20
AIRISHAE
Moonfae, año 242 D. N. C.
El ambiente en el interior de la cueva era denso y cálido, de una tibieza que resultaría agobiante a cualquier criatura que no se hubiese criado en el interior de la tierra o fluyera por sus venas sangre del Inframundo.
Tal era el caso de los dos habitantes temporales de la caverna.
La elfa de la sombra ponía en cierto orden sus pensamientos en el resguardo de las sombras. Entretanto, el semihykar mantenía fija su atención sobre ella.
Finalmente, ella comenzó.
—Mi vida transcurrió entre las difíciles tradiciones que gobiernan la vida de un hykar.
»Nací en el seno de la familia Zin Nian’ghan, de Hyneth. Siguiendo los preceptos de Maevaen, mi situación de hija de la matriarca me obligó a seguir la condición de Elegida de la Diosa.
»Así comenzaron mis primeros años en Hyneth. Las pruebas de iniciación eran muy duras, pero nunca consentí que flaquearan mis fuerzas o mi voluntad fuera doblegada. Esto provocó una peligrosa envidia en mis hermanas mayores que veían en mí un posible peligro futuro; aunque nunca estuvo entre mis ambiciones el alcanzar el grado de Alta Devota de Maevaen.
»Sutiles incidentes se prolongaron durante mi reclusión, mas siempre estuve atenta para esquivar los funestos accidentes que se cruzaban en mi camino. Mi repugnancia creció el día que fui obligaba a tomar un cuchillo ceremonial para ofrecer la vida de un indefenso esclavo thogûn en honor de la suprema gracia de Maevaen. Mi duda en el momento de la ejecución me acarreó fuertes castigos que deberían haber debilitado mi conciencia. No lo consiguieron. Me endurecieron.
»La monotonía diaria se prolongó durante meses y años, entre rezos, ruegos y alabanzas a la suprema gloria de la Diosa. Y mientras nos hacían temer la ira de Maevaen, los varones y demás sirvientes aprendían a temernos a nosotras.
»Por increíble que parezca, en aquel viciado y caótico ambiente descubrí una auténtica amistad. Ella era otra novicia también allí recluida en su iniciación. La conocí cuando su hermana mayor se disponía a descargar el poder de su varita mágica sobre ella. Ella, indefensa, no podía reaccionar, pero yo sí. Tomé una daga entre mis manos y la clavé en la espalda de la hechicera, pensando que una aliada podría beneficiarme en el futuro. Mas no fue así.
»La gratitud se transformó en amistad y pudimos descargar nuestras inquietudes una con la otra. Me enteré de que ella también padecía las terribles dudas que me acompañaban desde hacía muchos años y esto me tranquilizó de sobremanera al saber que no era la única que no aceptaba los preceptos de Maevaen.
»Un día, un extraño acontecimiento provocó mi total deseo de abandonar mis creencias y adoptar otras muy diferentes. Se celebró un imprevisto juicio, o sacrificio, según se mire. Las Altas Devotas de la familia habían descubierto a una traidora a la Diosa entre ellas. Adoraba a Anaivih y no escondía su devoción.
»En el juicio ocurrió un hecho insólito: se le permitió a la hereje la oportunidad de defenderse de los cargos que se le imputaban. Luego me daría cuenta de que era otro medio de culpabilizarla y utilizar el ejemplo para evitar que la situación se extendiera en la familia. Por esa razón nos permitieron a todas las novicias presenciarlo.
»Fue una auténtica parodia. Las acusadoras, como actrices de teatro, dramatizaban y gesticulaban por cada palabra que surgía de los labios de la traidora. Pronto acabó todo.
»Como estaba dispuesto desde un principio, su fin era claro: moriría al día siguiente después de una ostentosa ceremonia, sacrificada a la Diosa para purgar de su pecado al linaje de los Jaen’Thenaz, al que pertenecía su sangre.
»La Suma Matriarca hundió con sumo placer su cuchillo en el corazón de la sacerdotisa renegada. Aquel día se extinguió su vida, pero no su espíritu. Sus creencias llenaron un frío hueco vacío en mi corazón.
»A partir de aquel suceso brotó en mí la auténtica fe. Rezaba con igual o mayor ardor que las otras acólitas, pero hacia un destino contrario. Zarrah, mi amiga, pronto tomó los mismos preceptos que yo, y ella, aún más ambiciosa, intentó propagarlos entre las otras discípulas. Esto supondría más tarde su fin.
»Llegó el día en que la situación se nos hizo insostenible. Rodeadas de tan falsa adoración y deseos de poder, planeamos nuestra huida de Hyneth. Zarrah descubrió entre los viejos archivos un antiguo y ajado plano hacia la Luz, hasta un desaparecido asentamiento hykar en el exterior.
»Es bien sabido que en el transcurso de los años las galerías podrían haber dejado de existir debido a derrumbamientos, pero teníamos que aferrarnos a algo y así lo hicimos.
»Aprovechamos una incursión en los pasajes subterráneos para iniciar nuestra partida. Éramos tres: Zarrah, Cràis, la novicia a la que había convertido mi compañera, y yo, acompañadas por un destacamento de la milicia. Y el momento de nuestra huida se presentó de improviso.
»Un grito de alarma surgió de entre los hombres avisando de la localización de un grupo armado thogûn adelante. Los guerreros, como uno solo, se separaron en un disciplinado orden rodeando las fuerzas enemigas. Los thogûn fueron masacrados, no sin presentar dura batalla, mas unos pocos lograron huir. Éste fue nuestro subterfugio para la escapada. Ordenamos disponer de sus vidas y nos introducimos en el interior del Inframundo.
»Habiendo recorrido largos túneles, la luz de mi esperanza crecía a cada momento. Una brillante sonrisa aparecía en los labios de Zarrah, una alegría que pronto fue manchada de sangre. Tosió unas pocas veces y se desplomó entre las estalagmitas que crecían del suelo. Tras ella, Cràis esbozaba una mueca de placer, apretando entre sus dedos una daga manchada de rojo carmesí.
»A continuación dio la voz de alarma y se lanzó sobre mí. Aún no sé cómo, pero esquivé la hoja y aparté de un empujón el cuerpo de Cràis, dándome la suficiente ventaja como para correr por el primer túnel que se abrió sobre mí.
»La adoradora de Maevaen debió pensar que el internarme sola en la profundidad del Inframundo sería suficiente castigo para mí, un suicidio voluntario; y no estuvo muy equivocada.
»En mi viaje por los pasajes subterráneos me topé con numerosos peligros que sólo mi habilidad, y el dulce amparo de Anaivih, me permitieron sortear. En mis escasas horas de descanso rezaba a mi diosa para que me otorgara la fuerza necesaria para continuar. Y mis oraciones tuvieron que ser oídas, puesto que hoy estoy aquí.
»Después de largos días de marcha siguiendo el intrincado diseño del mapa, caminaba desalentada y sin esperanza esperando que cualquier monstruo surgiera de un rincón y acabara con mi fútil vida. Entonces noté un cambio en el aire y la oscuridad de la pequeña cueva en la que me encontraba no era tan intensa como la que tenía detrás.
»Avancé lentamente, mi corazón contraído por el miedo, y entonces pude ver las estrellas que brillaban sobre las densas ramas de la copas de los árboles. Caí al suelo, sintiéndome por fin segura y mi consciencia se perdió observando el cálido reflejo de la luna.
»Y cuando desperté, te vi a ti.
Dyreah esperaba impaciente en la barra del bar de El Suspiro del Vagabundo.
Tres días habían pasado desde que hablara con Kylan y tuviera aquel inesperado encuentro con aquel hombrecillo que buscaba con ansiedad al semihykar. Ahora aquel pequeño individuo se demoraba en su llegada y esto afectaba a la de por sí nerviosa mestiza.
La semielfa llamó la atención de una de las camareras para pedir una bebida en tanto llegara el extraño hombrecillo. La joven pelirroja, que días atrás tratara de coquetear sin éxito con Duras, se aproximó en su labor cerca de donde ella estaba y Dyreah le hizo señas para que la atendiera. La camarera se percató de las llamadas y se giró hacia ella.
Su rostro, antes de piel suave y aunque no de bellos pero si atractivos rasgos, aparecía ahora desfigurado por recientes síntomas de malos tratos. La cuenca derecha de su ojo medio cerrado se mostraba morada e hinchada, al igual que su mejilla. Su boca, siempre pícara y vivaz, estaba rígida en una mueca de miedo y honda tristeza y vergüenza, acentuada por el amplio corte en el inflamado labio inferior. La joven agachó deliberadamente la cabeza e hizo caso omiso de Dyreah, apresurándose a desaparecer de su vista en las cocinas de la posada, enjugándose las lágrimas que comenzaban a brotar.
La semielfa quedó confundida por unos instantes por la extraña reacción de la camarera, mas sintió lástima por ella, por lo que fuera lo que le hubiera provocado tan lamentable estado.
—Le tenía que ocurrir tarde o temprano —comentó Bleeda con pesar, al observar la preocupación en la cara de la mestiza.
—¿Qué le ha pasado? —inquirió Dyreah, libres sus palabras de toda curiosidad malsana, sólo afectada por el dolor de la muchacha.
La hospedera, reconociendo estas emociones en su joven cliente, continuó hablando.
—No lo sé, pues ella se niega a contarme nada —admitió con desconsuelo la anfitriona—. Aunque no me hace falta pensar mucho para imaginar que sus descarados flirteos han tenido la culpa de todo.
—Comprendo —asintió la medio elfa y recordó la anterior vez que viera a la camarera coqueteando con el frío Duras.
—Finalmente —prosiguió Bleeda—, sus intentos han recibido su fruto, mas no de la forma en que ella había soñado. Lamento que haya tenido que sufrir la lección más dura para aprender de sus errores.
La hospedera recibió el aviso de uno de los parroquianos y retornó de inmediato a sus quehaceres, dejando a Dyreah sola con sus pensamientos.
Algunos minutos después, la joven trató de borrar este suceso de su mente y centrarse en sus propios asuntos.
Tres largas noches había pasado meditando y pensando sobre lo que le dijera Kylanfein aquel día en la cueva, y por fin había tomado una decisión; por esto deseaba llegar pronto a la cueva.
No le gustaba incumplir su palabra, pero la mañana estaba ya muy avanzada y no estaba dispuesta a esperar más. Apuró de un trago el contenido de su copa y se dispuso a abandonar el local.
Casi le dio en la cara la puerta que se abrió bruscamente ante ella. Allí apareció Riddencoff, con la respiración entrecortada y bañado en sudores.
—Disculpa por llegar tarde —indicó el ladronzuelo trabajosamente y entre jadeos—. He tenido un ligero problema con unos hombres en el mercado.
—Está bien —concedió la semielfa—. Vámonos.
La gente que encontraban en el camino se giraba curiosa ante la atípica escena de ver a una alta guerrera vestida como tal junto a un menudo sujeto ataviado con unos llamativos ropajes luminosos y escandalosos y una larga coleta que colgaba libre a su espalda.
Pronto dejaron atrás las construcciones del poblado y se internaron en la espesura del bosque.
Haciendo caso omiso a las interminables y acosantes preguntas de Rid respecto a dónde se dirigían, Dyreah alcanzó la entrada de la cueva donde se alojaba el semihykar junto a su insólita paciente.
—¡Shh! —instó Dyreah en un susurro—. Calla.
La medio elfa escuchaba voces en el interior de la cueva.
Dyreah se internó en la oscuridad, seguida por un silencioso Riddencoff y observó a Kylan conversando con una elfa de la sombra ya recuperada y en pleno uso de sus facultades.
—¿Kylanfein? —tanteó con timidez.
—¡Dyreah! ¡Me alegro de verte! —saludó sin disimular su alegría el semihykar—. Entra. Tengo que presentarte a alguien.
La semielfa pudo observar por primera vez aquellos oscuros ojos que brillaban con un resplandor rojizo en el sombrío rostro de la mujer. Un escalofrío estremeció su cuerpo.
—Airishae, ésta es Dyreah Anaidaen, una buena amiga —una cierta nota discordante acompañó su voz en esta última afirmación—. Thäis, ella es Airishae Nian’ghan, una elfa de la sombra renegada de Hyneth, como lo fue mi abuelo.
Dyreah se acercó despacio para tenderla la mano en señal de amistad, mas la elfa de la sombra la rechazó con desdén y se agazapó preparándose para atacar.
—¡Airishae! ¡No! —exclamó Kylan interponiéndose entre las dos mujeres.
—¡Es una maldita elfa! Mithlin nanhyk! —escupió la hykar con odio, dirigiéndose al mestizo sin perder ni un momento de vista a la otra.
—¡Calma, Airishae! Ella está con nosotros —explicó Kylan intentando tranquilizarla—. Nos ha traído comida y te ha entregado ropas para que puedas salir de aquí. Confía en ella. Confía en mí.
Kylanfein tomó la crispada mano de la hykar entre las suyas y esto pareció actuar como bálsamo para su embravecida actitud.
—Confío en ti, Ky —susurró Airishae con dulzura—. Sé que siempre estarás a mi lado.
Dyreah permanecía petrificada ante la increíble escena que se desplegaba frente a sus ojos. La elfa de la sombra, que hacía un momento se había lanzado como una posesa sobre ella, ahora, lastimera, buscaba cobijo bajo la protección de Kylanfein. Y de qué forma había pronunciado el nombre de él, Ky, zalamera como una gata, e igual de velada y peligrosa. Como una víbora a punto de morder.
A partir de aquel crucial instante las diferencias quedaron establecidas, sin lugar a equívoco, entre ambas mujeres.
—¡Hola, Kylan! —sonó la chillona voz de Riddencoff tras la medio elfa—. ¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo sin vernos! Por lo que veo has conocido a alguien interesante, ¿verdad? ¡Anda! ¡Pero si es una elfa! ¡Y de piel negra! —se sorprendió el hombrecillo—. ¡Y eso que yo pensaba que tú tenías la piel oscura!
»Me llamo Riddencoff Spaktoch —se presentó cortésmente haciendo una graciosa reverencia en la que barrió el suelo de la cueva con su coleta—. ¿De qué raza eres, exactamente, si me permites ser atrevido? Es que me interesa mucho conocer cosas de todas las regiones y tipos de gente con la que me encuentro en mis viajes.
—Es una elfa de la sombra —le explicó Kylan a Rid, intentando que se callara.
—¿Pero eso de la sombra qué significa? ¿Es por el tono de vuestra piel? Porque no se debe a que seáis transparentes ni que no se os pueda tocar, porque yo a Kylan le he tocado varias veces y mis dedos no le han atravesado, pese a esa historia que me contó de unos demonios que sí que le atravesaron. Pero claro, quizá se deba a que es medio elfo de la sombra, lo mismo un elfo de la sombra de verdad sí que es intangible. ¿Me dejas que pruebe…?
—¡Riddencoff! —interrumpió el semihykar las intenciones de su compañero.
—¡¿Qué?! —replicó sobresaltado el hombrecillo.
—Airishae aún se está recuperando de sus heridas, deberías dejarla descansar —indicó Kylanfein con suavidad.
—Ah, vale —aceptó sin reparos Rid.
—Kylan, ven afuera, por favor —solicitó la semielfa—. Tenemos algo de que hablar.
El mestizo se disponía a seguirla, cuando recibió una llamada.
—¿Ky? —exclamó la hykar al verle partir hacia el exterior.
—No te preocupes, Airishae —calmó Kylan al volverse—, regresaré en un momento.
El semielfo de la sombra buscó a Dyreah en el exterior de la cueva y la encontró esperando de brazos cruzados y con gesto serio en el rostro.
La mañana era clara y brillante, sin ninguna nube que pudiera ocultar los cálidos rayos del sol. El bosque se agitaba con la frenética vida que albergaba bajo la protección de las tupidas y extensas copas de los árboles.
La medio elfa caminaba con paso firme, rebotando la vaina de la espada mágica en su cadera, abstraída con las dudas que comenzaban a reaparecer en su mente. A su lado, Kylanfein esperaba pacientemente el momento en que ella rompiera el silencio.
Avanzaron a través de las majestuosas frondas por una pequeña vereda formada, quizá, por un manantial hacía mucho tiempo. Al final del sendero halló un magnífico ejemplar de roble que no la permitía continuar su camino.
«Como si se interpusiera a propósito para que tenga que afrontar los hechos», se decía Dyreah, encrespada incluso con el árbol.
Se acercó hasta él y cuando no hubo más camino que recorrer se dio la vuelta bruscamente, en un intento de evitar la presencia del árbol. Cruzó sus brazos sobre el pecho y lanzó su encolerizada mirada hacia el semielfo de la sombra, aunque finalmente su objetivo fue el suelo que pisaba.
—No podemos perder más tiempo —habló airada Dyreah sin levantar los ojos—. Tenemos que localizar el Orbe de la Luz Eterna lo antes posible.
—Airishae se encuentra en condiciones de viajar —resolvió Kylan—, por lo que no tenemos más que trazar la ruta a seguir hasta allí.
«¿Airishae?», pensó malhumorada la mestiza.
—¿Va a acompañarnos en el viaje? —inquirió Dyreah, recelosa de las intenciones de la hykar.
—No podemos dejarla atrás —declaró el semielfo de la sombra—. Ha pedido nuestra ayuda y muy bien sabes que si la dejásemos sola y la descubrieran, su vida pendería de un hilo muy fino.
—Sí —admitió ella—, mas si la descubren con nosotros ese hilo será una gruesa cuerda que se deslizará alrededor de nuestros cuellos.
—Yo también poseo sangre hykar, Dyreah —argumentó el guerrero señalándose a sí mismo—, y en cambio confías en mí. ¿Qué me diferencia de ella?
La semielfa guardó unos segundos de silencio. Pasó el peso de su cuerpo de una pierna a la otra y finalmente advirtió la realidad de las palabras de Kylan, pero no de la forma en que éste hubiese pensado. ¿Confiaba en él? ¿Le conocía realmente? Hasta aquel día su respuesta hubiera sido rotundamente sí, mas ahora no lo tenía tan claro, como si una neblina grisácea hubiera empañado el transparente cristal por el que ella antes observaba.
—Tienes razón, Kylan —concedió la fémina—, pero tendremos que extremar nuestra cautela.
—Sí —confirmó él con un gesto de preocupación—. He trazado un posible plan para solucionar nuestra situación. Volvamos a la cueva y os lo contaré.
Dyreah acompañó al medio elfo de la sombra a la gruta, a través de un bosque que se mostraba ante la joven cada vez más oscuro y tenebroso.
—Las patrullas están en estado de alerta y vigilan los pasos del norte y del este, en dirección a los bosques —explicó Duras a los demás—. Cualquier intento de salida por este franco inevitablemente levantará sospechas, lo que nos deja una única opción.
Los otros asintieron, expresando su conformidad ante las palabras del elfo.
—Pienso que lo prioritario será cruzar el poblado de la forma más disimulada posible —consideraba Kylanfein ante los demás miembros del grupo—, y para que podamos conseguir esto será necesario que nos separemos.
»A mayor número de individuos más atención atraeremos hacia nosotros. Nos podríamos dividir en parejas: Riddencoff y yo podríamos ir abriendo terreno, Airishae y Dyreah vendrían detrás, y Duras cerraría la marcha.
—Sí, sería bastante acertado —afirmó la mestiza—. ¿Tú qué opinas, Duras?
—Sí —admitió sombrío el elfo. «Así podré mantenerte vigilado, hykar», pensó con astucia.
—Entonces resuelto esto —continuó el mestizo—, sólo falta decidir nuestros disfraces. Tanto Duras como tú, Dyreah, no tenéis problemas a este respecto, y en cuanto a Riddencoff. —Kylanfein echo un vistazo a las llamativas y extravagantes vestiduras del hombrecillo—, digamos que tampoco. Yo tampoco tengo excesivas dificultades en ocultar mi condición de semihykar, pero el problema es Airishae.
La elfa de la sombra se giró hacia Kylanfein al oírle pronunciar su nombre. Le lanzó una no disimulada sonrisa que fue correspondida y continuó con sus cosas.
—Creo que con las ropas que trajo Dyreah y la capa larga con la capucha, podremos evitar que sea descubierta —señaló el mestizo.
—Si la elfa maldita no se descubre por sí misma —puntualizó el elfo con desdén.
—No lo hará —replicó tajante el guerrero.
Dyreah, advirtiendo lo que podría ser el inicio de una nueva disputa, optó por cortarlo antes de que fuera a más.
—Entonces está todo resuelto —concluyó la semielfa—. Duras y yo nos iremos ahora a recoger nuestras pertenencias de la posada y volveremos antes del amanecer. Luego nos iremos de Moonfae. Estad preparados —se despidió la fémina con un gesto y salió de la caverna junto a Duras. Riddencoff salió tras ellos con su habitual trotecillo.
Ya a solas, Kylanfein se dispuso a explicar a la elfa de la sombra el plan que iban a seguir para salir de la urbe.
Airishae accedió a las palabras del semihykar absteniéndose de hacer ninguna pregunta. Tomó la bolsa que anteriormente le trajera la mestiza y extrajo las ropas que allí se encontraban.
Kylan la estudió durante los momentos en que sacaba las vestiduras y esperó a ver cual era su reacción. Airishae le recompensó con una sonrisa y le miró fijamente como si esperase alguna acción por parte de éste.
El joven mestizo se apercibió de las intenciones de la hykar y se volvió para que ella pudiera cambiarse de ropa. Pasados unos instantes, sintió una mano en su hombro que lo invitaba a darse la vuelta.
Kylan pudo contemplar la exótica estampa que ofrecía la elfa de la sombra: los apretados pantalones negros se ceñían a sus esbeltas y largas piernas como una segunda piel; las botas de caña alta, igualmente negras, alcanzaban la altura de sus rodillas; y la blusa de un tono violeta aún no completamente abotonada, flotaba vaporosa sobre la sensual figura de la hykar.
Ella se volvió junto a él y le pidió que le cerrara los últimos enganches de la espalda mientras ella se recogía el cabello con las manos.
Kylanfein posó sus manos sobre la espalda de Airishae y sintió la cálida y satinada piel bajo sus dedos. Se demoró cuanto pudo en finalizar su cometido, observando el largo cuello que se entreveía bajo el sedoso cabello plateado.
La elfa de la sombra soltó su pelo, que cayó en ondulantes y refulgentes cascadas blancas sobre la blusa azulada, y tomó entre sus suaves dedos las manos del medio hykar. Tiró de ellas y las cobijó junto a su pecho sin dejar de mirar fijamente a los claros ojos del mestizo.
Un inesperado impulso de Kylanfein rompió el mágico momento y se apartó con delicadeza del abrazo de Airishae.
—Debemos prepararnos para partir —sugirió el semielfo de la sombra esquivando la mirada de la fémina.
Ella aceptó y, no sin reticencia, abandonó la reconfortante compañía del guardabosques. Airishae comenzó a recoger sus pertenencias, distraída.
Poco antes de que los primeros rayos solares aparecieran en el horizonte, los tres viajeros alcanzaron la entrada a la caverna.
—¡Kylan! ¡Ya estamos de vuelta! —chillaba Rid alborotado corriendo al interior de la cueva—. ¡Venga, date prisa! ¡Que nos vamos de viaje!
Kylanfein se colgaba un saco al hombro cuando apareció el hombrecillo dando saltos. Airishae se ajustaba la larga capa y se echaba la capucha sobre la cabeza. Buscó al semielfo de la sombra para que le diera el visto bueno y descubrió a la mestiza que la miraba con mal disimulada suspicacia. En los ojos del elfo sólo captó fría cólera.
Se levantó con rapidez y se encaminó junto al medio hykar.
Pese a las tensiones internas, el grupo terminó por reunirse y se dispuso a partir de regreso a Adanta.
Dyreah le lanzaba apreciativas miradas a Kylanfein, mas éste quedó con los ojos fijos en la argéntea armadura de la semielfa.
—Dyreah, ¿qué significa ese sello que llevas grabado en el cinturón? —se interesó el guerrero.
—Es el símbolo de la Corte de la Luz —respondió la ella distraída—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque ya lo había visto antes en otro lugar…
—Ky —interrumpió Airishae con un tono de tristeza y preocupación en su voz—, Airishae calan kel’ever?
«¿Habrá problemas en la ciudad por mi culpa?», entendió Kylan.
El semihykar recordó como era la vida en Alantea. Allí el concepto de racismo no tenía cabida. Mas ahora no estaban en el norte y en Moonfae ya habían tenido suficientes inconvenientes como para estar alerta por cualquier motivo.
—Nan calan, Airishae —trató de tranquilizarla Kylanfein, sin tener ninguna convicción en sus palabras—. Nan calan.