¡Monty!
—¿Diga, jefe?
—¿Ha oído alguna vez esta canción? — y Harriman tarareó «La Luna pertenece a todos; las mejores cosas de la vida son gratuitas…», y terminó cantándola, desafinando considerablemente.
—No me parece recordarla.
—Era usted demasiado joven. No importa. Quiero que la saque del olvido. Quiero que la vuelva a poner de moda, que haga que se repita hasta que en el propio infierno estén hartos de ella, y que la cante todo el mundo hasta hacerla insoportable.
—De acuerdo —Montgomery sacó su libro de notas—. ¿Cuándo quiere que alcance su máxima difusión?
Harriman pareció considerar la pregunta.
—Digamos dentro de tres meses. También quiero que aproveche la primera frase para slongans publicitarios.
—Délo por seguro.
—¿Cómo van las cosas por Florida, Monty?
—Creí que tendríamos que comprar todo el condenado cuerpo legislativo, hasta que propagamos el rumor de que Los Angeles había firmado un contrato con nosotros, para plantar en la Luna un poste indicador de los límites de la ciudad de Los Angeles; con fines publicitarios. Entonces se convencieron.
—Muy bien —Harriman meditó—. ¿Sabe que no es ninguna mala idea? ¿Cuánto cree que estaría dispuesta a pagar la Cámara de Comercio de Los Angeles por semejante poste indicador?
Montgomery tomó otra nota.
—Me ocuparé de ello.
—Supongo que está a punto de meterse con Texas, ahora que Florida ya está saturada.
—En cualquier momento. Ahora nos dedicamos a propalar algunos rumores arteros y tendenciosos. Observe.
Tomó un periódico, y le mostró una página. Era el Banner, de Dallas-Fort Worth. Los gruesos titulares decían:
¡¡¡LA LUNA PERTENECE A TEXAS!!!
—¡Magnífico!
—Aquí tengo mi disco de la campaña radiofónica. Al terminar la audición infantil decimos:
…y esto es todo por esta noche, chicos. No os olvidéis de enviar esas tapas de la caja. Recordadlo bien: el primer premio es un rancho de mil acres en la mismísima Luna, libre de todo gasto; el segundo premio es un modelo a escala de la nave interplanetaria, de dos metros de alto, y hay cincuenta, fijaos bien, cincuenta terceros premios consistentes cada uno en un poney Sthetland acostumbrado a la silla. Vuestra redacción de cien palabras «Por qué quiero ir a la Luna» será considerada teniendo en cuenta principalmente su sinceridad y originalidad, y no el mérito literario. Enviad las cubiertas de caja a Tío Taffy, Apartado 14, Juárez, Viejo México.
Harriman fue introducido en el despacho del presidente de la Compañía Moka-Coka. («Sólo una Moka vale una coka»… «Bebed la Coka a todas horas»). Se detuvo a la puerta, a unos seis metros de la mesa del presidente, y se sujetó rápidamente un emblema de cinco centímetros de diámetro en su solapa.
Petterson Griggs levantó la mirada.
—Caramba, esto es verdaderamente un honor, D. D. Entre y… —el director se detuvo de pronto, y su expresión cambió—. ¿Por qué lleva eso? —rezongó—. ¿Se propone molestarme?
«Eso» era el disco de cinco centímetros de diámetro; Harriman lo desprendió y se lo metió en el bolsillo. Era un emblema publicitario de celuloide, de color amarillo; sobre él en negro y casi cubriéndolo, se hallaba una sencilla sigla: «6+» la marca registrada del único rival importante que tenía la Moka-Coka.
—No —respondió Harriman—, aunque no le censuro por mostrarse irritado. He visto a la mitad de los escolares de la región llevando esos estúpidos botones. Pero yo he venido a hacerle un favor de amigo, no a molestarle.
—¿Qué quiere usted decir?
—Cuando me detuve a su puerta, el emblema que llevaba en mi solapa tenía exactamente el tamaño (para usted desde luego, sentado en su mesa) que la Luna llena cuando la ve desde su jardín. No ha tenido ninguna dificultad en leer lo que estaba impreso sobre el disco, ¿verdad? Sé que no la tuvo; usted me gritó antes de que yo hubiera tenido tiempo de moverme.
—Bueno, ¿y eso qué?
—¿Cuáles serán sus sentimientos (y qué efecto produciría esto en sus ventas) si hubiese un «seis signo más» escrito sobre la cara de la Luna, en lugar de sobre un emblema prendido en el jersey de un niño?
Griggs reflexionó y luego dijo:
—D. D., no haga chistes malos. Hoy he tenido un día muy pesado.
—No es ningún chiste. Como usted debe saber ya por los rumores que circulan, estoy tratando de ir a la Luna. De usted para mí, Pat, le diré que se trata de una empresa muy costosa, incluso para mí. Hace unos cuantos días vino a verme un hombre… perdóneme que no le mencione su identidad, aunque usted ya puede figurárselo. Este individuo representaba a un cliente suyo que deseaba adquirir la concesión publicitaria para la Luna. Sabía que no estábamos seguros del éxito de nuestra empresa, pero dijo que su cliente quería correr ese riesgo.
»Al principio no sabía de qué me hablaba, y me puse sobre aviso. Después pensé que trataba de engañarme. Entonces me quedé muy sorprendido. Mire esto —Harriman sacó una gran hoja de papel y la extendió sobre la mesa de Grigg—. Como usted ve, el equipo está instalado en un lugar próximo al centro de la Luna, tal como la vemos nosotros. Dieciocho cohetes pirotécnicos se disparan en dieciocho direcciones diferentes, como los radios de una rueda, pero hasta distancias cuidadosamente calculadas. Dan en el blanco y las bombas que transportan estallan, extendiendo un fino polvillo de carbón a distancias calculadas. Como usted sabe, Pat, en la Luna no hay aire… un polvillo como ése puede lanzarse con la misma facilidad que una jabalina. He aquí el resultado.
Dio la vuelta al papel; en el reverso había una fotografía de la Luna, impresa débilmente. Sobre ella, en trazos negros y gruesos, aparecía el signo «6 +».
—¡De modo que era eso… malditos sinvergüenzas!
—No, no, yo aún no he dicho que sea una realidad. Pero ilustra lo que quiero decir; aquí se trata sólo de dos símbolos, pero pueden extenderse a la distancia necesaria para que desde aquí los leamos sobre la cara de la Luna.
Griggs contempló el espantoso anuncio.
—¡No creo que dé resultado!
—Una empresa pirotécnica de confianza ha garantizado que saldrá perfectamente… siempre que yo pueda llevar el equipo hasta el lugar necesario. Después de todo, Pat, no es necesario que el cohete sea muy potente para recorrer una larga distancia sobre la Luna. Verá, usted mismo podría arrojar una pelota de beisbol a tres kilómetros de distancia allí… con una gravedad mucho menor que la terrestre, como sabe usted.
—Eso causaría una indignación general. ¡Es un sacrilegio!
Harriman parecía entristecido.
—Ojalá tenga razón. Pero los anuncios trazados con humo en el cielo tienen mucho éxito…, tanto como que los video comerciales.
Griggs se mordió los labios.
—Bien, no comprendo por qué me ha traído eso —explotó—. Usted sabe muy bien que el nombre de mi producto nunca aparecerá sobre la cara de la Luna. Las letras serían demasiado pequeñas para que se pudiesen leer.
Harriman asintió:
—Por eso precisamente he venido a verle. Pat, esto no es únicamente un negocio para mí; es mi corazón y mi alma. En realidad me da náuseas pensar que alguien pudiera utilizar la cara de la Luna para fines publicitarios. Como usted dice, es un sacrilegio. Pero esos chacales han sabido de algún modo que tengo necesidad de dinero. Han acudido a mí cuando sabían que no tendría más remedio que escucharles.
»Les contesté con evasivas, prometiéndoles una respuesta para el jueves. Después me fui a casa, y me estuve toda la noche sin dormir pensando en ello. Por último pensé en usted.
—¿En mí?
—En usted. En usted y en su compañía. Después de todo, el suyo es un buen producto y no necesitan anunciarlo mucho. Se me ocurrió que se podía utilizar la Luna con miras publicitarias sin necesidad de ensuciarle la cara. Suponga ahora que su compañía compra la misma concesión, pero con la generosa y pública promesa de no hacer nunca uso de ella. Suponga que usted imprime esa promesa en sus productos. Suponga que distribuye la imagen de una joven pareja, sentada bajo la Luna y bebiendo una botella de Moka. Y suponga que Moka es el único refresco que nos llevamos en nuestro primer viaje a la Luna. Pero no soy quien tiene que decirle cómo hay que hacerlo. —Echó una mirada a su reloj digital—. Tengo que irme, y no quiero molestarle más. Si usted quiere que hablemos de este asunto, avíseme a mi oficina mañana al mediodía y haré que Montgomery, nuestro jefe de publicidad, se ponga en contacto con el de ustedes.
El director de la gran cadena periodística le hizo esperar el tiempo mínimo que se reservaba sólo para los peces gordos y miembros del gabinete. Harriman se detuvo de nuevo en el umbral de un enorme despacho, y prendió un disco en su solapa.
—Hola, Delos —dijo el periodista—. ¿Cómo va hoy el tráfico de queso verde?
Entonces se apercibió de la insignia y frunció el ceño.
—Si esto es una broma, es de muy mal gusto.
Harriman se metió el disco en el bolsillo; esta vez no mostraba el «6 +», sino la hoz y el martillo.
—No —dijo—, no es una broma; es una pesadilla. Coronel, usted y yo nos contamos entre las pocas personas de este país que comprenden que el comunismo continúa siendo una amenaza.
Poco tiempo después estaban conversando tan amistosamente como si la cadena de periódicos del Coronel no se hubiese opuesto al proyecto lunar desde su inicio. El periodista indicó su mesa con el cigarro que estaba fumando.
—¿Cómo llegó a tener esos planos? ¿Robándolos?
—Son copias —respondió Harriman, sin apartarse mucho de la verdad—. Pero no son importantes. Lo que importa es ser nosotros los primeros en llegar allí; no podemos arriesgarnos a tener una base enemiga de cohetes en la Luna. Durante años tuve con intermitencias la pesadilla de despertarme ver unos titulares que decían que los rusos habían desembarcado en la Luna y declarado el Soviet Lunar, formado por trece hombres y dos científicos femeninos, que había solicitado el ingreso en la U. R. S. S…, y que la petición había sido, desde luego, concedida graciosamente por el Soviet Supremo. Siempre me despertaba temblando. No sé si llegarían hasta a pintar una hoz y un martillo sobre la cara de la Luna, pero no me extrañaría nada, teniendo en cuenta su psicología. Piense en esos enormes cartelones que cuelgan siempre por todas partes.
El periodista mordía furiosamente su cigarro.
—Veremos lo que podemos hacer. ¿No hay algún medio de acelerar su partida?