PEQUEÑO CANTO A LA SEQUEDA

… Todos los veranos,

bien de madrugada,

la humilde Sequeda,

como una palabra,

saluda mis ojos

con surcos y alas;

y entre las encinas,

desde mi ventana,

Valderrey asoma,

dibuja Matanza

su fiel lejanía

de errantes campanas.

Tejados humea

mientras rompe el alba,

y hacia Tejadinos

la cigüeña pasa.

¡Bustos y Curillas,

mínima comarca

de centenos pobres

entre nubes altas!

… Todos los veranos,

bien de madrugada,

junto al tren que silba

sílabas de infancia,

y entre los tomillos,

piornos y retamas,

la Sequeda es una

costumbre del alma

y un lado del mundo

donde todo calla,

donde es todo ausencia

y nos reflorece

hoy, ayer, mañana.

… Nómada del viento

que por ella vaga;

nómada del cardo

que su piel araña,

nómada de ovejas,

pero sin mudanzas,

la Sequedad es una

yerta rinconada

de lagunas —casi

charcos— donde el agua

que beben los bueyes

de la lluvia guarda.

… Nómada de nubes

(como la mirada

del Pastor), no espera,

—la espera es tan larga—

más que el mismo frío

con la misma escarcha,

los mismos vecinos

que la muerte iguala,

y algunas gallinas,

que al sol de las tapias,

en paz picotean

su estable jornada

de corral, y aún tibias,

de tan puro humanas,

buscan el adobe

de nocturna paja.

¡Cauce del Turienzo

cerca de Piedralba,

qué fina frontera

de juncos y ramas;

y el Teleno lejos,

qué enorme distancia!

¡Tejados, Cunllas,

respirada calma

de Cuevas, y al margen,

Penilla y Celada!

¡Míseros barbechos

que un montón de parva

resume, y que un árbol,

repentino, baña

de melancolía

más que de fragancia!

… Todos los veranos,

bien de madrugada,

dan cita a mis ojos,

que andan, andan, andan,

Tejadinos, Bustos,

Valderrey, Matanza,

y allá en Castrotierra

la ermita sagrada.

¡Ojalá que un día

quien su tierra labra,

mire el surco henchido

por la fuente clara,

por la acequia pura

que en mi pecho canta,

cristalinamente,

desde la esperanza!