El hermanito

Hace calor, y nadie dice nada de marcharnos.

—¿Cuándo nos vamos a San Sebastián, papaíto? Ya estamos en verano y hace mucho calor.

—Ya lo sé; pero estamos esperando un niño que nos van a traer, y no podemos ir hasta que venga.

—¡Qué rabia! ¿Y cómo es ese niño?

—No sé, hija. Mamá pregunta qué te gustaría más: niño o niña.

—Mira: si a mamá no le importa, yo preferiría un perrito pequinés.

—¡Qué disparate! Eso no es posible…

—¿Por qué? ¿Qué más da?

—Porque un perro no nos hace ninguna falta.

—Ni un niño tampoco… ¡Mira que traer a esta casa un niño, con lo bien que estábamos así!

—No seas tonta; ya verás cómo te gusta tenerle. Será como una de tus muñecas, sólo que en lugar de ser de trapo será de carne. Moverá las manitas, se reirá y en seguida empezará a decir cosas.

—Entonces, ¿le traerán para mí?

—Sí, para ti. Tú que eres mayor, serás su madrecita; le cantarás y le enseñarás a hablar, y él te querrá mucho y te conocerá antes que a nadie.

—Bueno; puedes decirle a mamá que prefiero un niño; pero que es para mí, y que voy a regalar todas las muñecas a Solita, porque ya no las quiero.

—Eso no me parece bien. ¿No decías que eran tus hijas?

—Pero era de mentirijillas.

—Sin embargo, como las has querido como si lo fueran, me parece una maldad echarlas de casa ahora que no las necesitas. Es como si, porque va a venir el niño, ya no te quisiéramos a ti.

—Bueno; pues las guardaré en una caja.

Esta mañana me he despertado muy temprano. Andaba gente por la casa y miss Nelly había salido del cuarto de puntillas cuando todavía era de noche.

He escuchado un rato, y no oía nada… De pronto he oído hablar a don Antonio, el médico.

¡Pero si yo no estoy mala! ¡Si no me duele nada! ¡Ay, Dios mío! Eso es que me van a purgar…

Han andado por el pasillo, y luego he sentido abrirla puerta de la calle. ¡Don Antonio se iba!… Le he oído hablar en la escalera y reír muy contento. ¡Claro, él siempre está contento! ¡Como no tiene que tomarse medicinas!

Papá ha dicho algo y se ha metido en el despacho. No se oía nada. Todos estaban durmiendo, menos la miss, que se había levantado y estaría revolviendo mis juguetes…

De pronto, muy lejos, oí llorar a un niño chiquitín. ¿Será…? Sí, sí; sí es… ¡Juana, Juana! ¡Mamá!

—¿Te quieres callar? ¿Qué modo de gritar es ése? ¿No sabes que es muy temprano? —dijo Juana, entrando.

—¿Han traído el niño? Di: ¿le han traído ya?

—Sí, ya ha venido; y muy hermoso que es… —

¿Quién le ha traído, di?

—No sé. A mí me parece que don Antonio; pero yo no he visto nada. ¿No ves que era muy de noche?

Entonces entró la cocinera secándose las manos con el delantal, como hacía siempre.

—¡Ya tienes un hermanito! ¡Y con unos pulmones, que me río yo!

—¿Quién le ha traído?

—¡Vaya usted a saber! Me parece que ha venido en una caja de pasas, que me va a servir para encender la lumbre.

—¡Yo lo quiero ver! ¡Mamá!

—¡Cállate, no escandalices! ¿No ves que es muy temprano?

—¡Me quiero levantar!

—Sí, para corretear por toda la casa, despertar al niño y volvernos locos a todos…

—¡Que venga mamá!

—La que va a venir es la miss para hacerte callar. Hoy no te va a dejar abrir el pico.

—¿Por qué?

—Porque no. Tienes que estar como en misa…

Ya estaba yo desesperada, cuando llegó papá.

—Qué, ¿ya sabes la noticia?

—Sí. Dime, papaíto: ¿qué dice? ¿Cómo es? ¿Quien le ha traído? ¡Yo me quiero levantar!

—Lo primero es que te estés quieta… Si no, me voy y te quedas sin saber nada.

—¡No, papaíto, rico! Dime: ¿quién ha traído al niño? Juana dice que don Antonio…

—Juana no sabe lo que dice… Ahora el niño se ha dormido, porque está cansado…

—¿Qué dice?

—No dice nada, porque no sabe hablar… Es rubio y tiene los ojos azules como tu madre… Ya le verás… ¡Es más gordito!… Si prometes ser buena te vestiré, y juntos iremos a verle.

—Que venga mamá.

—Eso no puede ser. Mamá tiene un dolor de cabeza muy fuerte y no se levantará en todo el día… El niño está con ella… Vaya, ¿quieres que te vista?

—¡Si tú no sabes!

—Tú me ayudarás… Miss Nelly está en el baño, y si viene no consentirá que te levantes tan temprano…

—¡Ah, bueno! Vamos, anda, papaíto.

Entre los dos, muy de prisa, para acabar antes que viniera la miss, volvimos los calcetines, buscamos las zapatillas, y papá me los iba poniendo… ¡Qué mal! El vestido me lo puso al revés.

—Pero, papaíto, ¡si esto es del otro lado!

—Bueno, no importa. ¿Qué más da? ¡Casi es más bonito así!… Ahora, callandito, al cuarto de tu madre…

Entramos, y no se veía nada… Una mujer que yo no conozco abrió un poco las maderas del balcón. Entonces vi a mamá que me miraba.

—¡Mamaíta!

—¡Hija de mi vida! Acércate. ¿Quieres ver al niño?

—Sí; dime: ¿quién le ha traído?

—No le ha traído nadie. Ha venido solo…

—¿De dónde ha venido?

—¿No ves que es un ángel? Pues ha venido del cielo.

—¿Es como el ángel de mi cuarto? ¿Tiene alas?

—No tiene alas, porque se le han caído; pero es muy guapo.

—No te muevas —dijo papá—; yo se lo enseñaré.

—¿Tiene una estrella en la frente, papaíto?

Papá cogió un montón de ropa blanca, y vino conmigo hasta el balcón.

—¡Mírale!

—¡Dios mío, qué feo es este ángel!…