23
DESAPARICIONES
Garganta del Lobo, año 242 D. N. C.
Tras dos días de apresurada marcha, descansando en cortos períodos de tiempo y tomando frugales comidas, la compañía optó por relajar su marcha, sintiéndose finalmente seguros en la profundidad de la espesura.
Una débil llovizna hizo anuncio del día. El chaparrón sólo asustó por la posibilidad de que fuera el preludio de una tempestad, mas pronto se difuminaron las nubes de tormenta. El sol tomó la iniciativa en la bóveda celeste y poco después la humedad dio paso a una suave y cálida temperatura.
Un amplio arco iris nacía en el horizonte, sobre la cima de las montañas que se divisaban al frente y se escondía con menor definición tras ellos.
Kylanfein sintió en el momento todo el agotamiento de los dos días anteriores y, dejando caer su saco, se sentó junto a la base de un amplio y robusto árbol.
Dyreah tomó nota de la acción de su compañero y lo imitó a unos pasos de él. No obstante, advirtió como la mirada de Airishae seguía sus movimientos y su rostro se crispaba por su proximidad al mestizo. La elfa de la sombra apresuró sus pasos y se colocó junto a Kylanfein, no sin antes esbozar una dura mueca en la que se podían sobreentender sus palabras no pronunciadas: no te acerques a él; es mío.
La semielfa, no queriendo provocar una disputa en aquel momento, hizo caso omiso del desafío lanzado por la hykar y se volvió para hablar con Duras.
—¿Sabes dónde nos encontramos? —preguntó la mestiza totalmente desorientada en aquellos bosques.
—Hemos avanzado nuestros pasos hacia el noroeste de Moonfae —aseguró con vehemencia el elfo—. Nos estamos alejando de nuestro destino, si es que ese semihykar no nos ha mentido —puntualizó intencionadamente Duras arrojando una fría mirada hacia Kylanfein.
—No —respondió precipitadamente ella. Al instante se dio cuenta de su exclamación al ver una media sonrisa en el rostro de Duras—. No, él no nos ha mentido. Lo sé —añadió en un susurro.
—Confías demasiado en él, ¿no te parece? —opinó ambiguamente su compañero.
—Sí que lo hago, y tú también lo harías si tus prejuicios no velasen tus ojos —reprendió con fuerza la medio elfa.
El elfo pareció sentirse herido y la semielfa deseó al punto no haber dicho aquellas palabras con tanta acritud.
—Duras, siento haberte hablado así —trató de disculparse ella, buscando los ojos del guerrero—. Estoy nerviosa por todo esto, el viaje, la huida del poblado…
—No, Dyreah —la interrumpió Duras con suavidad, tomándola la mano y guardándola entre las suyas—. No eres tú quien debe disculparse, sino yo. Has estado muy acertada al indicar que son mis propios sentimientos los que no me dejan ver con claridad.
»Cada circunstancia que surgía ante mí la observaba con suspicacia y recelo, pero esto era antes de conocerte —explicó bajando la voz y fijando la mirada en el suelo. El elfo bajó una mano hasta el polvo del terreno y comenzó a deslizarla sobre la arena—. Cuando te vi, allí, en los Grandes Bosques, desvalida y sin ninguna esperanza, la vida volvió a mí con una nueva fuerza que no debía ignorar. Tú serías el puente que me permitiría atravesar mi mundo de sombras para intentar volver de nuevo a la luz. Tú me concediste tu confianza sin ningún tipo de condición ni rechazo y yo no pude menos que hacer lo mismo.
»A ti te debo haber vuelto a esta vida, y si tú crees que no tengo auténticos motivos para desconfiar, haré cuanto pueda para olvidar mi anterior odio y trataré de juzgar con imparcialidad —sentenció el elfo con una sinceridad que sorprendió a Dyreah.
La semielfa no supo contestar con palabras la emocionada fe del elfo, así que no pudo más que apretar su mano con la de él.
A unos diez pasos de donde hablaban los dos herederos élficos, Kylan trataba de escuchar o comprender la conversación que se desarrollaba con tanta intensidad entre Dyreah y Duras. Fuera lo que fuera que estuviese ocurriendo, no le gustaba en absoluto.
Por otra parte, Airishae no iba a permitir perder su puesto de privilegio en la atención de Kylan. Tampoco iba a tener reparos en recurrir a cualquier artimaña para lograr sus propósitos.
Se acercó lentamente con movimientos elegantes muy estudiados y se dispuso frente al semielfo de la sombra, impidiéndole seguir la situación de la mestiza. Clavó sus ojos rojizos en los del guerrero y adoptó una pose tanto de comodidad como de despreocupada seducción.
—Ky —comenzó la hykar con dulzura—, cuéntame más cosas de ti.
—No hay nada que decir que merezca la pena —replicó con modestia Kylanfein, remiso a creer que su vida le pudiera interesar a la elfa de la sombra.
—No hables así —recriminó con suavidad ella, posando su mano sobre la pierna del mestizo—. Deseo conocer a quien me salvó y me ofreció el refugio de su amistad y guía en este extraño mundo exterior de la Luz.
El joven guerrero no tuvo energías para rebatir las palabras de la hykar y consintió con un cabeceo.
—Sé que no has nacido en Hyneth, en el Inframundo —confirmó la hechicera con seguridad—. En tus ojos aún se ve un brillo que habría desaparecido de haber crecido en el maniático y frenético ambiente que rodea sus ciudades. ¿Dónde se encuentra realmente el paraje que tú llamas tu morada?
—Existen dos lugares que considero mi hogar —explicó Kylanfein con nostalgia—. El primero son los frondosos bosques vírgenes del norte, plena expresión del mundo de la Luz. El segundo es Alantea, la ciudad del Conocimiento y la Tolerancia. Allí está mi familia y las personas que llamo mis amigos, donde me he sentido por primera vez uno más con el resto de los habitantes de tan esplendorosa urbe. Nadie me distinguía por el color de mi piel ni hablaba por ello a mis espaldas —recordó con lástima el medio hykar.
—Pero tú no eres uno más entre ellos —indicó con fuerza Airishae—. Eres mucho más que cualquier ser humano y debes aprender a apreciarlo. Sangre hykar corre por tus venas y esto te hace superior al resto de los hombres.
—No estés tan segura —respondió Kylan con amargura en su voz—. Tal vez te pueda parecer que la raza de los elfos de la sombra sea la estirpe de mejores guerreros y mayor nobleza, mas cuando lleves algún tiempo conviviendo en el exterior sabrás que no es más que una maldición insalvable.
Airishae hizo una profunda pausa para asimilar las duras palabras del mestizo. Luego continuó.
—No voy a discutir tus opiniones, pues tú conoces este extraño mundo y yo no tengo pruebas que mantengan mi postura —dictaminó con resolución la fémina—. Pero lo que repito que debes comprender es que eres alguien especial y, aunque otros puedan decir lo contrario, yo no cambiaré mi parecer ante ninguna razón —la maga estiró sus largos y esbeltos dedos de ébano y acarició la mejilla del varón.
Su tacto era caliente, incluso abrasivo, y un incontenible escalofrío recorrió la espalda de Kylan.
La elfa de la sombra se levantó de su asiento frente a Kylanfein y se encaminó unos pasos en el bosque.
El guerrero, bajando la cabeza hacia el refugio de su capucha, se detuvo a pensar en la conversación. Lanzó de soslayo una mirada hacia Dyreah y al verla aún hablando con el elfo, sintió una abrumadora mezcla de celos y cólera que, con un brusco salto de la sombra del pino, le hizo internarse en la espesura tras los pasos de Airishae.
Su abrupta salida fue seguida por el resto de la compañía con distintos pensamientos. Una mirada fría cruzaba los ojos de Duras Deladar, en tanto que Dyreah sentía preocupación y una inexplicable veta de miedo acudía a su corazón cuando oyó las pisadas de Kylan alejándose del lugar.
Por su parte, Riddencoff, ajeno a cualquier circunstancia que sucediese entre los miembros del grupo, correteaba incansable apareciendo y desapareciendo entre los grandes troncos de los árboles, con sus pergaminos volando al viento y con una desgastada pluma sin tinta en la mano.
El semihykar creyó ver una sombra que escapaba a su visión tras unos tupidos helechos de gran altura. Adelantó sus pasos con seguridad, pero nada encontró cuando llegó.
Pensaba darse la vuelta y continuar buscando por otro lado, mas se percató de las huellas dejadas por alguien de cuerpo ligero y de ágiles pasos, que tras avanzar unos pasos en la espesura desaparecían de forma extraña y misteriosa.
Ahora caminaba lentamente, agazapado, buscando con cautela el origen de aquel inexplicable suceso, en tanto trataba de discernir cualquier rastro con el resto de sus sentidos.
Un temblor acudió a su cuerpo cuando notó que estaba siendo observado. Sacudió la cabeza de un lado a otro para tratar de despejarse e intentar localizar la posible situación del camuflado espía, mas no logró nada en absoluto.
Mayor fue su asombró al ver frente a sus ojos como una porción del bosque avanzaba directamente hacia él. Alargó su mano hacia la empuñadura de su espada. Sin embargo, aquel ser fue mucho más rápido y pronto contactó con el cuerpo del mestizo.
Kylanfein trató de eludir a aquella cosa, mas aquella figura aumentó la presión y logró derrumbar al medio hykar sobre la salvaje maleza que cubría el piso.
Justo en el momento en que el semielfo de la sombra se disponía a utilizar sus puños para tratar de apartarse, el ser apartó la hojarasca que componía lo que parecía ser una capucha y ante Kylan apareció el exquisito rostro de piel oscura y ojos plateados de Airishae.
—Bésame —musitó la hykar.
Kylan, desconcertado, quedó inmóvil y con la boca ligeramente entornada, circunstancia que aprovechó la elfa de la sombra para acercar su rostro al del guerrero y posar sus labios en un ardiente y desbocado beso.
Varias preguntas e inquietudes llegaron a la mente del joven mestizo, mas pronto se difuminaron al abandonarse a las cálidas exigencias de una sensual y voraz Airishae.
Los brazos de la fémina se enredaron como veloces zarcillos rodeando y apresando el torso del semihykar. Sus dedos, largas y ágiles sierpes, jugueteaban suave y pausadamente con su indefensa presa. Su lengua, un hábil depredador que exploraba con deleite y placer la húmeda boca del varón. Unas ávidas caricias que fueron progresivamente ganando en pasión e intimidad cuando superaron la frágil frontera de las vestiduras.
No obstante, la pasión pronto dio paso a un crudo remordimiento.
Kylan comprendió su error. Había dado rienda suelta a sus instintos más primarios, llevado por el placer de tomar el fruto que la hykar le había ofrecido sin reservas.
«¡No volverá a suceder!», se decía el medio elfo de la sombra mientras se apartaba de Airishae y abandonaba la zona de hierba prensada bajo el peso de sus cuerpos. «¡No volverá a suceder! ¡Jamás!».
Sus decididos pasos le dirigieron de nuevo hasta el claro donde la compañía había iniciado su descanso. Allí permanecían Duras y Dyreah, ahora cada uno por su lado, poniendo en orden sus pertenencias.
Ambos se giraron hacia Kylanfein a su llegada. El medio hykar no pudo menos que tratar de bajar la mirada para tratar de escapar de los profundos ojos verdes de la semielfa, que parecían capaces de perforarle hasta lo más hondo y descubrir su fatal e imperdonable falta.
La mestiza guardó silencio ante la falta de conocimiento de lo ocurrido. No obstante, si captó una profunda turbación en el guerrero y un comportamiento un tanto extraño, mas lo dejó estar y nada preguntó.
Uno o dos minutos después también apareció Airishae en el cerco del claro, aunque su semblante no parecía melancólico como el del joven mestizo, sino que irradiaba esplendor y sus ojos brillaban con una chispa de triunfo.
Los fluidos y elegantes movimientos de la mujer hykar tomaron rumbo al saco donde guardaba sus escondidas pertenencias y guardó un pequeño saquillo en su interior, mientras parecía camuflar sus actos interponiendo su cuerpo a modo de pantalla.
Asimismo, Dyreah se percató de que el elfo también había apreciado las furtivas acciones de la hechicera. Pero Duras hizo caso omiso de lo visto y prosiguió con su tarea.
La semielfa se aproximó lentamente a Kylan para trazar la ruta hasta su destino, mas notó un cierto distanciamiento en el medio hykar, como si hubiese deseado escapar de allí. Alcanzó la situación del joven guardabosques y agachándose frente a él, se dispuso a hablar.
—Duras y yo hemos estado discutiendo sobre qué camino tomar para viajar al sur, hacia Adanta —comenzó ella.
Kylanfein escuchaba las palabras de la mestiza, mas mantenía la cabeza gacha. Asintió con un gesto.
—Nos hallamos más al norte de Moonfae, en la linde de la Garganta del Lobo —prosiguió la semielfa—, y según Duras, si avanzamos al noroeste encontraremos un puente por el que podremos vadear el Niaman.
»Un viejo camino de carretas nos conducirá de nuevo a la vía principal que lleva hasta los Dientes del Trueno —explicó—, aunque será a unas cuantas jornadas más adelante de los límites de la región. Con esto despistaremos a quienes nos puedan estar persiguiendo —se adelantó Dyreah con expresividad.
—Me parece bien —murmuró Kylanfein en un tono apenas audible que finalizó la conversación.
El semihykar se volvió a refugiar en las tinieblas de su larga capa, en tanto la medio elfa volvía confundida a sus tareas.
En ese momento se manifestó el ladronzuelo en el claro a toda carrera. Llevaba sus llamativas ropas aderezadas con un amplio abanico de hojas secas que le trepaban hasta su castaño y largo copete.
—¡Eh! ¡Todos! —gritaba Rid en un tono alarmantemente alto—. ¿Dónde estáis? Ah, estáis ahí. ¿A que no sabéis qué he visto explorando por allí? —comentó exaltado señalando con su pequeño dedo hacia el interior de la floresta.
Sus compañeros no parecieron prestarle mucha atención, ocupados en sus propios problemas, mas esto no importó al despreocupado hombrecillo que continuó pertinaz con su relato.
—Andaba buscando alguna torre escondida en el bosque o cualquier otra cosa olvidada —continuó el hombrecillo—, cuando estando yo completando mi mapa de la región, apareció en el aire la figura de un hombre extraño…
—¿Hacia dónde vamos ahora? —interrumpió Airishae ignorando la narración de Riddencoff.
La elfa de la sombra hizo acopio de sus pertenencias e hizo intención de querer marcharse pronto de aquel lugar.
—Vamos al norte —la replicó con igual frialdad Dyreah—, pero aún no.
—Y si yo digo que aquel hombre era extraño, es que era extraño —intentaba hacerse oír Rid sobre el cruce de palabras de las dos féminas—, porque las llamas que rodeaban su figura me provocaban una curiosa sensación que…
—¿Y por qué al norte? ¿No se supone que nuestro destino está en el sur? —arguyó recelosa la hykar, sin ninguna intención de suavizar sus ponzoñosas maneras que pronto desencadenarían en otra pelea.
—Iba vestido con una larga túnica de brillantes e ígneos pliegues —continuó sin dejarse amilanar el ladronzuelo— y su cara permanecía oculta por una capucha y…
—Porque si continuamos un poco más al norte encontraremos un camino que nos evitará tener que acercarnos a Moonfae —dictaminó con vehemencia la mestiza, segura de sus palabras.
—¿Y por qué tendríamos que alejarnos de la villa? —cuestionó Airishae dirigiendo una mueca de mofa a Dyreah—. Nadie estaba arrestado y se nos permitió luchar por nuestras vidas. No hay ningún motivo por el que tuvieran que perseguirnos.
—Y ese tipo se acercó a mí con pasos lentos y elegantes —sonaba la estridente vocecilla del hombrecillo que daba brincos para ganarse la atención de sus compañeros, sin ningún éxito— hasta que se puso a mi altura (bueno, no a la altura que yo tengo, por supuesto, para eso tendría que agacharse), sino frente a mí y entonces…
—¿Que no hay ningún motivo por el que deberían perseguirnos? ¿Y precisamente tú lo preguntas? —exclamó airada Dyreah poniéndose nerviosa.
En la cara de Duras se reflejaba preocupación por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, mas no pensaba intervenir; al menos todavía.
—¿Acaso no recuerdas que fuiste tú quién hizo explotar una bola de fuego en medio del mercado, provocando la muerte de un mago ambulante y abundantes heridos? —continuó en su juicio la medio elfa.
—Y después de contarme todo aquello se acercó a mí y me agarró de la mano —se escuchaba bajo el clamor de la trifulca—. Pensaba que iba a quemarme, con todas esas llamas alrededor de su piel, pero su tacto era frío y muy, muy desagradable…
—¿Es que tú no defenderías tu vida y la de uno de tus compañeros con los medios que fueran necesarios? —explicó Airishae endulzando su voz y dirigiendo una apreciativa mirada a un Kylan que aún permanecía consternado por lo sucedido con anterioridad—. Esto dice mucho de ti, mestiza.
—Entonces en ese momento intentó quitarme el dije de la palma y una lluvia de chispas de brillantes colores lo hizo retroceder bruscamente hasta que…
—Sí, por supuesto. ¡Y también habla mucho de ti el hecho de que asesinaras a sangre fría a los guardias que guardaban la parte trasera de la prisión y ocultaras sus cuerpos! —acusó con fiereza Dyreah.
Ante estas palabras Kylanfein abandonó el estado de melancolía en el que estaba sumergido y rebosó incredulidad.
—¿Pensabas que nadie lo advertiría? —cuestionó la semielfa—. ¡Pues yo sí!
—¿Es eso cierto, Airishae? —inquirió alarmado el semihykar—. ¿Los mataste?
Las palabras del semielfo de la sombra flotaron sobre el húmedo aire del bosque hasta que, lentamente, fueron arrastradas por el rumor del viento.
—Sí, lo hice —masculló la elfa de la sombra bajando la mirada en tanto un gesto de satisfacción se pintaba en el rostro de Dyreah—. Sí, Ky, tuve que hacerlo. No me quedó otra alternativa.
»Me escondía tras un grupo de frondosos árboles, observando a los dos soldados que custodiaban aquella zona. En un principio pensé en ejecutar sobre ellos un hechizo de sueño que los dejara incapaces de detenernos mientras nos escapábamos. Pero, entonces, uno de ellos que permanecía oculto tras unos árboles, me sorprendió y dio la voz de alarma —su voz sonaba convenientemente titubeante y asustada.
»Los tres se abalanzaron sobre mí con las espadas desenvainadas gritando que me iban a matar y también al otro hykar que se hallaba prisionero en la celda —la hykar mantenía un tono bajo y atormentado en sus palabras y por un momento se mordió con fuerza su labio inferior en un gesto de rememorada furia—. Esto me hizo reaccionar con tanta rabia que invoqué un poderoso conjuro de viento que los lanzó con gran fuerza contra el muro y al tiempo abrí una brecha por la que pudisteis salir.
»No deseaba matarlos, Ky, pero tenía que hacerlo. No podía permitir que te hicieran daño.
Un velo de exasperación envolvió claustrofóbicamente a Dyreah.
«No puedo creer que cuente con tanta soltura y fingido dolor tamañas mentiras», se decía la semielfa en agobiante silencio. Mayor fue su desesperación cuando sus incrédulos y exaltados ojos verdes vieron cómo Kylanfein perdonaba a la hykar con la miraba y le ofrecía su hombro para consolarla.
—Lo que no entiendo es por qué se preocupaba tanto por este abalorio —relataba aún Riddencoff, ocioso en el transcurso de su historia—. No es más que una filigrana dorada, que dudo que sea de auténtico oro y que si le dices que te lleve a otro mundo, aunque te inventes el sitio, como por ejemplo, llévame a Fearanlaer, la mitad de las veces no te hace ningún caso.
Rid jugueteaba despistado con su dije cuando se percató de que los ojos de todos estaban fijamente clavados en él. El pequeño personaje se mostró agradecido de que su aventura fuera finalmente reconocida —aunque tarde— y se dispuso a esbozar una reverencia que detuvo en la mitad de su descendente trayectoria.
Un denso resplandor brotaba de la joya de su mano y poco a poco también lo iba cubriendo a él. Sólo pudo expresar unas palabras inarticuladas antes de desaparecer por completo.
—¡Anda! ¡Funciona! Bueno, chicos, ¡hasta pronto! ¡Deseadme buen viaj…!
La sorpresa de la compañía dio paso a incertidumbre en la hykar. Se apartó lentamente del resto del grupo y tomando la bolsa de sus pertenencias, comenzó a esbozar unas silenciosas salmodias.
—¿Dónde demonios está? —gritó Duras claramente alterado por la súbita desaparición de Rid.
—Se ha ido —explicó Kylanfein con voz queda.
—Eso ya lo sé, ¡maldita sea! —exclamó acalorado el elfo—. ¿Pero a dónde? ¿Y cómo?
—Eso no lo sabremos, a no ser que vuelva —añadió el mestizo—. Se ha ido tal y como vino, insólitamente y sin avisar.
—¿Qué sabes de todo esto, Kylan? —preguntó más tranquila Dyreah.
El semihykar consideró sus próximas palabras y contestó a Thäis.
—Poco sé de Riddencoff, sólo lo que pude entender de sus enmarañadas historias —aclaró Kylanfein—. Por lo que pude comprender, Rid es nativo de otro mundo, Turdan lo llama, y él pertenece a una raza desconocida aquí en Aekhan. El suyo es un pueblo de nerviosos y llamativos vagabundos, caracterizados por su desenfadada forma de ver las cosas y por su capacidad de rellenar sus saquillos con múltiples objetos sustraídos a quienes les rodean —señaló con una media sonrisa.
»Por lo que me contó —continuó el medio elfo de la sombra—, él deambulaba un buen día por una ciudad de su mundo, Antae creo que dijo, cuando se encontró con un brujo al que le arrebató el curioso abalorio que lucía en la palma de su mano. Entonces, al intentar el hechicero recuperar lo que era suyo, Rid desapareció en una cortina de luz que lo trajo aquí. Una exótica historia a la que no presté demasiada atención, mas es bastante coincidente con lo que acaba de ocurrir ahora.
Durante unos segundos se reflexionó sobre el comentario del semihykar.
—Esto explica muchas cosas —afirmó el elfo—, mas no aclara dónde ha podido ir esta vez.
—Puede que de vuelta a su mundo o a otro diferente —apuntó Kylan—. No lo sabremos nunca.
—¡Pues yo sí sé algo! —indicó colérica Airishae acercándose hacia los otros tres—. Ese diminuto ladrón no se halla por los alrededores ni se ha vuelto invisible, ¡pero sí se ha llevado consigo uno de mis componentes mágicos!
—Sin duda fue su última actuación antes de marcharse —confirmó Kylanfein, seguro de su culpabilidad—. Ya nada nos retiene en este claro, así que propongo que reanudemos nuestro viaje, sea por el camino que sea —estas últimas palabras iban dirigidas a las dos féminas, en especial a la elfa de la sombra.
—Estoy de acuerdo —concedió Airishae observando a la mestiza como si con ella no fuera el asunto—. No nos retrasemos más.
Dyreah se puso tensa. Sus nudillos, blancos por la crispación, amenazaban con descargarse en un rápido puñetazo contra la hykar; y lo hubiese lanzado, si no la hubiese sujetado con firmeza Duras por el brazo.
El elfo la indicó con un cabeceo que no merecía la pena y la apartó del resto de la compañía. Kylanfein, por su parte, también se llevó con él a la elfa de la sombra para evitar mayores enfrentamientos y problemas.
Cada uno recogió sus pertenencias en un gélido e impertérrito silencio y reanudaron su camino.
—¡Señor! ¡Parece que han tomado el camino hacia el norte!
El experimentado rastreador semielfo volvió sobre sus pasos en una rápida carrera entre los altos y espesos arbustos hasta el puesto de guardia.
Se acercó al caballo que montaba el militar encargado de dirigir la busca y captura de los asesinos, el capitán Gunthar, y le expresó su confiada opinión.
—Capitán, las huellas y demás señales indican que permanecieron reposando en este claro durante un corto espacio de tiempo —expuso con total seguridad el mestizo—, aunque la ausencia de restos de una hoguera precisan que no llegaron a acampar.
—Bien, bien —el veterano soldado recapacitó durante unos escasos segundos—. ¿Podrías decir también qué ventaja nos llevan?
—No más de un día y medio —añadió con exactitud el rastreador—, puesto que las huellas son debidas al poco barro surgido por la débil llovizna que cayó la mañana del día antes de ayer. Se dirigen a las estribaciones de la Garganta del Lobo.
»La marcha es bastante tortuosa, con gran abundancia de vegetación crecida. Pienso que les daremos alcance en tres días, cuatro a lo sumo —calculó mentalmente el semielfo de pelo color ala de cuervo—. Aunque nosotros tengamos que detenernos a asegurar las señales, ellos mantienen una forzada jornada a pie en continua lucha con la floresta que los irá agotando progresivamente —ahora el mestizo se mantuvo unos momentos meditando.
—¿Sucede algo más, Zelkos? —inquirió Gunthar algo intranquilo.
—Sí, así es —repuso el explorador con total calma—. Las huellas de los que llegaron aquí pertenecían a cinco individuos. Cuatro de ellas eran ligeras, pertenecientes a la raza élfica, o hykar en este caso, o mestizos. Las del quinto sujeto eran especialmente livianas y pequeñas, de un niño o semejante —acabó el medio elfo.
—Y bien, ¿cuál es el problema? —espetó algo airado el capitán.
A Gunthar no le agradaban en absoluto las maneras del altivo vigilante semielfo, mas se le concedía cierta libertad por su reconocida capacidad de descubrir y seguir cualquier señal en el bosque.
—Pues parece que el rastro del quinto individuo se desvanece totalmente —apuntó Zelkos con sobriedad—. Sus huellas desaparecen en un claro alejado de cualquier árbol, por lo que no es posible suponer que haya trepado a uno, y tampoco existe ningún túmulo donde haya podido ser enterrado su cuerpo. O ha sido llevado a hombros o, simplemente, ha levantado el vuelo —comentó sin darle importancia.
—¡Más magia! —exclamó encolerizado Gunthar—. ¡Malditos sean! Si utilizan la magia, ¿cómo los vamos a atrapar?
—Señor —le interrumpió fríamente el semielfo—, le recuerdo que sólo uno ha escapado y los demás siguen su marcha. Además, al huido ni siquiera le conocíamos.
—¡Tal vez fuera el cabecilla de la banda! —argumentó exaltado Gunthar. El caballo que montaba sentía el nerviosismo de su jinete y cabriolaba agitado.
—¿Un niño como líder? —cuestionó el mestizo—. Permítame que lo dude, señor.
—Bien, sí. No ha sido una idea muy afortunada —reflexionó más calmado el veterano—. ¡Pero es que me saca de mis casillas cómo esos asesinos nos burlaron a todos con su absurda interpretación!
»No debimos dejar la justicia en manos de las gentes —se lamentó indignado por su error Gunthar—. ¡Nosotros somos la justicia aquí, en Moonfae!
—Ése es otro problema, señor —apuntó el medio elfo con su flema habitual.
—¿Otro problema? —exclamó desabridamente el capitán, agobiado por la situación que escapaba lentamente de sus manos.
—Cuando hayamos cabalgado durante una jornada más, nos encontraremos en tierras de nuestros queridos vecinos de Hilson —explicó con un tonillo en su voz queda—. Si nos localizan, pueden tomarlo como una acción hostil por nuestra parte.
—¡Pueden tomarlo como quieran! —se exaltó el veterano—. ¡No pienso dejarlos escapar! ¡Aunque tenga que perseguirlos hasta el mismísimo Infierno!
Gunthar tiró con violencia de las bridas de su corcel, que se encabritó asustado levantándose de manos. Se alejó del claro al galope, dejando tras de sí una amplia estela de polvo.
Zelkos pronto dio la espalda donde estuviera el capitán de la guardia y continuó diligente con su labor.
El mestizo prosiguió buscando pistas y señales en el piso del claro. Los cinco pares de huellas llegaban allá y podía leer en ellas que en realidad el grupo estaba muy fraccionado. No configuraban una auténtica compañía, pues en cuanto la presión y los nervios de la marcha se truncaban en un breve descanso, los fugitivos se distanciaban unos de otros en parejas.
Por lo que suponía, la hykar y el mestizo de hykar se apartaban a trazar sus propios planes, allí, apoyados a la sombra de un gran pino. Por otra parte, el elfo y la semielfa hacían lo propio en la otra esquina, sentados en el tocón de un viejo árbol.
El pequeño desaparecido debía constituir el explorador del grupo, pues pronto se había perdido en la espesura, lejos de los demás.
Zelkos se aproximó al tocón de madera y se arrodilló en el sitio. Estuvo tanteando con sus manos unos momentos, ojos avizor. Desgraciadamente sus temores se confirmaron pronto.
En la cercanía del improvisado asiento, se apreciaba una zona del suelo barrida de polvo con unas hebras de hierba desperdigadas sin ningún orden aparente.
El semielfo deslizó su mano sobre la zona borrada y canturreó una alta nota en una lengua ya desaparecida y olvidada. Ante sus ojos, unas chispas doradas bailaron sobre la arena trazando una compleja coreografía de luz.
Unos breves segundos después, una extraña runa elaborada con los tallos se distinguía sobre un entramado grabado en el polvo.
«Sí. Duras Deladar estuvo aquí», se decía con seriedad y renacida esperanza el medio elfo. «Pronto te encontraré, maldito seas, y entonces ajustaremos cuentas», expresó antes de pisar con fuerza el símbolo y borrarlo con la suela de su bota.