ÓMNIBUS CREACIONISTA

A Gerardo Diego

AL fondo de las aulas, mientras el sol se marcha,

silba un tren silencioso que no vemos pasar.

Tristemente en el mapa se derrama la escarcha,

la penumbra en los valles, la brisa en el pinar.

¿Es éste el paraíso y el pupitre de escuela

donde aprendimos, niños, el divino parlar?

El corazón se empaña igual que una gacela.

Mi libro, en la ribera se abre como un cantar.

La espuma, verde espuma, rota espuma vibrante,

contra peñasco y musgo sonando sin cesar,

tersamente derriba la tristeza distante,

limpia de golondrinas, siempre a medio pintar.

El mar así soñamos; ¡oh vasta geografía

que nadie ya de nuevo nos volverá a enseñar!

Lo mismo que la tierra mi corazón se enfría,

y hasta las gaviotas se olvidan de volar.

Están mis labios secos y mi vivir amargo,

y en la nieve ha caído una letra al llorar.

La brisa libre, el viento grande, el tiempo largo,

llenan de bruma y sueño mi cartera escolar.

(¡Los peces en las olas, la sal de las orillas,

los pálidos eclipses y la veste lunar!).

En el rincón más dulce se pone de rodillas

el alma, que han debido sin culpa castigar.

Y caen los libros rotos con celestes dibujos

de papagayos lindos y niñas por casar.

Arboles, rocas, islas, gorriones, somorgujos

que en sus nidos flotantes aprenden a nadar.

Una suave madeja de alegres garabatos

y estrellas desprendidas de la esfera armilar

pasan entre los tristes prólogos galeatos

medrosas de que alguno las pueda regañar.

¡Oh sílabas ligeras, entrecortadas, tontas

igual que violetas que aún no saben andar!

¡Oh pájaro que el vuelo de la ilusión remontas

con la cartera al hombro camino del hogar!

Ni una página indemne ni una línea impoluta.

Todo yace revuelto y todo quiere hablar.

Y en la lengua mojada, como el hueso en la fruta

los nombres de delicia vuelven a resonar.

Literatura, historia, latín, ciencias exactas,

ética preceptiva. Quién volviera a estudiar

las montañas azules y las nieves intactas,

las pálidas bahías donde es dulce remar.

Carlomagno, Viriato, las islas de la Sonda,

el binomio de Newton, Rodrigo de Vivar,

y la forma del mundo, ¡oh naranja redonda

achatada en los polos de rodar y rodar!

La leche de los astros, las rojas amapolas

entre los trigos verdes que empiezan a brotar.

¡Oh rotación terrestre! ¿No se caerán las olas

al volverse de espaldas en su eterno girar?

Y vuelan verderoles, pardales y cigüeñas,

y liebres corren vivas que no puedo cazar;

y entre los juncos verdes un lirio se hace señas

como si le invitara su novia a pasear.

En los patios oscuros palpitan los arpegios.

En las calles la gracia se abre de par en par.

Y las internas quedan solas en los colegios

mientras todos los mirlos se ponen a silbar.

Pero el mar nos acecha, nos enfrenta, nos lame

con la quieta hermosura y el lueñe navegar

del corazón pequeño que conjuga Yo ame,

Tú ames, Ellos amen. Todos tienen que amar.

En miedosas mejillas como frescas cerezas

se enredarán los besos tiernamente al tirar.

Y una niebla imposible ceñirá las cabezas

soñolientas y puras que parecen flotar.

¡Oh pechos y alhelíes! ¡Oh labio que sonríes

como si vagamente nos fueras a besar!

¡Oh terso caramelo de menta que deslíes

la boca femenina como un rayo solar!

Sobre los hombros leves, en los bailes primeros

del Casino, ¡oh los valses que nos hacen vibrar!

Y serán catedráticos en Soria o archiveros,

y jugarán a ratos perdidos al billar.

Y pensarán mañana cuando se tornen viejos

lo dulce que sería el volver a empezar.

Pero igual que las olas huirán, siempre más lejos

hasta que se las trague un día el hondo mar.

¿Son así las estrellas, los planetas, las flores

que crecen en las ramas de tu huerto estelar?

¡Jardín de las Hespérides para niños mayores

donde el alma se sienta en un banco a rezar!