medio elfa calculó que quedaría cerca de una hora y media para que despuntara el sol por el horizonte. Era mucho tiempo aún y no se sentía muy bien. Unos fuertes mareos comenzaron a alterar la conciencia de la fémina y una poderosa sensación de vértigo creció en su estómago, provocándole náuseas y una desagradable angustia.

No sabía que la podía estar pasando. Su vista se enturbiaba por momentos y un potente pitido retumbaba en sus oídos. Entonces lo supo con certeza: estaba siendo víctima de un ataque mágico.

Abrió la boca para alertar a sus compañeros, mas otra náusea revolvió su estómago en dolorosos ataques espasmódicos, antes de desplomarse sin sentido sobre las mantas. Un hilillo de sangre brotó de sus labios y se deslizó hasta la barbilla.

Poco después, una figura recorrió furtivamente el campamento y, tras haber cumplido su cometido, se marchó sigilosa.

sep

—¡Dyreah! ¡Despierta, Dyreah!

La mestiza fue recobrando lentamente la consciencia, como respuesta a las insistentes llamadas. Fue levantando los párpados con pesadez y la recibieron los rayos dorados del sol de la mañana.

Kylanfein y Duras se hallaban arrodillados a su lado. El medio hykar estaba frente a ella, intentando hacerla reaccionar, en tanto el elfo acomodaba su cabeza entre los brazos.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Kylanfein. Se leía en su rostro que estaba sinceramente preocupado por su estado. Ella trató de esbozar una sonrisa, mas una áspera y seca tos se agolpó en su pecho—. Toma, bebe un poco.

El semihykar le tendió un odre de agua. La fémina se incorporó despacio, luchando con el lacerante dolor de su estómago. Se llevó la bolsa a los labios y bebió un corto trago para humedecerse el paladar. Un sabor dulzón se mezcló con el agua y tuvo que escupirla. Se limpió los labios con el dorso de la mano y observó que el agua se había teñido del color carmesí de la sangre. Dyreah miró a Kylan, desconcertada.

—Has sufrido heridas internas, aunque no hemos podido descubrir señal alguna en tu piel, como cortes o hematomas —le explicó el mestizo.

—Fue un ataque mágico… —susurró con voz afónica la guerrera.

—¿Estás segura de ello? —inquirió Duras alertado.

—Sí. Fue aproximadamente una hora antes del amanecer —explicó la medio elfa, adquiriendo más potencia en su voz—. Me vinieron mareos y un aguzado dolor, como una lanza, que me perforó las costillas. Traté de avisaros, pero perdí el sentido antes de poder hacer nada. ¿Tenéis idea de quién ha podido ser?

—Sí —musitó Kylan en un decepcionado convencimiento—. Duras y yo hemos llegado a la conclusión de que fue Airishae quien te atacó.

—¡Esa maldita zorra! —exclamó airada la semielfa, interrumpida por un súbito ataque de tos—. ¿Por qué razón lo hizo ahora?

—No lo sé —se disculpó el mestizo—. Cuando despertamos ella ya había desaparecido del campamento, junto a todas sus pertenencias y su caballo. Es posible que esperara a la noche para escapar y aprovechara que era tu turno en la guardia para desquitarse contigo.

—Es muy posible que haya sido así —confirmó la fémina con un evidente gesto de odio en la cara.

—No te preocupes. La encontraremos y le haremos responder por sus actos —señaló Kylanfein tratando de animarla.

—Por supuesto —respondió lacónicamente la guerrera, aunque el medio hykar no había comprendido realmente sus sentimientos respecto al asunto; no deseaba tenerla cara a cara para requerirle una falsa disculpa, sino que preferiría que no la hallaran nunca más. Esto la satisfaría en mayor medida.

Dyreah apartó las mantas de su cuerpo y estiró las piernas antes de intentar levantarse. Los músculos estaban agarrotados por la postura forzada, mas con un poco de suave ejercicio volverían a recuperarse de inmediato. Duras, en vistas de que ya no se le necesitaba, se alejó de allí para preocuparse de sus propios asuntos.

La semielfa le pidió la mano a Kylan para apoyarse en él y se puso en pie, no sin ciertas dificultades.

—¿Crees poder montar a caballo? —se interesó el oscuro guardabosques.

—Sí, creo que sí —contestó ella quitándole importancia—. Estoy un tanto deslumbrada y torpe en mis movimientos, pero una vez que esté sobre la silla, será él quien haga todo el trabajo.

—Muy bien —comentó el semihykar al comprobar la entereza de la mestiza—. Duras me ha informado que las huellas del caballo de Airishae están bastante frescas y serán fáciles de seguir. En cuanto te veas en condiciones, partiremos en su búsqueda.

—Está bien —accedió la fémina—. Permitidme entrar un poco en calor y comer algo y saldremos enseguida.

sep

La temperatura fue gradualmente subiendo en tanto el sol culminaba su trayectoria en lo más alto del cielo. Era mediodía y el grupo todavía estaba siguiendo el rastro de la hykar fugitiva.

Duras desmontaba cada cierto tramo recorrido y examinaba con minuciosidad las huellas de los cascos del caballo de la elfa de la sombra. Éstas se alejaban hacia el sur, pero no paralelas al camino de Tanen, sino penetrando al Este hacia los bosques de Sin-Tharan. Los lindes de la salvaje floresta se hallaban a una extrema distancia de la carretera que unía las tierras septentrionales con las meridionales, por lo que no les preocupaba la posibilidad de que la elfa de la sombra buscara refugio en los densos bosques de los elfos.

Continuaron cabalgando durante otra hora. El calor era terrible y los cuerpos tanto de los integrantes de la compañía como de sus monturas sudaban copiosamente. El Astro Rey ejercía mayor poder en aquellas áridas tierras anaranjadas, donde existían escasos lugares donde cobijarse de su implacable intensidad. Pequeñas erupciones graníticas surgían en la tierra salpicando el piso de manchas, como aviso de su cercanía a las estribaciones rocosas de las cordilleras situadas entre las montañas del Hacha Afilada y las Cumbres Astilladas.

Los herrados cascos de los caballos golpeaban ruidosamente sobre el duro suelo de guijarros y, frecuentemente, pequeñas aristas de roca se clavaban en sus pezuñas provocándoles notorias cojeras. Las aguzadas piedras eran inmediatamente extraídas de las patas de los equinos, antes que abriesen serias heridas en su piel.

Recorrieron unas cuantas horas más en tan duras condiciones, hasta que el elfo anunció que sería difícil seguir el rastro. Los cascos no dejaban marca alguna en la sólida roca y, por tanto, Airishae podría haber optado por tomar diferentes direcciones.

—Entonces, no tenemos otra elección que separarnos en dos grupos —aconsejó Kylanfein, reacio a poner en práctica sus palabras y apartarse de Dyreah, pero conocedor de que era la única opción viable en aquellas circunstancias—. De esta forma podremos cubrir mayor cantidad de terreno.

—Sí, será lo mejor si deseamos hallarla pronto —apuntó Duras pensativo.

Dyreah estaba nerviosa de permanecer al margen de la conversación, así que decidió intervenir.

—¿Cómo nos separaremos? —se interesó la semielfa.

—El mestizo y yo iremos por separado —sentenció el elfo con vehemencia, lanzando una apreciativa mirada a su compañero. Éste la devolvió con un gesto de conformidad por su parte—. Dyreah, tú acompañarás a uno de los dos.

La semielfa se disponía a protestar por no contar con su opinión, mas Kylan se anticipó a sus pensamientos.

—En tu estado actual no podemos permitir que sufras una recaída —explicó el medio hykar con dulzura—. Eso podría ser fatal.

La fémina, falta de argumentos con los que rebatir la observación de su compañero, se encogió de hombros, vencida.

—Yo iré solo, en tanto tú viajas con el elfo —continuó Kylan dirigiéndose a la mestiza—. Airishae estaba bajo mi responsabilidad, así que es mi obligación traerla de vuelta para que responda por su crimen, o tendré que admitir yo la culpa en su lugar.

—Estoy de acuerdo —afirmó Duras con frialdad—. Si nuestra búsqueda fracasa, nos encontraremos dentro de tres lunas en la boca de los Dientes del Trueno.

—Así será. Volveremos a vernos al tercer día a partir de hoy —se despidió Kylanfein. Azuzó a su montura y pronto se alejó del resto del cada vez más reducido grupo.

El elfo volvió grupas a su corcel y llamó a la mestiza, que observaba abstraída la partida del semihykar.

—Vamos, Dyreah —obtuvo su atención el elfo—. Tenemos trabajo que hacer.

La semielfa asintió con un cabeceo y cabalgó tras Duras, no sin antes lanzar una última mirada a su espalda.