A José Saavedra
Has dejado huella en mi carne
y memoria en la piel de las interminables bofetadas
que surcan mi cuerpo en el claustro del sueño
quién sabe si mi destino se parecerá al de un hombre
y nacerá algún día un niño para imitarlo.
Ven hermano, estamos los dos en el suelo
hocico contra hocico, hurgando en la basura
cuyo calor alimenta el fin de nuestras vidas
que no saben cómo terminar, atadas
las dos a esa condena que al nacer se nos impuso
peor que el olvido y la muerte
y que rasga la puerta última cerrada
con un sonido que hace correr a los niños
y gritar en el límite a los sapos.