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UN FAVOR

Afueras de Alantea, año 248 D. N. C.

«¿Kievi?».

Un intenso dolor percutía con insistencia en sus sienes. La obligaba a mantener los ojos cerrados, con la cabeza enterrada entre las sábanas. Su postura en el jergón era forzada y la tensión que recorría los músculos de sus extremidades amenazaba con provocar algún inoportuno calambre. Sin embargo, esa incomodidad era lo de menos. Forcejeaba en vano por aclarar su mente, alarmada por aquella palabra que había penetrado sus férreas defensas.

Ella no había sido. No había duda de que conocía aquel nombre, pero nunca había empleado otra que no fuera su chirriante voz. Por lo que sabía, ella era incapaz de alterar el tono y mucho menos hacerlo tan semejante a… Tan parecido al de… A la voz de Kylan.

Tal muestra de crueldad encajaba bastante bien con su miserable personalidad. Pero seguro que de haber dispuesto de dicha facultad, se habría servido mucho antes de ella para atormentarla. ¿Podría estar utilizando trucos nuevos? ¿Renovando su sádico repertorio? De ser así, merecía una felicitación. Se estaba superando.

Tras recuperar un atisbo de calma, alzó despacio el rostro de las sábanas y lanzó una mirada en derredor. Nada había cambiado, todo se hallaba tal y como estaba antes del ataque. Si algo tenía que agradecer a su férreo entrenamiento había sido la capacidad de levantar una barrera defensiva antes de que el intento de agresión mágica se hubiese desarrollado por completo. Aún así había sido feroz, todavía tenía embotada la cabeza y le pitaban los oídos.

Pasado el trance inicial, probó a estirar las extremidades y recostarse en el camastro. Víctima de una urgente desazón, se incorporó con brusquedad para quedar sentada con las piernas cruzadas.

¿Pero desde cuándo ella utilizaba magia? ¡Estaba muerta! ¡No era más que un espíritu! ¡Un alma condenada con la que había tenido la desgracia de unir su destino! No, no había sido ella.

¿Entonces quién? ¿Qué enemigos tenía la semihykar? Ninguno, al menos que ella supiera. Los había en la ciudad que la miraban con resquemor. Otros con asco e indignación. Incluso algunos con lascivia en sus penetrantes miradas. ¿Pero quién tenía motivos para querer atacarla en su propia casa?

Kieveiann se estrujaba el cerebro tratando de descubrir la pista que resolviera aquel endiablado enigma, sin éxito. Quizá no conociera a aquel supuesto enemigo. En tal caso, ¿cómo podría adivinar su identidad? Sencillo, no podría. Sólo cabía esperar y estar atenta ante una segunda acometida.

De estar familiarizada con los estudios correctos, lanzaría sobre sí un hechizo de espejo, de manera que toda magia proyectada hacia ella rebotaría contra el ejecutor del conjuro. Ésa hubiera sido una buena idea, pero impracticable por el momento. No dominaba ese tipo de trazas, definitivamente se le daban mal. Prefería las alteraciones psiónicas, el estudio de los vientos interplanares y de las corrientes anímicas. Todo lo referente a los estadios trascendentes a la existencia en sí misma.

Sin embargo, ahora progresaba en su materia con gran cautela y precaución. Un único error había marcado para siempre su vida. Un segundo bien podía acabar rápidamente con ella. O algo peor. Desde entonces tejía con delicado esmero las protecciones necesarias para sus invocaciones y nunca, nunca, ejercitaba sus prácticas en un suelo que ella no hubiera purgado antes. Prescindía de los amuletos, puesto que no consideraba preciso emplear catalizadores en sus intentos. Confiaba más en la llama que brotaba de su interior, aunque en ocasiones se redujese a tan sólo una chispa. Si esto ocurría, procedía a deshilvanar los hilos entretejidos con absoluta calma, evocaba las plegarias de disipación y daba la jornada por terminada. Sería estúpido intentar nada sin encontrarse ella en plenitud de facultades; incluso resultaría peligroso.

Nada. No podía hacer nada. Peor aún, ahora no podría dormir. ¿Se atrevería siquiera a cerrar los ojos? Sí, lo haría. El asalto había sido ejecutado por sorpresa, pero no a traición. Tan sólo hubiera bastado que el agresor hubiese esperado algunas horas para haberla encontrado sumida en el nram, el estado onírico. Todavía era demasiado temprano para estar descansando, más si cabe tratándose de una hechicera. Nadie sería tan torpe como para perpetrar un intento de asesinato sin haber tenido en cuenta ese tipo de detalles. Ante lo cual… ¿podría tratarse de alguna especie de amenaza? ¿Una advertencia? ¿Alguien que la quería lejos de Alantea por motivos raciales? Al menos dudaba que la causa fuese su sexo. En Alantea había mujeres que ostentaban importantes cargos públicos y, por lo que Kieveiann sabía, no solían ser importunadas por ello. ¿Otra vez su sangre hykar la estaba metiendo en problemas?

Tenía tanto que agradecer a Kyallard…

Para sus adentros, la mestiza era consciente de que no estaba siendo justa. Su abuelo era el primero que no tenía culpa de ser un elfo de la sombra. Pero tampoco ella tenía culpa ninguna de haber nacido mestiza de hykar, y en alguien tenía que volcar su rabia. No obstante, tampoco se podía quejar.

Ante todo, era inteligente y despierta, con una gran capacidad de aprendizaje y asimilación de conceptos nuevos. Además no era débil físicamente. Su cuerpo soportaba con estoicismo las duras lecciones a las que ella le forzaba. Y era hábil, bastante diestra en el empleo de las manos, una cualidad básica para el correcto desempeño de la magia.

Ahogando un profundo bufido, se levantó del jergón y se encaminó a la escalera, dispuesta a abandonar aquella negativa línea de pensamiento. Un buen modo para conseguirlo sería concederle un frugal refrigerio a su siempre paciente, aunque exigente, estómago.

sep

De camino a la alacena no encontró a Tsavrak en su estudio. Seguramente se habría marchado a dar un paseo por el bosque, una de las pocas salidas con las que disfrutaba el taciturno elfo. La fría noche norteña actuaba como un bálsamo que mitigaba la honda quemazón de su corazón.

No lamentó su ausencia. Tanto mejor.

Enfiló sus pasos hasta donde esperaban los platos de comida, rebosantes de alimentos que siempre despedían los más exquisitos aromas, a pesar de lo humilde de sus ingredientes. En esta ocasión cuando tomó uno de los recipientes se llevó una sorpresa, pues caldeó sus destempladas manos. Lo habitual era que no bajara de su alcoba hasta altas horas de la noche y, para entonces, los platos cocinados hubieran perdido todo su calor, aunque nada de su tierno sabor. No tardó en ponerse a degustar con evidente satisfacción las viandas preparadas por su padre, picando de aquí y de allá, aunque con moderación. La gula suponía una afrenta a su sentido de la disciplina, por lo que se cuidaba mucho de cometer excesos.

En aquella casa hasta el agua sabía deliciosa. No estaba del todo segura del modo en que Tsavrak la preparaba, de qué flores y hierbas se servía en su elaboración. Pronto llenó un segundo vaso, de nuevo hasta el borde.

Sin embargo, en su fuero interno era consciente de que toda aquella representación no era más que una farsa. Su cabeza continuaba dándole vueltas y más vueltas a lo ocurrido antes, del todo incapaz de permitir que aquel asunto quedara sin resolver. Pues existía una posibilidad que no se atrevía a sopesar.

¿Y si no se había tratado de un ataque ni de una advertencia?

«¿Kievi?».

¿Y si ni ella ni ningún otro adversario habían sido los artífices del intento?

«¿Kievi?».

¿Y si…?

«¡Kievi!».

No, no podía ser verdad. Pero se engañaba a sí misma. Temía estar en lo cierto. ¿Estaría Kylan tratando de comunicarse con ella? Aunque eso significaría que todos sus temores se confirmarían, que ya toda esperanza sería vana. Su hermano estaría definitivamente muerto, su cuerpo perdido para siempre.

Sólo Kylanfein la llamaba por ese nombre. Era su voz. Y si había intentado ponerse en contacto con ella se debía a que necesitaba ayuda. ¿Se habría convertido en otra alma condenada? ¿Estaría varado en este mundo sin poder cruzar al otro? Fuera lo que fuese, la mestiza haría cuanto estuviese en su mano por salvarle.

Lo tendría todo preparado para la noche siguiente. Dibujaría los diagramas en su alcoba, recitaría las letanías previas y establecería los límites para la invocación con sal y arena. Incluso extendería amuletos por la estancia a modo de catalizadores para aquella ocasión. Todo fuera por Kylan.

Decidida en su empresa, lavó los platos sucios y recogió la alacena antes de marcharse escaleras arriba a dormir. Si quería tener todos los preparativos dispuestos para la invocación debía estar bien descansada y relajada para acometer con diligencia su tarea.

Presa de la ansiedad, una idea peregrina cruzó por su mente. ¿Y si lo intentaba ahora?

Disponía de todo lo necesario, hasta las velas. Aún era pronto y no estaba en absoluto cansada. Incluso aún gozaba de al menos tres horas antes de la wicaa, el momento en el que los espíritus se mostraban más activos y comunicativos.

Una hora para trazar los diseños, otra para entonar los cánticos, emplazar los talismanes y esparcir las salvaguardas. ¿El tiempo restante bastaría para calmar sus nervios? En caso contrario, cancelaría la ceremonia incluso antes de iniciarla.

sep

Y así lo hizo.

Al final sólo necesitó poco más de una hora para satisfacer cada detalle de la invocación. El lapso posterior lo empleó en reparar una y otra vez cada círculo de protección y reiterar las plegarias de purificación.

Se sentía más tranquila ahora, superada su agitación inicial. Concentrada en su labor, no estaba dispuesta a cometer un error que echara por tierra todos sus esfuerzos. Desde su jergón había sosegado su espíritu y avivado las fuerzas de su interior, agradecida porque éstas respondieran a su llamada. Un fallido intento por controlar sus emociones podía traer funestos resultados. Mente, cuerpo y alma debían formar una única entidad, en perfecta armonía, todos domeñados pero libres para complementar sus energías en aras de alcanzar un estado superior.

Había cumplido los preparativos. Las sombras se dejaban ver de manera fugaz, inquietas. La ceremonia podía dar comienzo.

A diferencia de lo que ocurría cuando se practicaban invocaciones abisales, la medio hykar se posicionó en el interior del diagrama. El hechizo no consistía en atraer a una criatura de otro plano y mantenerla presa en el interior del círculo arcano. Las almas, los muertos, los espíritus o como se les quisiera denominar ya estaban ahí fuera. En este tipo de ritual era el propio ejecutante quien trascendía los límites de su existencia y se quedaba a merced de los habitantes de la no vida. Por este motivo era preciso protegerse de algún modo.

Con la respiración acompasando los latidos de su corazón, Kieveiann empezó a canturrear.

Los guturales sonidos que brotaban de sus labios ya eran antiguos cuando germinó la semilla del primer árbol que nacería en el territorio de los Grandes Bosques. Formaban parte del tránsito de la muerte y hablaban del continuo ciclo vital de la naturaleza misma. Este conocimiento, por supuesto, era ignorado tanto por la joven maga como por todo habitante mortal de Aekhan. Sin embargo, ella había comprobado que estos cantos ayudaban a establecer un puente entre ambos estados de existencia. Cuando los recitaba alcanzaba a ver con mayor nitidez las formas de las figuras que vagaban a su alrededor. De forma apagada escuchaba sus lamentos o gritos, los susurros que subrepticiamente deslizaban en sus puntiagudas orejas. El réprobo roce de las manos al acariciar su cuerpo o la ávida presa de los dedos espectrales al tratar de oprimir su garganta. Una pequeña parte de la esencia de Kieveiann ya pertenecía a esta realidad. No convenía fomentar este vínculo más de lo estrictamente necesario.

La salmodia se afianzó en su mente, repitiendo las sílabas una vez tras otra pero danzando en una creciente diversidad de tonos e inflexiones de voz. Pronto la magia anegó sus sentidos de nuevas percepciones, prendiendo las velas que iluminaban la estancia de encolerizadas llamas y levantando ásperos vientos que hacían estremecer su piel. Las sombras se arremolinaban excitadas al límite de su visión periférica, furtivas y farfullantes, envalentonadas ahora que ella no volvía los ojos para mirarlas. Kieveiann las ignoraba, no se permitía la menor distracción, sabedora de que no recibiría ataque alguno por su parte. Estaba cerca de alcanzar el estado de consciencia adecuado, necesario para poder realizar la llamada.

Si Kylan estaba muerto, nada ocurriría. No perturbaría su descanso. Si al contrario, el alma de su hermano permanecía perdida y atrapada, incapaz de hallar su camino, respondería. Quizá eso era lo que había pasado. Una angustiosa petición de ayuda proveniente de uno de los planos intermedios, desde el Otro Lado. ¿Qué otra cosa si no?

Y ella no le abandonaría.

El momento había llegado. Esperar podía resultar peligroso, tensaría demasiado el hilo que separaba ambas realidades, con el riesgo de cruzar la linde y penetrar en exceso en el Mundo de las Sombras. Reprimió el impulso de mirar su mano y ver cómo la luz traspasaba piel, carne y hueso hasta más arriba de la muñeca, escalofriante marca de su último error, un recuerdo imborrable de sus primeros y torpes escarceos con la Penumbra. Sin más dilación abrió su mente y expandió sus sentidos más allá de las limitaciones físicas, proyectando una viva imagen de su desaparecido hermano y dando rienda suelta a las emociones que hacia él abrigaba, a modo de reclamo. Prolongar aquel estado de contenida concentración requería un gran esfuerzo por su parte, tanto por el gasto de sus energías mentales como por el hondo dolor con el que nutría aquel aciago llamamiento.

Cada instante que transcurría la acercaba más y más a los territorios sombríos. No obstante, debía mantenerse firme y no decaer mientras fuera posible, puesto que la respuesta bien podía llegar en cualquier momento. Un desagradable nudo se iba haciendo presa de su estómago, las extremidades perdían fuerza y se volvían laxas, en tanto un leve mareo se adueñaba de su cabeza. Los segundos pasaban sin recibir noticias, agotando de forma paulatina sus resistencias, hasta que un débil pitido que comenzó a protestar en sus oídos la puso sobre aviso. Tenía que interrumpir la invocación de inmediato.

Cerró con tristeza las pesadas puertas que protegían su joven corazón y fue acallando con la facilidad que da la práctica los siniestros aullidos que arañaban su mente. Se sacudió un par de veces para despejarse y su percepción de la realidad fue recuperando la normalidad. Las sombras que habitaban en el desván no tardaron en buscar cobijo en sus secretos escondrijos.

Libre del trance, avanzó unos titubeantes pasos y se dejó caer sobre el blando jergón, agotada y desanimada por el fracaso. Se hizo un ovillo, con la mirada perdida en los confines de su lóbrega estancia. Tenía la frente perlada en sudor, así como la piel de su espalda bajo la ropa. Sentía los pies helados, ateridos por el prolongado contacto con el suelo de madera, en medio de los diagramas de invocación. Trataba de calentarlos rodeándolos con las manos, sin mucho éxito, pues tenía si cabe las manos aún más frías, en particular la derecha. Exhaló un leve suspiro y se lanzó frenética a evaluar las causas que habían ocasionado que su intento fracasara.

No necesitaba volver a examinar los glifos y sigilos trazados en el piso para saber que eran correctos hasta el más mínimo detalle. Debían serlo. Siempre se mostraba muy minuciosa al respecto. Por otro lado, había vocalizado de manera precisa los salmos arcanos y entonado con escrupulosidad las diferentes letanías. Incluso durante la invocación había rebasado el margen de lo que la prudencia estimaba oportuno, poniendo en peligro su propia integridad física. Y, sin embargo… nada. La llamada no había recibido respuesta.

«¿Por qué? ¿Qué está mal? El hechizo no es tan complicado, sólo peligroso, y estoy segura de haberlo ejecutado perfectamente», mascullaba con irritación la mestiza.

Por otra parte, si ella no había cometido ningún error y la invocación había sido bien ejecutada, la única explicación factible a la falta de réplica era que el alma de Kylan hubiese alcanzado su destino y estuviese definitivamente muerto.

O vivo.

Sin duda prefería considerar esta segunda posibilidad como la verdadera, pero mientras no dispusiera de más pruebas no alentaría una ilusa y dolorosa esperanza.

Se sentía demasiado agotada como para pensar con claridad. La cabeza le retumbaba con manifiesta crueldad y un sudor frío comenzaba a hacerse presente en su frente. Sin necesidad de esperar la aparición de más síntomas, Kieveiann consideró que lo más sensato sería dar el día por acabado y buscar descanso. Se enterró hasta el cuello entre las mantas y se sumergió en lo más profundo de sus tétricos sueños habituales.

Al día siguiente tendría mucho que preparar.

sep

—¿Conseguiste contactar?

Kylanfein había abandonado pronto la habitación arrendada tras el intento de comunicar con su hermana. No estaba del todo seguro, pero tenía la sensación de que había estado a punto de lograrlo. Le había parecido estar en presencia de Kieve, al menos tal y como la recordaba, pero en el último instante una barrera le había impedido acceder a ella y hablarle con calma para poder explicarle la situación.

Cuando bajó las escaleras que daban con la zona común de la posada localizó a Dyreah y Ravnya sentadas en una de las mesas más apartadas, hablando en susurros. Tan pronto él se acercó interrumpieron su privada conversación y pasaron a observarle, con gran interés por parte de su antigua compañera, que no tardó en preguntarle.

El semielfo apartó una de las sillas y tomó asiento junto a ellas.

—No ha habido suerte —anunció con tranquilidad—. Por un momento creí haberlo conseguido, pero no estoy del todo seguro.

—Entonces, ¿con qué opciones contamos ahora?

Dyreah seguía mostrando la misma ansiedad respecto a aquel asunto.

—No te preocupes, sólo ha sido un primer intento. Nunca antes lo había utilizado —indicó jugueteando con el pendiente entre los dedos—, pero creo que la próxima vez no tendré problemas.

—Bien. —Dyreah no parecía estar tan segura de que fuera a resultar tan sencillo—. Y…

—Mañana —se adelantó Kylan—. A estas horas ni siquiera mi hermana seguirá despierta. No se suele levantar con las primeras luces del alba, por lo que lo volveré a intentar una vez se haya avanzado un poco el día, cercana la hora de la comida.

La mestiza dejó escapar un fuerte resoplido de impotencia que se ganó una atenta mirada por parte de su compañera.

—De verdad que intentarlo antes no resultaría —trató de explicarse el semielfo—. Si estuviera en mi mano…

—Olvídalo, ya sé que no depende de ti —sentenció Dyreah—. Pero no por ello la espera deja de resultar frustrante.

Ravnya, en todo momento advertida de la creciente angustia que carcomía a su amiga, deslizó una mano conciliadora por su pierna bajo la mesa. La semielfa bufó de nuevo, aunque el gesto logró despertar una trémula sonrisa en su severo rostro.

—Bien —aceptó la mestiza, más serena—. Tal y como has dicho, no está en nuestra mano poder hacer nada más. Además, si lo consigues, nuestro viaje podría reducirse en muchos meses. En comparación, un día más o un día menos no supone diferencia alguna.

Kylan afirmó con un cabeceo, pero permaneció en silencio, pensativo. La joven que tenía delante era muy distinta de la que conociera tiempo atrás. Siempre había sido nerviosa, pero al igual que la antigua reprimía sus impulsos y trataba de mantener la compostura, la nueva daba rienda suelta a sus feroces arrebatos. Y los únicos atisbos de paciencia que acertaba a revelar, nacían de la cercanía de la muchacha de aspecto espectral.

Tampoco es que tuviera nada en contra de Ravnya, sólo que atisbar la piel blanquecina de su rostro y sus ojos si cabe aún más desprovistos de color bajo los oscuros pliegues de la capucha, le resultaba un tanto tétrico. Los afilados colmillos que dejaba entrever las pocas ocasiones en las que hablaba no ayudaban a desmentir la idea de que se tratase de uno de los míticos wampyr. Cuando estaba tranquila, la joven no daba la impresión de ser peligrosa, pero el semihykar ya había tenido la oportunidad de ver la bestia que escondía dentro. Además, ¿no se decía que los sangrientos wampyrs tenían la facultad de seducir y encandilar a sus víctimas? ¿Se hallaría Dyreah bajo su embrujo? Se prometió a sí mismo que no pasaría mucho tiempo hasta que obtuviera respuesta a todas sus preguntas.

Dyreah no supo interpretar el recelo que se leía en la mirada del mestizo, absorta como estaba en sus propias cavilaciones. Deseaba marcharse, irse ya de aquel sucio lugar, abandonar Xolah y ponerse en camino hacia los lejanos Bosques del Norte. Pero no iba a ser posible, no por el momento. Y aquella espera la exasperaba.

Rescató de entre todas sus preocupaciones la agradable sensación que le había brindado el tímido y encubierto contacto de Nya. Siempre ahí, siempre pendiente, alerta, vigilante. Preocupada por su bienestar, dispuesta a ayudarla en lo que fuera necesario, sin preguntas ni explicaciones, fiel y cariñosa más allá de la simple amistad. Y ella, por su parte, obstinada y egoísta, sin demostrar ninguna consideración hacia ella, empecinada en cumplir sus objetivos a costa de lo que fuese. Ravnya había traído sosiego a su desabrida existencia, un destello de ilusión en una eterna y oscura noche sin luna.

También con disimulo, deslizó una mano bajo la mesa hasta encontrar la de ella, trazando con la yema de los dedos suaves caricias en su piel.

—Entonces, ¿te parece bien que nos encontremos mañana al mediodía? Así tendrás tiempo para hablar con tu hermana.

—De acuerdo, aunque podríamos vernos antes —propuso Kylan—. Os podéis quedar con la habitación para pasar la noche. Yo cogeré otra.

El medio hykar no pasó por alto la significativa mirada que cruzaron ambas mujeres.

—Te lo agradezco, Kylan —reconoció la semielfa—, pero nosotras no pasaremos la noche en la ciudad.

—¿Viajaréis de noche? —preguntó él extrañado, creyendo que tenían la intención de marcharse a otro asentamiento, quizá al refugio de la wampyr.

—Viajar no, pero al menos sí salir de Xolah —aclaró Dyreah—. Estaremos mejor en el bosque.

—Pero pasar la noche al descubierto en el bosque podría resultar peligroso…

Kylanfein no alcanzaba a comprender el motivo, pero a medida que iba pronunciando aquellas palabras tenía la sensación de estar diciendo alguna tontería, quizá por la tranquila y callada actitud de suficiencia que advirtió en la postura de ellas.

Ciertamente, habían cambiado mucho las cosas.

—No temas por nosotras, estaremos bien.

Antes de que Kylan tuviera ocasión de decir nada más, Dyreah se levantó de su silla. Ravnya, envuelta en su ropón, la imitó al momento.

—Espera, no te marches tan deprisa —la detuvo el semihykar—. ¿Dónde nos veremos? ¿Aquí, en la posada?

—Si no te importa, no regresaremos a la ciudad —en esta ocasión el mestizo advirtió cómo Nya le dedicaba una mirada a su compañera, aunque no supo adivinar su significado—. ¿Conoces la zona?

—Vagamente —respondió Kylan.

—Pues un poco más al norte, saliendo de Xolah, pasa el río Araden, en dirección sudeste —explicó Dyreah—. Si lo sigues a contracorriente durante unas dos horas, descubrirás un amplio meandro de aguas remansadas, rodeado de densa vegetación. Podemos vernos allí.

—Me parece bien. Si nos reunimos aquí llamaremos demasiado la atención.

—En eso estaba pensando —declaró la semielfa.

Kylan se quedó unos momentos en silencio, observándola antes de que se marchara.

—Entonces, allí mañana al mediodía, ¿verdad? —estipuló la semielfa, algo turbada por atención de la que era objeto.

—Sí, en el río al mediodía.

—Entonces nosotras nos marchamos, antes de que se haga más tarde. Buenas noches, Kylan.

—Buenas noches.

Y allí permaneció el medio elfo de la sombra, sentado en la mesa, sólo, incrédulo por lo extraño de todo cuanto estaba sucediendo.

sep

Dyreah urgía a Ravnya a que abandonaran las últimas casas de la urbe.

Avanzaba distraída, perdida en sus pensamientos, sólo atenta a no descuidar la compañía de Nya y las posibles amenazas que pudieran abordarlas en aquellas solitarias callejuelas. Quizá no se trataba tanto de escapar de Xolah como de ganar distancia entre ella y el reaparecido mestizo, cuyo regreso había supuesto un vuelco a su, hasta aquel momento, agradable y tranquila existencia.

Los efectos de la conmoción sufrida tras volver a verle después de tantos años comenzaban a desaparecer, dejando su cabeza despejada y vulnerable a mil y un pensamientos distintos, confusamente entremezclados con otros tantos recuerdos y sensaciones. Pero aquél no era momento para perderse en sus reflexiones, no aún. Esperaría a que alcanzasen la floresta y encontrasen un refugio para pasar la noche. Hasta entonces levantaría un muro en su mente y, por cautela, también otro alrededor de su corazón.

Nya la seguía, silenciosa, confiada en las intenciones de la semielfa a pesar de que se mostrase más reservada y taciturna que de costumbre. Nunca ponía en duda los motivos que hacían actuar de aquel modo a su compañera. No lo consideraba necesario; simplemente, permanecía a su lado.

La espesura las recibió con sus familiares ruidos y olores, tan diferentes de los de la ciudad como gratos para los sentidos. Alcanzar sus aledaños resultaba tan refrescante como librarse de una nauseabunda piel impregnada de los nocivos efluvios de la denominada civilización. Sin duda, así era cómo lo sentía la muchacha, habitante natural de los bosques, pero quien aún estaba asombrada por su inesperada transformación era la mestiza. Desde niña había vivido con su padre en Lance, una villa que aunque no muy populosa, disfrutaba de todas las comodidades propias de una floreciente ciudad sureña. Y a excepción de breves períodos en los que había recorrido los caminos, siempre había dormido bajo techo en una cama. El tiempo compartido con la dulce Ravnya la había cambiado. Tanto era así que había dejado de echar en falta la comodidad de yacer sobre un jergón y la de alimentarse de los platos cocinados en una posada. Incluso su régimen alimenticio había tornado a hábitos más primarios, en esencia basados en la recolección de frutos. Si algo añoraba en algunos momentos era disfrutar de un buen plato caliente con unas cuantas tajadas de carne bañadas en su salsa, más jugoso que sus parcas viandas habituales. Quizá el secreto no residía en sustituir un sustento por otro, sino en disfrutar de un suculento equilibrio entre ambos. Era algo que tendría que comentarle a Nya.

Poco tiempo después hallaron un lugar que cubría sus necesidades más inmediatas para pasar la noche. Suficientemente alejado de Xolah para evitar visitas no deseadas, aquel pequeño claro permanecía oculto a simple vista, guarnecido por una frondosa vegetación de arbustos y matorrales bajos, concediéndole así cierta intimidad y resguardo al sitio. Satisfechos los preparativos previos, las dos jóvenes buscaron acomodo sobre el terreno. Ravnya, de menor tamaño, recostó la cabeza sobre el pecho de la semielfa, que yacía tumbada boca arriba, rodeándola con el brazo, dispuesta a dormirse en seguida.

Dyreah no acusaba el peso de su compañera, de tan menuda y liviana que era. En cambio, agradecía la abierta familiaridad con la que se conducía para con ella, tan sumisa a la par que protectora en su forma de ser.

Casi sin advertirlo, la mestiza empezó a quedarse dormida, mecida entre la plácida respiración de su compañera y la calidez que desprendía su piel, por lo que se obligó a abrir los ojos y mantenerse despierta. Ya tendría tiempo de descansar una vez hubiese calmado al menos a parte de los inquietos pájaros que revoloteaban sin cesar dentro de su cabeza.

¿Por qué había tenido que volver?

Ese simple pensamiento resumía en buena medida su agitación interna.

No se trataba sólo de su regreso. Lo que más la había afectado era que para él no parecía haber transcurrido el tiempo, se conservaba igual que cuando lo viera por última vez: optimista, entusiasta. Joven. La mestiza, a pesar de todavía estar más cerca de la veintena que de la treintena, soportaba con resignación el peso de duros años sobre sus delgados hombros. ¿Qué había pasado con la ingenua jovencita que abandonara su casa en busca de emociones y aventuras? Sin duda, murió aquel maldito día que no deseaba traer de nuevo a su memoria. Pero ver otra vez a Kylan, vivo, escuchar su voz, la obligaba a recordar con implacable crueldad todo cuanto aconteciera en aquella cueva. Macabras imágenes parpadeaban como fogonazos en su mente, evocando con atroz sadismo la angustia y el sufrimiento que padeció a manos de los demonios enviados por su padre. Su padre… Qué fácil le resultaba olvidar que era la hija del poderoso diablo que destruyó la misma ciudad que ahora ella perseguía recobrar. Y que todo esto lo hacía por su madre, a quien nunca llegó a conocer, por su recuerdo…

Estaba permitiendo que sus pensamientos vagasen y se alejasen de su verdadero objetivo, el tema sobre el que en realidad quería recapacitar. Y por si fuera poco, el sueño amenazaba con superar su resistencia y hacerla caer rendida.

Y ahí estaba Kylan, tan solícito, amable y educado como siempre, tan preocupado por ella y deseoso de ayudar, como si nunca se hubiesen separado y nada hubiese cambiado en todos esos años. Claro que, por lo que él contaba, para el semihykar dichos años no habían existido. Las emociones que despertaba en ella eran del todo contradictorias. Por un lado, observar la mirada de aquellos ojos azules tan claros provocaba un agradable escalofrío por su espalda, reacción a algo que pudo ser pero al que el destino le privó de su oportunidad. Sin embargo, la oscura imagen que descubría reflejada de sí misma en aquellos ojos perturbaba a la mestiza y la hacía estremecerse. No le gustaba ver en lo que se había transformado, hasta el punto al que se había endurecido y lo poco que quedaba en ella de la joven que Kylan esperaba aún hallar cuando la miraba. No había tenido opción, habían sido las circunstancias las que la habían obligado a convertirse en lo que ahora era, en una superviviente, violenta y despiadada, en una guerrera como lo había sido su madre antes que ella. En caso de poder volver atrás, ¿preferiría regresar a aquella época en la que vivía tranquilamente acomodada bajo el techo de su padre adoptivo? Sí, pero no tenía ningún sentido arrepentirse ni lamentarse por algo que ya no tenía solución. De todos modos de lo que nunca podría escapar, ni en esta vida ni en ninguna otra, era de la naturaleza corrupta de la sangre que corría por sus venas. Mitad elfa y mitad demonio, su hermoso aspecto exterior no la escudaría por siempre de su aciago destino.

¿Podía confiar en él? Por supuesto. Kylan era la única persona de la que se fiaba después de todo cuanto ocurrió. Estuvo a su lado literalmente hasta la muerte y ésa era una prueba incuestionable de lealtad. ¿Sólo lealtad? Era una pregunta que no le correspondía a ella contestar y, a decir verdad, tampoco se atrevería a hacerlo.

¿Y ella? ¿Cuál era la naturaleza de sus sentimientos hacia el semielfo de la sombra? ¿De agradecimiento? ¿De aprecio? ¿De cariño, quizá? ¿Algo… más?

«No». Dyreah permitió que una ligera sonrisa asomara a la comisura de sus labios. Sólo tenía que inclinar un poco la cabeza para observar a quien en verdad era objeto de su amor. Allí dormía Nya, recostada plácidamente sobre su pecho, con la mano posada en su hombro, mientras recibía con silencioso agrado las caricias que la semielfa deslizaba por su cabello. Aunque siempre se consideró que la misión de la razón era sosegar los sentimientos y las pasiones, fue el corazón de la medio elfa el que serenó las dudas que agitaban su mente.

Satisfechas sus inquietudes, besó con afecto la frente de su compañera y se permitió por fin entregarse al cálido y envolvente abrazo del sueño.

Ravnya, que había permanecido despierta hasta aquel momento, atenta al ritmo de la respiración de la mestiza, advirtió que éste comenzaba a acompasarse y volverse más calmado, síntoma inequívoco de estar sumiéndose en el sueño.

Una vez eximida de su labor, rebulló con zalamera complacencia, relegando a un segundo plano la última capa de su consciencia.