De CANTO AL TELENO

VI

RECUERDO que una vez, estando ausente

de España, a muchas leguas de tus riscos

donde sólo las cabras ramonean,

recibí de un amigo de la infancia,

de uno de esos amigos que se pierden

de nuestra vista largos años, una

carta en que me decía que habitaba

allá en tu seno azul, como maestro

de escuela en una aldea que se esconde

enclaustrada en tus valles. Brevemente,

y como de pasada, me decía:

ahora vivo en un pueblo del Teleno,

de aquel que en nuestros juegos contemplábamos

embozado en su capa —son sus mismas

palabras— de blancura misteriosa.

Y sentí removerse en mis entrañas

toda la soledad, el tiempo todo

acumulado en días, meses, años

de amor, como si al peso de una piedra

se desplomara en mí que estaba lejos

el alud de emoción, el son silente

de algo que cae y nos arrastra al fondo

de su pureza. Porque entonces vibra

enteramente el alma, y es primero

un estremecimiento silencioso

y una luz en los párpados, y un simple

recuerdo nos arrastra con su empuje

desde lejos, lo mismo que una peña,

o el tenue movimiento de una rama,

o el pie de un corzo o de un pastor, inician

a veces, en los flancos de los Alpes,

el hundimiento entero de una masa

de nieve sobre el valle. Así, temblando

en mi interior sentí la vida toda

con absoluta realidad, y aquella

carta encerraba para mí sustancia

de más sueño y más vida, de más tiempo

que muchos libros inmortales. Ciegas,

sentí agitarse las masas, ondas

de mi iluso vivir, con sed de verte,

con apretada sed de caminante

que refrescar su fiebre necesita,

despacio, libremente, rota el agua

entre sus manos, cual si sangre fuera

de dentro de pecho, monte nítido.

Luz matinal que entraste por mis ojos

para que el corazón frustrara al tiempo

y algo eterno tuviera en que ampararse

en medio de los años, como en lago

se deposita virgen el deshielo

que recogen los valles. Tal tu música

cabe en mi soledad, mis horas puebla

con su clara quietud, y cuando el día

llegue que se entreteje a nuestro sino,

y en mis manos vacías nada quede,

sé que tú todavía, piedra extática,

recibirás amor desde los pechos

de mis hijos: mi amor, el que mi espíritu

amasó para siempre en sus pupilas

con tu luz inmoral, monte indeleble.

Y así parece que al mirarte a ti

miro a mis hijos yo, y a verlos vuelvo

—desde fuera del tiempo, pero vivo—

fundido a tu sustancia, y que ya nunca

se ha de poder interrumpir la vida

a través de esa unión, como las nieves

se funden en el cauce, y tornan luego

desde el mar a tus cumbres solitarias.

VII

TODO amor es Tu sombra, Dios viviente,

silenciado fluir que en sueños mana

perpetuamente bajo el alma humana

como pasan las aguas por el puente.

Así mi corazón en la corriente

siente Tu oscuridad, Tu fe devana,

y recibe el latir de Tu lejana

fuente de vida, cristalina fuente.

Y así en mi soledad de Ti soy parte

que suena silenciada en Tu armonía

mientras con valles y montañas giro,

y casi desprendido al contemplarte,

en mi íntima visión de lejanía,

piadosamente, las estrellas miro.