14
EN LAS SOMBRAS
Región de los Grandes Bosques, año 242 D. N. C.
Una fuerte punzada de dolor le dio conciencia de que estaba despierto, pese a la oscuridad que le cubría aún en la vigilia.
El semielfo de la sombra trató de modificar su rígida postura para reanimar sus músculos entumecidos, mas refrenó su movimiento ante los evidentes síntomas de dolor.
—Veo que has despertado —comentó la conocida voz femenina, cercana a su posición—. ¿Qué tal te encuentras hoy?
—Pues bastante mal —rezongó el semihykar, reiterando su intención de levantarse—. No puedo moverme.
—Ni debes hacerlo —agregó ella severa—. Tu herida apenas ha empezado a cicatrizar y puede volver a abrirse con cualquier tensión que sufra la zona perforada. Permanece recostado unos días hasta que cure la herida y luego podrás marcharte para luchar de nuevo en otra ridícula misión.
—Y mientras pasan esos días ¿qué hago yo aquí? ¿Esperar a que me descubran y me maten? —increpó indignado con su débil situación el semielfo de la sombra—. ¿Y cómo voy a alimentarme entretanto?
—De todas esas peticiones se hará cargo ella —informó la mujer tajante.
—¿Ella? ¿Quien me arrebató la daga? —recordó aquel momento—. ¿Quién es ella? —preguntó curioso Kylan.
—Ella se encargará de cuidarte y protegerte cuando yo me ausente. Trátala bien, pues de ella depende tu vida —sugirió la sanadora.
Kylanfein oyó como la mujer se levantaba y se alejaba lentamente, pero con pasos firmes y seguros.
—Nos volveremos a reunir dentro de una semana —se despidió la sanadora—. Hasta entonces.
Y el rítmico sonido de los pasos se desvaneció en la distancia.
El semihykar permaneció sumido en cavilaciones durante unos minutos.
«Me estoy comportando como un estúpido», concluyó Kylan. «Estoy gritando e insultando a la mujer que me ha salvado la vida, cuando debería estar agradecido por continuar respirando. Todo es por esta maldita herida…».
Mas el semihykar intentaba cubrirse de la sensación de impotencia que le obligaba a depender de otro para su propia seguridad. Y su misteriosa vigilante no se daba a conocer.
—¡Hola! ¿Estás ahí? —exclamó el mestizo llamándola—. Me gustaría hablar contigo, ya que es lo único que puedo hacer en estos momentos.
El varón distinguió unas suaves pisadas que se aproximaban levemente mas mantenían la posición, indecisas.
—Sabes que soy un semihykar, ¿verdad? —creyó entender él las dudas de la desconocida—. No tengas miedo. Mi moral está muy lejos de la de mis malditos parientes.
—No temo porque poseas sangre maldita, medio elfo —aclaró una voz dulce y aterciopelada junto a su oído.
Kylan dio un brinco al sentir la voz tan cerca de él, sin haber podido percibir su aproximación. Si ella sabía moverse con tal velocidad y silencio por el bosque, sería una digna oponente y un adversario a tener en cuenta si se daba el caso.
El mestizo esperó unos segundos a que la desconocida volviera a hablar, mas no parecía que ella fuese a añadir nada más. Así, él continuó.
—Entonces, ¿por qué te mantienes tan alejada y distante de mí? —inquirió intencionadamente el mestizo.
—Porque tu propia libertad y seguridad depende de donde me encuentre yo —explicó expeditivamente la melodiosa voz femenina ahora frente a él.
El semihykar volvió a quedar mudo presa de la asombrosa capacidad de moverse en silencio de la desconocida.
—¿Por qué me proteges si ni siquiera me conoces a mí o a los hechos que me han traído hasta aquí, en este lamentable estado? —insistió Kylanfein.
—Puedo ver cómo eres realmente a través de la oscura piel que ha supuesto un rechazo a los que has conocido en tu camino —replicó suavemente ella—. Ningún mal puede proceder de ti.
—Aún así rechazas mi cercanía, compartir un lugar junto a mí —espetó algo frustrado el semielfo de la sombra—. ¿Cuál es el mal que me acecha tan implacablemente?
—En mis dominios no tienes nada que temer, salvo a mí misma —la desconocida avanzó sonoramente entre la espesura para indicar al guerrero su posición—. Ahora me marcharé, aunque pronto estaré de vuelta.
Éstas eran las sobrias y nada aclarativas contestaciones que Kylanfein conseguía arrancar de la silenciosa Guardiana.
Los días fueron pasando y todos ellos con un mismo guión; la desconocida partía llegado un momento y regresaba inmediatamente con algunos alimentos vegetales tales como moras, bayas y otros frutos silvestres que ofrecía al guerrero, teniendo siempre buen cuidado de no aproximarse demasiado a él. Posteriormente, ella revisaba los vendajes de Kylan con total ternura y preocupación. La grave herida del costado había cicatrizado bien y comenzaba a dar síntomas de recuperación. En tanto, la venda que cubría los ojos del mestizo permanecía invariablemente fija.
El joven semihykar pronto se sintió con fuerzas para dar leves paseos por el bosque, aunque su estado de ánimo permanecía inalterable. Su ceguera suponía una traba insalvable en su futuro y lo sabía muy bien. Le aguardaban muchos años de sufrimiento en su larga vida de semielfo.
—¿Piensas esperar ahí sentado a que termine el tiempo que te fue concedido al nacer? —reprochó súbitamente ella un día.
—¿Qué más puedo hacer? —replicó el mestizo con una mueca de impotencia en sus labios.
—En principio podrías dejar de compadecerte —indicó la Guardiana—. Ese tono de amargura en tu voz y la desazón de tus movimientos me hace daño. No debes rendirte ante el primer problema que cruce en tu vida. Tienes otros sentidos, ¡úsalos!
—¡Pero aunque quisiera no sería capaz de valerme por mí mismo!
—No tienes que estar solo —argumentó ella—. El bosque puede ser tu lugar de entrenamiento y yo te ayudaré en cuanto pueda.
Un halo de esperanza cruzó por el rostro del semielfo. Un nuevo y desconocido mundo se podría estar abriendo ante él.
—Acepto.
—Ven hacia mí despacio, sintiendo tu entorno, guiado por los pobladores animales del bosque —alentó la Guardiana.
El semihykar llevaba varios días intentando salvar el primer escollo de su difícil entrenamiento. Le resultaba imposible aprender la geografía del entorno e interpretar las señales propias de la fauna y flora.
Kylan empezó a caminar lentamente, casi arrastrando los pies, para protegerse de cualquier accidente del terreno. La experiencia le había enseñado que desde su posición hasta la localización de ella se situaban dos álamos centenarios que presentaban en su tronco la forma de una V y otros tantos robles que delimitaban el linde de la zona. El canto de los pájaros le podía situar aproximadamente la posición de los altos árboles en cuyas ramas estaban cobijadas las ruidosas aves en sus nidos.
Avanzó pausadamente y se sintió satisfecho al tactar con sus manos la suave corteza de uno de los inmensos álamos; el primer tramo había sido cubierto sin demasiados problemas. Debía continuar así.
Se concentró en la conformación del paisaje y recordó que a pocos pasos al frente, las raíces emergentes de un antiguo cedro caído suponían una importante traba en su camino hacia la Guardiana, que silbaba una bella melodía para indicar su localización. El medio elfo de la sombra optó por desviarse unos metros a la izquierda hasta una zona llana del terreno. Anduvo al frente dejando a la derecha las traidoras raíces del tocón. Después recuperó su anterior trayectoria en línea recta. Kylan aisló su mente de cualquier pensamiento o estímulo externo y se centró en su oído, percatándose de algo importante.
«Me ha preparado una pequeña trampa», advirtió el mestizo. «No se encuentra en el límite del claro, sino que ha profundizado unos metros en la espesura, tras los arbustos. Es mía».
Y el joven semielfo de la sombra avanzó más seguro, confiado en sus aptitudes.
Cautelosamente rodeó los bajos matorrales tanteando con sus manos los retorcidos tallos, buscando brechas que permitieran un paso franco al interior del bosque. Halló una situada a poca distancia de donde debía estar esperando ella. Caminó más rápido para demostrar su habilidad en la negrura y pronto cayó al suelo tropezando en un leve declive en el manto de hojarasca.
El medio hykar se encontraba a apenas un paso de la Guardiana, mas no esperaba alcanzarla en esta posición. Unas manos se posaron sobre su espalda y le ayudaron a incorporarse.
—Mañana continuaremos —comentó ella con su delicada voz aterciopelada—. Ahora, descansa.
Kylanfein se apoyó en el tronco de un roble y esperó hacerlo mejor la próxima vez.
El semihykar imaginó que llevaba en aquel lugar más de veinte días, aunque era difícil controlarlo sin la diferencia de luz entre el día y la noche. En realidad, la jornada no parecía tener final; trabajaba durante varias horas en su aprendizaje y después, agotado, se alimentaba y se abandonaba al sueño hasta la siguiente sesión.
Esta temporada en la vida del mestizo estaba siendo monótona, mas esto no preocupaba al medio elfo que se sentía cómodo en aquel bosque, sino la preocupación porque en su casa no recibieran noticias suyas desde hacía bastante tiempo.
«Tal vez hayan salido ya en mi búsqueda», pensó Kylan.
Este hecho lo motivaba a salir del claro y buscar la ayuda necesaria para volver pronto a Alantea.
Una tonada que sonaba en la floresta le sacó de sus ensoñaciones nostálgicas.
La canción era dulce, reconfortante, provista de una sensación y armonía que recorría el bosque e incitaba a las aves a que se unieran a ella. Reconoció perfectamente la voz que la recitaba. Ni siquiera sabía su nombre, pero de lo que estaba seguro era de que tenía un vínculo especial con la arboleda en la que vivía.
El ritmo de la melodía varió y supo que lo instaba a reunirse con la Guardiana para comenzar la jornada diaria.
El mestizo había hecho grandes progresos en su desarrollo, por lo que el aprendizaje había sufrido leves cambios para habituarse a la nueva capacidad del joven.
—Adelante —exclamó una voz al tiempo que sus rápidos y descuidados pasos evidenciaban su escapada.
Ni Kylanfein ni el mejor rastreador y cazador de Aekhan podrían haberla encontrado si así hubiera sido el deseo de la Guardiana. Sus pisadas eran ligeras y su murmullo lo arrastraba el viento. Los demás ruidos que pudieran desentonar en la calma del bosque se realizaban en el momento apropiado para que se confundieran con el avance de otros animales o pájaros al alzar el vuelo. Por tanto, ella procuraba tener descuidos y equivocaciones para que el mestizo pudiera tener alguna oportunidad.
Mas el joven semielfo de la sombra se había tomado muy en serio su cometido. El vivir en un mundo de tinieblas obró algunos cambios en sus sentidos. Su débil olfato de herencia hykar tenía nuevas cualidades que le permitían captar la localización de plantas aromáticas o la presencia de algunos animales del bosque; su oído se había amplificado y podía separar los diferentes ruidos para concentrarse en el adecuado. Pero lo más importante era el nuevo sentido que comenzaba a desarrollar. Una extraña sensación, como de un hormigueo se tratase, se apoderaba de él cuando se aproximaba a escasa distancia de algún objeto voluminoso. Según variase el tamaño del cuerpo, el sentimiento se reducía o se incrementaba, alertándolo de su cercanía y provocando una respuesta. La necesidad de tantear el aire con las manos para franquear posibles obstáculos cada vez era menos necesaria.
Kylanfein recorrió seguro de sí las inmediaciones del claro en la arboleda siguiendo el débil rastro de su presa. Ella se movía rápida y cambiaba su dirección constantemente para desalentar a su cazador, mas no surtiría efecto, porque el semihykar no estaba dispuesto a rendirse con facilidad. Él sentía que éste era el día de su victoria, así que tomó todas las precauciones para no caer en ninguna emboscada.
Oyó como las pisadas de la Guardiana se orientaban en una trayectoria paralela a la suya, pero manteniendo la distancia. El mestizo predijo su próximo movimiento y se lanzó rápidamente a su derecha. Notó una ligera confusión en los pasos de ella, no obstante, se recuperó de inmediato y se arrojó a una desbandada carrera entre los robles y álamos.
Dos figuras difusas en la oscuridad de la noche se perseguían infatigables entre la frondosa vegetación de la floresta. Su intrépido avance era tan silencioso que no levantaba ecos en la armonía de la naturaleza, teniendo como testigos a los pobladores del bosque, que no prestaban atención a los dos sujetos cuyas acciones escapaban a su salvaje y primaria comprensión.
El duelo duró varias horas en un tira y afloja que no toleraba entrever quién podría ser el vencedor de la lid. En algunos instantes parecía que ella se quedaba atrapada sin otra alternativa que caer en las manos de su perseguidor, mas siempre hallaba alguna brecha que le permitiese librarse de la derrota; como si la propia fronda estuviese confabulada con ella y la socorriera cuando era oportuno.
Llegado un momento, el semihykar perdió toda pista sobre el paradero de la Guardiana. Era como si se hubiese desvanecido, puesto que él sabía que no se había detenido ni ocultado en ningún escondrijo. Detuvo sus pasos y se concentró en escuchar. Todo parecía normal. Ningún ruido destacaba sobre el fondo del bosque y ningún eco de pisadas amortiguadas por la mullida hojarasca desvelaba la posición de su presa. Todo parecía apuntar que la victoria había vuelto a escaparse de sus manos.
Bajó la cabeza desalentado y estaba a punto de proclamar su rendición cuando algo le hizo detenerse. Una sensación extraña como si lo estuviesen observando.
Saltando repentinamente con los brazos en alto, cerró sus manos sobre el cuerpo encaramado de la Guardiana. Ella forcejeó violentamente mas el joven mestizo tiró con fuerza y logró que se desprendiera de la gruesa rama a la que se aferraba con ahínco.
El cuerpo de la Guardiana se precipitó a plomó hacia el suelo, derribando en la caída al semielfo de la sombra. Por un instante, ambos cuerpos permanecieron juntos en la cálida protección de la noche.
Kylan podía escuchar el rítmico latido del corazón de la fémina y su tacto provocó una ardiente sensación en su piel. Su respiración sonaba entrecortada y deseó tomarla entre sus brazos para no volver a separarse de ella. Sin embargo, tan pronto como llegó tan embriagadora emoción, se esfumó dando paso a una necesidad de apartarse de ella. Su contacto se volvió desagradable y quiso alejarse allí rápidamente. Se levantó y buscó el apoyo de un árbol para despejar su cabeza. ¡No podía sentir tan contrarias emociones! Era extraño, muy extraño.
Oyó como la Guardiana también se incorporaba a sus espaldas.
—Ya estás preparado —conjeturó ella, sin mostrar ninguna emoción en su cálida y aterciopelada voz, que ahora sonó con un timbre frío e implacable—. Tu aprendizaje ha finalizado.
No hubo más cruce de palabras entre los dos habitantes de la floresta.
—Observo que te encuentras mucho mejor —exclamó una voz.
El semihykar dejó a un lado sus prácticas y se dirigió con habilidad hacia la nueva pobladora de la zona. Esquivó con facilidad los árboles y arbustos que se cruzaban en su trayectoria hasta llegar a pocos metros de la sanadora.
—Y además parece que estás de mucho mejor humor —agregó la mujer al contemplar el satisfecho rostro del mestizo.
—Me alegro de volver a oírte, pues tengo mucho que agradecerte —respondió Kylan.
—Hablemos en el claro. ¿Necesitas ayuda para llegar allí? —se preocupó la sanadora.
—No es necesario —indicó el joven encaminándose con seguridad hacia el lugar señalado.
Pronto se situaron en el espacio libre de árboles y se sentaron en la base de un inmenso álamo. El semielfo de la sombra se arrellanó en el suelo cubierto de un manto de hojarasca y la curandera, diligente en sus obligaciones, inspeccionó los vendajes y la cicatrización del perforado costado del guerrero.
Tras tactar con preocupación la zona circundante y cerciorarse de que no provocaba dolor en Kylanfein, la mujer retiró definitivamente las telas del costado del joven varón. Se podía apreciar una profunda hendidura en la piel afectada, pero nada que pudiera hacer peligrar la salud de su paciente.
—La herida ha sanado correctamente —confirmó la mujer—. No creo que te queden secuelas con el paso del tiempo.
—Tus palabras me tranquilizan —aseguró el mestizo—. Te agradezco tus cuidados y, además, estoy en deuda contigo. Te debo la vida.
—No tienes ninguna deuda que saldar. Mi obligación es ayudar a los que están necesitados —aseguró la mujer.
»Mi recompensa es verte en pie y recuperado. ¿Has averiguado algo de la Guardiana? —inquirió ella cambiando de tema.
—Ha tejido un velo de misterio a su alrededor tan espeso que no he logrado ninguna información por su parte —respondió el semielfo de la sombra con una sonrisa—. Ella ha deseado permanecer distante y nada le puedo reprochar, dada la colaboración y ayuda que me ha brindado. Sin ella, aún permanecería tirado en cualquier rincón, deseando que la muerte me sobreviniera pronto. Ahora, soy prácticamente capaz de valérmelas por mí mismo —afirmó Kylan con confianza.
—Es bueno que poseas tan alto estado de ánimo, pues ahora que ha atardecido y la luz del crepúsculo es débil, debemos comprobar cómo se hallan tus ojos —recordó la sanadora—. Inclina la cabeza hacia adelante mientras te retiro la venda.
Kylanfein oyó como la mujer se levantaba y se colocaba tras él. Unas experimentadas manos rozaron su espeso y enmarañado pelo ceniciento y se deslizaron hasta el nudo que sostenía la tela en la faz del mestizo.
El semihykar cerró con fuerza los párpados intentando apartar todo tipo de pensamientos de su mente. Mas era inútil, un amasijo de ideas rebullía en su cerebro. No debía hacerse falsas esperanzas, porque bien sabía él que una desilusión podría quebrar fácilmente su recobrada moral.
Sintió como caía la venda de sus ojos, mas no los abrió. Tenía miedo.
—Debes afrontar la realidad sin temor —le espetó la mujer—. Adelante.
Kylanfein respiró hondo y lentamente comenzó a entreabrir los ojos. La iluminación reinante era crepuscular, mas aún así deslumbró al semihykar que tuvo que parpadear varias veces y cubrirse un tanto con el dorso de la mano. Lentamente su visión se fue aclarando y alcanzando mayor nitidez por momentos. Pero, veía.
Giró la cabeza para poder observar el entorno que le rodeaba. Una total extensión de árboles y todo tipo de especímenes de flora cubrían el suelo de la floresta como una tupida alfombra, coloreado de una amplia gama de verdes algo esclarecidos por la falta de luz. Entonces, por primera vez, pudo ver a su salvadora.
Una mujer elfa de avanzada edad le observaba con mirada escrutadora con los brazos cruzados sobre el pecho. Vestía una larga túnica que arrastraba ligeramente sobre la hojarasca. Sus tonos variaban desde unos amarillos ocre a otros marrones y parduscos, todos ellos con la función de servir de camuflaje natural en plena naturaleza. Una larga melena rubia salpicada de hebras plateadas se recogía bajo la capucha.
—Eres… —dudó el medio hykar—. ¡Eres elfa!
—Así ha sido durante más de setecientos años —indicó la mujer con sorna.
—Entonces, ¿qué te ha empujado a prestarme auxilio? —preguntó confundido Kylan.
—Ya te he explicado que mi fe me obliga a ayudar a los necesitados, sin distinción de razas ni culturas —repitió la elfa solemnemente—, ni siquiera la hykar.
—Pero eso no cambia mis orígenes y las responsabilidades que ello conlleva —insistió el mestizo.
—No, esto no cambia que seas un semielfo de la sombra —reconoció la anciana mujer—, mas lo que sí demuestra es que hay personas que no te juzgarán únicamente por el color de tu piel, sino por el color de tu corazón. Anaivih vela por todos nosotros, sin excepciones.
Kylanfein se alejó unos pasos para reflexionar a solas sobre las inesperadas palabras de la elfa.
—Y ahora que me he curado —volvió a hablar el joven guerrero—, ¿tengo que marcharme de aquí?
—Sólo si tú lo deseas —fue la contundente contestación de la sanadora—. Has de saber que eres un elemento extraño en el bosque, un intruso, diciéndolo llanamente, mas ha sido reconocida la pureza de tu corazón y se te permite continuar aquí, como a mí se me concedió en su momento. Tienes alma de guardabosques.
La elfa se perdió en profundas reflexiones en las que evocó su juventud y su llegada a la salvaje floresta cientos de años atrás.
—Entonces, si me es permitido, permaneceré aquí algún tiempo más hasta que recupere mi plenitud física y alcance cierta tranquilidad mental y… emocional.
Así concluyó la conversación y tras despedirse, la sanadora se internó en la tupida naturaleza y el joven guerrero reanudó sus ejercicios.
Los días fueron pasando sin que el mestizo lo advirtiera.
Largo había sido el tiempo desde que él llegara a esta arboleda, ciego y prácticamente moribundo, deseando que su final llegara rápidamente para detener el sufrimiento que lo hostigaba sin descanso.
En este robledal no sólo le habían curado las profundas heridas y la ceguera sino que también habían curado su alma, despertando un nuevo ansía de vivir y alcanzar altas metas en su desconocido camino. Aunque una preocupación le impedía estar en paz consigo mismo: la ignorancia sobre qué hacer en aquellos momentos. Por una parte, deseaba continuar en aquella floresta donde se le toleraba y se sentía tan cómodo. Por otro lado, el pensar en el posible sufrimiento de su familia al desconocer su localización actual le obligaba a ponerse en marcha para encontrar algún modo de llegar a ellos o comunicarles su tranquila situación. Una circunstancia le privó de tener que tomar una decisión.
La noche comenzaba a presentarse a medida que los últimos rayos del sol quedaban ocultos tras las altas montañas del horizonte. Un suave color lila tiñó el azul cielo enseñoreándose lentamente de la bóveda celeste. Una mortecina claridad daba un débil cobijo a los pequeños seres que se afanaban en terminar sus labores antes de que cayese el misterioso y, a veces imprevisible, manto de la noche.
De igual forma actuaba Kylan al haber sido sorprendido por un temprano crepúsculo. No se le permitía encender fuego sobre la seca hojarasca del bosque, mas se le había prometido seguridad en la oscuridad. El semielfo de la sombra fue observando con el transcurso de los días que las pocas ocasiones en que algún animal salvaje se aproximaba curioso a la zona, se alejaba con prontitud como si hubiese sido advertido y no desease protestar.
Kylanfein terminó de realizar los pertinentes preparativos y se arrellanó en la amalgama de hojas que configuraría su lecho. Vació su mente de todo pensamiento y esperó la llegada del sueño. Aunque reiteró sus intentos con paciencia, el descanso parecía eludirle como si le incitase a hacer algo más antes de terminar la jornada. El semihykar se levantó y comenzó a dar un pequeño paseo entre la espesura que pensó que podría relajarle.
No fue así. Por el contrario, aquella sensación de desasosiego se intensificó y le obligó a acelerar sus pasos con una implacable determinación hasta un lugar preciso. Una luz espectral le sobrevino preparándole para lo que allí hallaría.
Encadenada en una alta pared de piedra oscura, una figura vestida con ropajes blancos sufría las burlas y castigo de un estridente grupo de seres horrendos de pardusca piel y deformes cuerpos. Los demonios chillaban y brincaban víctimas de un incontrolable frenesí que helaba la sangre en las venas al medio elfo. El terror lo embargaba, y aún más la falta de cualquier arma con la que poder enfrentarse con aquellos engendros del Averno. Recogió del suelo una gruesa rama y se internó en el infernal claro.
Un nuevo coro de chirriantes berridos fue la reacción de las grotescas criaturas que se abalanzaron de forma caótica sobre el intruso. El joven guerrero lanzó furiosos mandobles con su improvisado garrote, mas no encontró mayor resistencia que el aire que surcaba y hendía el arma. Los demonios se desvanecían a su contacto en pequeñas implosiones que levantaban nubes de hediondo olor. Desconcertado por la facilidad de su victoria, no tardó en aproximarse a la cautiva.
Por un momento, el pelo azabache y los afilados rasgos élficos de la mujer le hicieron confundirla con la mestiza que conociera en la Senda del Comercio, mas un mayor estudio le desveló que la prisionera no poseía ninguna gota de sangre humana en su esbelto y menudo cuerpo. Kylan se acercó a ella y trató de liberarla de las cadenas que la aprisionaban los tobillos y las muñecas.
Cesa en tus esfuerzos —le advirtió la vibrante voz de la elfa tras varios intentos por parte del semihykar. Reparó en que las palabras sonaban directamente en el interior de su cabeza—. El material de estos grilletes no cederá ante ninguna mano mortal, así que centra tu atención en mis palabras.
Portas algo que es mío —apuntó mirando la cadena que pendía del cuello de Kylanfein, la extraña joya con forma de K que consiguiera en aquella cueva— y por tanto has sido elegido para salvar a mi hija del oscuro e incierto futuro que se cierne sobre ella.
Kylan escuchaba atento la inesperada alocución de la cautiva. Según se fue desarrollando el entramado de la historia, el semihykar fue comprendiendo que el motivo por el que había confundido a la prisionera con Thäis Shade, era porque la semielfa era la hija a la que se refería el espectro y también la que se hallaba en tan apurada situación.
El destino decidió que fueras tú quien localizara el perdido Orbe de la Luz Eterna y reclamaras para ti mi talismán. Ahora debes buscar a mi hija al norte de Aekhan, en la zona denominada la Garganta del Lobo, e indicarle dónde está el Orbe para que pueda recuperarlo y finalice nuestra maldición. Mas debes prevenirla porque está en su naturaleza tanto el poder de la salvación como el de la destrucción. Guíala bien, porque llegará el momento de la decisión final. Tengo fe en ti, guerrero. Tenla tú en mí.
La silueta de la elfa fue desdibujándose hasta no ser más que una ligera neblina que empañaba la visión de la floresta.
—¡Señora! —llamó Kylan—. ¡Me alegro de que estéis aquí, pues hay algo que os debo contar!
El medio elfo de la sombra abordó a la sanadora que acababa de aparecer en la linde del bosque. La elfa fue sorprendida e iba a contestar con una dura réplica, mas la turbación que se encendía en el rostro de Kylanfein la hizo dudar y escuchar condescendiente las palabras del mestizo.
—¿Qué sucede, Kylanfein, para que te comportes de este modo? —espetó la anciana mujer.
—Ayer en la noche me ocurrió algo que me ha desvelado en mi sueño y me ha obligado a tomar una decisión. Debo marcharme de aquí —explicó nervioso el joven semielfo.
—¿Qué te ocurrió, Kylan? —indagó la sanadora.
—Fue una visión. Una fuerza que no comprendía me condujo a través del bosque hasta un lugar donde estaba ella —empezó a relatar él.
—¡Ella, quién! ¿La Guardiana? —inquirió la elfa contagiándose de la excitación del mestizo.
—No —aclaró Kylan—. Era una mujer elfa que permanecía cautiva de unos demonios. Aquellos repulsivos seres me atacaron pero me atravesaron insustanciales cuando me acerqué a ella. Entonces la mujer me relató mi misión.
Kylanfein contó a la sanadora los detalles de la extraña conversación, así como las circunstancias que le habían llevado a conocer a la semielfa Thäis Shade.
—Debo marchar al norte donde son necesitados mis servicios —confirmó el medio hykar.
—Así debe hacerse, mas no te auguro un tranquilo viaje —advirtió la elfa—. Grandes poderes luchan y vosotros dos estaréis al frente de la contienda. ¡Que Anaivih guíe tus pasos con sabiduría!
—Gracias por todo lo que has hecho por mí, señora —expresó Kylan con una media reverencia—. Sólo me queda despedirme de la Guardiana, a quién también debo mucho, aunque hace varios días que no tengo indicios de ella.
—Aún no lo has averiguado, ¿verdad? —afirmó la anciana con una sonrisa ambigua en el rostro—. No verás jamás a la Guardiana, pues su naturaleza no es humana ni élfica, sino que es un espíritu del bosque. Es una dríada y el solo hecho de mirarla podría matarte.
»El influjo de su voz no te ha hechizado por la sangre hykar que recorre tus venas y te inmuniza hasta cierto punto a este tipo de magia —concluyó la elfa.
—Ésa debió ser la razón por la que su contacto provocó tan ardiente reacción en mí y luego sufrí una sensación de repulsión, como si hubiera sido engañado, manipulado —recordó el guerrero.
—Por un momento caíste bajo su natural embrujo, mas tu herencia hykar pronto luchó haciéndose con la victoria e instigando un sentimiento de rechazo en ti.
—Entonces no me queda nada que hacer aquí —concluyó el semihykar—. Adiós, señora. Despídame de la Guardiana en mi lugar.
—Así lo haré. Adiós, Kylanfein Fae-Thlan —se despidió la elfa.
Kylan, una vez hubo recogido todas sus pertenencias, comenzó a recorrer la floresta, teniendo como único punto de orientación los rayos del sol sobre las copas de los altos robles.
Caminaba rápidamente, pues no quería que la duda sembrara su semilla en los pensamientos y le anclara a este lugar. Una única pregunta aguardaba en su mente.
—¿Cuál sería su nombre? —pensó el mestizo en voz alta, refiriéndose a la misteriosa Guardiana.
Syrinx susurro el viento, silbando al agitar las hojas de los árboles.