Strong quería mostrar a Harriman los informes de venta del interruptor automático HS, pero Harriman los apartó a un lado.
Strong volvió a metérselos bajo las narices.
—Valdría más que empezases a interesarte por estas cosas, Delos. Alguien en esta oficina tiene que pensar en el modo de ganar algún dinero (algún dinero que nos pertenezca, claro), si no quieres verte pronto vendiendo verdura con un carrito, en cualquier esquina.
Harriman se echó hacia atrás y entrecruzó sus dedos en la nuca.
—George, ¿cómo puedes hablar así en un día como éste? ¿No hay poesía en tu alma? ¿No oíste lo que he dicho cuando entré? La cita ha dado resultado. Los depósitos uno y dos están tan juntos como dos hermanos siameses. Saldremos dentro de una semana.
—Puede ser. Pero los negocios no pueden pararse.
—Tú te ocuparás de que no se paren pero yo tengo una cita. ¿Cuándo dijo Dixon que vendría?
—Ya tendría que estar aquí.
—¡Magnífico! —Harriman mordió la punta de un cigarro—. ¿Sabes, George? No siento haber hecho el primer viaje. Así aún tengo que hacerlo. Estoy tan nervioso como una novia a punto de ir a la iglesia… y tan feliz como ella. Se puso a tararear.
Dixon entró sin Entenza, una situación que había obtenido desde el día en que reconoció que le había comprado su parte. Se estrecharon las manos.
—¿Conoce la noticia, Dan?
—George me la ha comunicado.
—Esto… esto está casi hecho. Dentro de una semana aproximadamente yo estaré en la Luna. Apenas puedo creerlo. Dixon se sentó en silencio, Harriman prosiguió: —¿Es que ni siquiera piensa felicitarme? ¡Hoy es un gran día! Dixon dijo:
—¿Por qué va usted, D. D?
—¿Eh? No hagas preguntas estúpidas Para esto precisamente he estado trabajando y sudando durante tanto tiempo. —No es una pregunta estúpida. Le he preguntado por qué iba. Los cuatro colonizadores tienen razones evidentes para ir, y además cada uno de ellos es un destacado especialista y observador. LeCroix es el piloto. Coster es el hombre que trazará los planos de la colonia permanente. Pero ¿por qué va usted? ¿Qué función realizará usted?
—¿Qué función, pregunta? ¡Yo soy el que hace que las cosas marchen! Pienso presentarme para alcalde cuando esté allí. Tome un cigarro, amigo… se llama Harriman. Espero que me votará. Sonrió.
Dixon no sonrió.
—No sabía que tuviese intención de quedarse allí. Harriman parecía avergonzado.
—Bien, aun está todo en el aire. Si podemos construir el refugio con rapidez, podremos ahorrar las suficientes provisiones como para que pueda quedar allí hasta el próximo viaje. Supongo que no me envidiará esto, ¿verdad?
Dixon le miró a los ojos.
—Delos, no puedo dejarle ir.
Harriman se quedó demasiado sorprendido para poder hablar. Por último consiguió decir:
—No bromee, Dan. Pienso ir. Usted no puede detenerme. Nada en el mundo puede detenerme.
Dixon movió la cabeza.
—No puedo permitirlo, Delos. Tengo demasiado dinero enterrado en esto. Si usted va y le ocurre algo, lo pierdo todo.
—Esto me parece una tontería. Usted y George llevarían la empresa adelante.
—Pregúnteselo a George.
Strong no tenía nada que decir. Evitaba encontrarse con la mirada de Harriman. Dixon continuó:
—No trate de escabullirse, Delos. Esta empresa es usted y usted es esta empresa. Si pierde la vida, todo se irá al garete. Yo no digo que la navegación interplanetaria resulte muy afectada por ello; creo que usted le ha dado ya un impulso decisivo. Pero por lo que se refiere a esta empresa (o sea a nuestra compañía), ésta se hundirá. George y yo tendremos que liquidar a medio centavo por dólar. Tendremos que vender los derechos de la patente para reunir el dinero que nos haga falta. Los bienes tangibles que quedan no valen nada… casi no hay ninguno.
—Por supuesto, nosotros vendemos bienes intangibles. Usted ya sabía esto desde el primer momento.
—Sí, y usted es nuestro bien intangible, Delos. Su personalidad es la gallina que pone los huevos de oro. No quiero perderle de vista hasta que los haya puesto. No debe arriesgar la piel yendo al espacio hasta que el negocio rinda de tal modo que cualquier gerente con competencia, como George o yo, podamos seguir gobernándolo y obteniendo provecho de él. Lo digo en serio, Delos. He arriesgado demasiado en la empresa para que usted lo eche todo a rodar en un viaje de placer.
Harriman se levantó y se apoyó con las puntas de los dedos en la mesa. Respiraba afanosamente.
—¡Usted no puede detenerme! —dijo lentamente y con voz fuerte y violenta—. Siempre ha sabido que yo pensaba ir. Ahora no puede evitarlo. Ni todas las fuerzas del cielo y del infierno podrán evitarlo.
Dixon respondió suavemente:
—Lo siento, Delos. Pero puedo evitarlo, y lo evitaré. Puedo retener la nave.
—¡Inténtelo! Tengo tantos abogados como pueda tener usted… y mejores.
—Me parece que descubrirá que ya no es tan popular en los tribunales norteamericanos como lo era antes… por lo menos desde que los Estados Unidos se enteraron de que la Luna no era para ellos.
—Inténtelo, le digo. Romperé con usted, y además me quedaré con sus acciones.
—¡Demasiado fácil, Delos! No dudo que tenga algún plan gracias al cual pueda arrebatarme a George y a mí los derechos básicos de la compañía si desea hacerlo. Pero no será necesaria. Ni tampoco lo será retener la nave. Yo deseo que este viaje tenga lugar. Pero usted no irá, porque usted mismo decidirá no ir.
—Yo lo decidiré, ¿eh? ¿Tengo acaso aspecto de loco?
—No, todo lo contrario.
—Entonces, ¿por qué no iré?
—A causa del pagaré que tengo en mi poder. Quiero hacerlo efectiva.
—¿Cómo? No señala fecha determinada.
—No. Pero quiero cobrarlo para asegurarme.
—Pero, pedazo de zoquete, si yo muero lo cobrará más pronto que nunca.
—¿Ah, sí? Está equivocado, Delos. Si usted muere en un viaje a la Luna no cobraré nada. Lo sé muy bien: lo he comprobado consultando a todas y cada una de las compañías que le han asegurado. Casi todas ellas tienen cláusulas que las eximen del pago cuando el asegurado muera utilizando vehículos experimentales. Esas cláusulas se remontan a los primeros tiempos de la aviación. En cualquier caso, tendremos que luchar por obtener su cancelación ante los tribunales, si usted pone los pies dentro de una astronave.
—¡Usted les instigó para que las redactasen!
—Cálmese, Delos, o tendrá un ataque de apoplejía. No le niego que hice indagaciones, pero hacía algo tan legítimo como defender mis intereses. Yo no quiero liquidar ese pagaré… ni ahora ni a su muerte. Quiero que lo liquide usted mismo con sus propias ganancias, quedándose aquí al frente de la compañía hasta que ésta sea sólida y segura.
Harriman tiró su cigarro, que apenas había fumado, pero había destrozado a mordiscos, al cesto de los papeles. Pero cayó fuera.
—Me importa un comino lo que usted pueda perder. Si no hubiese levantado la liebre, las compañías aseguradoras hubieran pagado sin rechistar.
—Pero esto reveló un punto débil en sus planes, Delos. Si la navegación interplanetaria tiene que triunfar, los seguros tendrán que cubrir ese nuevo riesgo.
—Qué diablos, ya hay una compañía que ya lo hace… La North Atlantic Mutual.
—También la visité, y me enteré de lo que puede abonar. Sólo pagará el luto para la viuda… con la cláusula de exención acostumbrada. No, los seguros tendrán que ser modificados, toda clase de seguros.
Harriman parecía pensativo.
—Me enteraré… George, llama a Kamens. Tal vez tengamos que fundar nuestra propia compañía.
—Deje en paz a Kamens —dijo Dixon—. La cuestión es que usted no puede participar en este viaje. Hay demasiados detalles como este que merecen su atención y vigilancia.
Harriman lo miró.
—Parece que aún no ha comprendido, Dan, que yo iré, al precio que sea. Retenga la nave si puede. Aunque la rodee de alguaciles, tengo allá a unos muchachos que los echarán a puntapiés.
Dixon parecía apenado.
—Lamento tener que mencionar esto, Delos, pero aunque me mate, después de oír esto no irá.
—¿Cómo?
—Me refiero a su esposa.
—¿Qué tiene que ver ella con esto?
—Está dispuesta a demandarlo ahora mismo por separación injustificada… acaba de descubrir lo de los seguros. Cuando se entere de su plan actual de ir a la Luna, le obligará a presentarse ante los tribunales y exigirá un inventario de sus bienes.
—¡Usted la ha instigado para que lo haga!
Dixon vaciló. Sabía que Entenza era quien le había ido con el cuento a la señora Harriman… con toda la premeditación del mundo. Sin embargo, parecía innecesario añadir una nueva inquina personal.
—Su esposa es lo suficientemente inteligente como para haber hecho algunas averiguaciones por su cuenta. No le niego que yo hablé con ella… pero fue ella quien mandó llamarme.
—¡Lucharé contra los dos!
Harriman se acercó a trompicones a una ventana, y miró al exterior. Era una ventana de verdad… le gustaba contemplar el cielo.
Dixon se le acercó y le puso una mano en el hombro. Dijo suavemente:
—No se lo tome usted así, Delos. Nadie trata de arrebatarle su sueño. Pero no puede ir ahora; no puede dejarnos así. Nos hemos mantenido a su lado hasta aquí; en compensación, usted tiene que mantenerse con nosotros hasta que esto esté terminado.
Harriman no respondió. Dixon continuó:
—Aunque no sienta la obligación de serme fiel a mí, ¿qué me dice de George? Se mantuvo a su lado contra mí, cuando esto le dolía, cuando creía que lo estaba arruinando… y esto es lo que sucederá si no se decide a llegar hasta el final. ¿Y George, Delos? ¿Piensa también abandonarlo?
Harriman se volvió, haciendo caso omiso de Dixon, y se enfrentó con Strong.
—¿Qué dices, George? ¿Crees que debo quedarme?
Strong se frotó las manos y se mordió los labios. Finalmente levantó la mirada.
—Me parecería bien, cualquier cosa que hagas, Delos. Haz lo que creas mejor.
Harriman se quedó mirándole durante un largo momento, con el rostro contraído como si fuese a llorar. Entonces dijo roncamente:
—De acuerdo, bandidos. De acuerdo. Me quedaré.
****
Era uno de aquellos gloriosos atardeceres que tanto abundan en la región de Pikes Peak, que siguió a un día en el que el cielo había sido lavado y fregado por las tormentas de verano. La pista de la catapulta ascendía en línea recta por la ladera de la montaña, donde enormes peñascos habían sido volados para darle paso. En la estación interplanetaria temporal, apenas terminada de construir, Harriman, acompañado por altas personalidades, se despedía de los pasajeros y tripulación del Mayflower.
La multitud llegaba hasta el mismo parapeto de la catapulta. No había necesidad de mantener a la gente apartada; los motores a chorro no entrarían en acción hasta que la nave se hallase a mucha altura sobre el pico. Sólo había una guardia en torno a la propia nave y a los brillantes raíles.
Dixon y Strong, que se hallaban juntos por necesidad de compañía y de apoyo mutuo, se apartaron hasta el borde de la zona acotada para los pasajeros y personalidades oficiales. Observaron a Harriman bromeando con los que iban a partir.
—Adiós, doctor. No le quite ojo, Janet. No le deje irse en busca de las sirenas de la Luna.
Luego lo vieron enfrascado en una conversación a solas con Coster; dio una palmada en la espalda del joven.
—Hace de tripas corazón, ¿eh? —murmuró Dixon.
—Quizá debiéramos haberle dejado ir —respondió Strong.
—¿Eh? ¡De ningún modo! Tenemos que tenerle aquí. Sea como sea, nadie le quitará su lugar en la historia.
—A él no le importa la historia —respondió Strong muy serio—. Lo único que quiere es ir a la Luna.
—No se preocupe Podrá ir a la Luna… tan pronto como haya terminado su misión aquí. Después de todo, la empresa es suya. Él la creó.
—Lo sé.
Harriman se volvió, los vio y fue a su encuentro. Se callaron.
—No pongan esa cara —dijo jovialmente—. Todo va bien. Iré en el próximo viaje. Para entonces las cosas marcharán solas, ya verán. —Se volvió hacia la Mayflower—. Qué espectáculo, ¿verdad?
La puerta exterior se cerró; a lo largo de la catapulta y en la torre de control se encendieron las luces de partida. Sonó una sirena.
Harriman dio un paso o dos.
—¡Se va!
De la multitud surgió un grito estentóreo. La gran nave se puso en movimiento lentamente, ascendió con suavidad por la doble vía de la catapulta, adquirió velocidad, y salió disparada hacia el distante picacho. Se veía ya como una mancha diminuta cuando ascendió por la cara de la montaña y saltó al cielo.
Permaneció suspendida allí durante una fracción de segundo, y entonces un penacho de llamas surgió de la cola. Sus motores de propulsión a chorro empezaban a funcionar.
Luego se convirtió en una luz resplandeciente que brillaba en el firmamento, en una bola de fuego, y por último… nada. Había desaparecido, hacia arriba y al espacio, hacia su cita con los depósitos que la repostarían de combustible.
****
La multitud corrió hacia el extremo oeste de la plataforma cuando la nave ascendió por la montaña. Harriman se quedó donde estaba, y Dixon y Strong tampoco siguieron a la multitud. Se hallaban los tres solos, Harriman más solo aún porque no parecía darse cuenta de la presencia de sus compañeros. Estaba escrutando el cielo.
Strong lo observaba. Dijo a Dixon en un susurro:
—¿Ha leído usted la Biblia?
—Un poco.
—Parece Moisés contemplando la Tierra Prometida.
Harriman apartó sus ojos del cielo y los vio.
—¿Aún están aquí? —gruñó—. Vamos, vamos…, tenemos aún muchas cosas que hacer.