18
NOCHE MALDITA
Antiguos Bosques, año 248 D. N. C.
Dyreah contemplaba la escena con creciente horror.
No se había movido ni un ápice desde que reconociera la naturaleza de las criaturas que vagaban a la luz de la luna en aquella recóndita y oscura zona del bosque. Cierto es que conocía a aquellas horrendas criaturas de las historias que había leído en los libros, pero dichos relatos distaban mucho de lo que sus ojos apreciaban ahora.
Quizá existió un tiempo en el que aquellos seres fueron humanos o pertenecieron a alguna raza semejante, pero la corrupción que ahora se extendía por sus entrañas los había convertido en monstruos de pesadilla.
—Dyreah… no me gustan.
Ravnya permanecía al lado de la semielfa, con la mirada prendida en el abominable espectáculo que se desarrollaba no muy lejos de donde ellas se encontraban. Una mueca de desagrado se dibujaba en su siempre sereno semblante, arrugando la nariz en una expresión de asco.
—Eso, no está bien —declaró la muchacha sin saber muy bien como expresar su confusión—. Están muertos, lo huelo en el aire, su carne está podrida, ¡pero se mueven!
—Sí, están muertos y se mueven. Y devoran —confirmó la semielfa aún sobrecogida—. Son smudz. Dejaron hace mucho tiempo de estar vivos, pero no por ello se ha saciado su apetito por la carne fresca.
Uno de ellos avanzaba entre la vegetación con grotesca agilidad. Se valía para desplazarse de ambos brazos, de una de las piernas y del muñón de la otra extremidad, sesgada a la altura de la rodilla. No obstante lo más repulsivo era lo natural de sus movimientos mientras empuñaba sendos cuchillos curvos en cada una de las manos. La mandíbula permanecía abierta, a la espera de la próxima tajada que llevarse a la boca.
—Debemos irnos de aquí ya —sentenció la semielfa.
La chica loba asintió con un fuerte cabeceo, deseosa por alejarse de aquel abominable desequilibrio del orden natural de las cosas.
Dyreah comenzaba a levantarse dispuesta a marchar rauda de allí cuando la otra la detuvo, sujetándola de la muñeca.
—Entonces, ¿qué les pasará? —indagó Ravnya señalando al frente, hacia aquel lugar maldito.
—¿A quién…?
La semielfa inició la pregunta confundida, cuando advirtió a qué se refería su compañera. Siguiendo la indicación de su mano, alcanzó a ver en medio de aquel infierno a los dos cazadores furtivos, el hombre y la mujer humanos cuyo único empeño era cazarlas. Éstos luchaban ahora por sus vidas, rodeados por la turba endemoniada y haciendo uso de magia y espada para evitar que los alcanzaran. Phren lanzaba amplios barridos con la espada, obligando a retroceder a los smudz, aunque el sudor perlaba su frente y sus movimientos eran cada vez más lentos y pesados. Mientras, Hunna recitaba sortilegio tras sortilegio tratando de acabar con los enemigos que amenazan su vida, pero de igual modo que le ocurría a su compañero, sus conjuros resultaban cada vez más débiles e inofensivos. Sin duda, no pasarían muchos minutos antes de que se abriese una brecha en sus defensas que desembocaría en su muerte, o quizá, en un fin aún más terrible, como ser devorados vivos y condenados a sufrir aquella horrenda maldición.
La maga esbozó los últimos pases con las manos y un chisporroteante arco de energía azulada brotó de sus dedos en dirección a uno de los engendros. La abominable criatura no logró terminar de esquivarlo y acabó girando en el aire hasta que chocó bruscamente con un tronco varios pasos más allá, apestando a carne quemada. Hunna sonrió ligeramente ante el resultado de la magia esgrimida, sonrisa que se torció en una mueca al observar cómo su víctima no tardaba en levantarse de donde había caído y enfocaba su vacía mirada de nuevo en ella.
Phren, por su parte, tampoco lo llevaba mucho mejor.
A pesar de lo que pudiera hacer creer el maltrecho aspecto de los smudz, las criaturas se movían con agilidad y astucia, sin permanecer al alcance de la espada del humano, mas sin dejar pasar las oportunidades que ofrecía su inexperta guardia. Las garras ya habían cruzado sus defensas en varias ocasiones y habían dejado su huella en forma de cortes y magulladuras en brazos y piernas. Una espada corta había dejado una incisión más profunda en su costado, haciendo correr la sangre. Por contra, Phren había acertado a cercenar un par de extremidades que, al contrario que sus voraces propietarios, ahora se mantenían inertes a sus pies.
Lo que ninguno de los dos humanos siquiera intuía era la forma oscura que trepaba despacio y silenciosa por las ramas de un árbol a sus espaldas, preparándose para arrojarse sobre sus cabezas y cumplir con su mortífero cometido.
—¡Mira! —preguntó Ravnya a su compañera con inquietud en la voz—. ¡Va a saltar!
Los ojos de Dyreah lo habían advertido, pero en su fuero interno la duda obraba para evitar que reaccionara de modo alguno. Sus instintos la empujaban a hacer algo para impedirlo, pues no podía permitir que aquellos dos murieran ante sus ojos mientras ella se limitaba a permanecer como espectadora. Sin embargo, en su pecho, y en particular en su cabeza, otra emoción bien distinta bregaba por primar. No podía olvidar que esos humanos trataban de matarlas, ¡llevaban meses persiguiendo sin tregua a Nya! Bien se merecían aquel final, u otro peor incluso, pues ella misma sería capaz de acabar con ellos si intentaban hacer algún daño a la muchacha. Lo lamentarían. No, no lo lamentarían, pues no lo permitiría, no la pondrían un dedo encima mientras viviera.
—¡Dyreah! ¡Hay que hacer algo! —insistió la joven ante el patente paroxismo de la semielfa.
Dyreah seguía decidida a no actuar. Aquellos dos se habían ganado a conciencia lo que les estaba ocurriendo, se repetía en silencio una y otra vez para convencerse a sí misma. No obstante, esta determinación se quebró en cuanto vio que Ravnya se disponía a entrar en acción en favor de sus enemigos.
—Quieta —la detuvo de inmediato, temerosa de cuanto pudiera ocurrirle si se arrojaba a la lucha—. Déjame a mí.
Con absoluta desgana, pero obligada por las peligrosas intenciones de la medio loba, descolgó el arco negro de su hombro y aprestó una flecha entre sus dedos. Respiró hondo un par de veces y, a la par que se incorporaba, tensó lentamente la cuerda apuntando con cuidado a la difusa sombra que se desplazaba en las sombras.
El smudz estaba a punto de alcanzar su objetivo. La gruesa rama en la que se encaramaba estaba justo por encima de la hechicera, y ya se deleitaba anticipando el dulce sabor de la carne deslizándose por su gaznate.
La semielfa había fijado su blanco en la criatura y tenía la confianza de derribarla con sólo liberar la flecha. Con sólo liberar la flecha…
—¡Dyreah!
Ravnya exhaló un grito cuando las deformes extremidades de la criatura abandonaron la presa en la madera y se arrojó contra los humanos sediento de sangre. Un fuerte zumbido y un sonido semejante al de un melón podrido al chocar contra el suelo acompañaron la acción cuando el proyectil alcanzó la cabeza de la criatura y la hizo explotar con violencia. El cuerpo decapitado cayó desmadejado sobre los cazadores, con tan mala fortuna que empujó al guerrero y lo hizo trastabillar.
Phren esquivó a duras penas un tajo que le habría abierto el vientre en canal, pero se ganó un doloroso corte a lo largo del antebrazo que sujetaba la espada.
—¡Argh! ¡Malditos bastardos! —maldijo el hombre, descargando un fuerte barrido con la intención de recuperar la distancia con sus enemigos.
—¡Mantenlos Phren! ¡Mantenlos! —exclamó la hechicera sin dejar de tejer sus conjuros, advertida del titubeo de su compañero.
—¡Eso intento! —replicó el guerrero cediendo lentamente la posición ante las salvajes arremetidas de varios smudz—. ¡Pero son demasiados!
—¡Lucha por tu vida!
Hunna se encontraba al límite de la extenuación. Cada nuevo hechizo robaba una parte de sí misma y pronto no sería capaz ni tan siquiera de defenderse. Sólo la certeza de saberse muerta en el caso de que se detuviera la motivaba a continuar esgrimiendo su magia hasta la extenuación.
No obstante, pese a los denodados esfuerzos de ambos, los smudz resultaban ser demasiado numerosos para ellos.
Así lo comprendió Ravnya, que no dudó un instante en abandonar su seguro refugio sin más armas ni defensa que su arrojo y agilidad, en pos de salvar la vida de aquellos que habían buscado acabar con la suya.
—¡Ravnya! ¡No! —gritó asustada la semielfa al contemplar la precipitada huida de la joven.
Al punto se levantó para salir tras ella a la carrera, pero advirtió cómo un smudz que hasta el momento había permanecido ajeno a la lucha salía de su escondrijo al costado de la chica loba, aún sin haberse transformado y fuera de su ángulo de visión. De inmediato echó mano a la aljaba y aprestó una flecha en el arco. Apuntó con cuidado, el disparo no era fácil, puesto que Ravnya se cruzaba en la trayectoria del monstruo. Apretó los dientes, respiró un par de veces y liberó el proyectil, encomendándose a Alaethar y a cuantos dioses escucharan en los cielos.
Una voz en su mente le gritaba que debía apresurarse a marchar junto a su compañera, por cuanto pudiera suceder. Sin embargo, se quedó petrificada, vigilando el rapidísimo vuelo de una flecha que volaba más allá de su control. Un hondo suspiro escapó involuntario de sus labios cuando alcanzó a ver como su disparo cruzaba el aire ligeramente al costado de Ravnya y perforaba cruel la garganta de la criatura. La chica lobo exhaló un grito ahogado cuando el cuerpo decapitado del smudz se cruzó en su camino y la impregnó de asquerosos fluidos.
Salvada la primera urgencia, Dyreah reclamó para sí el aura de poder de su armadura y saltó al combate tras los pasos de Ravnya, con el negro arco al hombro y la espada de hoja plateada presta en su puño.
Apenas un segundo bastó para que la silueta de Ravnya se desdibujara y se mostrase después en su forma lupina, un haz plateado que volaba más que corría en amplias zancadas con las fauces abiertas en dirección a los monstruos. Con ese ímpetu saltó sobre la espalda del smudz más alejado del amenazante cerco que rodeaba a los humanos y lo derribó. Mordió con violencia zarandeando el animado cadáver, desgarrando carne y músculos del cuello mientras clavaba con dureza las zarpas y abría profundos surcos en la piel. El engendro pataleaba indefenso como una tortuga puesta del revés, tratando agónicamente de girarse pero inmovilizado por el peso del lobo encaramado sobre su espinazo. No tardó en distinguirse el sonoro crujido del cuello al quebrarse, tras el cual el smudz no volvió a agitarse más.
La semielfa, en mitad de su carrera, experimentó un momentáneo escalofrío al comprobar la salvaje violencia que era capaz de desatar su pacífica y dócil compañera cuando liberaba sus instintos más primarios. Parecía imposible que se tratase del mismo ser.
Los cazadores parecieron encontrar un destello de esperanza en este inesperado giro de los acontecimientos, sin pararse a considerar si el recién llegado era amigo o enemigo, o si realmente se trataba del mismo ser al que habían jurado destruir. Su aparición traía consigo un respiro que necesitaban con desespero.
La podrida mente de los monstruos aún guardaba el suficiente atisbo de inteligencia para advertir la amenaza que suponía la llegada de nuevos adversarios. Inmediatamente pasaron a actuar de forma más cauta, buscando un rodeo para no situarse en la tenaza de fuego cruzado con enemigos atacando desde diferentes ángulos. Habiendo observado la rabiosa acometida del lobo, ponían buen cuidado en guardar las distancias con el animal o bien cruzar las armas frente a él. La guerrera de armadura de plata recibió un trato bien distinto.
Dyreah descubrió un maligno brillo rojizo que teñía la mirada de los smudz que cruzaron la vista con la mestiza. La impresión que despertaron en ella fue primero de un odio extremo y un hambre voraz, para después apagarse y dejar una sensación de dolor y temor. Mas el desconcierto fue total cuando resultó evidente que los monstruos la evitaban de forma deliberada; la encaraban por un instante y enseguida decidían ignorarla en busca de otra presa. La semielfa desconfiaba de tal actitud y trataba de no perder de vista a ninguna de las criaturas, a la par que se aproximaba a Ravnya para brindarle su protección.
Precisamente, dos smudz habían logrado acorralar a la joven loba y la acechaban con mugrientos cuchillos y con una larga y puntiaguda vara. Ravnya gruñía enseñando sus fieros colmillos y simulaba consecutivas acometidas tanteando el momento de desembarazarse primero de uno y luego del otro. Tuvo que saltar para esquivar sendas cuchilladas, mas la vara llegó a golpearla en el lomo con dureza en varias ocasiones. Los impactos liberaron su rabia, quedando la cautela relegada a un segundo plano. Sin previo aviso, embistió contra las piernas del smudz que empuñaba los cuchillos con la suficiente fuerza para hundir una de las rótulas y desequilibrarlo, al tiempo que ganaba su espalda. No obstante, el otro engendro no había quedado al margen de la acción y no desperdició la oportunidad de esgrimir su corta lanza ante un oponente que se mostraba vulnerable. Con cruel satisfacción orientó la punta de madera en dirección al plateado pelaje de la loba y la impulsó a fondo, confiado de su fácil victoria. La vara nunca alcanzó su funesto destino. Un luminoso haz se interpuso cortando limpiamente la madera y terminó su recorrido cercenando la cabeza del smudz. El primero de los monstruos, atareado como estaba sorteando las dentelladas de la fiera, no se percató de la llegada de la semielfa hasta que la hoja de su espada se abrió paso a través de su pecho, robándole el impío hálito de vida que lo sustentaba.
Dyreah extrajo la hoja antes de que el smudz terminara de desplomarse y se encaró con su compañera aprovechando el breve ínterin al no localizar más de las horrendas criaturas en las proximidades.
—Nya, trata de mantenerte al margen y déjame hacer a mí, te lo suplico —susurró la mestiza mirándola a los ojos, su voz impregnada de preocupación.
La loba se rebeló en un primer momento, decidida a seguir sus instintos hasta el final. Sin embargo, la angustia que se adivinaba en el tono de Dyreah caló en su interior y Ravnya terminó bajando la mirada a modo de aceptación. En respuesta, se ganó la cálida y más tranquila sonrisa de la semielfa.
—Acabemos con esto cuanto antes —instó a su audaz compañera.
Dyreah no estaba nada satisfecha con la decisión tomada, mas prefería sin lugar a dudas obrar así e imponer el ritmo a que Ravnya emprendiera una loca carrera que pudiera conducirla a la muerte. Con paso templado, la mestiza se dirigió a prestar auxilio a los cazadores humanos. Hundió una de las manos en el denso pelaje de la loba, apretando fuerte, mientras que con la otra enarbolada presta la espada plateada.
Sin embargo, el destino parecía reírse de ella.
Tan pronto llegó a la altura de los humanos, advirtió como uno de los smudz sorteaba las exánimes protecciones de la hechicera y se abalanzaba sobre ella. Un desesperado destello mágico voló muy lejos del monstruo, pero hizo resplandecer el burdo cuchillo de caza que Hunna había empuñado con rapidez a la defensiva. Aunque la criatura también pareció verlo, el ansia y la sed de sangre nublaban su limitado juicio y no dudó en arrojarse sin miramientos sobre la maga. No obstante, la larga hoja del cuchillo lo recibió con implacable crudeza al clavarse profundamente en su pecho. A despecho de las esperanzas que había depositado la hechicera en su desesperada acción, el smudz no presentaba síntomas de verse aquejado por la puñalada, concentrado como estaba en su inminente labor. Bajó una de las garras hasta el vientre de ella y con un gesto tan sencillo que resultó absurdo, cortó cuero y carne por igual. Los ojos de la maga amenazaron con salirse de sus órbitas por el sutil dolor en su abdomen y la rota fascinación por cuanto estaba ocurriendo. En su pesadilla personal, aún aferraba el cuchillo como si en ello le fuera la vida. Sin embargo, al tratar de extraerlo para blandirlo de nuevo, escuchó el macabro sonido de la hoja atascada arañando los huesos que la aprisionaban y no la dejaban escapar. Ajeno a los fútiles intentos de la hechicera en su torso, el monstruo continuaba entusiasmado ejecutando su funesta labor. Hundió la mano en las entrañas de la mujer y casi paladeó extasiado al advertir el calor y el dulce aroma de la sangre. Sin mayor ceremonia, extrajo la garra con la palma abierta tirando con ella de los órganos aún palpitantes, para después llevárselos a la boca. Nunca pudo llegar a degustarlos, pues un haz plateado le rebanó el cráneo con un suave zumbido.
Dyreah terminó de efectuar el barrido con la espada, conteniendo el vómito a duras penas. La resolución que se plasmaba en su semblante no se detendría por el horror o las náuseas. Sin bajar del todo la mirada, la semielfa trató de examinar el rostro de Hunna. Para su sorpresa y angustia, seguía viva y víctima de terribles sufrimientos. En sus ojos increíblemente abiertos sólo se leía una clara súplica. La semielfa apartó la mirada a un lado e hizo oscilar la hoja de su espada por segunda vez, poniendo así fin al tormento de la mujer.
Seguidamente buscó la cara de Ravnya, pero en su expresión no encontró las temidas emociones de rechazó o reproche. Al parecer, aceptaba la decisión de la semielfa como única opción posible en favor de la maga moribunda.
—¡Hunna!
Dyreah se giró a tiempo de ver como el cazador se precipitaba sobre ella y trataba de interponerse entre la semielfa y el cadáver de la hechicera.
—¡Maldita asesina! —rugió encarándose con la joven—. ¡La has matado!
La mestiza no supo cómo responder a la iracunda acusación, por lo que permaneció en silencio.
Por una parte, no podía negarlo. Había sido ella quien finalmente segara la vida de la maga. Por contra, sólo lo había hecho como un acto de misericordia. No obstante se daba perfecta cuenta de que la situación era tensa y el humano estaba visiblemente crispado por los nervios y no atendería a más razón que el filo de su propia espada. Aún así, lo intentaría.
—Detente, debes escucharme… —comenzó a decir la semielfa en un intento por explicarse a la par que alzaba una mano en actitud conciliadora.
Phren actuó tal y como ella había previsto.
Empujado por unas fuerzas nacidas de la rabia más pura, el cazador exhaló un grito mientras lanzaba poderosos tajos contra el cuerpo de Dyreah. De inmediato, Ravnya apareció al lado de su compañera y gruñó amenazadora al humano mostrando los dientes, con el largo y plateado pelaje del lomo ostensiblemente encrespado.
Phren dio un rápido atrás alarmado por la nueva amenaza. Un chasquido a su espalda lo hizo volverse a tiempo de repeler la estocada de uno de los smudz restantes, aún insatisfecho su apetito. La semielfa pronto hizo intención de adelantarse para atacar al monstruo, pero sólo consiguió que el cazador se volviera y la desafiara otra vez, con los ojos inyectados en sangre y presa del pánico.
—Tienes que escucharme, Phren —hizo otra intentona la mestiza, que no deseaba la muerte de aquel individuo—. Nosotras sólo quer…
—¡Cállate! Cállate maldita asesina… —conminó furioso—. ¡Tú! ¡Y el lobo! ¡Y los monstruos! Estáis todos juntos. Nos habéis tendido una trampa para matarnos y comernos después. Ya habéis asesinado a Enkanis y a Hunna, ¡pero no podréis conmigo!
Phren comenzó a lanzar salvajes barridos en todas direcciones. Movimientos que gradualmente fueron enlenteciéndose y que abrían brechas cada vez más evidentes en sus defensas. Si esto resultaba obvio para la semielfa, también lo era para la inmunda criatura que permanecía agazapada a la espera de una oportunidad que no tardaría en presentarse.
La tensión de Dyreah crecía por momentos. Parecía del todo inútil tratar de llegar a un entendimiento con el cazador y lo más terrible era que adivinaba su fin con demasiada claridad. Tarde o temprano se tropezaría y caería en las garras del smudz, desfallecería extenuado o se convertiría en un peligro para Ravnya o ella misma y se vería obligada a zanjar la cuestión. Además, si intentaba alcanzar al monstruo y eliminarlo, el otro lo interpretaría como una agresión contra él mismo y se defendería con torpeza.
¿Existiría algún modo de salvar a aquel hombre, o estaría irremisiblemente condenado a morir?
Por si esto fuera poco, había otro grave problema.
Sigilosos avances que sólo se atisbaban por el rabillo del ojo denunciaban la presencia de más enemigos en los alrededores, que se aproximaban despacio formando un círculo con ellos situados en su centro. Estaban rodeados o, al menos, pronto lo estarían si no actuaban con rapidez.
—Ravnya —llamó Dyreah la atención de la otra, sin perder ni por un momento de vista al nervioso humano—, tenemos que salir de aquí. Ya.
La loba orientó ligeramente sus orejas puntiagudas a modo de comprensión, aunque no dejó de gruñir e intimidar tanto a Phren como al paciente smudz.
La semielfa avanzó la mano derecha hasta el lomo de su compañera para hacerla partícipe de sus cautelosos pasos en retirada. Ravnya amenazó con mantener la posición y situarse así protectoramente entre Dyreah y sus enemigos, pero finalmente cedió a los tirones y también comenzó a retroceder.
—¡Qué! —preguntó Phren exaltado—. ¿Qué estáis tramando? ¿A dónde vais? ¡Esperad!
El hombre giraba la cabeza a ambos lados alarmado, desconfiado de las intenciones de la guerrera y de la bestia que la acompañaba. Sin embargo, era a la desagradable criatura que parecía relamerse cuando le miraba a quien temía más. Lanzó un potente tajo contra el monstruo, pero éste lo esquivó emitiendo un siseo de diversión. De inmediato se dio la vuelta al percibir que la mujer de la armadura mascullaba algo a sus espaldas, quizá un sortilegio o un maleficio que Dios sabía que efectos podía tener sobre su persona. Sólo alcanzó a entender una palabra, y ésta comprensión le asustó aún más: ¿Preparada?
—¿Qué preparada…?
Sus ojos se abrieron como platos al contemplar cómo la guerrera había dejado caer la espada al suelo y ahora empuñaba un arco tan negro como la noche con una flecha preparada y apuntándole sin error.
—¡Ya! —exclamó inmediatamente la semielfa.
La acción se desarrolló en una vorágine de fugaces movimientos a ojos del cazador. Tan pronto como la mujer gritó, el enorme lobo plateado cargó contra él sorprendiéndole con la guardia baja y lo derribó sobre el terreno. El zumbido del astil anunció su muerte inminente, pero la fortuna hizo que volase de forma fallida sobre su cabeza mientras caía a plomo. No obstante, no había motivos para alegrarse; tenía un enorme lobo rabioso sobre el pecho dispuesto a desgarrarle la garganta de un mordisco.
Desde su incómoda posición, cercado por una perspectiva llena de afilados colmillos, apreció cómo la guerrera se relajaba una vez disparada la flecha y recogía la espada de la tierra. Avanzó despacio unos pasos hacía donde él se encontraba indefenso, balanceando la hoja al caminar, hasta detenerse a su lado.
—¿Me escucharás ahora? —demandó Dyreah acabada ya su paciencia.
Phren esperaba escuchar alguna amenaza, alguna advertencia directa de lo que le sucedería si no transigía incondicionalmente. El profundo gruñido que emanó del estómago del lobo le hizo temblar con tanta intensidad que no necesitó de mayor intimidación. Todo su orgullo se convirtió en un vehemente cabeceo afirmativo.
—Mejor así —aceptó la semielfa—. No queremos matarte, y si tuve que acabar con la vida de tu compañera fue sólo porque estaba condenada. Era lo más piadoso que podía hacerse por ella después de que aquel monstruo la destripara.
»Si llegamos a este lugar fue porque la columna de fuego mágico llamó nuestra atención, y si decidimos intervenir fue sólo para tratar de ayudaros —explicó Dyreah, sin dejar de echar breves vistazos en su entorno cercano—. Tu vida está en nuestras manos, ¿te comportarás ahora o le ponemos fin a esto de una vez por todas?
Phren se quedó inmóvil unos instantes, recapacitando en la oferta hecha, para después asentir de nuevo, visiblemente atemorizado por las fauces que permanecían entreabiertas frente a sus ojos.
—Está bien. Ravnya, deja que se levante.
La loba plateada apartó su abrumador peso de encima del cazador a regañadientes, desconfiada de las postreras intenciones del humano. No dudó en lanzarle una admonitoria mirada antes de terminar de retirarse.
Una vez recuperada cierta calma, Phren acertó a buscar al smudz, creyendo que saltaría sobre su espalda de un momento a otro. Lo que encontró fue el cadáver desmadejado de la criatura tirado en el suelo, con un ennegrecido boquete abierto en su pecho. Algo de luz alcanzó a penetrar en su sobrecogido entendimiento.
—¿La flecha…?
—Sí, no era para ti. Fue la única manera que se me ocurrió para que te apartarás de en medio —aclaró la mestiza sin perder de vista la aparentemente olvidada espada del cazador.
En cuanto Phren se acordó de ella y trató de recogerla, un potente gruñido y la hoja de una espada frente a su rostro le invitaron a obrar con cuidado.
—Cuidado contra quién la utilizas —avisó Dyreah—. Nos rodean suficientes criaturas como para que nos matemos entre nosotros.
Phren tomó el arma y soltó un bufido a modo de respuesta, dando muestras de haber recuperado parte de su arrogancia perdida. A pesar de su orgullo, no tardó en dejar descansar la punta del arma en el terreno y utilizarla a modo de bastón, víctima del agotamiento.
Una vez neutralizado el problema con el cazador, la semielfa envainó la espada y empuñó el arco, dispuesta a aprovechar a su favor la ventaja de la distancia. Ravnya, por su parte, olfateaba tratando de localizar a los monstruos que acechaban amparados en la oscuridad. No obstante, estaba decidida a no perder de vista al humano en ningún momento.
—Descansa cuanto puedas, Phren. Aún no hemos salido de ésta.
—Preocúpate por ti misma, mujer —replicó él con aspereza—. Sé cuidarme solo.
Dyreah optó por no responder, segura de que estaría perdiendo el tiempo. Se agachó y quedó a la altura de su compañera de cuatro patas.
—Ravnya, tú ves mejor que yo —la susurró, deslizando la mano libre por su pelaje—, ¿distingues alguna vía de escape que nos permita abandonar este lugar maldito?
La loba giró la cabeza una y otra vez en todas direcciones, empleando sus agudos sentidos para discernir dónde se escondían sus enemigos. Pero lo que advirtió no le gustó en absoluto.
Renunció a su condición lupina y recobró su aspecto humano. Phren se sobresaltó y dio un paso atrás, asustado por la repentina transformación.
—Dyreah —susurró la joven—, están por todas partes. Nos rodean y se acercan.
—¡Pero qué engendro del diablo eres tú! —maldijo el cazador con la espada en alto.
Dyreah sólo tuvo que volverse ligeramente para apuntar con una flecha al pecho del hombre.
—Atrévete a dar un solo paso hacia ella y acabo contigo.
Phren no alcanzó a saber qué fue lo que más le acobardó, si el astil que amenazaba con clavarse implacable en su corazón o el gélido tono que envolvía las palabras de la guerrera. Hizo descender de inmediato la hoja, mirando con recelo a ambas mujeres. Retrocedió otro paso con cautela.
—No me fío de vosotras —declaró mientras reculaba con lentitud—, no sois mejores que esos monstruos de ahí. Escaparé por mis propios medios, y si intentáis detenerme, ¡os mataré!
La semielfa mantuvo el arco en tensión sin dejar de apuntarle, invitándole así a que se marchara. Ravnya lo miraba con franco desprecio con los ojos entornados, preparada para retornar a su forma de loba si fuera preciso.
—¡Atrás! ¡Atrás os digo! —amenazaba el humano con desconfianza a la par que retrocedía retirándose de ellas—. ¡Manteneos lejos de mí!
Cuando el cazador estuvo convencido de que no le dispararían por la espalda ni se le echarían encima en cuanto se descuidase, se volvió y echó a correr hacia los árboles fuera del claro.
Ante la huida de Phren, Dyreah se permitió aflojar la cuerda y exhalar un suspiro. Sin duda que podrían afrontar mejor la inminente amenaza si no tenían que preocuparse también por aquel estúpido humano.
—Mejor que se vaya —comentó Ravnya siguiendo la partida del cazador—. No me fío de él.
—Yo tampoco me fío —estuvo de acuerdo la mestiza—. Mejor así.
Al instante devolvió su interés a las escurridizas sombras que se repartían a su alrededor.
—Nya, quiero que me escuches ahora —la semielfa llamó la atención de la joven—. Me he dado cuenta de que los smudz no sé porqué se niegan a luchar conmigo. Tratan de evitarme y no me atacan. Por favor, quédate cerca de mí mientras escapamos de aquí.
Para tranquilidad de la mestiza, la muchacha respondió con un asentimiento y una sonrisa.
—Me quedaré a tu lado.
Un grito estremecedor rompió la calma del momento. Al parecer, Phren no había sido capaz de superar el cerco de los smudz. La semielfa izó el arco y apuntó al instante al lugar de donde había procedido el agónico alarido. Apenas fue una sombra aquello que se movió entre la maleza, mas fue suficiente para que interpretara un objetivo. Una flecha voló como un rayo y se perdió en la oscuridad. Sin saber a ciencia cierta si el disparo había alcanzado su meta, echó mano de la aljaba y tomó un segundo proyectil por su zona emplumada. Lo acomodó entre sus dedos y la cuerda y se preparó para realizar un nuevo tiro en cuanto asomara su presa.
¡Allí! Uno de los monstruos se había aventurado fuera de la protección que le ofrecía la negrura de la noche. Pagaría caro su error.
Dyreah tensó la cuerda del arco y apuntó con pausada minuciosidad. Un segundo más y…
—¡Alto! ¡Detened vuestro arco señora!
Ambas mujeres se giraron de inmediato buscando el origen de aquella voz inesperada. Ravnya adoptó al instante su forma de loba.
—¡Sal! ¡Muéstrate! —pidió la semielfa—. ¡Deja que sepamos quién eres!
—Muy bien, así será —exclamó la voz.
Como si fluyera de la propia penumbra que lo invadía todo, una oscura figura se apartó de las tinieblas y alcanzó la linde del claro. Sus pasos lo condujeron hacia las dos jóvenes, aunque había algo extraño en su caminar. Más parecía que flotara sobre el terreno que anduviera sobre él, por lo que se prepararon para lo peor.
Sólo cuando se halló a una corta distancia se disolvió la capa de sombras que envolvía su faz y se revelaron sus facciones. La piel de la cara era extremadamente blanca y los rasgos, aunque delicados, se marcaban con fuerza en su rostro. El largo cabello rubio lucía un brillo tan apagado como sus ojos azules, lánguidos y cansados. La única nota de color se apreciaba en sus labios, de un intenso color carmesí. No era necesario descubrir las orejas puntiagudas ocultas debajo del pelo; se trataba sin lugar a dudas de un elfo.
—¿Quién eres? —inquirió la mestiza, desconcertada por la naturaleza del recién llegado.
—Mi nombre es Galoran, Galoran Afrenta de Alaethar, Sombra de la Luz, Enemigo de Aal —se presentó esbozando el conato de una reverencia que no llegó a ejecutar—. Y como casuales invitadas en mis dominios, os rogaría que no destruyerais ninguno más de mis curiosos… guardianes.
Realizando un barrido con los brazos que abarcaba todo el lugar y revelaba la cercana presencia de al menos dos decenas de smudz a su alrededor, el extraño elfo desnudó una fría sonrisa en la que exhibía unos abultados y afilados colmillos.