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EN TIERRA EXTRAÑA

En un lugar desconocido

Un juego de intensas luces giraba a su alrededor. Eran preciosas y con una variedad de colores y tonalidades increíble.

El hombrecillo estiró sus pequeñas y delgadas manos en un intento de alcanzar una de las diminutas luminiscencias. Pareció que sus dedos se acercaban a una de las esferas de color, mas no era más que un efecto óptico. Las pequeñas luces danzarinas se hallaban en realidad a una distancia inconmensurable, ya que no se trataba de diminutos focos de luz, sino de lejanas estrellas que iluminaban remotos e ignotos sistemas.

El ladronzuelo estaba extasiado con la experiencia que estaba viviendo. Se concentró en contemplar el majestuoso y extraño entorno que lo rodeaba y advirtió un detalle: en su bamboleante viaje en el que no se podía saber qué era arriba y qué abajo, pareció que si tenía una dirección determinada. Una de las deslumbrantes luces se acercaba, ¡sí se acercaba! ¿O era él quien se acercaba?

La esfera luminosa de color amarillo fue creciendo en tamaño y en intensidad, tanto que el hombrecillo tuvo que entrecerrar sus vivaces ojillos en contra de su voluntad; no quería perderse ni un solo detalle.

El viaje se fue volviendo más vertiginoso en momentos, tanto que las demás luces de su alrededor se habían convertido en finas estelas brillantes de diferentes colores. La estrella continuó aumentando hasta que llegó a ocupar toda la visión frontal.

«¿Qué se sentirá al chocar a tan alta velocidad contra un sol ardiendo?», pensaba excitado el hombrecillo. «Quizá me convierta en el primero de los míos que pise una estrella llameante. ¡A lo mejor me vuelvo de fuego!».

Ante estas emocionantes ocurrencias, el hombrecillo se sentía increíblemente alegre y satisfecho con los extravagantes sucesos por los que había pasado en los últimos… ¿días? El tiempo en el Averno era muy difícil de medir.

La llegada a la brillante estrella era inminente, mas cuando parecía irremisible el choque contra ella, la trayectoria sufrió un cambio. El llameante cuerpo celeste quedó a la derecha y al frente apareció otra esfera, mas pequeña, en la que predominaba un suave color azul.

Su cuerpo sufrió una inusitada aceleración que no le permitió ni abrir los ojos. De pronto la sensación pasó a un hormigueante y angustioso vértigo que el hombrecillo saboreó al máximo. Le parecía estar sentado sobre su cabeza en el interior de un tiovivo.

«¡Un tiovivo puesto al revés!», se iluminó esta idea en su inquieto cerebro. «Sería genial. Si me encuentro con un circo les contaré mi proyecto para que lo lleven a cabo. ¡Será un éxito!».

De repente, todo movimiento cesó. El ladronzuelo, despatarrado en el suelo, abrió un ojo para curiosear.

El terreno en el que yacía era de tierra normal y corriente, no azul como esperaba. Esto le defraudó en gran medida, pero pronto se le pasó ante tanto territorio desconocido por explorar.

El incansable fisgón se puso en marcha, observando con todo detalle cada una de las características de la nueva tierra. En apariencia todo parecía igual que en su casa, en Flauen: la misma clase de árboles, con sus copas de hojas verdes encima de los troncos, pequeñas ardillas correteando entre las ramas, los habituales pájaros cantando… Si no fuera porque lo había visto con sus propios ojos, diría que había vuelto a Turdan.

Este pensamiento motivó una nueva idea. ¿Qué clase de pobladores vivirían en este lugar? ¿Serían humanos? ¿Goblins? ¿Trolls? ¿Dragones? ¿U otro tipo de seres de extrañas y divertidas proporciones, con varios brazos saliendo de su cuerpo y con grandes bocas que se abrirían a lo largo de su cráneo? ¡O de su estómago!

Pronto obtendría respuesta a sus innumerables e insólitas preguntas, a cuál más disparatada.

Un poblado se extendía al frente.