Han transcurrido dos semanas. Estamos a mediados de septiembre. Ha empezado la temporada de oro. La frontera se ha animado. Los contrabandistas trabajan a destajo. Hay cuadrillas que salen tres veces a la semana. Yo sigo escondido en el granero. Paso los días solo. Y al atardecer o por la noche hago expediciones al pueblo.
El día después del encontronazo con Aliczuk, me enteré de boca del Rata que me habían denunciado, diciendo que los había atacado en plena calle y que había herido a Alfred de un tiro. La herida era leve: tenía el muslo izquierdo horadado. El hueso había quedado intacto. Además, de una patada, le había hecho saltar un par de incisivos.
—Se los pondrá de oro. Es una buena oportunidad —dijo el Rata.
También me enteré de que me buscaba la policía. Habían registrado la casa del relojero Muaski y la de Trofida.
El Rata explica a todo el que quiere escucharlo cómo ocurrió en realidad el incidente con los Aliczuk e insiste en que fueron ellos quienes me abordaron por la calle. Casi todos los muchachos están de mi parte. Ahora los hermanos Aliczuk no pueden dejarse ver, porque los muchachos los escarnecen y los insultan. El Rata y el Lord les han embadurnado con brea dos veces la puerta y los postigos de su casa, cosa que suele hacerse a las mozas a las que se tiene ojeriza. Pringar la puerta o las contraventanas de una casa con brea significa que allí vive una mala mujer. Y, como en el clan de los Aliczuk no hay ninguna hermana, todas las sospechas se concentran en ellos.
Algunas veces he topado con el Lord, el Cometa, Julek y Pietrek. Los muchachos son muy buenos conmigo. Me ofrecen dinero y escondrijos seguros. Esto me conmueve. No sospechaba que tuviese tantos amigos. Un día, el Rata me dijo:
—Escúchame bien: si algún día la policía te detiene, no te defiendas. ¿Has entendido? Si te arrestan, yo me ocuparé de todo. No faltará pasta para los abogados y para la fianza, aunque cueste un dineral. Todos los muchachos desembolsarán unos cuartos y reuniremos un buen pico.
A pesar de estar en el punto de mira, he ido tres veces al otro lado de la frontera. He faenado con los salvajes. Ellos no tienen miedo de trabajar conmigo. Y si alguno hubiese querido denunciarme, no hubiera podido. Nadie sabe nada de mi escondrijo, excepto el Rata. Pasa muchas noches en el granero para hacerme compañía. Alguna vez he ido a casa de las Kaliszanki, pero no me he quedado la noche entera. Una canita al aire y, hala, de vuelta a la madriguera. Empieza a molestarme lo de tener que esconderme en el granero. Cuando paso días largos y solitarios, me vienen a la cabeza pensamientos estúpidos. De vez en cuando, me da por matar a los tres Aliczuk y entregarme a la policía. Pero en quien pienso más es en Fela. En particular al anochecer. Me río, hablo con ella en voz alta… ¡Me habré vuelto loco!… Bebo cada vez más. Trago espíritu de vino como si fuera vodka, vodka como si fuera cerveza, y cerveza como si fuera agua. A pesar de ello, nunca me emborracho hasta perder el sentido. Sé que comportaría un gran peligro. Sólo la presencia del Rata me anima un poco. No sé cómo expresarle mi gratitud por todo lo que ha hecho por mí. Él, tan cáustico con otros, conmigo es muy correcto y delicado. Nunca utiliza expresiones soeces, y reniega sólo en caso de necesidad. A menudo, deja a medias una grosería que le ha venido a la boca.
Un día el Rata me dijo que Józef Trofida quería verme. Le pedí que me esperara a las diez de la noche en Sobódka, en el puente que hay cerca del molino.
El atardecer era oscuro. Acompañado del Rata, me escurrí por las calles y los callejones en dirección a Sobódka. Józef ya nos estaba esperando. Después, el Rata volvió al pueblo, mientras que Józef y yo nos sentamos en la orilla del Isocz. Callamos un largo rato y, al final, Józef me preguntó.
—¿Cómo andas?
—¡Voy tirando!
—¿Tienes ganas de marcharte de aquí? Tengo unos parientes que viven en el campo, cerca de Iwieniec. Si quieres, puedo instalarte allí.
—No. No quiero. Me moriría de aburrimiento.
Volvemos a sumirnos en el silencio. Después Józef dice:
—¡Choca esos cinco!
Me aprieta la mano con fuerza y dice, ocultando la emoción:
—Te lo agradezco.
—¿Qué?
—Ya sabes… lo de Alfred. Ahora todos lo tratan como a un perro.
—¡Siento no haber matado al cerdo ése! —digo con una voz llena de odio.
—¡No lo sientas! ¡Tal como están las cosas es mucho mejor!
Nos quedamos callados otra vez. Después añado:
—¿Y tú qué planes tienes? ¿Te enrolarás en una cuadrilla nueva?
—¿Yo? —me pregunta, atónito—. No. Yo ya me he cortado la coleta, chaval. ¡Le he dicho adiós a la frontera para siempre!
—¿Sííí?
—¡Tal como lo oyes!… Fui la perdición de mi hermana, porque me pasaba las noches merodeando como un lobo. ¡Pero no voy a permitir que a la pequeña le ocurra una desgracia!… ¡Diantres, eso no!…
Lo oí rechinar los dientes. La oscuridad era absoluta. No lo veía, pero me percaté de que estaba atormentado. Había querido mucho a su hermana. A mí también se me partía el corazón. De repente, le dije:
—Tranquilo, Józef. A Alfred todavía le pasaremos cuentas…, aún no ha acabado de pagar. Te lo digo en serio… —Dudé un instante antes de añadir—: No se lo digas a nadie, pero los Aliczuk tienen tratos con los confidentes soviéticos. Pronto lo averiguaré todo. Y entonces acabaremos con ellos de una vez para siempre.
Volvimos a quedarnos callados. Después, Józef dijo:
—¿Necesitas algo?
—No. Tengo todo lo que me hace falta.
—¡Si necesitas algo, házmelo saber!
A continuación exclamó:
—¡Por qué diablos te arrastré hasta aquí! ¡De no haber conocido la frontera habrías sido más feliz!
Protesté con viveza:
—No digas esas cosas. Te agradezco mucho tu buen corazón y tu compañerismo. ¿Sabes? ¡Soy feliz! De vez en cuando me pongo triste, pero ¡qué le vamos a hacer! ¡No le des más vueltas y no hablemos de eso nunca más!…
Charlamos durante un buen rato, sentados en la oscuridad a la orilla del río. Después nos despedimos y, conmovido, vagué horas y horas por los callejones. Se hizo de noche. No podía distinguir las caras de los transeúntes que caminaban en dirección contraria. Volví a mi escondrijo a las tantas. Me bebí media botella de vodka y me enterré bajo el heno. Pero no me dormí enseguida.
Al día siguiente, me encontré con el Lord. El Rata me había dicho que el Lord tenía que hablar conmigo de un asunto urgente. Nos esperaba en el cementerio. Había traído tres botellas de vodka y un tentempié. Nos bebimos el vodka, sentados sobre la hierba junto a un cercado bajo de piedra seca. Después le pregunté:
—¿Qué me ibas a decir?
—Fela ha preguntado por ti.
Por un momento me quedé sin habla. Por suerte no vieron la cara que puse. Después indagué, aparentando indiferencia:
—¿Qué quiere de mí?
—Ha llegado a sus oídos que te peleaste con Alfred en la puerta de la iglesia, y también lo de aquella noche que le disparaste. Y que él la insultó.
Permanecí un rato sin contestar y después dije:
—En cuanto al primer incidente, tú sabes muy bien cómo fueron las cosas. Y la noche que los Aliczuk me abordaron, Alfred dijo algo insultante sobre mí en relación con Fela. Pero yo no se lo he mencionado a nadie. No tengo idea de cómo ha podido enterarse.
—Me ha pedido que te pregunte qué dijo Alfred de ella exactamente.
Yo todavía vacilaba. Entonces, el Lord dijo:
—¡Va, desembucha! ¡Fela es una mujer a quien se le puede decir todo! ¡Necesita saberlo! Tal vez quiera comentarlo con Saszka…
—Alfred dijo… —Le repetí al Lord las palabras de Alfred al pie de la letra.
—Muy bien —contestó mi compañero—. Se lo diré.
—Más vale que no le vayas con el cuento. Puede sentarle mal estar en boca de todos por mi culpa.
—No te preocupes. No le asusta el chismorreo. Se las apaña bien. Sólo quiere saber la verdad.
Pronto el Lord se despidió.
—¿Vas a verla? —le pregunté.
—Sí. ¿Quieres que le diga algo de tu parte?
—No… Nada…
El Rata y yo nos quedamos aún durante un buen rato tumbados en el cementerio. Él me relataba los incidentes de la frontera, los cotilleos que corrían por el pueblo y las últimas novedades sobre los muchachos. A continuación, me acompañó hasta el granero y se fue a casa. Aquella noche no pude conciliar el sueño durante muchas horas. No dejaba ni por un momento de pensar en Fela… Al día siguiente, el Rata vino a verme apenas hubo anochecido. Estaba muy alegre, me hacía guiños con aires de misterio y sonreía a cada instante.
—Ahora mismo vamos a un sitio. ¡Anda, muévete!
—¿Adónde? ¿Qué pasa?
—A su tiempo lo verás…
—¿A quién? ¿Qué?
—¡Ay, cómo eres!… Sufre un poco. Después estarás contento.
Caminaba de prisa al lado de mi compañero, devanándome los sesos para adivinar de qué se trataba. En un lugar saltamos una valla y entramos en el patio de una casa. Nos detuvimos en el umbral de una gran sala de paredes enjalbegadas. Vi a Saszka y al Resina sentados junto a una mesa.
—¡Aquí lo tenemos! —dijo Saszka.
—¡Aquí lo tenéis! —repitió el Rata.
Me acerqué a la mesa y saludé a Saszka y al Resina con un apretón de manos.
—¡Siéntate! —dijo Saszka—. Echaremos un párrafo.
Me senté junto a la mesa.
—¡Lo dejaste hecho un Cristo! ¡Bien arreglado! —dijo Saszka.
—Tenía que hacerlo… Me provocaron…
—¡Está bien! ¡Uno hace lo que tiene que hacer!
Saszka llenó cuatro vasos de vodka hasta la mitad y nos animó con un gesto de cabeza:
—¡Venga, a qué esperáis!
Apuramos el vodka de un trago.
—Ahora el mundo se te habrá hecho pequeño… ¿Has tenido que esconderte? —preguntó Saszka.
—Sí. Pero voy tirando e incluso salgo a hacer trabajillos. Él me ayuda —señalé al Rata—. ¡Si no fuera por él, no tendría dónde volver la cabeza!
Saszka le dio al Rata una palmadita en el hombro y me preguntó:
—¿Con quién faenas? ¿Con Jurlin?
—No… Con los salvajes…
El Resina soltó una breve risotada.
—¿Con los salvajes? —se sorprendió Saszka.
—Sí… ¡Qué le vamos a hacer!… Los demás me tienen miedo.
Saszka se queda pensativo. Durante un largo rato no aparta la mirada de un rincón del cuarto. En su frente se forma una prolongada arruga vertical… Como la de Fela. Lo miro, conmovido, y callo… Todos callamos. El Rata se muerde el labio inferior y nos mira sucesivamente, a mí, a Saszka y al Resina que con los dedos moldea una miga de pan hasta formar una bolita.
A continuación, Saszka me mira fijamente y dice:
—¡Mañana vendrás a trabajar conmigo!
No me lo pienso dos veces y le contesto con alegría:
—¡Con mucho gusto!
Veo una sonrisa en la cara del Rata. Saszka se dirige al Resina:
—Nos servirá, ¿verdad?
—Nos servirá —dice el Resina al tiempo que asiente con la cabeza.
—¡Venga, chócala!
Saszka me da un fuerte apretón de mano. El Resina sigue su ejemplo, pero me la agarra con suavidad. Un apretón fuerte de su manaza podría estrujarme los dedos. Saszka vuelve a llenar los vasos de vodka, diciendo:
—¡Por nosotros!… ¡Adentro!…
Brindamos.
Observo la frente de Saszka… Está lisa… La arruga ha desaparecido. Miro con alegría los ojos de mis compañeros… Me siento ligero y feliz… Vuelvo a oír la voz de Saszka:
—¡Venga, muchachos, salud!