16
UN COMPAÑERO
Tanen, año 242 D. N. C.
—¡Al ladrón! —gritó indignado.
El hombre señaló con su dedo acusador al pequeño ladronzuelo que se hallaba a unos pasos.
—¡Yo no soy ningún ladrón! —replicó el joven en actitud ofendida.
El hombrecillo intentó apartarse de la apurada situación en la que se encontraba, mas tres hombres se habían reunido presurosos al incidente y le cerraban la retirada.
—¿Qué sucede, Tarfen? —preguntó uno de los espectadores al delator.
—¿Que qué sucede? ¡Que este rapaz ha metido sus espabiladas manos entre mis pertenencias! —indicó Tarfen cogiendo al hombrecillo del cuello de la camisa y tirando de él.
—¡Eh! ¡Suelta, hijo bastardo de ogra! —insultó el ladronzuelo mientras forcejeaba para tratar de liberarse de la garra que se cernía sobre su cuello. De pronto pareció mucho más calmado e interesado—. ¿Cómo que rapaz? ¡No soy un rapaz! —preguntó con un vocecilla curiosa.
—No intentes confundirnos con tonterías para escabullirte —respondió el captor firme.
—Espera un momento, Tarf —interrumpió el alto y fornido compañero de éste y se arrodilló para colocarse a la altura del ladronzuelo. Lo estudió unos segundos detenidamente y comentó sus ideas—. Esta cara, estas facciones y un cuerpo tan esmirriado…
—¡Eh, tú! ¡Sin faltar! —saltó el ladronzuelo.
—No es un chiquillo —continuó el humano—, aunque tenga las manos tan rápidas y hábiles como uno de ellos —este último comentario provocó las risas entre los presentes al espectáculo—. Más bien parece un elfo que no hubiese crecido, y luego cómo lleva el pelo…
—¿Qué pasa con mi coleta? —se interesó el hombrecillo—. Estoy muy orgulloso de ella. Recuerdo aquella ocasión en que un troll de los hielos me cogió de la coleta mientras abría la boca y me enseñaba sus colmillos puntiagudos. ¡Y no os imagináis qué aliento! Casi me desmayo por el fétido olor, pero entonces me hubiese perdido toda la acción, pues lo que descubrí después es que tenía la intención de comerme, engullirme de un sólo bocado. Y yo me preguntaba, ¿cómo será estar en el estómago de un troll? Ya que si cortas por la mitad a un troll aparecen dos, al estar yo dentro de él, ¿también saldrían dos como yo? Eso sería genial, ¿no os parece? Así tendría un compañero en mis viajes con el que explorar oscuras grutas e intercambiar tesoros. Pero hablábamos de mi coleta, como aquella otra vez que me caí por un precipicio y fijaos que se me enredó en unas ramas y me quedé allí colgado, disfrutando de unas inmejorables vistas. Luego llegaron las águilas gigantes, que estaban buscando algo que dar de comer a sus polluelos y…
—¿De qué demonios está hablando, Tob? —cortó la charla Tarfen, dirigiéndose al enorme humano.
—No tengo la menor idea. Igual se golpeó la cabeza y ha perdido la razón —afirmó Tob.
—No —exclamó otro de los espectadores—. Todo lo que está contando seguro que no es más que una sarta de mentiras para escaparse.
—¿Y qué hacemos con él?
—Lo llevaremos a la autoridad —decidió Tarfen con convicción—. Lo mismo hay suerte y le cuelgan para que no vuelva a robar a ningún ciudadano honrado.
Este nuevo comentario tuvo como reacción las histéricas carcajadas de la audiencia. Una rápida sombra se desplazó entre ellos acercándose al ladronzuelo.
—Entonces, ¡vamos para allá! ¿Quién lo tiene atrapado? —inquirió Tob.
Todos los presentes giraron las cabezas mirándose unos a otros con un gesto de estupidez en sus rostros. El hombrecillo había desaparecido sin dejar rastro.
El ladronzuelo advirtió de repente como lo cogían por el cuello de la camisa y lo arrastraban sigilosamente fuera del círculo de espectadores acumulados que continuaban discutiendo acaloradamente.
Giró la mirada y vio a un hombre alto vestido con una larga capa que lo cubría por completo. Su rostro permanecía oculto en las sombras de la capucha.
—¡Eh! ¿A dónde me llevas? —preguntó curioso el hombrecillo, al que no parecía extrañar que lo trasladaran a rastras.
—A un sitio seguro y más solitario —respondió el desconocido.
—¿Como una visita turística a la ciudad? —preguntó ilusionado—. Pues me parece perfecto, porque no reconozco esta urbe y sería estupendo poder recorrer todos sus lugares de interés. Además, esta perspectiva es absolutamente fantástica.
El encapuchado llevó al inquieto ladronzuelo fuera de la plaza. La gente observaba con interés la atípica escena que conformaban el enigmático sujeto cubierto de negro de los pies a la cabeza y el vivaz hombrecillo ataviado de brillantes colores que forcejeaba girando con frenesí su cabeza intentando no perder ni el más mínimo detalle de lo que acontecía en la ciudad.
Pronto llegaron a un oscuro y sucio callejón en el que no se veían atisbos de ser una zona muy transitada. El desconocido soltó al joven y se retiró la capucha.
El ladronzuelo se estiró e hizo un intento de mantener arreglados sus ropajes y limpios de polvo. Cuando se dio por satisfecho, se dirigió al hombre.
—Gracias por librarme de esos estúpidos burros de olor nauseabundo, pero no hacía falta que me ayudaras pues ya tenía yo todo controlado, como aquella vez en Guilam cuando, yendo hacia mi casa, allí en Tashej, fui atacado por una banda de maleantes (bastante feos, por cierto, y de hedor igual mayor que estos últimos), que trataron de robarme y entonces apareció un… —el hombrecillo hizo una ligera pausa para respirar—. ¡Ah! Por cierto, me llamo Riddencoff Spaktoch y no sé tu nombre.
—Kylanfein Fae-Thlan —respondió el semihykar sorprendido y divertido por la interminable cháchara del ladronzuelo que lucía tan brillante atuendo.
—Kylanfein Fae-Thlan —repitió para sí Riddencoff adoptando una actitud meditativa—. Bien Kylan, ¿te puedo llamar Kylan? Bien, pues tu nombre es bastante interesante pero no consigo averiguar cuál es su origen. Además por tu fisonomía parece que eres medio elfo, debido a la fortaleza que presentas frente a la delgadez propia de los elfos, aunque poseas las orejas puntiagudas. Ahora que lo pienso yo también tengo las orejas puntiagudas ¡y tampoco soy un elfo! —el hombrecillo se rió de buena gana con su ocurrencia, mas cuando pudo recuperar la compostura continuó—. Tu progenitor humano debió de ser de piel muy oscura porque si no, no comprendo el tono de tu piel frente a la débil coloración común elfa… a no ser que viviera en algún desierto, pero si fuera así tú no estarías aquí sino en la arena. A propósito, ¿dónde es aquí?
—Estás en la ciudad de Tanen, en los límites del Reino de Adanta, Rid… Riddencoff —dudó el joven guerrero con el extraño y atropellado apelativo del hombrecillo.
—¿Tanen? ¿Adanta? —exclamó confundido—. No me suenan estos nombres. Voy a consultar mis mapas. Mis amigos me llaman Rid, aunque nadie me ha llamado nunca Rid.
Y ante los sorprendidos ojos del semihykar, Riddencoff extrajo un sinnúmero de pergaminos ajados y arrugados que pronto estuvieron extendidos en el suelo empedrado del callejón. El hombrecillo se movía nerviosamente sobre los papeles como una abeja trabajando en su colmena.
Después de unos escasos minutos, Rid se levantó y en un abrir y cerrar de ojos los mapas habían desaparecido entre sus bolsas y sacos.
—Pues no tengo ningún mapa de esta región —se sintió frustrado rascándose incrédulo la sien— y eso que tengo guías trazadas de hasta el último rincón de Turdan, e incluso tengo uno de Jound que adquirí de un centauro que me lo regaló, bueno no me lo regaló pero si me lo enseñó y luego me indicó dónde lo había guardado para que yo pudiera cogerlo —hizo una ligera pausa—. Bueno, haré un mapa nuevo de esta zona. ¿Cómo me dijiste que se llamaba este Reino?
—Adanta —respondió inconscientemente Kylan.
—Reino de Adanta —dijo lentamente mientras lo plasmaba con una desgastada plumilla en el rincón vacío de uno de sus pergaminos—. Y ésta era la ciudad de Tanen, ¿verdad? —y lo transcribió sin esperar respuesta—. ¿Y en qué zona de Turdan nos hallamos exactamente?
—No reconozco ese nombre —denunció el mestizo con vehemencia.
—¡El continente de Flauen! ¡El mundo de Turdan! —exclamó anonadado el ladronzuelo—. ¿Cómo no los puedes conocer?
—Porque estamos al oeste de Aekhan, en la Confederación de Reinos Libres —evidenció el mestizo.
Riddencoff permaneció rígido y con los ojos desmesuradamente abiertos durante unos segundos, mas luego estalló en una explosión de júbilo y alegría que provocó frenéticos movimientos del hombrecillo, acompañados por un fuerte y estridente ruido proveniente de su extraña vara ahorquillada.
—¡Guau! ¡He llegado a otro mundo! —exclamó extasiado—. ¡Primero llego al Averno y ahora viajo a otro mundo diferente al mío! Cuando se lo cuente a mi hermano se va a quedar más de piedra que un troll al aire libre en un caluroso día de verano. ¡Qué envidia le va a dar!
—¿Y cómo has llegado hasta aquí? —preguntó algo escéptico Kylanfein.
—Bueno, pues, ciertamente, la verdad es, que no tengo ni la más remota idea —declaró sinceramente el hombrecillo, encogiéndose inocentemente de hombros—. Yo estaba en Antae cuando me encontré con el hechicero y… —se le encendió el rostro—. ¡Ya está! ¡Es por el dije!
—¿Un dije? ¿Qué dije? —indagó interesado el mestizo.
—Éste, éste, —Riddencoff forcejeaba en vano intentando extraer el abalorio metálico de su mano—, ¡este maldito dije que no consigo arrancar de la palma! El Deseo de Arzzan o algo así lo llamó el hechicero, y debe ser mágico aunque siempre que le he pedido algo, nada especial ha sucedido. Tal vez si pruebo ahora… —comenzó a jugar con el mágico objeto.
—Mejor prueba en otro momento —sugirió el semielfo de la sombra con miedo a las posibles consecuencias de observar personalmente la ejecución de un acto mágico por este impredecible sujeto.
—¿Tú crees? —dudó Rid tomando en consideración el consejo del mestizo—. Bueno, de acuerdo —aceptó—. Y ahora qué, ¿a dónde vamos?
El joven guerrero quedó sorprendido. No había sopesado la posibilidad de tener un compañero en su viaje y menos uno tan insólito.
«Lo que es seguro es que no voy a aburrirme», vaticinó acertadamente Kylan.
—Nos dirigimos a la Garganta del Lobo.