UN PINO DEL GUADARRAVIA

Mi vano afán persigue

un algo entre los bosques

L. CERNUDA

ALTO pino dorado,

cumbre rota del viento,

mojando rus raíces

cerca del cauce seco,

entre las piedras frías

del Guadarrama yerto.

Aún tus ramas conservan

la memoria y el vuelo

de las hondas nevadas

y los blancos inviernos,

de las crudas ventiscas

y los aires desiertos

que las cimas desatan

en anchura de espliego

hacia el gris horizonte

resbalado en el suelo.

Alto pino que brotas

sobre el vasto silencio

de la cumbre desnuda

por donde cruza el eco

impasible del águila

tras el azul sereno

de la mañana virgen

íntima de romero.

Alto pino dorado,

fino, fragante, trémulo

de sombra y de pureza,

solitario y derecho

pino de la montaña,

cerca de Dios y lejos

de la costumbre humana,

en el fanal envuelto

de la nieve más pura,

de la nieve del puerto.

Desde la cumbre intacta

junto a la luz naciendo,

tiembla por las laderas

el verdor casi negro

de las hayas remotas

y los lueñes abetos

que al borde de los montes

juntan su movimiento

como en la mar en calma

las olas y los cielos.

Alto pino que creces,

alto como el deseo,

sobre la rota hondura

de los barrancos muertos

donde al callar se oye

el rumor de un perpetuo

manantial, de un sigilo

derramado y espeso,

de una sed que deshace

gota a gota el nevero

en pureza y olvido

imposible y secreto,

en aroma y en agua

de continuo desvelo.

Contra el alzado tronco

de tu frescor somero

la sombra se desprende

del mediodía lento,

dulce como una isla

que al agua va ciñendo

de levedad, de nieve,

de limpio azul intenso,

en desnudez de rocas

y sol: el aire terso

parece rodearte

diáfanamente ciego

y en su avidez palpita

como marino aliento

la bruma remansada

en los oscuros senos

de la montaña, y sube

hasta ti, como un beso

de la Sierra que duerme,

dulcemente, el sosiego.

La ignorancia profunda

del corazón es eso:

brisa y luz, agua y roca,

transparencia a lo inmenso

tras de las altas cruces

del pardo cementerio

donde reposa todo

quedamente, y son huesos

las flores, tierra joven

mezclada a Dios, durmiendo.

Mecido por tu fronda,

que me empapa de céfiro,

se derrama en mi sangre

la nitidez que siento.

La distancia golpea

mi corazón entero

con el rumor del agua

matinal, con lo abierto,

con lo azul, con lo grande,

con lo alegre y lo quieto

que cae de peña en peña

levemente crujiendo.

En el espacio claro

de las cañadas veo

el color de los pinos

cambiar al sol ligero,

maravillosamente

hundido en verde tierno

hasta la azul penumbra

que enrama los helechos.

Alto pino dorado,

alto aroma sin dueño

en orilla infinita

contra los grises cerros,

contra los anchos llanos,

contra los muros yermos,

cárdenos de mañana,

cárdenos al sol puesto,

mientras la luz en ondas

se derrama latiendo

en su propio descanso

como el hombre en el sueño.

El tomillo y la salvia,

el verdor del enebro,

el benjuí de la cumbre,

la fragancia del fuego

en la flor amarilla

de los piornos resecos,

hondamente remejen

la humedad y el ensueño

que la Sierra a tus plantas

desparrama en violento

perfume de tristeza,

de amor, de sed, de tiempo.

Alto pino dorado,

alto, dorado, recto

pino del Guadarrama,

solitario en el cierzo

de la mañana limpia,

trémula de recuerdo.

Lentamente en la tarde

la luz es como un velo

de quietud, como un agua

que se queda cayendo

tras el rumor solemne

del campo y los senderos;

y en la vertiente fría

se nos va deshaciendo,

a ti la sombra vana

y a mí mi pensamiento;

a ti la gracia frágil

de tu verdor esbelto,

y a mí dentro del alma,

dentro del alma, dentro,

donde la salvia rompe,

no sé qué dulce y viejo

dolor, no sé qué dulce

fragancia de algo eterno.

Y en la estrellada noche

que el sideral anhelo

de las cumbres levanta

como si todo el peso

del mundo se quedara

tenuemente suspenso

de tus ramas, ¡oh pino

de Peñalara!, tiemblo,

tiemblo en mi sangre rota,

mana de amor mi pecho,

crece de aroma y nieve,

tiembla desde el misterio

mi corazón, y escucho

de algo lejano y cierto

el rumor, el ramaje,

el crujir verdadero,

la soledad del bosque,

mi soledad, y rezo.