6
INESPERADA TRAICIÓN
Falan, año 243 D. N. C.
La carreta traqueteaba estridente por las desiertas y calladas avenidas, dando pequeños saltos con los baches del empedrado. Los cascos de los caballos aportaban a su vez su propia porción de estrépito, conformando un escándalo que indignaba al ya de por sí molesto caballero.
Rafter asía las bridas de los corceles de tiro, sentado en el asiento destinado al cochero. Se decía a sí mismo que aquél no era sitio para él, que merecía mejor disposición y mayor respeto. Sus quejas eran mudas, pues nadie había para escucharle. Si unos oídos debían atender estos veraces reproches, eran los agudos y puntiagudos de Taris-sin. «Perdón, Dyreah», se reprochó a sí mismo con ironía. Sin embargo, ella ahora se encontraría en la posada El Grato Descanso, disfrutando de un confortable y reparador sueño.
El carromato, con Regio impropiamente atado junto a los otros vulgares equinos, enfilaba una de las avenidas principales de Falan en dirección este. El camino conducía al emplazamiento de los Hijos del Fénix, cuartel donde se disponía la base militar de la capital de Adanta.
Las puertas del recinto amurallado se hallaban cerradas, tan avanzada era la noche. No obstante, un centinela hacía la guardia tras el parapeto. Al ver aproximarse al vehículo, el soldado dio el alto.
—¡Ah de la carreta! —vociferó el miliciano haciendo bocina con las manos—. ¿Qué busca a estas horas de la madrugada?
—¡Sólo entregar un paquete! —gritó Rafter a su vez—. ¡Abrid las puertas!
—¡Las puertas quedan cerradas hasta el amanecer! —replicó el vigía—. ¡Y no se abren si no se trata de un asunto de gran trascendencia!
—¡Por Dios! —exclamó el oficial perdiendo la poca paciencia que le restaba después de tan agobiante día—. ¡Soy el capitán Rafter Keviambor de Lance y no pienso esperar hasta el amanecer sentado en este inmundo carromato! ¡Así que muévete de una vez y cumple con tu cometido!
El soldado pareció dudar un momento, amilanado por el talante y las maneras del extranjero. Finalmente optó por acceder a las pretensiones del desconocido sujeto y poner en marcha la apertura de las gruesas hojas de madera, no sin antes enviar a un subordinado a dar aviso a sus superiores de la inesperada visita.
Con la entrada ya accesible, Rafter espoleó a los caballos de tiro y penetró en el cuartel. Un pequeño comité de bienvenida compuesto por tres soldados vigilaba sus movimientos con las armas guardadas, mas las manos bien dispuestas a reclamarlas al menor sobresalto.
El oficial sofrenó la carreta y descendió de su humillante puesto de conductor. A continuación, se dirigió hacia los milicianos apostados en actitud de reserva.
—¿Dónde está vuestro capitán? —inquirió Rafter a unos de ellos.
—Se halla en el barracón, señor —su tono se mantenía considerado, desconocedor de la importancia de aquel sujeto que tantos aires se daba.
—Pues id a llamarle —mandó el militar oriundo de Lance—. Tengo un asunto que tratar personalmente con él.
—No puede atenderle ahora, señor —replicó el joven soldado.
—Está durmiendo, ¿verdad? —apuntó Rafter haciendo un gesto de confidencia—. ¡Pues despiértenlo en seguida!
Al oficial Rafter Keviambor no le agradaba tener que asumir esta áspera actitud, mas sabía que era el único modo de hacerse respetar en el interior de un complejo militar. La disciplina era el fundamento primordial y el rango un distintivo de respeto. Era una baza que había —y sabía— hacer valer.
Uno de los tres guardianes había prestado oídos a esta representación de superioridad y soberbia, y pronto había marchado en busca de su superior. Mientras, los otros se limitaban a esperar y estudiar al recién llegado.
—Y vosotros —prosiguió Rafter su papel de tirano—, bien haríais sacando de la carreta a las dos jóvenes y al par de energúmenos atados al fondo, al igual que a los otros dos salteadores muertos. Eso sí, no os atreváis a tocar uno solo de los cabellos de las muchachas, ¿entendido?
—¡Sí, señor! —se apresuró uno de los vigilantes, dando un codazo a su compañero, que no parecía dispuesto a acatar las órdenes del extranjero. Desligó sus inflexibles y suspicaces brazos cruzados del pecho y se dispuso lánguidamente a subir al vehículo.
Abrieron las puertecillas y ayudaron a descender a las dos nerviosas muchachas, que semejaron tranquilizarse al observar las brillantes insignias de los Hijos del Fénix.
A continuación fueron descargados los voluminosos humanos de desagradable aspecto, ahora empeorado al habérseles hinchado el rostro fruto de los golpes recibidos una hora atrás. Los cadáveres de Jozz y del otro hombre quedaron tirados a un lado.
En ese momento las figuras de dos hombres se perfilaron saliendo de los alojamientos. Una ellas caminaba irregularmente, víctima aún del sobrecogimiento del sueño, abotonándose la casaca militar. En cuanto llegó, se dirigió enfadado al extranjero.
—¿Eres tú el que estás armando tanto alboroto y ha obligado a interrumpir mi descanso? —exclamó exaltado el rubio soldado.
—Sí, soy yo —respondió con indiferencia Rafter—. ¿Y tú eres…?
—Capitán Asher, de la Guardia Sagrada de los Hijos del Fénix de Falan —recitó con gallardía el oficial.
—Pues bien, capitán Asher de la Guardia Sagrada de los Hijos del Fénix de Falan —repitió con sorna el enviado de Lance—, no logro imaginar cómo tan espléndida urbe con tan diligente cuerpo de guardia, permite que unos vulgares secuestradores se paseen por sus blancas avenidas con total impunidad y acrecentando su lista de crímenes.
Rafter se giró abarcando con su mirada a las dos jóvenes mujeres, a los malcarados salteadores y al carro.
Asher, que advirtió al instante la situación, guardó silencio durante unos segundos, pensando. Finalmente quebró el corto mutismo.
—Una serie de puntuales secuestros se han venido efectuando entre nuestras fronteras y fuera de ellas, en el Reino —informó el oficial con seriedad—. Existe una vasta y sombría red de criminales y salteadores que raptan a hermosas jóvenes para luego trasladarlas fuera del estado y venderlas a burdeles o a ricos comerciantes privados a precio de oro.
»Pese a nuestros esfuerzos por estrechar el cerco en nuestras fronteras —prosiguió Asher, evidentemente apesadumbrado—, los bandidos siguen eludiéndonos y manteniéndonos en jaque, quedando nosotros impotentes, contemplando como se llevan a nuestras muchachas, sin que podamos hacer nada por evitarlo.
»Usted ha hecho un gran trabajo deteniendo a esta basura —propinó un puntapié a uno de los caídos salteadores— y devolviéndonos a estas dos mujeres. Tiene mi respeto y el de los habitantes de la ciudad. Mañana mismo haré saber de su labor.
—Eso carece de importancia —respondió Rafter, restándole valor al asunto—. Fue mi compañera quien desentrañó el negocio y quien tomó la iniciativa.
—Pues felicítela también de parte de los Hijos del Fénix —brindó el oficial—. Además, sepa que los familiares de las niñas raptadas ofrecen una recompensa por su rescate. Estoy seguro de que desearán conocerlos inmediatamente a usted y a su camarada.
—No creo que vayamos a dilatar nuestra estancia en Falan por más días —declaró Rafter, esquivando la posibilidad de una aburrida ceremonia de agradecimiento—. Así que sería preferible que depositaran la retribución a nombre de la firma DecLaire, de Lance.
—Así se hará —confirmó el capitán Asher con un cabeceo de asentimiento.
—Habiendo dejado todo solucionado —señaló el extranjero—, si me lo permiten, marcharé a El Grato Descanso y tomaré, propiamente, mi bien merecido descanso.
»A propósito —añadió Rafter de improviso tras montar a Regio—, podrán hallar los cadáveres de los dos cabecillas de la operación en la zona sur de los barrios. ¡Que la Fortuna os sea propicia!
—¡Que Dios os guíe! —exclamó Asher a modo de despedida.
El capitán Keviambor escuchó como se cerraban las pesadas puertas de madera tras él cuando abandonó el emplazamiento de los Hijos del Fénix.
Espoleó a su caballo para llevarlo al trote por las calles, deseoso de alcanzar la casa de huéspedes y por fin relajarse en una blanda cama.
Ningún suceso ocurrió en forma de obstáculo en su camino, por lo que recorrió veloz las avenidas y pronto se halló en el frontal de la lujosa casa de huéspedes El Grato Descanso.
Dio la vuelta a la amplia construcción de tres plantas para alojar a Regio en los establos. Allí le proporcionó agua y heno en abundancia y se despidió de él hasta el día siguiente, que lamentablemente estaba muy cercano en el tiempo.
Sin que nada se lo impidiera ya, entró en la posada.
La casa estaba majestuosamente adornada, poblada de soberbias y elegantes curvas que estilizaban los ricos diseños dorados y de maderas nobles. Tras un alto mostrador con multitud de cajetines con llaves al fondo, se disponía un alto individuo vestido con distinguidas vestiduras y pausadas maneras. La línea de sus labios se arqueó en un remedo de sonrisa cuando avistó al capitán.
—¡Ah! Sea bienvenido a nuestra casa, capitán Keviambor —saludó el conserje con un pronunciado, quizá exagerado, ademán—. Hacía mucho tiempo que no visitaba nuestro plácido hogar.
—Cierto es —ratificó Rafter, satisfecho con el servicio que se le ofrecía en El Grato Descanso—. Muy a pesar mío, mis obligaciones me han mantenido alejado de esta bella ciudad.
—Siempre es agradable su presencia entre estas paredes, capitán Keviambor —continuó cortésmente el recepcionista—. ¿Desea la habitación habitual?
—La verdad —meditó atusándose el bigote durante unos instantes—, quisiera saber primero cuál ha sido el dormitorio que ha escogido la señorita a la que acompaño en este viaje.
—Si me dice su nombre, trataré de proporcionarle servicio a sus intereses —apuntó diligente el conserje, echando mano del libro de registro.
—Su nombre es Taris-sin DecLaire —notificó seguro Rafter. Al momento, rectificó—. No, espere. Dyreah… Anaidaen.
El recepcionista comenzó a pasar páginas del grueso libro de hojas amarillas, adelante y atrás, atrás y adelante. Finalmente, dejó a un lado el tomo.
—Lo lamento, capitán Keviambor —declaró el alto individuo—, pero no tenemos a nadie alojado en nuestra casa con ninguno de los dos nombres.
—No sé qué otro nombre darle —comentó el oriundo de Lance, confundido—. Supongo que debe recordarla. Es alta, de piel clara algo bronceada, cabello negro y ojos verdes. Va vestida con cota de mallas y no se separa de sus armas…
—Lo siento, capitán Keviambor —se lamentó el conserje—, mas no ha aparecido por aquí nadie que concuerde con su descripción. Sin duda, la recordaría fácilmente. No suelen hospedarse en esta casa damas con tan singular atuendo.
—¡Por todos los demonios del Infierno! —exclamó el oficial, abriéndose desmesuradamente sus ojos al percatarse de lo realmente ocurrido.
Rafter salió de la posada como alma que lleva el diablo, atropellando a los sorprendidos huéspedes que se cruzaron en su precipitado camino. Ya en el exterior, contempló la sosegada y fresca quietud de la noche en Falan. Las calles solitarias y silenciosas rodeadas de amplios edificios dormidos.
El capitán de la guardia y adscrito protector de Taris-sin DecLaire, Rafter Keviambor, no logró reprimir un grito de ahogada frustración al advertir que había vuelto a ser burlado por la mestiza.