CAPÍTULO 27

OÍDO ABSOLUTO: EL CORAZÓN BATIENTE

A pesar del agotamiento, tardé unos diez minutos en quedarme dormida. Soñé con un árbol hermoso y radiante cuyas ramas doradas se extendían hasta el cielo.

—No temas morir —decía una voz dentro de mí—. Yo te llevaré a la eternidad.

La visión me proporcionó una sensación plácida y profunda, tanto así que cuando Martina me despertó creí que la habitación aún estaba inundada de luz. Salí del lecho tibio a mi pesar y me calé el hábito por encima de la bata. Martina estaba mirando por la ventana y, acercándome también, le pedí que me enseñara el árbol maravilloso.

—¿Por qué no me dices tú cuál es? —respondió, sonriendo y elevando una ceja.

Era un reto. Miré la blanca superficie de la tierra a través del cristal y observé con atención las diversas copas de los árboles. Al fin me detuve en uno que estaba cubierto de nieve. No era más alto que los demás pero me parecía más dulce y más tierno, no porque luciera débil sino porque sus ramas gachas y dispares se inclinaban hacía el suelo. Ningún árbol podía lucir majestuoso después de semejante tormenta, pero ese, en especial, lucía inexplicablemente humilde.

—Ese —dije, señalándolo con el dedo tembloroso—. Ese es el árbol bendecido con la insignia de la Cruz.

Martina me miró, atónita:

—¿Cómo supiste? —balbuceó—. ¡Es imposible reconocerlo!

—Parece que llevara gustoso toda la carga de la tormenta.

Martina lo miró en silencio unos instantes y después dijo, con pupilas humedecidas:

—El árbol que estaba en su lugar hizo igual —murmuró—. Muchos años pensé que la blanca mano de la muerte lo había arrancado de raíz para siempre la noche en que Erzsébet Báthory llegó a Sainte-Marie. Ahora comprendo que todo árbol que crece en ese lugar tocado por Dios es uno solo, el mismo árbol de la vida perenne, el árbol de la Santa Cruz. Supongo que hay que verlo con los ojos del alma y tú lo hiciste.

—¿Podemos ir a visitarlo? —pregunté, emocionada—. Me gustaría estar cerca de él. Sé que no es el árbol de la vida del paraíso sino algo así como su hijo terrenas y aún así…

—Por supuesto que iremos esta misma noche —rio—. Será una buena oportunidad para que Árpad y tú lo conozcan sin la intromisión de las alumnas.

Unos golpes en la puerta nos sobresaltaron.

—¡Son ellos! —dijo Martina, poniéndose el abrigo y las botas—. ¿Te importaría abrir la puerta?

—¿Quién llama? —pregunté, cautelosa.

—Soy yo, Em.

Era la voz de Árpad. Solo entonces abrí la puerta y me encontré con él y con Adrien, quienes llevaban lámparas y estacas.

—Toma —me dijo Árpad, ofreciéndome una su daga—. Podrías llevarla en el bolsillo de la túnica.

—¿Martina? —preguntó Adrien—. ¿Tienes tu arma?

—Claro —respondió ella, enseñándole su crucifijo—. También tengo agua bendita.

—Cielos, qué miedo —dije—. Parece que fuéramos a enfrentarnos con nuestros enemigos.

—Los alcances de los vampyr son insospechable —dijo Adrien—. Es mejor que estemos preparados, en especial si salimos de las habitaciones durante la noche. No te preocupes, Emilia, esta no es una no es una excepción: Martina y yo siempre llevamos armas, y las más poderosas son nuestras cruces.

—Eso me consuela —dije, y salí de la habitación.

Árpad y Adrien fueron delante de nosotras iluminando el camino. Por más que intentásemos ser sigilosos, los escalones crujían con cada paso que dábamos y temí que las pupilas despertaran. Sin embargo, llegamos a la puerta principal sin que ninguna cabeza se asomara de las habitaciones.

Pasaron unos segundos en que me sentí tibia aún en el aire seco de la noche del internado. Sin embargo, tras dar una decena de pasos, ya había perdido todo el calor que había acumulado dentro del edificio y un frío doloroso me invadió hasta los huesos. Caminé junto a Árpad y Martina tiritando y sin elevar la vista del suelo, intentando simplemente concentrarme en que mis botas no se hundieran en la nieve.

—¡Por Dios! —dije, por entre los dientes—. ¿Cómo pueden vivir aquí?

—Los muros son gruesos y aíslan el calor —dijo Árpad, quien también estaba temblando.

—Esta es la puerta de la capilla —dijo Martina, extrayendo la llave de su bolsillo—. El capellán Molinari me dio una copia de la llave maestra para que pueda supervisar la obra mientras él se ocupa de los asuntos trascendentales.

—¿No es conveniente ser benefactor de un lugar tan especial? —susurró Adrien, empujando la puerta suavemente—. Aún si Martina no lo sabía, estaba ganándose el acceso a todos sus secretos cuando le tendió una mano a la rectora. Todo sea por la gloria de la santísima Trinidad.

—Amén —dijimos los demás, entrando a la capilla detrás de él y arrodillándose de cara al sagrario para persignarnos.

Después de eso, Árpad y yo seguimos a Adrien y Martina a través de una pequeña puerta lateral que daba a una escalera de piedra y descendimos por esta hasta la cripta. Creí que mi corazón iba a estallar porque podía escucharlo como si estuviera fuera de mí.

—¿Oyen eso? —preguntó Martina en un murmullo.

—Es mi corazón —dije avergonzada.

—No —dijo Adrien—. Puedo discernir los latidos de los cuatro y definitivamente es algo más.

—¿Qué es? —preguntó Martina, aferrándolo por el abrigo y mirándolo con terror.

—Algo maligno —sentenció él, tragando en seco.

—Que la Virgen nos ampare —mascullé, mirando por detrás de mi hombro. Árpad había sido el último en descender a la cripta y la escalera estaba en la oscuridad.

—Silencio, amigos —pidió Adrien, girando lentamente sobre sí mismo y sosteniendo su crucifijo en alto—. Sí. Ahora estoy seguro: hay un quinto corazón cerca de aquí.

Árpad me trajo hacia sí, protegiéndome con sus brazos.

—El corazón batiente —murmuró.

—¡Rayos que despistada soy! —reí—. ¡Eso es excelente!

—Por un momento creí que íbamos a toparnos con un vampyr —dijo Martina, haciéndonos señas para que la siguiéramos.

A continuación nos enseñó la apertura en el muro que estaba derribando y Adrien pasó primero, agachándose para caber por ella. Después le siguió Martina, luego yo, y Árpad se quedó vigilando la capilla. Me encontré en una habitación que era una cavidad casi tan falta.

—¿Qué cosa? —pregunté.

—Mira —dijo, acercando la lámpara al muro y rebordeando algo sobre él con el dedo índice—: Parece un rovás.

—¿Una qué? —preguntaron Adrien y Martina al unísono.

—Una marca del alfabeto húngaro antiguo —expliqué, sintiéndome muy importante.

—¡Cierto! —dijo Árpad—. Veo que tendré que darles unas cuantas lecciones de historia a los magyar modernos. Esta, curioso pupilos míos, es la rovás de la serpiente. ¡El cofre tiene que estar detrás de esa piedra! Dame la daga, Em.

Árpad enterró el puñal repetidamente alrededor de la piedra y al final lo deslizó con la relativa facilidad por todo su perímetro. Introdujo los dedos en la ranura y forcejeó con la piedra hasta que cedió.

—Ten cuidado, no sea que vayas a derribar un muro de contención —advirtió Adrien, asomando la cabeza por la entrada.

—Sé lo que hago —dijo Árpad.

—No eres masón —alegó Adrien.

Árpad se dio la vuelta para mirarlo por debajo de las cejar y, sonriendo, respondió.

—Precisamente, mi estimado vampyr, precisamente.

Diciendo esto, extrajo la piedra con delicadeza y la depositó en el suelo. Martina y yo nos acercamos para ver dentro del hueco que había dejado: allí había un envoltorio de lienzo que golpeteaba con frenesí.

—¡Qué horror! —exclamé, dando un paso atrás.

—¡Salgamos de aquí! —dijo Martina, sacudiéndome los hombros.

—Calma, señoras —dijo Árpad, tomando el envoltorio con ambas manos—. Aquí está el cofre que buscábamos. Necesito que una de ustedes lo sostenga mientras me cercioro de revisar la fosa. No quiero olvidar algo importante.

Ambas negamos con la cabeza, así que Arpad suspiró, poniéndolo en el piso y girándose de nuevo para inspeccionar el espacio vacío.

—¡Lo sabía! —dijo, metiendo el brazo en su totalidad dentro de agujero—. Siento algo con la punta de los dedos. ¿Qué diablos…?

De repente realizó un movimiento veloz y extrajo el brazo, sosteniendo algo en la mano.

—¡Una serpiente! —chilló Martina, arrinconándose. Salté tan lejos que me golpeé contra el muro del lado opuesto, pero no dije nada.

—Qué extraño —dijo Árpad, deteniéndose a observarla—. Es una cobra o, más bien, lo que queda de una cobra real. Está muerta.

—¿Estás seguro? —tartamudeé.

—Sí —dijo, hincándose de rodillas para verla a la luz de la lámpara—. Es una opbiophagus, es decir, una comedora de serpientes.

—¿Cómo los vampyr que beben la sangre de otros vampyr? —balbuceó Martina.

—Como Domán —sentenció Árpad, enrollándose y metiéndola en el bolsillo de su túnica—. Creo que debemos regresar.

Puso la piedra en su lugar y esperó a que Martina y yo saliésemos para extenderle a través de la grieta el envoltorio a Adrien, quien lo tomó en sus manos con obvia repulsión. El corazón palpitaba audiblemente cuando me aproximaba al lienzo en el que estaba envuelto el cofre.

—Creí que el cofre estaría mucho más cerca del árbol —apunté, mientras ascendíamos por las escaleras—. ¡Este es un momento grandioso!

—El árbol extiende su protección sobre todo el terreno de Sainte-Marie —dijo Árpad—. Por otra parte, la cripta está por debajo del nivel del suelo, lo que significa que Dormán no podía presentir sus propios latidos.

—No olvidemos, entonces, que estamos a punto de llevarlo a la superficie —comenté.

—Es nuestra única opción, a menos que queramos mudarnos a la cripta —dijo Adrien.

—No, gracias —repuso Martina, iluminando el camino—. ¡No puedo esperar a regresar a la habitación y ver qué contiene el lienzo!

—Siento como si llevara las almas de varios vampyr en las manos —dijo Adrien—. Siempre me han producido asco, pero esto es muchísimo peor.

—Dame acá —dijo Árpad—. Pasé tanto tiempo con los muertos y bajo el influjo del demonio que conozco bien la esencia de la muerte y el pecado. Hasta puedo tolerarla.

—Dichoso tú —dijo Adrien, con una inflexión sarcástica.

—Coincido con Adrien —dijo Martina—. Me recuerda a lo que se sentía en una habitación cuando la condesa había estado en ella, es algo sucio y pegajoso.

—No me sorprende. Domán le ha transmitido todos sus crímenes y su vida humana —dijo Árpad—. Me pregunto a quién pertenece el corazón y si su alma podrá descansar.

—Quizás los monjes le dieron una sepultura a la víctima —especuló Martina—. Si pudieron hallar el corazón con Guiza, debían saber mucho más de lo que suponemos.

—Lo que me sorprende es que los monjes conociesen la escritura húngara antigua —dije—. Eso implica que sabían quién era Domán desde un comienzo.

—Y que no querían que nadie que desconociese su origen pudiera hallar el cofre —dijo Árpad—. De lo contrario, no habrían utilizado una rovás para marcar la piedra en la cripta.

—A veces pienso que los monjes rigen el mundo desde sus claustros —dijo Martina—. ¡Parecen saberlo todo!

Salimos de la capilla tan pronto como pudimos y, para entonces, había vuelto a nevar.

—¡Bendito aire fresco! —dijo, aunque volví a tiritar casi de inmediato—. Sentía que me ahogaba allá abajo.

—No es el lugar más acogedor del mundo —comentó Árpad.

Me sentí reanimada cuando regresamos al edificio donde estaba la habitación de Martina: a pesar de ser bastante frío estaba caliente en comparación con el patio y la cripta.

Subimos los escalones tan pronto como pudimos y Martina nos hizo pasar uno a uno. Árpad puso el envoltorio sobre la mesa y Adrien se sentó sobre la cama que estaba contra la pared.

—Creo que mañana esta habitación va a requerir una limpieza especial —comentó.

—Y la tuya también —dijo Martina—, no pienso dormir con esta cosa palpitando sobre la mesa, tendrán que llevarla con ustedes.

—¿Todos listos? —preguntó Árpad, mirándonos a unos y otros—. Voy a desenvolver el lienzo.

Asentimos, expectantes. Me acerqué para ver mejor, con Martina asomándose por encima de mi hombro. Árpad retiró los pliegues con cuidado y noté que había un pedazo de madera clavado en la tapa de cofre.

—¡La reliquia de la vera cruz! —exclamé—. ¡Tal como lo leímos en el manuscrito!

Árpad retiró la clavija que sujetaba la tapa e intentó abrir el cofre, pero estaba atascado, así que tomó su daga de nuevo y separó con cuidado la madera hasta que cedió. Aun si había estado envuelto en un lienzo, el cofre había recogido gran cantidad de polvo, por lo cual estornudé en cuando Árpad lo abrió.

Noté que al arca tenía un pequeño compartimiento superior que contenía un pergamino enrollado y dos pequeños frascos de plata, cada uno con un monograma diferente. El compartimiento era de poca profundidad y el corazón latía con fuerza debajo de la delgada división de madera.

No me atrevía a tocar el pergamino pero Árpad se hacía cargo de todo, así que lo tomó con cuidado, elevándolo en su mano. El rollo era bastante denso y estaba atado con un delgado lazo de cuero encerado. Cuando Árpad lo abrió, su parte inferior rozó la mesa. Di la vuelta hasta donde él estaba y observé que estaba lleno de diminutos caracteres reconocibles.

—¡Está escrito en latín! —susurré.

Mis conocimientos de latín eran precarios, pero sabía que a las chicas de Sainte-Marie las hacían tomar varios años de gramática y composición, así que asumí que Martina comprendería lo que decía.

—Lean en voz alta y en francés, por favor —pedí, nerviosa.

Árpad se sentó y Martina ocupó la silla junto a él, pero fue Árpad quien leyó, traduciendo simultáneamente del latín.

—Tanto en la vida monástica como fuera de ella, es difícil discernir qué sueños son verdaderos y cuáles son producto de nuestras emociones o impulsos irracionales. Sin embargo, la revelación llegó a mí por medio de una serie de sueños lúcidos durante los cuales conocía que dormía en mi celda y, al mismo tiempo, era partícipe del sueño como un actor invisible.

»Aun si las imágenes que desfilaban ante mis ojos me horrorizaban, las sabías reales, y los recuerdos precisos de las mismas permanecieron en mí durante la vigilia. Algunas de las visiones pertenecen al pasado y otras al futuro. Hice entrega de los manuscritos relativos al siglo anterior a los frailes cistercienses que viajaron a Guiza para apoderarse del corazón batiente.

»Durante los sueños, la presencia de paz que me iluminaba me ordenó abstenerme de transcribir la profecía de la novia. Es conveniente que el demonio tenga su propia exégesis para que su ungido esté igualmente persuadido de la victoria. El enemigo lo sabe casi todo, pero el resultado depende de la voluntad de Dios.

»Mientras los hermanos cistercienses estaban en Guiza, fui con dos de mis hermanos benedictinos al lugar de descanso del monstruo en el bajo Danubio y hallé, tal como me había sido revelado, a la serpiente que guardaba la tumba enrollada sobre la tierra. Si hubiésemos llegado durante las horas del día lo habríamos hallado a él y habría descubierto nuestro plan.

»Sin embargo, nos presentamos en su lecho durante las horas de cacería y nos apoderamos del ofidio que había viajado con él desde el momento en que la indestructibilidad le fue conferida en Egipto. La víbora me mordió pero el Espíritu me hizo inmune a su veneno demoníaco y, en cuanto la sacamos de la tumba, cayó como muerta, tal como lo había visto en la revelación.

»Así pues, el hermano Timoteo extrajo su veneno y lo mezcló con una trituración de cristales de sal como me había sido indicado. Guardamos una parte en nuestra orden, dimos una parte a los hermanos cistercienses y separamos aún una tercera, que debe ser guardada siempre con el corazón batiente. La trituración inmuniza a toda víctima del monstruo, efectiva o potencial, para que esta no desarrolle la misma sed de sangre de su atacante.

»Igualmente, el veneno transmitido por medio de las fauces del monstruo en cualquier forma será eliminado de la víctima, incluyendo los nocivos efectos del beso de la muerte, que es el sello del diablo.

»Nuestra orden cedió el cuidado del corazón batiente a los hermanos del Císter que lo encontraron. Mientras tanto, la orden de Benedicto será la guardiana de la cobra. El corazón y la serpiente han de ser reunidos en un lugar privilegiado que será tocado por la luz de Dios para que, juntos, sean depositados bajo tierra.

»La revelación me enseñó que un árbol brotará en el lugar iluminado, como plantado por la mano del Altísimo. Ambas órdenes monásticas han de prestar especial atención a este árbol, pues está bendecido, pero solo la simiente extraída del primer fruto representará todo lo que el monstruo ha deseado obtener para sí mismo y para su dueño, que es la promesa del árbol de la vida que está en medio del paraíso.

»Es preciso que el hermano (sea este cisterciense o benedictino, porque será o lo uno o lo otro según el plan de Dios) que atestigüe el descenso del haz de luz sobre la tierra aguarde la maduración de este primer fruto y almacene cuidadosamente la semilla en el recipiente de plata que lleva el monograma L. V., el cual permanecerá vacío hasta ese momento.

»Entonces será depositado en el cofre que contiene el corazón batiente junto al recipiente que lleva el monograma V. S. y que contiene los cristales imbuidos del veneno. El lugar que los albergue debe estar marcado con la insignia que dibujaré al final, la cual el rey sabrá reconocer.

»Solo la novia y el rey, una vez reunidos en forma corporal, encontrarán el lugar secreto y este manuscrito, del cual se hará en tiempo presente una copia para cada orden, omitiendo la insignia del final. Esta copia deberá ser guardada en el cofre que alberga el corazón batiente.

»Mientras el monstruo camine sobre la faz de la tierra la novia no debe consumir los cristales curativos, pues es menester que el monstruo la encuentre. Debe, por el contrario, darlos a beber en una solución de agua para a quienes, tras la destrucción del corazón batiente, se encuentren aún bajo los efectos del veneno espiritual del monstruo.

»Si, por la gracias de Dios, la víctima no ha muerto, beberá los cristales y su salud y alma serán restauradas. Si la víctima del monstruo ha muerto, su corazón debe ser, sin excepción, atravesado por una vara de hierro o madera para que su alma obtenga el descanso eterno. Será inútil que consuma los cristales.

»La novia debe ingerir la semilla del árbol bendecido durante el plenilunio siguiente al hallazgo del cofre, específicamente en el lugar donde se haya llevado a cabo el primer ataque contra ella.

»Hasta ese momento, el corazón y la serpiente no deben estar en contacto directo pero, tras la ingestión de las semillas, la novia debe disponer la serpiente alrededor del corazón, enrollándola fuertemente en torno a él la veces necesarias hasta que la cola quede dentro de la boca. Entonces la novia tendrá poder sobre el monstruo y el secreto de su conversación le será revelado.

»Para que lo anterior surta efecto, la novia y el rey no deberán recibir el sacramento del matrimonio hasta entonces pues, así como solo la Virgen puede aplastar la cabeza de las serpiente, solo una doncella puede destruir al hijo del demonio. Tampoco deben ver el corazón antes de la noche señalada. Ignoro qué ocurrirá después, porque esto depende de las respuestas de la novia. Será la voluntad del Dios de misericordia que nos creó y vive por los siglos de siglos, Amén.

Dios bendiga a nuestras santas órdenes, al rey y a su novia.

—Y, tal como dice el monje, justo al final del manuscrito se puede apreciar la misma marca que fue tallada en la roca de la cripta —balbuceó Martina—: La rovás de la serpiente.

—¿Te das cuenta? —exclamé—. ¡Nos salvaste una vez más, Martina!

—¿Cómo?

—Deteniendo una boda precipitada —dije.

—Ah, no fui yo —rio—. Fue la ventisca.

—Como sea, nos hiciste un gran favor. A nosotros dos y a las víctimas de Domán —dijo Árpad.

—Fue con el mayor de los gustos —aseguró ella, divertida—. Nadie me habría sacado de mi cómoda habitación con semejante clima. Además, me alegra que estén obligados a esperar un poco más.

—¿Ah, sí? —preguntó Árpad, extrañado—. ¿Por qué?

—Porque, con la excepción de Marie y Juanito, todos mis amigos han tenido bodas apresuradas o clandestinas. Creo que es apenas justo que pueda bailar en la boda de ustedes.

—Tienes toda la razón —reí.

—Siento echar a perder un momento tan jovial y femenino pero, según lo que acabamos de escuchar, el tiempo apremia —dijo Adrien desde su rincón.

—Es cierto —dijo Árpad.

—¿A qué se refieren? —pregunté.

—El cuarto creciente pasó hace varios días —continuó Adrien—. Tenemos que partir a Francia cuanto antes si queremos llegar a tiempo para el plenilunio.

—¡Dios mío! —dije, tragando en seco—. ¡Es cierto! Que todos los santos me amparen, tendré que enfrentarme sola con Domán.

—Eso jamás —dijo Árpad—. Estaré a tu lado todo el tiempo.

—Yo también —dijo Adrien.

—Y yo —dijo Martina.

—¡Por supuesto que no! —respondieron los dos hombres.

—Tú te quedarás en una iglesia mientras nosotros matamos al monstruo —sentenció Adrien.

—Rayos —refunfuñó ella—. ¿Nunca voy a ver cómo desaparece un vampyr?

—No es una novela, Martina —dijo Árpad—. Si te expones innecesariamente en ese momento, nos pondrás a todos en gran peligro, comenzando por Emilia, quien estará en una posición muy vulnerable.

—¿Ni siquiera puedo mirar desde una ventana? —preguntó ella.

—Domán domina a todos sus vampiros conversos y suele rodearse, además, de adeptos de la secta que no dudarían en matarte. Por lo tanto, tu presencia allí supondría un gran riesgo y una distracción que podría resultar fatal. Debemos vigilar y defender a una sola persona que, en este caso, será Emilia.

—Bien, como ustedes digan —masculló, poniendo los ojos en blanco—. Pero si vamos a ser más inteligentes que el enemigo, ustedes dos deberán permanecer ocultos hasta el momento de atacar. Si no me dejan hacer las veces de carnada, ustedes tampoco tienen mi permiso de enfrentarlo directamente. Recuerden que, hasta el momento final, solo Emilia tiene poder sobre el vampyr original.

—A decir verdad, es una sabia determinación. Si Adrien y yo nos escondemos podremos tomarlo por sorpresa —dijo Árpad—. Debo hacerme con un arco, aljaba y flechas. En el momento en que Emilia responda a sus preguntas y él se debilite, una flecha encendida atravesará su corazón.

—Yo llevaré la cruz Patriarcal y estaré algunos pasos tras él. De ese modo, si fallas, lo remataré —dijo Adrien.

—Yo nunca fallo —dijo Árpad, confiado—. Por otra parte, llámenme optimista, pero creo que esta vez lo tenemos. Todo está saliendo a pedir de boca.

—Pues no debemos permitir que nos descubra o nos dé alcance antes de que regresemos a Francia —dije.

—Estaremos bien —dijo Adrien, persignándose—. Solo debemos estar juntos y desenterrar la cruz Patriarcal mañana en la mañana. Después cabalgaremos hasta la parroquia del padre Anastasio, le explicaremos lo ocurrido y partiremos inmediatamente al lugar donde te atacó por primera vez.

—Es un plan satisfactorio —dijo Árpad—. En ese caso, vamos a dormir.

—Sugiero dividir la reliquia de la vera cruz en dos —sugirió Martina—. De ese modo, Emilia y yo también podremos mantener aislado al vampyr en caso de que se presente durante la noche.

Así lo hicimos. Árpad y Adrien partieron con el corazón batiente y la víbora, y Martina y yo atamos un grueso hilo de seda alrededor de la reliquia y la colgamos del marco de la puerta tras echar el cerrojo. Poco después nos quedamos dormidas orando.