19
UNA NUEVA COMPAÑERA
Moonfae, año 242 D. N. C.
Dyreah apretó el paso hasta alcanzar al apresurado elfo.
Éste avanzaba con firmes zancadas, dispuesto a echar la mayor distancia posible entre él y aquel nido de asquerosos hykars.
Dyreah se acercó a él despacio, mas sólo recibió una mirada de falso orgullo. La semielfa prefirió guardar silencio antes de avivar más aún el fuego que ardía en los ojos de Duras.
Sin mediar palabra, recorrieron el trayecto de vuelta al poblado.
Varias horas habían transcurrido desde que el sol alcanzara su punto más alto en la bóveda celeste y pronto comenzaría a decaer. Regresaron a El Suspiro del Vagabundo y acudieron al bar.
La totalidad de las mesas estaban ocupadas por vociferantes gentes que gritaban sus airados comentarios para hacerse oír sobre el estruendo que gobernaba el lugar.
Ante la falta de espacio, los dos forasteros optaron por tomar algo en la barra.
Duras continuaba silencioso y sin dar muestras de querer hablar del asunto. Dyreah respetaba las razones que debían impulsar al elfo a comportarse así, pero no podían continuar en esta desagradable situación.
—Duras, ¿qué sucede? —preguntó la mestiza apoyando con suavidad su mano en el hombro del guerrero.
—¡Que qué sucede! —estalló el elfo perdiendo el control de sí mismo—. ¡Me obligas a aceptar a un maldito hykar y me preguntas que qué me sucede! —Duras sofocó el volumen de su voz al notar que varias miradas se dirigían hacia ellos interesadas. Respiró hondo y prosiguió—. Deberías saber que no existe mayor enemigo para un elfo que uno de estos malditos seres de las profundidades. Representan todo lo que más odiamos, son una burla de todos los preceptos de belleza y armonía que nosotros tomamos como sentido de nuestra vida. —Duras, ahora más sereno, continuó explicando a la medio elfa—. Disfrutan realizando incursiones aquí en el exterior y matando toda vida que descubren, y en especial si es de elfos, para ofrecérsela como tributo a su tres veces maldita diosa.
»Mis padres y hermanos murieron en una de esas carnicerías —informó afectado el guerrero—. Los hykars atacaron por la noche un pequeño campamento en la tierra de los Grandes Bosques. Los habitantes no tuvieron ninguna oportunidad de defenderse ante el despliegue mágico y ofensivo que lanzaron los elfos de la sombra. Fueron masacrados sin piedad ni clemencia, uno por uno, de forma horrible.
»No me hallaba con ellos en ese aciago momento. La fortuna quiso que me quedara con un grupo de guerreros aprendiendo el manejo de las armas en lugar de en el campamento. Si no hubiera sido así, la vida hubiera escapado de mi cuerpo hace muchos años. Cuando me enteré de lo sucedido juré que mataría a todo hykar que se cruzara en mi camino.
Duras hizo una pequeña pausa, con los nudillos blancos fruto de la crispación de los músculos.
—Hoy he incumplido dicho juramento por tres ocasiones. La primera al fallar en el lanzamiento de mis flechas hacia el elfo maldito que escapó en la fronda; la segunda al evitar mi enfrentamiento con el semihykar —lanzó una mirada acusadora a Dyreah, que se estremeció—; y la tercera al perdonar la vida de esa mujer hykar.
—No sabía nada de eso —se intentó excusar la semielfa—. Si lo hubiese sabido no hubiese dicho nada.
—No tenías por qué saberlo —aceptó él las disculpas—. Era mi secreto.
Unos largos segundos de silencio siguieron al último comentario.
—Como puedes comprender —continuó Duras—, mi odio hacia los hykars no puede desaparecer o reducirse —miró a Dyreah y ésta afirmó con la cabeza—, pero si tú me dices que ese Kylanfein Fae-Thlan no es como los otros, no recibirá hostilidad alguna por mi parte, en tanto sus actos refrenden sus intenciones.
Dyreah sin poder evitarlo, rodeó con sus brazos el cuello de Duras y le dio un cariñoso beso en la mejilla, embargada de una alegría incontenible.
El elfo lo aceptó con una sonrisa y también abrazó a su protegida.
Dyreah se despidió de Duras y se dirigió al poblado.
Preguntó a un transeúnte por alguna tienda de ropas y le indicaron el almacén de Dletagund, a pocos metros de la posada. Cruzó la avenida principal y entró en la tienda.
Una mujer de avanzada edad se presentó ante ella como Dletagund y le preguntó que deseaba.
La semielfa le indicó que una capa larga de viaje con capucha, unas calzas, una camisa y unas botas. No parecía extraño que desease estos artículos, pues la mestiza portaba la armadura de su madre con la espada al costado y la comerciante podía comprender que necesitaría otro vestuario. La dueña del almacén tomó nota del encargó y poco después de internarse en la trastienda, apareció con todo lo requerido. La semielfa le pagó el importe convenido y se fue.
Entró después en una panadería y compró unas hogazas de pan moreno y algunas frutas que envolvió en una de las bolsas que llevaba.
Realizadas todas las compras, se internó en el oscuro bosque que se extendía tras la torre del sabio Laggan.
Pronto localizó la conocida cueva y entró con cautela. Allí encontró a Kylanfein situado junto al exánime cuerpo de la hykar, enjugándole la frente con un paño mojado.
Dyreah no pudo menos que sentirse admirada ante las muestras de preocupación del semielfo de la sombra ante una completa desconocida.
—Kylan —llamó ella en un susurró.
El joven guerrero alzó la vista y una sincera sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Cómo está? —se interesó la mestiza arrodillándose a su lado.
—Parece que la fiebre va remitiendo —informó el medio hykar—. Es fuerte y no se dejará vencer.
—He traído comida y algo de ropa para ella, por si la necesita —le ofreció el saco.
—Te lo agradezco —asintió Kylan con refrenadas emociones.
La tensión de su complicada situación y el cruce de sentimientos había regresado para actuar como un muro implacable entre ellos. Por fin, una brecha apareció en la sólida pared.
—Dyreah —inició él.
—¿Si? —musitó ella aguardando.
—Hay algo de suma importancia que debo contarte y no me atrevo a empezar —ensayó Kylan.
—Cuéntame qué es —aventuró la medio elfa.
El joven guerrero tomó aire y, finalmente decidido, comenzó su revelación.
—Conozco tu misión —admitió el semihykar. Una expresión de confusión acudió al rostro de la mestiza—. Y más aún; sé donde descansa el Orbe de la Luz Eterna.
La esperanza regresó a Dyreah como un potente haz de luz que la cegó.
—Pero ¿cómo puedes saberlo? —preguntó ella extrañada pero alegre—. ¿Cómo puedes saber todo eso?
—Tu madre me lo dijo —sentenció Kylanfein.
El mundo cayó sobre Dyreah. Se apartó con brusquedad del medio elfo de la sombra y desenfundó su plateada espada.
—Has cometido un grave error —señaló la mestiza amenazando con su hoja—. Mi madre está muerta, así que dime quién te envía o usaré mi espada contra ti —cuestionó ella apuntando al pecho del joven guerrero.
Kylan no se apartó ni movió un solo músculo.
—Tu madre me envía, y sí, falleció hace muchos años, pero eso no ha evitado que me revelara tu labor y me pidiera que te ayudara —argumentó seguro de sí mismo—. La fortuna o la casualidad me llevó a descubrir dónde se encontraba el Orbe y he venido voluntariamente para ayudarte, no porque me lo pidiese Nyrie, sino porque te quiero.
La hoja de la espada que portaba Dyreah comenzó a temblar levemente.
—Sí, mi corazón late por ti desde el primer día que te vi, allí en la Senda del Comercio —reconoció él—. Desde entonces he tenido mucho tiempo para meditar y darme cuenta de lo que había surgido en mi interior. Y si no crees en mis palabras, permíteme sacar la cadena que llevo al cuello. Si esto no te convence puedes matarme, pues no deseo vivir sin ti.
El guerrero levantó las manos con intencionada lentitud y cogió con sus dedos una pieza metálica que se escondía bajo su ropa.
Los engarces plateados surgieron rodeando con una extrema delicadeza un medallón labrado que exhibía entre fulgores reflejados la letra K.
El sonido metálico de la argéntea Fulgor al golpear contra el rocoso suelo de la caverna acompañó el movimiento de los dos jóvenes abrazándose libres de las cadenas que limitaban sus movimientos y pudiendo expresar su fervor.
Dyreah se apartó suavemente del cálido cuerpo del joven e, intentando realizar una pausa, recogió la argéntea espada y la guardó en su funda.
Ante este débil rechazo, pudo observar en el rostro de Kylan una mueca que parecía preguntar «¿por qué?».
La semielfa sintió que debía dar una explicación y así lo hizo.
—Esto es muy inesperado para mí —admitió ella—. Espero que me perdones, pero necesito tiempo para recapacitar sobre todo este asunto.
—Comprendo —asintió el semihykar, aunque deseaba que no le abandonara ni por un solo instante.
—Ahora me iré al poblado, mas volveré pronto y te daré una respuesta. Adiós, Kylan.
—Adiós.
—¿No habrá visto por casualidad a un semielfo de ropas oscuras por el poblado?
Ésta era la pregunta que lanzaba incesantemente el hombrecillo a quien se cruzaba en su camino.
Riddencoff estaba preocupado (lo preocupado que puede llegar a estar uno de los suyos), porque desde que se despidiera de Kylan frente a la casa de Laggan el Sabio, no había vuelto a verlo.
El ladronzuelo caminaba por la plaza del poblado. El llegar a este lugar concreto no había sido fruto de la casualidad. Se decía que los miembros de su raza tenían un sexto sentido para hallar sitios donde pudieran encontrar suficientes objetos interesantes para engordar sus múltiples e inagotables saquillos.
Sus inquietos ojillos revoloteaban veloces ante el amplio abanico que se extendía frente a él. Decenas de tenderetes a medio instalar comenzaban a exhibir las mercancías que sus dueños había acumulado durante todo el año para venderlas a buen precio en el festejado Día del Mercado que se celebraría dentro de unos cuantos días.
Sus hábiles dedos se movían con velocidad y presteza por entre los bolsillos de los allí reunidos, recuperando tanto monedas como abalorios que pronto se deslizaban hasta sus saquillos sin que nadie (ni él mismo) se percatara de ello. Más tarde cuando inspeccionara sus pertenencias se maravillaría de todas las cosas que habían allí aparecido por arte de magia.
Cuando se hubo aburrido del mercado decidió marcharse y dar una vuelta por los bosques; tal vez encontrara algo de interés olvidado por su dueño.
Se aproximaba a la linde del poblado cuando de la fronda surgió la silueta de una joven guerrera revestida de un brillante color plateado que contrastaba intensamente con su oscuro cabello.
—¡Hola! —la saludó Rid con una amplia sonrisa.
Ella tardó en reaccionar, pues estaba inmersa en profundos pensamientos, mas en cuanto se percató de la presencia del hombrecillo, devolvió el saludo cortésmente.
Esta imagen llamó la atención de Dyreah que recordó haber visto al pequeño individuo en otro lugar.
—Yo te he visto antes, ¿verdad? —consideró la semielfa—. Sí, fue hace unos días en el camino que conduce a la torre del sabio Laggan.
—Sí, ése era yo —admitió divertido Rid, feliz de poder conversar con alguien.
—¿Y qué haces por aquí, tan cerca del bosque? —preguntó la joven guerrera.
—Pensaba dar una vuelta por entre los árboles, a ver si hallaba algo emocionante —comentó él seguro de sí mismo.
—Espero que tengas suerte, pero ten cuidado no vayas a encontrar algo peligroso —aconsejó Dyreah.
—¡Eso sí que sería emocionante! —saltó el ladronzuelo animado ante esta posibilidad—. Oye, tú eres semielfa, ¿no? —se interesó Riddencoff apreciativo.
—Así es —confirmó ella.
—¡Qué bien! ¡Me gustan los semielfos! —informó el hombrecillo entusiasmado—. Con ellos siempre hay aventuras, luchas, batallas u otras situaciones interesantes. ¿Me acompañas al bosque? —sugirió Rid.
—Me parece que no —declinó el ofrecimiento la medio elfa. Al ver el abatimiento del hombrecillo, agregó—. Tal vez otro día, ¿de acuerdo?
—¡Vale! —exclamó Riddencoff, otra vez contento—. Mientras, continuaré buscando a mi otro amigo semielfo. Aunque es un poco raro para ser semielfo —meditaba en voz alta—. Tiene la piel un tanto oscura pero el pelo más claro que tú.
Este dato llamó la atención de la mestiza.
—¿Cómo se llama tu amigo? —inquirió Dyreah.
—Me dijo que se llamaba Kylanfein Fae-Thlan, aunque también me parece un nombre un poco extraño —opinó Riddencoff—. ¡Ah! ¿Y cuál es tu nombre? —preguntó al percatarse que no conocía la identidad de su nueva amiga.
—Dyreah Anaidaen —contestó distante ella, con la cabeza centrada en otros temas—. Y ese amigo tuyo, ¿hace mucho tiempo que le conoces?
—¡Sí! ¡Hace mucho! Eh, bueno, en realidad, un par de semanas, ¡o más! —admitió él.
—Y, ¿qué opinión tienes de él? —continuó ella interesada.
—Le conocí cuando yo me encontraba en un pequeño lío con unos mentirosos bravucones —rememoró Riddencoff—. Le agradecí su ayuda, aunque en realidad yo me las podía arreglar por mi cuenta y como no quería ser descortés me ofrecí a acompañarle para ayudarle en su camino, por si se metía en problemas. Me entiendes, ¿no? Y bueno, venimos hasta aquí, a Moonfae para ver al sabio Laggan (aunque yo lo único que vi grande fue su bastón, porque llevaba unas ropas un tanto estrafalarias). Y, ¿de qué estaba hablando? ¡Ah! ¡Sí, de Kylan! Pues me parece una buena persona, pero un poco aburrida. No le gusta ir a divertirse por las tabernas (donde siempre hay interesantes peleas), ni le he visto irse con mujeres (que creo que es lo habitual entre los guerreros). En fin, es bastante soso aunque es un buen amigo. Me deja hablar habitualmente, cuando existen pocas personas que lo hagan y, ahora que lo pienso, tú también me dejas hablar sin cerrarme la boca o amenazarme con tapármela con algo y créeme que te lo agradezco —terminó Rid finalmente, que tuvo que recuperar la respiración.
—Si te interesa, yo podría decirte dónde está tu amigo —concedió la semielfa.
—¿Sí? ¿De veras? ¡Qué bien! —se alegró tanto el hombrecillo que comenzó a dar saltos—. ¿Dónde está?
—Ahora no te lo puedo decir, pero si esperas unos días, yo te llevaré hasta él —afirmó Dyreah—. ¿Dónde te alojas?
—En El Suspiro del Vagabundo —indicó.
—Yo también estoy alojada allí, así que quedamos dentro de tres días en la barra del bar, a la hora del desayuno. ¡No se te olvide!
—¡No! ¡Allí estaré! —contestó Rid que se marchó con un suave y vivaracho trotecillo por la espesura.
Trató de calmar su respiración.
El corazón le latía desbocado, presa del deseo y el frenesí. Su pecho ascendía y descendía con violenta urgencia tratando de colmar de aire sus apurados pulmones. Sudaba por cada poro de su piel. Una fina y húmeda película bañaba su cuerpo y empapaba sus ropas. El calor resultaba asfixiante, un calor que no procedía de la tibia temperatura de la cueva, sino de su propio ser.
Aquel sueño había resultado de lo más vívido e intenso, a la par que ávido y voraz, tanto que le costaba distinguirlo de la realidad. Apartó el pelo que se le pegaba al rostro y respiró hondo, persiguiendo una calma que se demoraba en llegar.
Sentado en el duro suelo, se giró hasta quedar frente a la hykar, observándola sin apartar la vista ni por un momento, tratando de algún modo de contrastar la fantasía con la realidad. Sus rasgos eran finos pero duros, cincelados en piedra, aunque un aura de sensualidad se dibujaba en sus labios. No sabía el motivo, pero se sentía fuertemente atraído por ella. Poseía una belleza exótica, salvaje, que lo impulsaba a actuar de forma ciega. Mas mucho le había costado desentrañar sus auténticos sentimientos como para comenzar a dudar ahora.
Entonces, para su sorpresa, los ojos de ella se abrieron.
Kylan se apartó inmediatamente. Conocía lo que podía suponer la cólera de una mujer hykar, por lo que debía permanecer dispuesto para cualquier eventualidad.
Ella se incorporó lentamente del suelo, con una elegancia que el semihykar no pudo evitar degustar. La fémina adoptó una postura defensiva y de incertidumbre mientras observaba, con el característico brillo carmesí propio de los ojos que poseen visión térmica, al varón que se hallaba ante ella en actitud expectante.
Una expresión de desconcierto apareció en su rostro. Lo que menos podía esperar al despertar era ver a un semihumano, un mestizo de hykar. Esto mismo le concedió mayor seguridad. Si se hallaba en poder de una fuerza hykar, él habría muerto hace tiempo.
—Diefar eltlentae sun? —habló la elfa de la sombra señalándose así misma.
Kylan permaneció pensativo durante unos momentos.
«¿Tienes comida para darme?», creyó entender el semihykar.
—Unua. Diefar eltlenti onn —afirmó con dificultad Kylan, recordando las olvidadas lecciones de su abuelo.
Le tendió una hogaza de pan con un poco de carne y la elfa de la sombra, no sin vigilar los movimientos del hombre, los tomó y devoró en un instante. Kylanfein también probó unos bocados y le ofreció su odre de agua. La hykar bebió a grandes sorbos y con un cabeceo se lo agradeció al mestizo.
—¿Hablas Aekhano? —se aventuró a preguntar el joven guerrero esperanzado.
Los limitados conocimientos que poseía del lenguaje hykar no le permitirían en ningún caso comprender las intenciones de la elfa de la sombra.
Ella esperó unos instantes estudiando las palabras del semihumano y contestó.
—Sí.
Los dos desconocidos intentaron mantener una cautelosa conversación, pero el temor creaba una tensión sofocante en ambos. Hykar ella y semihykar él, era una alianza imposible y equivocada.
Se tanteaban el uno al otro, mas siempre manteniendo las distancias y sin hablar más que lo estrictamente necesario.
Pasados unos momentos de manifiesta frialdad, Kylan optó por romper aquella difícil situación y se presentó ante ella.
—Mi nombre es Kylanfein Fae-Thlan, de Alantea —se identificó el semihykar inclinando levemente la cabeza.
Este simple comentario obró un profundo cambio en ella, pues una expresión de sorpresa surcó su atractivo rostro de ébano y su furtiva forma de moverse pasó a ser más firme y segura.
—¿Fae-Thlan? —dudó ella—. ¿De la familia Fae-Thlan? ¿De Hyneth?
—Sí —admitió Kylanfein, nada convencido del desconocido terreno que estaba pisando.
—Soy Airishae Nian’ghan, de la familia Zin Nian’ghan de Hyneth —declaró la elfa de la sombra.
El saber que su paciente pertenecía a la ciudad natal de su abuelo, no le supuso ninguna alegría. Debía tener más cuidado que nunca.
—Pero eres mitad hyknen —se extrañó la hykar—, ¿cómo puede ser eso?
—Porque mi abuelo consiguió escapar con vida de Hyneth —se la jugó el semielfo de la sombra.
Una ambigua sonrisa surgió de los labios de Airishae. Kylan se preparó para lo peor, mas nada sucedió.
—He de agradecer a Anaivih su favor por haber caído en inmejorables manos —expuso ella—, pues también soy una renegada de Hyneth.