CAPÍTULO 31
ALLEGRO: UNA VERDADERA FAMILIA
Árpad llevó el cuerpo de Emilia a la capilla dedicada a san Luis IX de Francia que estaba a la izquierda del ábside de la iglesia. Le había puesto su camisa y la había sacado de la casa del dragón antes de que los vampyr restantes despertaran. La herida de su cuello había dejado de sangrar y sus párpados cerrados evocaban la dulzura del alma que había animado al cuerpo. Solo la hermosa lividez adornaba el cadáver de la novia que había muerto por amor.
—Yo sé —lloró convulsivamente Árpad sin soltar su mano fría— que una parte de ti se queda conmigo. ¡Te siento en mi corazón, Emilia! ¡Llévame contigo, por Dios, llévame ahora!
El padre Felipe, él administró los santos óleos y la bendijo mientras todos sollozábamos. Jamás imaginamos que Árpad se quedaría para tomar el lugar de su amada eterna entre los vivos hasta que Dios lo llamara a su lado. Parecía que el espíritu de Emilia colmara el recinto.
—Está despidiéndose de nosotros —dijo Adrien, abrazándome y apartando la mirada de Árpad, cuyo dolor era demasiado difícil de presenciar.
El joven rey gimió trémulamente, abrazando el cuerpo de Emilia como si él mismo estuviera muriendo. Al final grito con todas sus fuerzas y se dejó caer sobre ella, entregándose por completo a un llanto quebrantado por suspiros de inconmensurable desolación hasta quedar sin aliento.
Hundí el rostro en el pecho de Adrien y lloré largamente, dándole rienda suelta a mi propio desconsuelo.
—¡Las sales venenosas!
La súbita exclamación de Adrien me sacó del mundo de tristeza en el que me había sumido. Entonces comprendí en que habíamos pasado por alto la única alternativa que teníamos para retener a Emilia entre nosotros. Ya que Adrien había recuperado el cofre con los frascos y el pergamino, Árpad se precipitó a extraer de su interior el antídoto que recién habíamos usado en Vivianne Muse y, temblando, puso sobre los labios blanquecinos de Emilia un pañuelo humedecido con una solución liquida de sales venenosas.
—¡Dios nuestro, no permitas que sea demasiado tarde! —clamó, a punto de enloquecer.
—¡Santos Cosme y Damián! —Balbuceó el padre Felipe, apuntando a Emilia—. ¡Mi oveja aún no ha sido llamada por Dios! ¡Su pecho se mueve!
Nuestro llanto se tornó en gritos de alegría: Elena no estaba muerta si no paralizada por la gran cantidad de veneno que el vampyr había inyectado en ella. Sin embargo, había perdido tanta sangre que apenas si se percibía algún pulso, lo cual nos angustiaba terriblemente. Segundos después noté, atónita, que la gran herida de su cuello desaparecía y sus mejillas se coloreaban como si la sangre hubiese retornado a sus venas.
—¡Es increíble! —exclamó Adrien con los ojos grises humedecidos—. ¿Cómo recobró la sangre que le faltaba?
—Dios la creó y puede hacer lo que desee con ella —balbuceó el padre Felipe, quien había caído de rodillas dando gracias a los cielos.
—¡Mi amada vive! —vociferó Árpad, cuya tristeza había dado paso a un frenesí sin precedentes—. Nadie que brille así podría morir. Ella me lo prometió, ella dijo que sería mi esposa. Su alma siempre conoció la verdadera profecía de la novia, aun cuando yo la ignoraba y aun si su mente solo la vio un breve instante. La noche en que Domán la atacó por primera vez… Ella lo sabía.
A partir de ese momento, Emilia continuó respirando con normalidad y durmió pacíficamente con una sonrisa en los labios hasta el amanecer. La llevamos a la habitación del padre Felipe, donde la cubrimos con sendas mantas para infundirle el calor vital que había perdido durante el ataque. Árpad no se separó de su lado en todo la noche y dijo haberla visto abrir los ojos unos instantes, lo cual nos tranquilizó aún más.
Puesto que el padre de Emilia había visto a Árpad salir de la casa del vampyr con el cuerpo de su amada en brazos, juzgamos prudente mantenerla escondida en la iglesia hasta que se recuperara. Aun si la creían muerta, los miembros de la secta podían buscar vengarse o apoderarse del que suponían era su cadáver, por lo cual debíamos protegerla a toda costa.
Aleister Crowley, por su parte, había desaparecido: Adrien, quien había puesto la cruz patriarcal en la claraboya y había permanecido oculto en el tejado escuchándolo todo a través del cristal, no se había topado con él en ningún momento. Todos corríamos peligro mientras permaneciéramos en la ciudad.
En la mañana conocimos a Félix, el cochero del vampyr, que venía a poner sobre aviso al padre Felipe acerca de la desaparición de su amo. Cuando le dimos las nuevas de la muerte del vampyr, el hombre lloró sin consuelo pensando que ya no encontraría a su madre desaparecida, pero Árpad y Adrien quisieron regresar a la casa de Domán con la esperanza de hallar pistas que los llevara al paradero de la madre de Félix, además de cualquier información que nos permitiese eludir con mayor claridad el comportamiento del vampyr y los miembros de la secta.
Félix estaba aterrorizado y prefirió tomar sus efectos personales para no volver jamás a ese lugar, pero entregó las llaves a Árpad y anunció que se marcharía de la ciudad. Estaba tan triste que le pedí que viniera a trabajar con nosotros a Budapest y entonces creí ver un dejo de esperanza en su semblante.
—¿Hungría? —tartamudeó—. Señorita Székely, mi madre siempre quiso ir allí. Aun si es solo la fantasía de un hombre fracasado, me sentiré más cerca de ella en Budapest, como si cumpliendo su sueño pudiera hacerla feliz.
Intenté contener las lágrimas, pero me encontré llorando y consolando al pobre hombre con bonitas descripciones de la ciudad a la que pensaba llevarlo. Como Félix aceptó la plaza de mayordomo que le ofrecía, un plan empezó a forjarse en mi mente. Sabía que le alegraría de Emilia jamás seria plena mientras sus padres siguieran atados a la secta. Sin embargo, amaba a su antigua ama de llaves, y esta al menos podría suplir el vacío de su madre como lo había hecho tantos años. Después de todo, Lucia la había criado. Por otra parte, Rosendo, el primo de Félix, había sido su cochero y cómplice durante toda la adolescencia. Solicite a Félix que me llevara al parque mientras Emilia dormía. En ese momento Árpad y Adrien revisaban la casa del enemigo, así que no me acompañaron. Le pedí a Félix que citara allí a Lucía y a Rosendo, me puse mi mejor traje y un sombrero sobrio y, tras una corta presentación en claro francés, les conté que deseaba contratar personal para una de mis propiedades en Hungría. Dije necesitar una excelente cocinera, un lacayo y un mayordomo que pudieran comunicarse con mis amigos franceses y hacerlos sentir en casa. Dije también que Félix me había dado excelentes referencias suyas y que les daría un generoso anticipo. Había averiguado previamente cuáles eran sus salarios por medio de Félix, así que me fue muy fácil convencer a Rosendo, pues simplemente doblé su paga. Lucía y Rosendo me miraban como si estuviera loca y creo que temían que yo tuviese algún vínculo con lord Halstead, pero Félix les explicó que al fin se había decidido a dejar su empleo. Rosendo accedió de buena gana: su primo era la única familia que tenía y estaba feliz de emprender una nueva aventura con él, más aún una tan bien remunerada. Hice acopio de dulzura pero Lucía dijo que, a pesar de la buena paga y de que ya nada la ataba a Francia, aún conservaba la esperanza de que su niña regresara algún día. Su rostro quedó bañado en lágrimas en un minuto y me conmovió que una mujer de talante tan fuerte demostrara su dolor en público y a plena luz del día.
Tuve que llevármela aparte a una de las banquillas y confesarle que estaba intentando reunirla, precisamente, con Emilia. No me atreví, por miedo a que hablase de más, a decirle dónde estaba. Ella me suplicó que le revelase su paradero exacto y prometió no decir nada a nadie, pero preferí dar a los tres empleados el dinero para que llegasen en tren a Budapest la semana siguiente. Para estimular su confianza, le hice llegar a Lucía por medio de Félix el crucifijo de Emilia, el cual Árpad había encontrado en el salón de la casa del vampyr Domán. Cuando cayó la noche, la buena mujer me envió una nota confirmando su deseo de trabajar para mí. Félix era mi cómplice y yo sabía que no me defraudaría: después de todo, había trabajado con un vampyr toda su vida adulta, constreñido por el miedo de no volver a ver a su madre. Alguien como él no me traicionaría. Adrien y Árpad regresaron de la casa de Halstead con dos baúles pequeños llenos de dinero.
—Lo demás es brujería —dijo Árpad—, el ojo providencial está por todas partes, así como otros símbolos cabalistas o astrológicos y, por supuesto, una gran estatua de Baphomet que estoy seguro labró el mismo Domán con el talento robado de Abélard.
—Qué avaro —dijo Adrien cáusticamente—. Podría haberlo comisionado.
Como Félix no quería recibir nada de su antiguo amo, repartimos el dinero entre los podres de la ciudad.
—Dejamos la puerta abierta para que quien lo desee pueda entrar a saquear la propiedad —dijo Árpad—. Después de todo, no hay nada allí que no hubiera sido robado por Domán.
—Crowley se encargará de llevarse lo que queda, especialmente los artículos de hechicería —especulo Adrien.
—Estoy seguro de que ese chico buscará transformarse en vampyr por sus propios medios —dijo Árpad—. Ya es tan diestro en las artes negras que no me sorprendería que lo lograra. Eso es, sí no pierde la razón antes de emular el ritual que Domán llevó a cabo con Guiza.
Adrien estuvo de acuerdo con él.
Carlitos Canteur fue a rezar el ángelus a la iglesia a mediodía y el padre Felipe lo dirigió a la habitación donde descansaba Emilia. No estuve presente durante la conversación que sostuvieron, pero el chiquillo salió feliz de la estancia y me dijo:
—Usted es Martina, ¿verdad?
Asentí, sonriendo.
—Soy Carlos Canteur —dijo, estrechando mi mano—. Es un placer.
—El placer es mío —repliqué, riendo para mis adentros. Nunca había conocido un niño tan formal.
—Emilia hallará el modo de llevarme a pasar vacaciones a Budapest. Hasta entonces, le suplico que la cuide muy bien y que no le cuente a nadie dónde está. Hay demasiados vampirrios en todo el mundo.
Entonces me guiñó un ojo y salió corriendo a despedirse del padre Felipe, cantando una ronda infantil en la que había sustituido el lobo por el vampirrio. Pensé que era una lástima no poder raptarlo, pero me consolé pensando que Emilia y él podrían reunirse con relativa frecuencia cuando el peligro de la secta pasara. Puesto que Emilia había despertado, preferimos partir esa misma tarde a Budapest. Invité al padre Felipe a pasar vacaciones con nosotros y prometió visitarnos, lo cual le agradaría en especial si podía coincidir con el padre Anastasio.