12
LA CAZA
Páramos del Ocaso, año 249 D. N. C.
Cuando la exploradora regresó al campamento, lo encontró extrañamente silencioso.
Nadie hablaba, todos en la compañía parecían estar inmersos en sus obligaciones, atendiendo las tareas propias de una partida próxima. Cuando pasó cerca de Se’reim éste la ignoró como si no existiese, proceder que ya comenzaba a ser corriente en el hykar. Tras lo que había ocurrido entre ellos, tampoco la sorprendía, aunque lo infantil de esa actitud empezaba a irritarla. En su trayecto ni siquiera Veren la interrumpió con una de sus socarronas bromas. Sólo Arem e Iral, eternamente vigilantes, la saludaron al unísono con la cabeza a modo de bienvenida.
Sin duda, algo sucedía.
Decidida a no ser la única que desconociera lo que allí se tramaba, buscó con la mirada la figura de Janaan, mas no lo encontró. La solución más rápida a su problema le resultaba esquiva. Siendo así, no le quedaba otra opción que acudir a Zithra.
La sonrisa con la que ésta la recibió dio buena muestra de estar al tanto de las perentorias necesidades de la medio hykar.
—¿Ya volviste de tu paseo, Tarani? —preguntó con su encantador deje burlón habitual.
—Eso parece, Zithra.
—¿Y bien? ¿Algo interesante entre las ruinas que rodeaban el túmulo?
—Sólo los huesos de tipos muertos hace siglos —su marcado acento la traicionaba al pronunciar frases complicadas. Ella lo sabía, y la enfurecía ser incapaz de hallar el modo de evitarlo—. Pero dudo qu’ ninguno fuera de tu gusto. Demasiado t’midos.
—Tímidos quizá porque no fui yo quien los visitó —replicó, no dispuesta a acusar el envite—. Si yo fuera, quién sabe lo que podría levantarse de esas tumbas.
—Polvo, Zithra. Sólo polvo.
Satisfechas las cortesías de costumbre, Tarani dio ya rienda suelta a su curiosidad.
—La gente parece muy ocupada, ¿vamos a levantar el campamento?
—Ah, ¿es que no lo sabes?
Se mordió la lengua para no replicar con fiereza.
—Si lo supiera, no te lo estaría preguntando, ¿no cr’es?
—Pues no sé qué decirte, creí que lo mismo habías hablado primero con Janaan y habías decidido después contrastar la información conmigo. —Zithra en ocasiones era capaz de personificar la mismísima inocencia, nada más lejos de su frívola naturaleza—. Aunque… ahora que lo pienso, no creo que hayas podido encontrarlo.
—¿Y eso por qu’? ¿Dónde está Janaan? —la paciencia de Tarani amenazaba con agotarse.
—¡Haber empezado por ahí! —exclamó Zithra como si se tratara de la respuesta a todos los misterios de la existencia—. Están todos reunidos. Parece que el tan esperado momento ha llegado, ya sabes.
—¿Es eso verdad? ¿Tan pronto?
—Lo dices como si fuera yo quien toma estas decisiones.
—Está bien, pero algo habrá ocurrido para qu’ partamos tan de repente, ¿no?
—Por lo que sé, el kahn se ha visto comprometido —indicó imitando el grandilocuente acento de Varashem—. Vamos, que se ha roto. O que lo ha perdido. Lo mismo da. Así que tenemos un demonio más suelto por ahí, fuera de control.
—Eso significa…
—Sí —exclamó Zithra, sus ojos brillantes por la expectación—. Comienza la cacería.