LA BODA

La casa de los Kamény era enorme y antigua, y contaba con su propia capilla, donde la ceremonia había de llevarse a cabo. En su interior había al menos una veintena de bancas alineadas frente a un altar hermosamente vestido. Los invitados se saludaban unos a otros por donde István y yo pasábamos; nunca había estado en un festejo tan concurrido. No podía dejar de preguntarme cómo era que Gábor iba a casarse con Vivéka Kamény. ¿Qué treta habrían urdido él y su madre para que los aceptaran como parientes? Debían haberse deshecho en regalos que no podían pagar, o incluso haber alquilado alguna lujosa propiedad para hacerla pasar por propia…

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando Gábor Székely desfiló por los jardines del brazo de Vivéka Kamény y los invitados comenzaron a aplaudir. El primero debía tener entre treinta y treinta y cinco años de edad, mientras que la segunda era aún una niña. Gábor Székely era un poco menos alto que su hermano István y llevaba el pelo lacio peinado hacia atrás en una coleta. Amplias entradas coronaban su frente y dos cejas despobladas se arqueaban sobre los ojos azules, dándole una apariencia cínica. Su mirada, que distaba mucho de parecerse a la de István, tenía un tinte plomizo que evocaba una tormenta contenida. Gábor había heredado los labios delgados y pómulos altos de su madre. Si Éva hubiese sido hombre, habría sido igual a su hijo mayor. Vivéka Kamény, en cambio, era una preciosidad: tenía una cara de contornos redondeados, una nariz pequeña y una boca llena que apretaba con gesto de mortificación infantil. Sus ojos negros y brillantes evadían las miradas curiosas de los concurrentes, ora clavándose en el suelo, ora mirando hacia el despejado cielo primaveral. Su tez de marfil contrastaba con los rizos de cobre que le caían hasta las caderas. Llevaba un vestido de seda blanca ricamente brocado sobre el que se había calado un ajustado corpiño de terciopelo rojo con broches de oro y piedras semipreciosas que seguramente había estado en su familia por varias generaciones. Debía tener a duras penas unos catorce años de edad, y se la veía bastante asustada. Gábor lucía temible y orgulloso, y lamenté que una criatura como Vivéka estuviese siendo forzada a casarse con un hombre tan abominable. Aquello era muy extraño, teniendo en cuenta las obvias diferencias que había entre ambos, la familia de ella tenía la riqueza y los títulos nobiliarios. ¿Qué podía aportar Gábor a la unión? Miré a István frunciendo el ceño y le pregunté en voz baja:

—¿Por qué no me contaste que la novia era tan joven? Es evidente que no le agrada la idea de casarse con tu hermano…

István pareció disgustarse.

—Hasta donde tengo entendido, la novia está de acuerdo con la boda —dijo.

Lo miré a los ojos. No podía creer que algo tan obvio para mí pudiera haberle pasado desapercibido a alguien.

—¡Por Dios, István! ¡Mírala!

István dirigió la mirada de nuevo hacia la pareja, que en ese momento saludaba a un trío de invitados.

—De veras que no sé de qué hablas, Martina —dijo él.

Me dio la impresión de que decía la verdad, pero no pude evitar que tanta candidez de su parte me enfadara.

«¡Pobre niña!», me dije.

István miraba alelado a su alrededor. Lo vi prestar especial atención cuanto adorno fastuoso había en la capilla; incluso se acercaba observarlos.

—¿Te interesan las antigüedades? —le pregunté.

—Estas son muy bonitas. Deben costar mucho dinero —dijo él, de forma desprevenida.

Yo, en cambio, no podía quitarle los ojos de encima a Vivéka Kamény. Me afligía que fuese a compartir su vida con un hombre tan ruin como mi primo. La novia examinaba el prado mientras Gábor Székely reía a todo pulmón con un grupo de hombres que no le daban la más mínima importancia. En un momento dado me pareció que Vivéka hacía un gran esfuerzo por contener las lágrimas. Se cubrió los ojos con el dorso de la mano, haciendo como si la luz la estuviese molestando, y tiró de la manga de la camisa de su novio. Él se inclinó para escucharla sin interrumpir la conversación que estaba sosteniendo con los demás, asintió, y Vivéka se alejó rápidamente, atravesando de nuevo el jardín. Nadie pareció percatarse de ello excepto yo, los invitados estaban mucho más interesados en sus propias charlas que en los novios.

Decidí excusarme con la disculpa de revisar mi peinado y seguí a Vivéka a través del pulido césped. Subió los seis peldaños que separaban el jardín del lado oeste de la casa y cruzó el umbral sin mirar atrás. Cuando alcanzó el corredor, empezó a llorar desconsoladamente, apoyándose contra el muro.

¡Cuán desdichada era la pobre Vivéka! No me era difícil comprender el profundo dolor que la embargaba. Presa de un súbito impulso, fui hacia ella y la abracé. La pobre pequeña se aferró a mí sin siquiera mirarme, dando rienda suelta a su pesar. No dije nada ni la solté para no interrumpirla. Era obvio que ya no podía ocultar sus sentimientos y estos se habían desbocado en un torrente de lágrimas.

—¡No puedo hacerlo! ¡No puedo! —dijo entre ahogados sollozos.

—¿Por qué te obligan, pequeña? —le pregunté.

Entonces Vivéka pareció caer en la cuenta de que yo era una perfecta extraña y elevó sus encharcados ojos negros hacia los míos.

—¿Quién eres? —balbució.

—Soy la prima del monstruo con quien te están forzando a contraer nupcias… y estoy de tu lado —respondí.

Vivéka me miró con incredulidad.

—¿También lo odias? —me preguntó.

—Lo desprecio profundamente. Y al ver la forma en que estás sufriendo, aún más. Mi nombre es Martina Székely —dije.

—¡Ah! —dijo, intentando limpiarse los ojos—. Tú eres la parienta rica de Gábor. He oído hablar de ti.

Me pregunté cuántas calumnias habrían girado alrededor de mi nombre por parte de Éva y Gábor en el hogar de los Kamény, pero no era ni el lugar ni el momento de indagar.

—¿Por qué se está llevando a cabo esta boda, Vivéka? —pregunté.

La niña miró a su alrededor y dijo con evidente miedo:

—No puedo decírtelo —tartamudeó—. Eres muy amable… más amable de lo que nadie ha sido conmigo en mucho tiempo… —en ese momento volvió a romper en sollozos—. ¡Sería fútil hacerlo! Mis padres vendrán a buscarme en cualquier momento.

Sentí mucho miedo por ella. Si la boda de hecho se llevaba a cabo, Gábor pasaría a ser poco menos que su dueño y señor. Aquella podía ser la única ocasión que tuviera Vivéka de hablar y yo de enterarme de qué ocurría. Sabía que era casi imposible hacer que la pequeña confiase en mí, pero tenía que intentarlo.

—Por favor, Vivéka, habla conmigo. Cuéntame qué está pasando aquí —rogué.

—¡Nadie puede ayudarme! —dijo ella, sin que las lágrimas pararan de salir de sus ojos—. Nadie puede hacer nada por mí. ¡Tendré que casarme con Gábor Székely!

Dicho esto, se cubrió el rostro con ambas manos, y volvió a llorar.

—Creo que será mejor que te laves el rostro con agua fría —dije, con la esperanza de ganar algo más de tiempo en su compañía—. ¿Dónde está tu habitación?

—Arriba —señaló ella sin dejar de sollozar.

—Vamos allá. No puedes regresar a la celebración en este estado —dije. Tomé a Vivéka del brazo y ella me guio hasta sus aposentos en la planta superior. En cuanto entramos, se lanzó sobre la cama, gimiendo.

—¡Gábor Székely es un demonio! —exclamó.

—Lo sé —dije—. El hecho de que sea capaz de casarse con una niña como tú para llevar a cabo quién sabe qué malévolo propósito me hace detestarlo aún más. ¿Cuántos años tienes, Vivéka?

—Dieciséis —dijo ella, con la voz entrecortada por el llanto.

—Confía en mí, por favor —le supliqué—. Sé que no me conoces, pero tal vez sea la última oportunidad de salvación que tengas. Yo haría lo que fuera por ayudarte, Vivéka. Cuéntame por qué te obligan a casarte con mi primo. Sé que tiene que haber hecho uso de toda su mezquindad para haber llegado tan lejos. ¡Habla conmigo, te lo ruego!

Vivéka me miró inexpresivamente, casi como si no me estuviera viendo.

Era obvio que para ella su destino estaba trazado y que se sentía como una prisionera condenada a la guillotina.

—Llevo una criatura en mi vientre —dijo.

Sus palabras resonaron en mis oídos.

Así que era eso. Gábor Székely había deshonrado a Vivéka y ahora sacaba provecho de la situación. Sentí que la sangre me ardía en las venas y tuve deseos de gritar con todas mis fuerzas.

—Huye conmigo —dije.

—¿Cómo? —tartamudeó Vivéka.

—Mi cochero está esperando afuera. Yo te esconderé donde nadie pueda encontrarte para que puedas dar a luz a tu hijo. Cuidaré de ti. ¡Ven conmigo, Vivéka! ¡No te cases con él!

—No puedo —dijo al fin—. Ellos… ellos nos encontrarán. ¡Ya deben estarme buscando!

—¡Precisamente! —dije—. ¡Es ahora o nunca! Te juro que no te desampararé en ningún momento. ¡Escúchame, Vivéka, por favor!

—¿Por qué haces esto? —me preguntó, atemorizada.

—En primer lugar, porque no podría vivir con mi conciencia sabiendo que no hice nada por impedir que Gábor Székely se saliera con la suya en el más alevoso de los planes que haya urdido hasta ahora. En segundo lugar, porque me parte el corazón saber cuan desdichada serás a su lado mientras él esté con vida: sólo pensar en las cosas de que Gábor Székely es capaz me revuelve el estómago. Por último —suspiré—, me inspiras una profunda compasión, Vivéka. Desde que apareciste tomada del brazo de Gábor allá abajo, pude sentir tu tristeza. Fue como ver una avecilla herida cuyo dolor estaba siendo ostentado por su agresor. Si la novia de Gábor hubiese sido una mujer diferente, una mujer de mundo… tal vez no me habría importado tanto —dije, sintiendo que la sangre acudía a mi rostro.

—¿A dónde iríamos? —preguntó.

Vivéka estaba considerando escapar.

—Iremos a donde tú quieras. Si no deseas que nos quedemos en alguna de mis propiedades, tengo varios amigos en cuyas casas podríamos hospedarnos, si así lo prefirieras. Si quieres cruzar el océano, lo cruzaremos —me apresuré a decir.

—Pero… si nos descubren, ¡nos matarán! —exclamó—. No quiero ponerte en peligro a ti también…

—¡No le temo a Gábor Székely! —le dije—. ¡Lo único que me importa en este momento es sacarte de aquí!

Entonces caí en la cuenta de que no me había detenido a pensar en los señores Kamény. Seguramente estarían muy preocupados por su hija si la llevaba conmigo. Por otra parte…

—Cuando tus padres se enteren de la clase de demonio que es Gábor Székely, se arrepentirán de haber siquiera pensado en permitir que te casaras con él —dije.

—¡Es que ellos ya lo saben! —exclamó ella, sollozando con dolor.

—¿Cómo es posible? —pregunté—. Siento pronunciar palabras tan duras, pero si son capaces de entregarte a un hombre como él, no te quieren bien.

—Eso lo sé —balbució ella, bajando la mirada.

—Ven conmigo. ¡Ven conmigo ahora mismo! —insistí.

—¡Tengo mucho miedo! ¡Habrá consecuencias! —dijo. El pánico que sentía era evidente.

—¡Por favor, Vivéka! ¡El tiempo apremia! Ya nos ocuparemos de eso después. ¡Te prometo que haré hasta lo imposible para que estés a salvo! ¡No tienes nada que perder! ¡Eso tienes que saberlo! —dije con fuerza.

—Eres buena —dijo ella—. Sé que todo lo que dices es cierto. Aun así… si me voy contigo… tal vez nunca lo vuelva a ver.

—¿No es eso lo que quieres? —pregunté, exasperada.

—No me refiero a Gábor Székely… —dijo ella, esbozando una triste sonrisa—, sino al padre de mi hijo.

La cabeza empezó a darme vueltas. Si Gábor no era el padre de la criatura, ¿entonces quién? No podía darme el lujo de pedirle que entrara en detalles. Haría todo lo posible para que Vivéka fuese feliz una vez hubiera escapado conmigo.

—Tienes más posibilidades de verlo si vienes conmigo ahora que si te casas con mi primo, de eso puedes estar segura: Gábor Székely te hará su esclava de por vida, Vivéka. ¡Por Dios! ¡No perdamos más el tiempo! —exclamé.

—Está bien —dijo al fin—. Iré contigo.

—¿De veras? —pregunté, llena de entusiasmo.

—Sí —dijo ella—. Tú lo has dicho: no tengo absolutamente nada que perder.

—¡Así se habla, niña! —exclamé.

Vivéka se cambió de traje, poniéndose una capa con capucha después de haberse recogido el cabello para no ser reconocida. Salimos por la misma puerta por la que habíamos entrado, sin que uno solo de los invitados se fijase en nosotras.

—¡Pronto, Vivéka! —dije—. ¡Sígueme!

A lo lejos, pude divisar a István hablando con su hermano y un grupo de comensales.

«¡Al diablo con István!», me dije.

En ese momento, lo único que importaba era Vivéka Kamény y el hecho de que tan milagrosa fuga estuviese haciéndose realidad. Una vez fuera de la casa, corrimos hasta mi coche.

—¡Vámonos de aquí ahora mismo, Zsigmond! —le dije mientras cerraba la puerta del coche tras nosotras.

Zsigmond era un hombre rápido, e inmediatamente espoleó los caballos, pronto salimos de la propiedad de los Kamény.

—¿A dónde me dirijo, señorita? —preguntó desde la parte delantera del coche.

—¡A casa! —exclamé, y miré a Vivéka sonriendo. La pequeña se veía aterrorizada y esperanzada a la vez.

—Todo va a estar bien —le dije—. Confía en mí.

Vivéka me miró con dulzura y sólo atinó a decir:

—Gracias, Martina. Dios te habrá de pagar todo lo que estás haciendo por mí.

—El que estés aquí conmigo es suficiente —le dije—. Soy yo quien te agradece que hayas sido tan valiente, Vivéka.

Ella apretó mi mano y miró hacia atrás por la pequeña ventana del coche cuando cruzábamos el puente de Buda hacia Pest. Adiviné sus pensamientos.

—Gábor Székely nunca te encontrará —le dije—. Nunca.

Entonces se me ocurrió que lo más prudente sería dejar a Vivéka en mi casa y regresar con urgencia a la de los Kamény. Si lo hacíamos bien, jamás se sospecharía de mí y nadie pensaría siquiera en buscar a Vivéka en el palacete mientras tuviésemos que estar en Budapest. Sería mejor que nunca se me relacionase con la desaparición de Vivéka. Le informé cuál era el plan y estuvo de acuerdo con él.

—No vayas a salir del palacete por ningún motivo —le dije, después de haberla dejado instalada en una de las habitaciones.

—Descuida —dijo con voz segura—. Tú también puedes confiar en mí.

Volví a montar en el coche y Zsigmond inició el mismo recorrido que acababa de hacer, esta vez en dirección contraria y con muchísima más prisa. Si mis cálculos no fallaban, la ausencia de Vivéka ya debía haberse notado y debían estar buscándola por toda la propiedad.

Cuando regresamos, bajé del coche con el corazón desbocado, pero hice todo lo posible por mantener la compostura. Volví a colarme dentro de la fiesta e inicié una conversación con la primera persona que me topé para disimular ante los demás en caso de que István, Gábor o Éva se hubiesen percatado de que yo no andaba por allí.

—Camila Herrington —dijo la mujer a quien había abordado—. Es un placer. ¡Entonces es usted la prima del novio!

—Así es —confirmé con una amplia sonrisa, procurando hacer uso de todos mis encantos. Necesitaba mantener viva la llama de la conversación al menos hasta que István me encontrase—. Aunque, la verdad, no había tenido la oportunidad de conocerlo hasta el día de hoy. Me crie en un internado en Suiza, Sainte-Marie-des-Bois.

—¡No me diga! —exclamó Camila Herrington—. Mi prima también fue una de las pupilas de Sainte-Marie. Quizá la conozca, su nombre es Regina Bailey. Me sorprendí.

—¡Vaya coincidencia! —dije—. Claro está que conozco a su prima, fue una de mis compañeras de estudio. ¿Cómo está Regina? ¡Hace años que no sé nada de ella!

—Reggie está muy bien —respondió—. Hace poco más de dos años que se casó con lord Philip Birmingham. Tienen una pequeña niña tan guapa como la madre. Y eso no es nada, lord Birmingham es muy amigo de la reina. ¡Imagínese lo bien rodeada que está mi prima!

En ese momento, fuimos interrumpidas por István.

—¡Martina! ¿Dónde te habías metido? ¡Te he buscado por todas partes! —dijo.

Se veía preocupado, ya debían haber notado la desaparición de Vivéka.

—¡István! —lo saludé, fingiendo la más perfecta serenidad y presentándole Camila—. La señorita Herrington es la prima de una muy querida amiga mía de Sainte-Marie. Camila, este es mi primo István. István, esta es la señorita Camila Herrington.

Noté que Camila estaba muy impresionada con la apostura de mi primo.

—Encantada —dijo, extendiendo su mano con afectación para que él pudiese besarla. Había un parecido aún mayor entre Camila y su prima Regina del que había notado al comienzo.

—El placer es todo mío —dijo István, besando el dorso de su mano y obsequiándole una sonrisa tan deslumbrante que habría derretido un bloque de hielo. Luego, dirigiéndose a mí, agregó con gravedad—: Necesito hablar contigo a solas unos minutos, Martina. No se ofenderá usted si me llevo a mi prima unos instantes, ¿verdad, señorita Herrington?

Camila estaba embelesada con mi primo.

—En lo absoluto —dijo, ruborizándose—. Pero prométanme que me buscarán de nuevo para conversar después de la ceremonia.

—Eso puede tenerlo por seguro, Camila —le dije—. ¡Debemos hacer planes para reunimos mientras esté en Budapest!

—¡Eso me encantaría! —dijo ella, ilusionada. Todo estaba saliendo a la perfección.

Por supuesto que jamás volvería a contactarla después de la fiesta. Y ella tampoco querría saber más de mí cuando se enterara de que mi primo István era un pobre carpintero. István me guio del brazo hacia un rincón y yo me alejé de Camila sonriéndole y agitando graciosamente la mano.

—¿Por qué te has puesto tan misterioso, István? —le pregunté con fingida despreocupación—. Estaba teniendo una charla muy agradable con Camila Herrington…

István me miró a los ojos, y anunció con voz temblorosa:

—¡La novia ha desaparecido!

—¿Cómo? —exclamé—. ¿De qué hablas?

—¡Vivéka no está por ningún lado! La han buscado en todas las habitaciones. ¡Sus padres andan corriendo por toda la casa como un par de locos y Gábor está enfurecido!

Tuve que reprimir una sonrisa de satisfacción.

—¡Pero eso no puede ser! —dije—. ¡Yo misma la he visto hace unos minutos!

—¿Dónde la has visto? —preguntó él, ansioso.

—¡Allí mismo! —mentí, señalando una parte del jardín.

—¿Con quién hablaba? —preguntó István.

—Eso no lo sé, estaba demasiado entretenida en mi conversación con Camila para fijarme mucho en la novia. Deberías relajarte, István. Seguro que anda por allí hablando con algún invitado. Además… tú no eres el novio, ¿recuerdas? —me di el lujo de bromear.

István pareció tranquilizarse un poco.

—Tienes razón, Martina. Voy a decirles que la viste en el jardín hace poco.

—Tú has eso —dije—. Mientras tanto, veré a quién más encuentro. ¡Qué fiesta más agradable!

István se alejó de mí rápidamente y yo me paseé por la habitación, deleitándome con la bonita música pero, más aún, con lo bien que estaban desarrollándose los acontecimientos. ¡Cuando les contase a Carmen y Giovanni todo lo que había ocurrido!

No bien pasados diez minutos, István regresó a donde yo estaba.

—¿Ya la encontraron? —pregunté.

—No —dijo él—. Parece que se la hubiera tragado la tierra. ¿Estás segura de que era ella a quien viste en el jardín?

—¿Hay alguna otra novia aquí, querido primo? —pregunté.

—Temo que Vivéka haya escapado… —dijo él, por toda respuesta.

—Pero qué locuras dices, István. Una chica como Vivéka Kamény jamás huiría de su propia boda. Eso sería una deshonra para sus padres. Además, ¿por qué habría de huir? —pregunté con doble intención. Quería ver qué tan informado estaba István de la verdadera situación de Gábor y Vivéka.

—Bueno, pues… tal vez Vivéka no estuviera enamorada de Gábor —admitió, sonrojándose un poco.

—¡No me digas! —exclamé—. Vamos, István, ¿hasta ahora ves esa posibilidad?

—Bueno, yo… —balbució él.

—O eres muy ingenuo o te niegas a ver la verdad cuando la tienes al frente tuyo —dije. Tenía que ser consistente con mi personalidad para que István no sospechase nada—. Por otra parte… el hecho de que Vivéka no ame a tu hermano no quiere decir que haya huido. Quizá sólo está asustada. Puede ser que esté intentando calmarse para seguir adelante con la celebración. Se veía muy nerviosa, la pobre.

—Tienes razón —dijo István—. Voy a decirle a Gábor exactamente eso. Seguro la novia está componiéndose y aparecerá en cualquier momento.

—Ve y ayúdalos a buscarla. No te preocupes por mí, estoy pasándola de maravilla —dije.

—¡Gracias, Martina! —dijo István.

Estaba indispuesta con mi primo. Tenía que admitírmelo a mí misma aunque no quisiera. Me había hecho ilusiones con la posibilidad de ser su amiga pero, a medida que el día avanzaba, descubría más rasgos de su carácter que me desagradaban. Había crecido con Gábor, ¿cómo podía siquiera haber imaginado que Vivéka pudiese estar enamorada de él? Sentí rabia, pero saber que había ayudado a Vivéka a escapar me llenaba de dicha y todo lo demás pasaba a un segundo plano. Conversé con algunos invitados y como, por obvias razones, la ceremonia seguía posponiéndose, decidí darme una vuelta por la propiedad. La casa de los Kamény era en verdad suntuosa y me regodeé con la idea de que Gábor Székely llorara por primera vez en la vida cuando supiese que había perdido la oportunidad de disfrutar de una fortuna tan grande como la de los Kamény. Sentí ganas de saltar y bailar. ¡Me estaba saliendo con la mía!

Regresé a la capilla y noté que la gente ya había comenzado a molestarse con lo mucho que estaba prolongándose el inicio de la ceremonia.

—¿Qué ocurrirá? —escuché a una mujer comentándole al que asumí era su esposo.

—No lo sé, pero ya me estoy fastidiando con tanta demora —contestó él. Muy pronto correrían los rumores. Me senté en el extremo de una banca junto al pasillo central para escuchar cuanto pudiese; quería disfrutar del momento. No tuve que esperar mucho. Unos cuantos minutos después, los comensales ya formulaban teorías:

—Los padres de la novia se han arrepentido de casarla tan mal.

—Escuché que Gábor Székely tiene una querida que ha venido a interrumpir la boda. 

—La madre de la novia no quiere separarse de su pequeña.

—¡La novia ha desaparecido!

Dejé escapar un suspiro de felicidad:

«Sí, señores. Vivéka Kamény escapó», pensé.

Aquel sería sin duda el escándalo del año en Budapest: los invitados iban de un lado al otro de la habitación, se había armado un inmenso alboroto. Me pareció observar que la madre de Vivéka estaba a punto de desmayarse. Gábor no estaba por ningún lado. Éva parecía haberse transformado en una gárgola de piedra. István estaba plantado a su lado, con la mirada fija en el suelo. Yo estaba fascinada.

El señor Kamény se paró frente al altar y trató de hablar, pero los comensales estaban tan enredados en la historia que le tomó un buen rato captar sus miradas.

—¡Silencio! ¡Silencio, por favor! —gritó.

Al fin todos enfocaron su atención en el señor Kamény.

—Señores —dijo él, rojo como páprika y con voz temblorosa—: Lamento informarles que esta boda deberá ser suspendida… por el momento.

Todos guardaban silencio, a la espera de la explicación oficial.

—Nuestra hija Vivéka… —prosiguió el señor Kamény—, se ha puesto muy… enferma. Hemos tenido que mandar a llamar al médico —mintió—. Por lo tanto, les ruego que regresen a sus casas. Mi esposa y yo sentimos muchísimo haberlos incomodado. Gracias.

Dicho esto, lo rodearon varias personas que querían hacerle preguntas. Fui hasta donde estaba István y le pregunté tan cándidamente como pude:

—¿Qué le ha ocurrido a Vivéka? ¿Va a estar bien?

István me tomó del brazo y, llevándome al jardín, dijo:

—¡Vivéka aún no ha aparecido, Martina! Gábor ha perdido los estribos; está buscándola desesperadamente por los alrededores de la casa. ¡Esto es un desastre!

—Ay, István, no sabes cuánto lo siento por ti y por tu familia —mentí—. ¡Esto es terrible!

—Lo es. Puede que Gábor no sea un alma de Dios, pero esta es una humillación sin precedentes para él, para mi madre… y para mí —declaró con un tono dignificado que por poco me arranca una carcajada, pero logré disimular mis verdaderos sentimientos.

—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —pregunté.

—No lo creo, Martina —respondió con aire de derrota—. Te agradezco que me hayas acompañado, pero… creo que es mejor que regreses a tu casa. ¿Sería demasiado pedir que me perdones que me quede acompañando a mi madre?

—No tienes por qué disculparte, István. Comprendo a la perfección y créeme que siento muchísimo lo ocurrido. Puedo regresar a casa sola sin ningún problema: Zsigmond cuida muy bien de mí —dije, sonriendo de modo compasivo.

—Gracias, Martina —respondió—. Eres un ángel.

«A veces hago milagros», pensé.

Nos despedimos besándonos en ambas mejillas y salí de casa de los Kamény sin molestarme en mirar atrás. Zsigmond estaba esperándome con una sonrisa grabada en el rostro.

—Ya he descubierto el porqué de nuestra huida repentina —murmuró—. He escuchado a varios invitados hablando camino de sus coches. ¡La felicito, señorita!

—¡Gracias, Zsigmond! —respondí, guiñándole un ojo—. Sé que está de más que te lo diga, pero… ni una sola palabra de esto a nadie, ¿está bien?

—Mis labios están sellados —dijo él, riendo.

Le conté a través de la ventanilla del coche los detalles que él no conocía mientras regresábamos a casa. Zsigmond no paraba de reír.

—¡Bravo! ¡Bravo, señorita! —gritaba.

Cuando llegamos a casa, encontré a Vivéka en la habitación en la que la había dejado. Saltó de la cama en cuanto me vio.

Sus ojos negros me miraron, expectantes.

—Hemos alcanzado una victoria absoluta —dije, riendo.

Vivéka me abrazó con fuerza y rio, con lágrimas en los ojos.

—¡No puedo creerlo! —dijo—. ¡Qué Dios te bendiga, Martina Székely!

—Esto tenemos que celebrarlo —dije—. Acompáñame a la cocina, voy preparar algo de comer.

Bajamos juntas a la cocina y comencé a preparar una sopa mientras le narraba cada detalle de lo que había ocurrido en casa de sus padres.

—Sé que Gábor Székely me matará si me encuentra —dijo ella, asustada.

—Nunca te encontrará, Vivéka. Jamás —le dije.

—Dios lo quiera así —respondió ella.

—Ahora, cuéntame —le pedí mientras echaba algunos guisantes en la olla—, ¿cómo es que Gábor Székely logró que tus padres lo aceptaran como tu futuro esposo?

—Es una larga historia… —dijo ella—. Te la contaré desde el comienzo.

Vivéka suspiró y dio inicio a una narración que no finalizó hasta que hubo llegado el alba del día siguiente. No tenía idea del bien que me había hecho a mí misma rescatando a Vivéka Kamény del cruel destino que la esperaba en manos de mi primo Gábor.