EPITAFIO

HA muerto

acribillado por los besos de sus hijos,

absuelto por los ojos más dulcemente azules

y con el corazón más tranquilo que otros días,

el poeta Leopoldo Panero,

que nació en la ciudad de Astorga

y maduró su vida bajo el silencio de una encina.

Que amó mucho,

bebió mucho y ahora,

vendados sus ojos,

espera la resurrección de la carne

aquí, bajo esta piedra.