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SENTIDA DESPEDIDA

Afueras de Neya, año 248 D. N. C.

—Qué raro se me hace ahora, verme así.

La joven dio una vuelta sobre sí misma admirándose de su aspecto, estirando los brazos y contemplando la piel de sus manos.

—Es extraño —insistió.

Su acompañante sonrió con simpatía, aún no del todo seguro de que hubiese concluido aquella etapa en su viaje. Se giró y contempló, quizá por última vez, los aledaños de aquella curiosa villa escondida entre los árboles en la linde del río Tiroan. No cabía duda que echaría en falta la compañía de los seguidores de Anaivih, pero en ese momento tenía que atender otras prioridades.

—¿A ti no te sucede lo mismo? ¿No te sientes sorprendentemente cómodo habiendo recuperado tu apariencia de siempre? —proseguía la fémina, aún demasiado excitada como para recuperar su calma habitual.

—Supongo que sí, Ysara —concedió finalmente—. Aunque supongo que para mí, no existe tanta diferencia como sucede contigo.

Se paró un instante recorriendo con la mirada la figura de ella, sus rasgos, la piel clara, el largo y ensortijado cabello de tono rojizo y sus pequeños y astutos ojos verdes. En efecto, los cambios producidos eran sumamente evidentes.

—Sin duda, pareces otra —confirmó dedicándole una nueva sonrisa.

Ante el cuidadoso examen de su compañero, la mujer optó por adoptar una seductora pose al tiempo que entornaba la mirada y esbozaba una malévola sonrisa.

—Hum… —gimió melosa sin dejar de mirarlo—. ¿Qué sucede? ¿Es posible que el impasible guerrero del norte se muestre más susceptible a los encantos de una simple humana, que a los de una pérfida elfa de la sombra?

—Miedo me da cuando te pones así, Ysara —replicó el mestizo negando divertido con la cabeza.

—¡Oh, vamos! ¡Sígueme el juego! —exigió la otra enfurruñada pero sin perder la alegría de sus ojos—. Además, sé perfectamente que con mi aspecto normal te has quedado mirándome en varias ocasiones mientras que nunca te descubrí cuando parecía una elfa de la sombra. ¡Así que ya me estás contestando!

Esto último lo enfatizó apuntándole de forma acusadora con un dedo. En respuesta, él rebulló con cierto embarazo.

—¿Y qué quieres que te diga? —empezó para ganar tiempo y pensar cómo continuar—. Tus facciones y formas podían ser perfectas e increíblemente hermosas como elfa, pero no vayas a pensar que desmerecen como humana.

»Sólo es que… bueno, ésta eres tú, no la otra, a quien conozco y a quien conocí en aquel insólito lugar, alguien por quien siento un gran aprecio.

La fémina esbozó un hondo suspiro a la par que se relajaba en una abandonada postura.

—¿Sabes que eres imposible? —la joven negó con gravedad mas una dulce sonrisa se advertía en sus labios. Se acercó en dos rápidos pasos y depósito un beso en la mejilla de su compañero.

Hecho esto, volvió a alejarse y se desperezó echando la vista al frente.

—¿Y ahora qué? —exclamó sin dirigirse a nadie en particular que no fuera el aire fresco del alba.

Largos y silenciosos segundos transcurrieron reflejando el profundo sentido que portaban consigo aquellas sencillas tres palabras. Al constatar la fémina el efecto que había tenido sobre el semielfo su involuntaria reflexión, deseó al punto haber pensado antes de dar rienda suelta a su lengua.

Antes de que él lograra decir nada, ella lo silenció poniéndole un dedo sobre los labios y regalándole una amplia sonrisa.

—Shh, no me hagas caso —trató la joven de restarle importancia al asunto—. Sé perfectamente que nuestros caminos están a punto de separarse.

El mestizo hizo intención de hablar de nuevo, pero la joven no estaba dispuesta a dejarle meter baza por el momento.

—No, espera —pidió ella—. Deja que termine.

»Los dos tenemos que seguir nuestro camino, metas que alcanzar. Bueno, yo no, pero tú sí —bromeó—. Sé que desde que nos encontramos en tu mente sólo ha habido un pensamiento. No me mires así, es bastante evidente. Pero ése no es el tema. El tema es que debes perseguir tus deseos hasta hacerlos realidad, de otro modo siempre te reconcomerá la incertidumbre de saber qué hubiese ocurrido.

»Respecto a mí… ya me conoces —atestiguó con un encogimiento de hombros—. Soy una superviviente. Sólo me hace falta una bulliciosa ciudad y allí sabré hacer valer mis aptitudes sin demasiado esfuerzo.

Un guiño de picardía acompañó a su aclaración.

—Ya sabes lo que pienso de tus… actitudes —protestó el mestizo, reabriendo una frecuente polémica nacida tiempo atrás—. Sigo creyendo que…

La fémina suspiró con fastidio, cruzando los brazos frente al pecho.

—No volvamos con eso otra vez, por favor. Tú tienes tu forma de ver las cosas y yo tengo la mía. Y si no le hago ningún mal a nadie no entiendo dónde puede estar el problema.

—Eres una mujer llena de recursos a la que no le faltan facultades —razonó el mestizo—. No deberías conformarte con vivir en el ambiente de los bajos fondos.

—¿Acaso tengo que recordarte que soy mujer? ¿O es que acaso no eres consciente del mundo en el que vives? —replicó ella con aspereza—. Mira, tú no tienes la culpa de cómo son las cosas, pero son como son y dudo mucho que vayan a cambiar. Y para ascender en el poder y la riqueza casándome con algún viejo y empalagoso noble, prefiero convencer a nuestros amigos de que me transformen de nuevo en una hykar y regresar a las profundidades. Por lo menos allí abajo tendría una oportunidad de llegar lejos siendo quien soy.

—Si antes no te clavan una daga envenenada por la espalda, por supuesto —objetó el otro con severidad.

—No estaba hablando en serio y lo sabes —afirmó la joven—. Por nada volvería a soportar lo que hemos vivido en los últimos meses, en esa maldita oscuridad, temiendo el filo de una espada o la punta de una flecha a cada paso que dábamos. No, me niego. Siempre he pensado que los hombres, los humanos quiero decir, daban asco, pero comparándolos con los elfos malditos no son más que unos dóciles corderitos. Además, sé manejarlos muy bien.

—Parece que nada de cuanto pueda decir sea capaz de hacerte cambiar de idea, Ysara —aseveró con resignación—. ¿Tan convencida estás?

A modo de respuesta, la fémina se encogió de hombros haciendo una mueca.

—¿Al menos te puedo decir que siempre tendrás abiertas las puertas de mi hogar? —ofreció el norteño, buscando poner fin a la discusión con una nota de cálida simpatía.

La joven se detuvo unos instantes, admirando a su compañero con la cabeza ladeada, hasta que una traviesa sonrisa se abrió en sus labios.

—¿Acaso se trata de una invitación…? —recuperó en un instante su tono zalamero.

—Ysara… puedes conmigo —se rindió el semielfo, aceptando la derrota.

—Estaré encantada de aceptar tu ofrecimiento, no te quepa la menor duda —concedió a su vez la mujer—. Pero no ahora, algún día, en el futuro. Ya se verá. Así que ya puedes tener cuidado y no morirte de nuevo, ¿me oyes?

—Descuida, no pienso desaprovechar esta segunda oportunidad que se me ha concedido. Y tú ten cuidado cuando andes al acecho de un mago, ¿de acuerdo?

—Tranquilo, una y no más. Hay presas mucho más asequibles y menos arriesgadas —garantizó ella.

De nuevo, unos segundos de silencio rodearon a la curiosa pareja, ambos inseguros no sólo de cómo actuar, sino también de si deseaban dar aquel difícil paso.

—En fin… —se decidió el semielfo tras exhalar un suspiro de resignación—. Parece que nuestros caminos se separan aquí…

—¡Eh! Espera, no tan rápido —le interrumpió inesperadamente ella—. ¿Tan pronto quieres librarte de mí?

—¿Qué? Yo no pretendía…

—Sí, tú sí, y deja que te explique algo —impuso resoluta—. Estamos en medio de un inmenso bosque Dios sabe a qué distancia de la ciudad más cercana. ¿Y tú pretendes dejarme aquí así? ¿Sin más? Tú serás guardabosques y sabrás de todas esas cosas de seguir rastros y correr sigiloso entre la maleza. Pero por lo que a mí respecta, todos los árboles son iguales y no tengo la menor idea de cómo orientarme si no veo un sucio tenderete en cada esquina marcando el camino.

—Eso es cierto —aceptó él con una sonrisa, advertido de antemano de los tejemanejes de su compañera—. ¿Entonces qué me propones?

—Muy sencillo —declaró ella—. Tú vas a tener que acudir a algún hechicero o adivina si quieres hallar alguna pista de lo que persigues, por lo que tendrás que visitar a la fuerza alguna ciudad de renombre. Bien, hasta entonces te acompañaré, pero sólo para asegurarme de que no te metes en líos, ¿entendido?

—Perfectamente —asintió él tras esbozar una teatral reverencia—. ¿Nos vamos?

—Nos vamos.