A MIS HERMANAS

ESTAMOS siempre solos. Cae el viento

entre los encinares y la vega.

A nuestro corazón el ruido llega

del campo silencioso y polvoriento.

Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento

de nuestra infancia, y nuestra sombra juega

trágicamente a la gallina ciega;

y una mano nos coge el pensamiento.

Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,

nos tocan levemente, y sin palabras

nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.

¡Estamos siempre solos, siempre en vela,

esperando, Señor, a que nos abras

los ojos para ver, mientras jugamos!