CAPÍTULO 30

TACET: EL SILENCIO DE EMILIA

Cuando conocí a Emilia en la estación de tren de Chambéry supe que era una chica en problemas quien, a pesar de estar acostumbrada al lujo, era bondadosa e inteligente. Tanto para Adrien como para mí fue evidente que estaba determinada a afrontar las consecuencias de sus decisiones con confianza aun si apenas emergía de un mundo en el cual, de no haber sido por la aparición del vampyr original y la visita del espíritu de un rey muerto, habría vivido sumida en la imperturbable inocencia de la comodidad.

Jamás sospeché que podría olvidar tan pronto los aspectos superfluos de su entorno a causa de la confrontación con el mal, experimentando un desapego radical del mundo y encontrándose así con la naturaleza viva y eterna del amor. La chica que debía ser egoísta, vanidosa y caprichosa había demostrado ser más generosa, valiente y pertinaz que quienes creían ser capaces de amar incondicionalmente, llegando incluso a ofrecer su vida para el cumplimiento de la profecía que podía salvar a tantos.

El vampyr original cayó en su propia trampa, bebiendo la sangre iluminada que codiciaba, la cual, según le fue revelado a Emilia, era la única que podía destruirlo. Aunque Emilia siempre tuvo poder inherente sobre él, no lo supo hasta que halló los manuscritos de los monjes de Valais. A pesar de esto, le había dado a beber su sangre tras participar en la eucaristía, inesperado suceso que le impidió al monstruo alimentarse de cualquier otra persona durante largo tiempo. El vampyr estaba, pues tan debilitado y hambriento que, una vez pudo dar rienda suelta a su apetito, fue incapaz de detenerse. La sangre de Emilia, sin embargo, no le confirió el poder que anhelaba: el hijo de las tinieblas ignoraba que dicho poder no yacía en el líquido vital o en el cuerpo de la novia. La esencia del fruto del primer pino de Sainte-Marie fue siempre inmaterial y fundamentalmente incompatible con su alma de vampyr.

Comprendimos que el monstruo, al igual que los otros vampyr, era guiado por instinto hacia víctimas desprotegidas que no solían llevar crucifijos. Por regla general, estas tampoco hacían uso de sacramentales ni asistían a la iglesia. Emilia fue, por supuesto, una gran excepción: se había presentado en el año preciso y a la hora esperada en el callejón, cumpliendo así con el supuesto designio de Lucifer.

Domán buscaba en especial a quienes hubiesen recibido los dones más aparentes de Dios (es decir, aquellos talentos que suelen despertar la admiración de los demás) para usarlos como propios y así colmar su deseo de alabanza. Si por azar las almas de estas víctimas desprotegidas eran puras también, sabía que atormentándolas le daría especial gusto a su amo, pero no por ello se interesaba en quienes tuviesen esos dones que, no por menos deslumbrantes, dejan de ser preciosos: jamás le interesó la compasión de Árpad, solo quería adueñarse de la bendición que este había recibido de los ancestros magyar por medio del túrul para ser el mejor, el más grande, el rey.

En cuanto a Emilia, quien estaba convencida de no poseer ningún talento que la hiciese merecedora de la persecución del vampyr, siempre fue humilde. Me sorprendió desde que la conocí, que no hiciese alarde de su hermosura por medio de ninguno de sus gestos, pues es rara la mujer que no intenta hacer notar sus atributos, y más aún cuando se trata de una belleza arrobadora como la suya. También me hizo gracia notar que no estaba consciente de su clara inteligencia, y mucho menos de su buen corazón.

Estoy convencida de que fue precisamente su sencillez la que hizo que el vampyr encontrara en ella una adversaria digna, alguien por quien le placía ser retado con hechos y palabras y a quien, a pesar de odiar profundamente, respetaba a su modo (si es que un vampyr es capaz de respeto), aun cuando fuese un poco más que a sus útiles adeptos. Jamás sabré si el vampyr en verdad sintió amar a Emilia en algún momento pero no creo que, de ser esto posible, su amor se diferenciase mucho del hambre. Debía ser una combinación del beso de la muerte y la sangre bendecida que lo subyuga sin que él comprendiera lo que le ocurría.

Adrien quiso cumplir la última voluntad de Emilia y arrastró a Vivianne Muse, aún alienada, hasta la iglesia donde el padre Felipe y yo esperábamos en ininterrumpida oración. Le administró a la fuerza las sales curativas que los monjes habían preparado a partir del veneno de la serpiente y, para cuando estas terminaron de obrar en su cuerpo, Vivianne no recordaba a lord Halstead, no sabía que era un vampyr y, en su mente, jamás había dejado de tocar piano. Estaba tan perturbada que el padre Felipe tuvo que obligarla a sentarse en una de las bancas frente al altar, donde la bonita rubia cayó dormida, repitiendo entre sueños llorosos que deseaba bañarse.

El ciclo había llegado a su fin. El vampyr original había muerto y, aunque los vampyr que este había convertido en otras ciudades no bebieran las sales medicinales, al menos ya no tendrían sed de sangre. Antes de llevar a Vivianne a la iglesia, Adrien forzó al padre de Emilia a beber las sales curativas, quitándole así todo poder residual en castigo por haber traicionado a su propia hija. Según me contó, el malvado hombre se resistió hasta el último minuto y luego juró vengarse, pues su conversión había sido voluntaria.

Erzsébet Báthory y sus aliados inmortales habían sido enviados al infierno años atrás y ahora el monstruo indestructible les hacía compañía. Pregunté a Adrien qué había ocurrido con la serpiente y el cuerpo del vampyr, y él respondió:

—La serpiente, al igual que el corazón estallo, estalló en trozos. En cuanto a Domán, se desintegró por completo tras sufrir una agonía intensa durante la cual fuimos testigos de la putrefacción de sus entrañas: su pecho se descosió de arriba abajo, liberando un sinfín de alimañas repugnantes bañadas en un líquido oscuro y viscoso. Luego, su cuerpo inmundo se transformó en humo negro y desapareció.

—Gracias a Dios —murmuré, estremecida.

—Pero eso no es todo —afirmó, tragando en seco.

—¿Hay más? —pregunté, nerviosa.

Adrien me llevó a la parte frontal de la nave y me pidió que me sentara a su lado en una de las bancas:

—Este es el fin —entonces se interrumpió. Se le hizo un nudo en la garganta y me tomó en sus brazos, llorando—: Voy a olvidar todo lo que Erzsébet nos hizo, Martina. La perdono. Después de presenciar lo que Emilia fue capaz de hacer por amor, el odio se borró de mi corazón. Sé que Erzsébet me cambió, pero yo te digo, Martina, te juro que la perdono.

»La perdono para siempre y le pido a Dios que me ayude a sostenerme en mi determinación. Sabes que no puedo mentir aun si fuera para casarme contigo y que no lo diría si mi perdón no fuera sincero, pero lo es. Esta noche comprendí que el perdón nace a partir de una decisión personal —afirmó—. El mal que Erzsébet nos causó ya no importa: solo Jesucristo fue realmente abandonado en su pasión. Nosotros, en cambio, lo tenemos a Él, y siempre lo hemos tenido a nuestro lado, aún en los momentos de mayor sufrimiento. Voy a adorarlo con la totalidad de mi ser, por encima de todas las cosas y por encima del dolor de mi pasado.

Me quedé viéndolo, arrobada.

—Este es un verdadero milagro —dije, con lágrimas en los ojos—. Al fin podremos casarnos y nuestros hijos no heredarán la sed de venganza de nuestra enemiga.

Adrien y yo permanecimos junto a Vivianne a la espera de que recobrase la conciencia: Sabíamos que sufriría lo indecible cuando empezara a recordar, y así fue. Sin embargo, la acompañamos a su casa con la solución medicinal y se la dimos a beber a la pobre criada, quien también había sido convertida. Por orden expresa del vampyr original, ni la pianista ni la criada habían matado a nadie, así que sus víctimas no necesitaban ser curadas. Estas víctimas estaban en una situación similar a la de Carlitos Canteur, podían ser rastreadas por sus atacantes pero no había bebido la sangre de ningún vampyr, por lo que no habían sido convertidas ni desarrollarían síntomas de vampirismo. Vivianne y su criada corrían gran peligro por parte de los restantes miembros de la secta que no habían consumido el antídoto. Las dos mujeres nos contaron que el vampyr había seguido alimentándose de ellas aún después de convertirlas hasta que apareció Emilia, lo que explicaba algunas cosas: en primer lugar, que un vampyr puede seguir alimentándose de sus conversos con tal de que estos sean vampyr vivientes, es decir, que no hayan muerto por medio de los ataques. En segundo lugar, que el vampyr Domán procuraba beber la sangre de cuantas victimas fuera posible a través de sus conversos no-muertos para no privarse de adquirir ningún talento.

Ayudamos a las dos mujeres a partir clandestinamente al amanecer, no sin que antes nos dejasen una lista con los nombres de los conversos a la secta para vigilarlos de cerca. Por fortuna, Vivianne tenía parientes en Alemania que la recibirían gustosos hasta que la situación se calmara: nadie sabía cómo reaccionarían los cofrades en ausencia del vampyr Domán.

No había nada que pudiésemos hacer en cuanto a D’Alleste o los restantes miembros de la secta, incluyendo al padre de Emilia: de acuerdo con las leyes de Francia, no habían cometido ningún crimen y tuvimos que resignarnos a asumir que continuarían ejerciendo su nefasta influencia donde estuvieran, pero al menos los vampyr existentes ya no podrían convertir a nadie puesto que el maestro que los había transformado había sido destruido. Esperábamos que su sed de sangre hubiese desaparecido, como en el caso de Adrien tras la derrota de la condesa, pero no podíamos estar seguros de ello. Podíamos prever, aun así, que los miembros, conversos o no, seguirían disponiendo regentes, creando conspiraciones y adorando a los demonios en privado so pretexto de hallar una fuente de verdadera sabiduría cuando era bastante obvio que solo buscaban, como el maligno fundador, acrecentar su poder personal.

Era muy diciente que el doctor Goldberg, uno de los más fieles servidores de la condesa Báthory, se hubiera adherido a la secta del vampyr Dóman incluso después de pagar una larga sentencia en la cárcel. Pronto llegué a la conclusión de que, si los ayudantes de Erzsébet habían visto en la secta homicida su mejor opción tras la muerte de su señora, también sus vampyr debían haberse afiliado a ella. Tal vez uno de los vampyr conversos de un lado u otro tomaría el lugar de Dóman. En todo caso, debíamos admitir que éramos muy pocos comparados con los cofrades y hermanas de las tinieblas. Lo único que podíamos hacer era seguir investigando y estar siempre alerta. La luz había triunfado de nuevo sobre la oscuridad y, mientras viviésemos en Dios, el demonio no podría dañarnos, sin importar cuántos enemigos tuviéramos.