El «Teddy Bear» que me trajeron los Reyes se parece a miss Nelly como si fuera hijo suyo.
Papá y mamá se enfadan cuando lo digo. Tú, lectora, lo comprenderás mejor. El osito tiene el pelo rubio, como la miss, y los ojos parados y bobos, como ella.
—Yo estar furiosa con «Julieta» por lo diablo que es —dice el osito.
«Julieta» es mi muñeca rubia, mi hija, y el «Teddy Bear» es miss Nelly, la institutriz, que se queja de mi niña.
—¿Qué hace mi pobre hija? —digo yo.
—No aprende nada.
—¿Y qué es lo que usted quiere que aprenda?
—Yo quiero que aprenda Gramática.
—¡Bah! ¿Y para qué sirve la Gramática, me quiere usted decir?
—La Gramática sirve para hablar bien.
—¡Mentira! ¡Mentira! Usted sabe mucha Gramática y habla muy mal.
¡Vaya! Yo tengo siete años y no sé Gramática, ¡ni quiero!
—Tampoco sabe Aritmética. Ni siquiera sabe que dos y dos son cuatro.
—¿Cuatro qué?
—Cuatro.
—¡Ay, miss Nelly, miss Nelly, me está usted pareciendo tonta de remate!
He leído en un libro de un señor que sabía mucho que no se dice cuatro ni siete, sino cuatro manzanas, siete pajaritos, cinco niñas…
—No quiere levantarse por la mañana ni acostarse por la noche.
—¡Claro! Como que no tiene sueño cuando usted lo ordena, ni deja de tenerlo porque usted quiera…
—No quiere estudiar a sus horas.
—¿A qué horas?
—A las horas de estudio.
—Porque quiere jugar.
—A la hora de jugar quiere leer.
—¡Justo! Pero, miss, no sea usted testaruda. «Julieta» no puede levantarse a las ocho y estudiar a las nueve, y comer a las diez, porque no anda al mismo tiempo que el reloj.
—Las niñas deben ser ordenadas.
—¿Qué niñas?
—Las niñas distinguidas.
—«Julieta» no es una niña distinguida; es sólo una niña buena.
—No es buena, es rebelde.
—No quiere ir al Retiro por la calle de Serrano.
—¿Por qué?
—Porque hay un perro que ladra mucho. Y a usted, miss, lo mismo le sería ir por otra calle.
—Sí, pero hay que obligarla a ser obediente.
—¡No sea usted boba, miss!
—Además, no quiere comer la sopa.
—Porque no le gusta…
—Pero alimenta…
—Cuando sea la sopa de almendras, y en vez de pescado le den natillas, después tortas y macarrones de postre, ya verá usted cómo tiene apetito «Julieta». ¡Y yo también!
—Los dulces ensucian el estómago.
—¿Usted qué sabe? Pero estas institutrices se creen que se lo saben todo.
—Yo he estudiado mucho en Inglaterra.
—Pero aquí, no. Si hubiera usted ido a mi colegio, no sería usted tan acusona.
—¿Qué es ser acusona?
—Contar a las mamás todo lo que hacen las niñas.
—Para que las castiguen.
—¡Muy bonito y muy buena intención!
—Así se corrigen.
—¡Ah! ¿Es para eso? Pues entonces, para que se corrija usted, la voy a poner de rodillas cara al rincón. ¡Ea! Está usted castigada hasta la noche.
Y nada más había ocurrido, cuando entró miss Nelly (la de carne) como un demonio y me llevó de un brazo al cuarto de mamá.
Allí gritó, lloró y dijo mil picardías de mí, en inglés, claro está. Hasta que mamá me puso de rodillas cara a la pared, como yo había puesto al «Teddy Bear».
Parece que toda la conversación que yo había tenido con la institutriz de «Julieta» habían sido insultos a miss Nelly.
El osito lo ha guardado mamá en el armario del cuarto de costura, y ya no me dejan jugar con él.