DETRAS están los campos.
Cruza la primavera
por ellos, y palpita
su masa en la aniebla.
El bozo de los trigos
entre los surcos vuela,
y en ondas de silencio
mi cárcel siento abierta.
Mi corazón dibuja
un álamo que tiembla
de libertad, y escucho
sus finas hojas nuevas.
Con la atónita mano
del niño que en mí juega,
trazo una línea, un ala
rozada de inocencia;
un tejado con humo
(todo a lápiz) se eleva,
y en el papel florecen
margaritas pequeñas;
los montes coloreo
de azul, mientras se cierran
mis párpados: las pobres
paredes de mi celda.
Como se vuelve el lago
del lado de la selva,
o a la luz de la lámpara
la orilla del poema,
durmiéndome ya voy:
la oscuridad se espesa,
y se difunde en toda
mi piel su orilla cierta.
Más lejos, aún, dibujo
mi libertad, y en ella,
viajero de su barca
va un niño que me lleva.