Solita es la «Cenicienta»

Miss Nelly se ha ido a Inglaterra a ver a no sé quién que se ha puesto enfermo, y como ella cree que todo lo sabe, ha dicho que le va a curar.

Volverá; pero como ahora estoy sola, estoy muy contenta.

Ayer me asomé al balcón del pasillo que da al patio.

—¡Solita, oye! Sal, que te quiero decir una cosa. Di: ¿tú no te disfrazas?

—¡Anda! ¡Ya lo creo! Como todos los años.

—Y yo también. ¡Tengo un vestido más bonito!

—¡Será de raso!

—Es de seda y de oro y de plata. Y aquí tiene unas cosas, y luego aquí otras, y esto hace así, y luego así…

Solita estaba asombrada.

—¡Será un traje de reina!

—No, no es de reina; es de Incroyable.

—¡Huy! No se entiende.

—Dime, Solita: y el tuyo, ¿de qué es?

—Pues de chula. Me lo ha regalado una señora. Tiene una falda de volantes muy preciosa, y luego un mantón de Manila y unos zapatos que brillan como si fueran de cristal y que me están muy grandes, y flores aquí y aquí…

—¡Será muy bonito!

—¡Ya lo creo! Mi hermano se va a poner una colcha encarnada y va a llevar un abanico grande de la señora Juana y la escoba vieja.

—¿Y de qué va vestido?

—De máscara. Luego iremos con el chico del hojalatero, que se viste de tonto, y con la «Madalena», que va de paleta, a un paseo que le dicen de Rosales.

¡Lo que se va a divertir Solita!

—Pues, hija, yo también voy a un baile de máscaras.

—Pero no será como el ventorro del tío Juan, donde iremos nosotros, cuando sea de noche, a merendar unas chuletas muy ricas… El año pasado se me perdió un zapato de tanto como me reí, y luego mi madrastra ¡me dio una somanta!…

—Yo también merendaré macarrones, y tartitas de mantequilla, y mermelada.

—Hija, eso no puede estar bueno. Donde esté una chuleta, que se quiten esas pamplinas.

Solita tiene razón…

Yo no merendaré, porque no me gusta nada.

—¡Claro! Es como lo del traje.

Cuánto mejor era que te vistieras de reina, con tu corona de oro en la cabeza, o de manola, con mantilla de encaje, y no de eso, que no se entiende…

¡Ay Dios mío, que es verdad!

—Yo no me quiero vestir de Incroyable, mamaíta. ¡Yo no quiero!

La Sole se reía.

—¡Anda, hija! ¡Pues tírate al suelo!

—¿Qué dices?

Entonces Juana, que pasaba por el pasillo, empezó a decir:

—¡Jesús! ¡Qué criatura! ¿Pues no está en el balcón cogiendo frío?

Empecé a llorar, porque me había puesto muy triste.

—No me quiero vestir de incroyable.

—Pero ¿qué dices? —chillaba Juana, que es tonta—. ¡Adentro!… ¡Y que mamá no sepa que te has pasado la tarde al fresco, porque buena nos había caído!

—¡No quiero ir al baile de trajes!

—Bueno, bueno. Eso ya lo arreglarás con tu madre.

—¡Me tiraré al suelo!

—Eso. Y te darán unos azotes y te quedarás cuatro días sin postre.

—¡Yo quiero ir con la Sole al paseo de los Rosales, y al baile, y a la merienda!…

—¡Válgame Dios, qué coplas! ¡Pobrecita Sole! Más le valiera que la mandaran al colegio, que es la Cenicienta de la casa.

—¿Pero es la Cenicienta?

—Claro que sí. La tiene todo el día su madrastra hecha una azacana, y luego la lleva que da asco verla, de sucia y zarrapastrosa.

—¿Es de verdad? ¡Dios mío, y yo que no sabía nada! Oye, Juana, dime: ¿tiene madrina?

—¿Yo qué sé? ¡Qué preguntona eres!

—¿Pues quién le ha comprado el vestido?

—¿Qué vestido? No digas tonterías.

¡Ella sí que es tonta!

—¿Pero no sabes que tiene un vestido de flores y unos zapatos de cristal?

—¡Ay, hija! ¡Tú la has cogido!

¡Ahora sí que lo entiendo todo!

¡Las rosas del jardín, el baile donde perdió el zapatito de cristal, la señora que le regaló el vestido!…

¡¡Sí, tiene madrina!!