¡¡¡Campos de diamantes en la Luna!!!
El Millonario Capitalista desmiente la fábula de los diamantes.
Dicen que las piedras preciosas fueron llevadas al espacio por razones científicas.
¿Son un truco o existen verdaderamente los diamantes en la luna?
«… pero consideren esto, amigos radioyentes: ¿Qué razón podía impulsar a alguien a llevar diamantes a la Luna? El peso de la nave y su carga estaba calculado hasta el último gramo; los diamantes no se hubieran puesto en la nave sin una razón determinada. Numerosas autoridades científicas han calificado de absurda la razón expuesta por el señor Harriman. Es fácil adivinar que los diamantes podían haber sido puestos en la nave con el propósito de convencernos de que habían sido encontrados allí, de que en nuestro satélite existen diamantes…, pero el señor Harriman, su piloto el capitán LeCroix, y todos los que han intervenido en la empresa juraron desde el primer momento que los diamantes no procedían de la Luna. Lo que sí puede afirmarse con absoluta certeza es que los diamantes se hallaban en la nave cuando ésta aterrizó. Saquen de ello las deducciones que quieran: pero un servidor de ustedes va a comprar lo antes que pueda algunas acciones de las minas de diamantes de la Luna…».
Strong se encontraba ya en la oficina, como de costumbre, cuando llegó Harriman. Antes de que los socios pudiesen hablar, la secretaria dijo a través de la pantalla.
—Señor Harriman, Rotterdam al habla.
—Dígales que se vayan a plantar tulipanes.
—El señor van der Velde desea hablar con usted, señor Harriman.
—Bien, de acuerdo.
Harriman dejó hablar al holandés, y luego dijo:
—Señor van der Velde, las afirmaciones que me son atribuidas son perfectamente correctas. Yo puse esos diamantes que vieron los periodistas en la nave antes de que ésta despegase. Provienen de minas terrestres. En realidad, los compré cuando fui a verle; puedo demostrarlo.
—Pero, señor Harriman…
—Créame. Puede haber más diamantes en la Luna que los que usted podría reunir en toda su vida. No es que yo se lo garantice. Pero si le garantizo que esos diamantes de que hablan los periodistas son de origen terrestre.
—Señor Harriman, ¿por qué envió usted diamantes a la Luna? ¿Se proponía tal vez engañarnos?
—Es usted libre de pensar lo que quiera. Pero ya le he dicho que estos diamantes provenían de la Tierra. Ahora mire: usted tiene una opción… una opción sobre una opción, por decirlo así. Si desea pagar el segundo plazo de esta opción y mantenerla en vigor, tiene de tiempo para hacerlo hasta las nueve del jueves, hora de Nueva York, tal como está especificado en el contrato. Espero su decisión.
Cortó la comunicación y vio que su socio lo miraba sombríamente.
—¿Qué te preocupa?
—Esos diamantes, Delos. He examinado las indicaciones de peso del Pionero.
—No sabía que sintiese interés por la ingeniería.
—Comprendo las cifras.
—Y lo encontraste, ¿no es eso? Partida F-17-c, quinientos gramos, asignados a mi personalmente.
—La encontré. Se destaca como un dedo malo. Pero en cambio no encontré otra cosa.
Harriman sintió que se le hacía un nudo en el estómago.
—¿Qué?
—No encontré la partida correspondiente a los sobres estampillados.
Strong lo contemplaba fijamente.
—Tiene que estar. Déjeme ver las indicaciones de peso.
—No la encontrarás, Delos. Ahora puedo decirte que me pareció rara tu insistencia de entrar solo a ver al capitán LeCroix. ¿Qué pasa, Delos? ¿Conseguiste introducirlos a bordo sin que él se diese cuenta? —No le quitaba la vista de encima mientras Harriman trataba de hacerse el distraído—. Hemos conseguido resolver juntos algunas situaciones bastantes difíciles…, pero ésta será la primera vez que alguien pueda decir que la firma Harriman y Strong ha cometido una estafa.
—¡Qué diablos, George…, yo sería capaz de estafar, robar, mentir mendigar y sobornar…, de hacer cualquier cosa con tal de realizar lo que hemos realizado!
Harriman se levantó y empezó a pasear por el despacho.
—Teníamos que disponer de ese dinero, o la nave no hubiera despegado nunca. Estamos sin un centavo. Lo sabes, ¿verdad?
Strong asintió:
—Pero esos sobres tenían que haber ido a la Luna. Esto fue lo que convinimos.
—¡Maldita sea! Me olvidé de ello. Después ya era demasiado tarde para añadir ese peso. Pero no importa. Pensé que si el viaje era un fracaso, si LeCroix desaparecía, nadie sabría que los sobres no habían ido, ni eso importaría tampoco a nadie. Y sabía que, si conseguía realizar el viaje, aquéllo tampoco tendría importancia: tendríamos todo el dinero que quisiéramos. ¡Y lo tendremos, George, lo tendremos!
—Pero tendremos que devolver ese dinero. —¿Ahora? Dame un poco de tiempo, George. Todos los interesados en la empresa están muy contentos de su resultado. Espera a que recuperemos nuestra inversión; entonces yo mismo compraré de mi bolsillo todos esos sobres. Te lo prometo.
Strong continuó sentado. Harriman se detuvo frente a él.
—Me pregunto, George si vale la pena echar a perder una empresa de tal magnitud por una simple cuestión teórica.
Strong suspiró y dijo:
—Cuando llegue el momento, utiliza el dinero de la sociedad.
—¡Así me gusta! Pero usaré sólo el mío; lo he prometido.
—No, el de la sociedad. Si estamos asociados, tiene que ser para todo.
—Muy bien; si así lo quieres…
Harriman se volvió a su mesa. Ninguno de ellos tuvo nada que decir durante largo rato. De pronto anunciaron a Dixon y Entenza.
—Hola, Jack —dijo Harriman—. ¿Te encuentras mejor?
—Sí, pero no gracias a ti. Para poder transmitir lo que transmití tuve que pelearme al menos con diez personas.
Delos, tendría que haber habido una cámara de televisión en la nave.
—No te tortures por eso. Ya te dije que esta vez teníamos que ahorrar peso. Pero la pondremos en el próximo viaje, y en los siguientes. Tu concesión te reportará mucho dinero.
Dixon carraspeó.
—Por eso hemos venido a verle, Delos. ¿Cuáles son sus planes?
—¿Mis planes? Seguir adelante. Les, Coster y yo efectuaremos el próximo viaje. Estableceremos una base permanente. Tal vez Coster se quede en ella. En el tercer viaje enviaremos allí una verdadera colonia… ingenieros nucleares, mineros, expertos en hidropónica, ingenieros de comunicaciones. Fundaremos Luna City, la primera ciudad establecida en otro planeta.
Dixon parecía pensativo.
—¿Y cuándo empezaremos a resarcirnos de los gastos?
—¿Qué quiere decir con eso de «resarcirnos»? ¿Quiere recuperar su capital invertido, o quiere empezar a tocar ya algunos beneficios sobre la inversión? Puedo interpretarlo de ambas maneras.
Entenza se disponía a decir que quería que le devolviesen su inversión, pero Dixon se le adelantó:
—Me refiero a los beneficios, naturalmente. La inversión ya está hecha.
—¡Bien!
—Pero no veo de dónde van a salir los beneficios. Es cierto que LeCroix efectuó el viaje y volvió sano y salvo. Esto es un honor para todos. Pero ¿dónde están nuestros intereses?
—Dé tiempo a que madure la cosecha, Dan. ¿Es que parezco estar preocupado?
—¿En qué consisten nuestros beneficios?
Harriman los fue contando con los dedos.
—Derechos cinematográficos, de televisión, de radio…
—Todo eso revierte a Jack.
—Eche una mirada al contrato. Él tiene la concesión, pero paga a la sociedad, es decir, a todos nosotros por ellos.
Dixon dijo a Jack que se callase antes de que éste pudiese decir esta boca es mía, y añadió:
—¿Qué más? Esto no nos sacará del apuro.
—Todas las garantías que queramos. Los ayudantes de Monty están trabajando en ello. Derechos del mayor best seller de todos los tiempos; «Mi primer viaje a la luna» tengo a un escritor experimentado y a una dactilógrafa pegados a los talones de LeCroix en este mismísimo instante. Una concesión para la primera y única línea interplanetaria…
—¿Otorgada por quién?
—La obtendremos. Kamens y Montgomery están ahora en París, ocupándose de ello. Esta tarde voy a reunirme con ellos. Y remacharemos esta concesión con otra otorgada desde el otro extremo, tan pronto como podamos tener allí una colonia permanente, por pequeña que sea. Será el estado autónomo de la Luna, bajo la protección de las Naciones Unidas… y ninguna nave podrá aterrizar o despegar en su territorio sin su permiso. Además de esto tendremos el derecho de otorgar concesiones a una docena de otras compañías para diversos fines e imponerles igualmente impuestos tan pronto como establezcamos la Corporación Municipal del Estado de la Luna. Lo venderemos todo menos el vacío (aunque también lo venderemos, para fines experimentales). Y no lo olviden…, tendremos además un gran pedazo de bienes inmuebles, con título soberano para nosotros, como estado, y aún por vender. La Luna es enorme.
—Sus ideas son asimismo enormes, Delos —dijo Dixon secamente—. Pero dígame, ¿qué va a pasar ahora?
—Primero haremos que la ONU nos confirme nuestros derechos. El Consejo de Seguridad está reunido ahora en sesión secreta; la Asamblea se reunirá esta noche. Las cosas están que arden; por eso tengo que estar allí. Cuando las Naciones Unidas decidan, y lo decidirán, que ellas son las únicas que pueden reivindicar de verdad la propiedad de la Luna a través de la corporación no lucrativa que creamos en su seno, entonces entraré en acción. La pobrecilla y débil corporación benéfica concederá cierto número de cosas a algunas auténticas y honradas corporaciones de reconocida solvencia… como compensación por su ayuda a montar un laboratorio de investigaciones físicas, un observatorio astronómico, un instituto de selenografía y algunas otras empresas desinteresadas, y perfectamente correctas. Ésta será nuestra finalidad interina mientras no tengamos una colonia permanente con sus propias leyes. Entonces, nosotros…
Dixon hizo un gesto de impaciencia.
—Déjese de disquisiciones legales, Delos. Le conozco desde hace ya demasiado tiempo como para saber lo que me puede decir a ese respecto. ¿Qué haremos ahora?
—¿Eh? Primero tenemos que construir otra nave, mayor que la primera. Coster ha empezado a diseñar una catapulta de superficie… se extenderá desde Manitou Springs hasta la punta de Pikes Peak. Con ella podremos lanzar una nave hasta colocarla en órbita libre en torno a la Tierra. Entonces utilizaremos esta nave para aprovisionar a otras…, será una estación del espacio como lo era el antiguo satélite artificial. Significa, además, el medio de llegar hasta allí utilizando energía química sin tener que desprendernos de las nueve décimas partes de la nave para conseguirlo.
—Eso resultará muy caro.
—En efecto. Pero no se preocupe tenemos un par de docenas de empresas de poca envergadura que nos irán dando dinero mientras no estemos organizados de una manera comercial; entonces venderemos acciones. Y de hecho, las hemos vendido antes, pero ahora, allí donde vendíamos acciones de diez dólares, las venderemos de mil.
—¿Y usted cree que esto nos sostendrá hasta que la empresa llegue a ser rentable? Sea usted realista, Delos; la empresa no será rentable hasta que tengamos naves que vayan y vengan entre la Tierra y la Luna, proporcionándonos unos ingresos, representados por el flete de las mercancías y las tarifas de los viajeros. Pero eso quiere decir clientes dispuestos a pagar. ¿Qué hay en la Luna que pueda interesar… y quién estará dispuesto a pagarlo?
—Dan, ¿cree realmente que no habrá nada? Si es así, ¿por qué está con nosotros?
—Creo en la empresa, Delos… o en usted. Pero ¿cuál es su plazo previsto? ¿Cuál es su presupuesto? ¿Cuáles son los géneros que piensa explotar? Y por favor, no me hable de los diamantes: me parece que ya entendí su jugada.
Harriman mordisqueó su cigarro durante unos momentos.
—Hay una mercancía muy valiosa que empezaremos a embarcar inmediatamente.
—¿Cuál es?
—Conocimientos.
Entenza dio un respingo. Strong parecía estupefacto. Dixon asintió.
—Los compro. Los conocimientos siempre tienen algún valor… para el hombre que sabe explotarlos. Y estoy de acuerdo en que la Luna será un lugar adecuado para hallar nuevos conocimientos. Presumo que es usted capaz de amortizar el próximo viaje. ¿Qué presupuesto ha calculado, y cuándo se propone llevarlo a cabo?
Harriman no respondió, Strong le miró inquisitivamente. Para él, la cara de poker de Harriman era tan reveladora como un cartel… llegó a la conclusión de que su socio se hallaba entre la espada y la pared. Esperó, nervioso pero dispuesto a secundar el juego de Harriman, Dixon prosiguió:
—Por lo que usted dice, Delos, presumo que no tiene bastante dinero para la segunda etapa… y que no sabe de dónde podrá sacarlo. Creo en usted, Delos… y ya le dije desde el principio que no me gusta que los negocios se mueran de anemia recién empezados, por falta de víctimas. Estoy dispuesto a contribuir con un quinto. Harriman se le quedó mirando.
—Escuche —dijo lisa y llanamente—. Usted posee ahora la parte de Jack, ¿no es verdad? —Yo no diría eso.
—No trate de disimularlo: se nota claramente.
—Esto no es cierto —dijo Entenza—. Yo soy independiente. Yo…
—Jack, eres un maldito embustero —dijo Harriman con desapasionamiento—. Dan, ahora tiene usted el cincuenta por ciento. Según los acuerdos en vigor, yo decido que las cosas queden así, lo cual me otorga el control mientras George se mantenga a mi lado. Si le vendemos otra participación, usted controlará los tres quintos del voto… y por lo tanto será el amo. ¿Es eso lo que está buscando?
—Delos, como le dije, tengo confianza en usted.
—Pero se sentirá más feliz teniendo el látigo por el mango. No voy a darte este gusto. Dejaré que la navegación interplanetaria, la verdadera navegación interplanetaria con viajes regulares, espere otros veinte años antes de volver a lanzarme. Dejar que esto se hunda, así que tendrá que pensar en algo mejor.
Dixon no pronunció palabra. Harriman se levantó y empezó a pasear. Se detuvo frente a Dixon.
—Dan, si usted comprendiera realmente lo que significa todo esto, le permitiría que tomara las riendas. Pero es que no ha comprendido. Usted lo ve como otro medio de llegar al dinero y al poder. Estoy perfectamente de acuerdo en dejar que los buitres como usted se enriquezcan… pero quiero conservar las riendas en mi mano: Quiero que esta empresa se desarrolle, no que se convierta en una nueva vaca para ordeñar. La especie humana mira ya a las estrellas… y esta aventura presentará unos problemas totalmente nuevos comparada con los cuales la energía atómica será un juego de niños. Nuestra raza está tan preparada para esto como una virgen inocente está preparada para el sexo. Si esta aventura no se emprende con cuidado terminará desastrosamente. Usted la haría terminar desastrosamente, Dan, si le concediese voto decisivo en la empresa… porque usted nunca la ha comprendido.
Recobró aliento y prosiguió:
—Considere, por ejemplo, el factor seguridad. ¿Sabe por qué permití a LeCroix que pilotase la nave en lugar de hacerlo yo? ¿Se imagina tal vez que tenía miedo? ¡No! Yo quería que regresara… sin tropiezos. No quería que la navegación interplanetaria sufriese otro aplazamiento. ¿Sabe por qué tenemos que tener un monopolio durante algunos años al menos? Porque cualquier hijo de vecino querrá construir una nave lunar ahora que saben que la empresa es factible. ¿Se acuerda de los primeros tiempos de los vuelos sobre el océano? Después de que Lindbergh lo atravesó por primera vez, cualquier piloto que dispusiera de una canasta con alas se veía con ánimos de despegar por encima de cualquier extensión líquida. Algunos incluso se llevaban a sus niños consigo. Y la mayoría aterrizaron en el agua. Los aeroplanos se ganaron la reputación de ser unos artefactos peligrosos. Pocos años después, las líneas aéreas empezaron a hacerse una competencia tan encarnizada con el fin de ganar dinero inmediato que no sé podía leer un periódico sin ver los titulares que anunciaban otra catástrofe de aviación.
»¡Pero esto no va a suceder con la navegación interplanetaria! Simplemente, no voy a permitir que suceda. Las naves son demasiado grandes y caras; si al propio tiempo tienen fama de ser peligrosas, mejor hubiéramos hecho quedándonos en cama. Tengo sentido de la responsabilidad.
Hizo una pausa. Dixon esperó a que continuase, y al ver que no lo hacía dijo:
—Ya he dicho que creía en usted, Delos. ¿Cuánto dinero necesita?
—¿Cómo? ¿En qué condiciones?
—Contra su crédito.
—¿Mi crédito? ¿Ha dicho usted mi crédito?
—Como es de suponer, quiero algunas garantías.
Harriman soltó un juramento.
—Ya sabía que había aquí gato encerrado. Dan, usted sabe perfectamente bien que todo cuanto tengo está invertido en esta empresa.
—Pero le quedan los seguros. Según mis noticias, está asegurado por cantidades fabulosas.
—Sí, pero esto está todo destinado a mi esposa.
—Me pareció recordar habérselo oído decir a Jack Entenza —dijo Dixon—. Pero… conociéndole como le conozco, estoy seguro que tendrá por lo menos algún seguro no figurable, o rentas anuales o algo por el estilo, para evitar que la señora Harriman pueda terminar en el asilo.
Harriman pensaba intensamente.
—¿Qué plazo me concede?
—Ningún vencimiento fijo: a pagar cuando pueda y en las cuotas que desee. Claro que, desde luego, no aceptaré un pagaré que no tenga una cláusula que lo excluya de toda quiebra.
—¿Por qué? Una cláusula de este tipo no tendrá validez legal.
—Pero usted sí la tendrá, ¿no cree?
—Hum… Sí; sí la tendrá.
—Entonces, traiga sus pólizas y vea de poner la otra más elevada posible.
Harriman lo miró, se volvió bruscamente y se dirigió a su caja de caudales. Regresó con un paquete de sobres largos y rígidos. Efectuaron la suma: era una cantidad extraordinariamente grande… para aquellos días. Dixon consultó un libro de notas que sacó del bolsillo y dijo:
—Parece que falta uno… uno bastante considerable. Creo que se trata de una póliza de la North Atlantic Mutual.
Harriman lo miró asombrado.
—¿Tendré que despedir a todos mis empleados?
—¡Oh, no! —respondió suavemente Dixon—. Mis informes los obtengo en otras partes.
Harriman volvió a la caja fuerte, sacó la póliza y la añadió a las restantes. Strong dijo:
—¿Quiere también las mías, señor Dixon?
—No —respondió Dixon—, no serán necesarias. —Empezó a meterse las pólizas en el bolsillo—. Las guardaré yo, Delos, y usted preocúpese de ir pagando puntualmente las primas. Se las cargaré en cuenta, desde luego. Envíe la nota y los documentos que atestigüen el cambio de beneficiario a mis oficinas. Aquí tiene su pagaré. Y su cheque.
Sacó un cheque y una hoja de papel; el pagaré: Ambos estaban redactados ya por la cantidad total de las pólizas.
Harriman los miró.
—A veces —dijo lentamente— me pregunto quien engaña a quién. —Entregó el documento a Strong—. De acuerdo George, guarda eso. Me voy a París, señores. Deséenme suerte.
Salió de la habitación, corriendo como un foxterrier.
Strong miró de la puerta cerrada a Dixon, y luego contempló el pagaré.
—¿Tendría que rasgar en pedazos este papel?
—No lo haga —le aconsejó Dixon—. Verá, la verdad es que creo en él. ¿Ha leído alguna vez a Carl Sandburg, George? —añadió.
—Mi fuerte no es precisamente la lectura.
—¿Por qué no hace un esfuerzo? Cuenta la historia de un hombre que hizo circular el rumor de que se había descubierto petróleo en el infierno. Casi inmediatamente todo el mundo partió hacia el infierno, tratando de ser los primeros en enriquecerse. El hombre que esparció el rumor vio cómo todos se iban, se rascó pensativo la cabeza y se dijo que tal vez hubiera algo de verdad en el rumor, después de todo. Así es que también él se marchó al infierno.
Strong permaneció silencioso. Finalmente dijo:
—No le veo la gracia.
—No la tiene. Yo sólo quiero proteger mis intereses si es necesario, George… y lo mismo tendría que hacer usted. Delos puede terminar creyendo en los propios rumores que propaga. ¡Diamantes! Vamos, Jack.