EN LAS MANOS DE DIOS

… Allí estará también la castañera

de ocho pares, y el humo de los céntimos,

y el vaho en los bolsillos, y los ojos

menudos, y el rescoldo retirado

de mucha soledad en este mundo.

Allí estará caliente en sus inviernos,

con la Plaza Mayor de sus pupilas

intensamente sola. Allí sus hombros

ladeados, su pañuelo en la cabeza,

dulcemente estarán, al fin sin nadie

fugaz en torno suyo. Se llamaba

Macaria, lo recuerdo fijamente,

igual que si las letras fueran brasas

dentro del corazón. La vi más tarde

mendigando en las calles, ya en el límite

inútil de sus pies y de sus manos,

sin poderse valer de su mirada,

tropezando en la luz de las esquinas,

acostada en las puertas, dulce piedra

de sufrimiento… Y estará sentada

a la diestra del Padre, y no habrá nieve,

ni cellisca perpetua contra el rostro

cansado del domingo. Y siento aquella

sorda corazonada que sentía

al toparla de vieja, cuando estaba

desprendiéndose ya de su ternura

igual que el musgo de la piedra húmeda;

siento aquel mismo limite de hermano.

de prójimo nevado inmóvilmente

en las gradas del templo; y en mi alma

siento aquella suprema mansedumbre

de compasión, por mí, que estoy ahora,

no en las manos de Dios, sino penando,

llorando por la piel de mis mejillas;

y ella estará sentada con sus faldas

huecas y con su pobre movimiento

de dulzura interior, allá en su sitio…