Martes 13 de septiembre de 2005, veintiséis días después del primer asesinato
9.45 H, POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO
Hugo Steinbach, el Polizeipräsident, el funcionario de mayor rango de la policía de Hamburgo, con el Kriminaldirektor Van Heiden a su lado, fue el encargado de efectuar la declaración ante los periodistas gráficos, radiofónicos y televisivos que se empujaban unos a otros en los escalones del Polizeipräsidium.
—Puedo confirmar que un agente de alto rango de la Polizei de Hamburgo ha sido víctima de un infructuoso atentado contra su vida ayer por la noche. Como resultado, para su propia seguridad y para permitirle recuperarse plenamente de esta experiencia terrible, se le ha concedido una baja temporal.
—¿Puede confirmar que ese agente era el Erster Hauptkommissar Fabel, de la Mordkommission? —Un periodista de baja estatura y pelo negro, con una chaqueta de cuero que le iba demasiado pequeña, se había abierto paso hasta la primera fila de reporteros. Jens Tiedemann era muy conocido entre sus colegas.
—En esta etapa de la investigación aún no estamos listos para proporcionarles detalles sobre la identidad del agente implicado —respondió Van Heiden—. Pero sí puedo confirmar que pertenecía a la Mordkommission y que estaba en funciones cuando ello ocurrió.
—Anoche se acordonó la zona de Hammerbrook y evacuaron a sus residentes. —Tiedemann era insistente y levantó la voz por encima de los demás—. Se informó de que se había encontrado un dispositivo explosivo y se suponía que era un resto de artillería británica de la segunda guerra mundial y que había un grupo de artificieros desactivándola. ¿Puede confirmar que en realidad se trataba de una bomba terrorista colocada en el vehículo de este agente?
La pregunta de Tiedemann cayó como una chispa que desencadenó una andanada de más preguntas por parte del resto de los periodistas. Cuando el Polizeipräsident Steinbach contestó, dirigió su respuesta al pequeño reportero.
—Podemos confirmar que se envió a unos miembros de la brigada de artificieros para desactivar un dispositivo explosivo que estaba en ese lugar —dijo—. No hay ningún indicio de que hubiera terroristas implicados.
—Pero la bomba no era de la segunda guerra mundial, ¿verdad? —Tiedemann insistía con la tenacidad de un terrier—. Alguien intentaba hacer volar por los aires a uno de sus agentes, ¿no?
—Como ya hemos declarado —intervino Van Heiden—, un miembro de la Mordkommission ha sufrido un atentado contra su vida. No podemos decir más de momento, puesto que la investigación todavía está en marcha.
Varios de los otros periodistas siguieron con la línea de cuestionamiento que había iniciado Tiedemann. Pero al carecer de la información de la que él, evidentemente, disponía, sus preguntas eran disparos en la sombra. El pequeño periodista se mantuvo en silencio, permitiendo que los otros acosaran a los funcionarios durante un rato; luego lanzó su golpe de gracia.
—Herr Kriminaldirektor Van Heiden… —El murmullo de los otros impidió que se le oyera—. Herr Kriminaldirektor Van Heiden… —repitió a un volumen más alto, y sus colegas enmudecieron, para escuchar adónde los dirigiría—. ¿Es cierto que quien colocó la bomba que estaba debajo del coche del Erster Hauptkommissar Fabel fue el Peluquero de Hamburgo? ¿El asesino en serie que está asesinando a exmiembros de los movimientos izquierdistas radicales de los años setenta y ochenta? ¿Y es cierto también que, como resultado de este atentado contra Herr Fabel, se le ha retirado del caso?
La expresión de Van Heiden se oscureció. Miró a Tiedemann con furia.
—El agente de la Mordkommission en cuestión va a retirarse de todos sus casos actuales y se los pasará a otros agentes. La única razón de todo esto es que ha pedido una licencia para recuperarse de su experiencia. No hay ningún otro motivo. Puedo asegurarle que no es tan fácil asustar a los agentes de la Polizei de Hamburgo y mucho menos obligarlos a retirarse de un caso…
El pequeño periodista no dijo nada más, sino que sonrió, y permitió que los gritos de sus colegas lo cubrieran. Van Heiden y el presidente de la Policía Steinbach les dieron la espalda, subieron los escalones e ingresaron en el edificio del Präsidium, mientras el portavoz oficial de la Polizei de Hamburgo mantenía a raya a los periodistas.
Cuando el nudo de periodistas que estaban en la escalinata empezó a disolverse, uno de ellos se volvió hacia Tiedemann.
—¿Cómo te has enterado de todo lo que ocurrió?
El periodista señaló el Polizeipräsidium con un movimiento de la cabeza.
—Tengo una fuente interna. Se trata de una fuente realmente buena…
10.15 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO
Tal vez no tendría que haber activado el sistema de alarma para una ausencia tan corta de su despacho. Ingrid Fischmann acababa de regresar de la oficina de correos, que estaba a una calle de allí, donde había enviado un sobre con las fotografías y la información que le había preparado a aquel policía, Fabel.
Lanzó una cuando la libreta negra con el número de la alarma se le cayó al suelo. Se agachó para recogerla, lo que hizo que algunas de las cosas que llevaba en el bolso abierto se cayeran también, y oyó el ruido metálico de las llaves contra las baldosas del pasillo. Siempre era un lío entrar y salir de su despacho, en especial porque el código se negaba a instalarse en su memoria. Pero Ingrid sabía que era un mal necesario: tenía que ser cuidadosa.
La Fracción del Ejército Rojo se había disuelto oficialmente en 1988 y la caída del Muro había vuelto redundantes los cimientos ideológicos de esa clase de grupos. La RAF, el IRA, y hasta, al parecer, también la ETA, estaban relegándose a los libros de historia. El terrorismo interno europeo parecía un concepto cada vez más lejano, en comparación con el que venía de fuera. El terrorismo del siglo XXI había adoptado un matiz totalmente diferente, con una ideología religiosa en vez de sociopolítica. De todas maneras, las personas a las que ella dejaba al descubierto en sus artículos periodísticos pertenecían al aquí y ahora. Y muchos de ellos tenían un historial de violencia.
—Ya, ya… —le dijo al panel de control de la alarma en respuesta a su imperativo reclamo bajo la forma de bips electrónicos veloces y urgentes. Recuperó la libreta y, como no tuvo tiempo de encontrar las gafas, miró los números desde lejos para transferirlos al teclado. Por fin, marcó el último de ellos con una decisiva presión de su dedo. Los bips se detuvieron. Aunque en realidad no.
Era como un eco del sonido de la alarma, pero a un tono diferente. Y no salía del teclado numérico. Se quedó inmóvil, frunciendo el ceño, hasta que dedujo la dirección de aquel sonido. Venía de su oficina.
Siguió al sonido hasta su despacho. Salía de su escritorio. Abrió el cajón superior.
—Oh… —fue lo único que dijo.
Fue lo único que pudo decir. Su cerebro apenas tuvo tiempo suficiente para absorber lo que sus ojos estaban diciéndole: para analizar los cables, las pilas, el display luminoso y parpadeante, el paquete grande, color arena.
Ingrid Fischmann murió el instante después de que su cerebro reuniera todos esos elementos para formar una sola palabra.
Bomba.
10.15 H, POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO
—Espero que esto funcione —dijo Van Heiden—. Gran parte de nuestro trabajo depende de la cooperación de los medios. Cuando se enteren, no les va a gustar.
—Es un riesgo que debemos asumir —dijo Fabel. Estaba sentado a la mesa de reuniones con Maria, Werner, Anna, Henk y los dos especialistas forenses, Holger Brauner y Frank Grueber. Había otra persona a la mesa: un hombre bajo y gordo con gafas y una chaqueta de cuero negro.
—Lo superarán —dijo Jens Tiedemann—. Pero, por el bien de mi periódico, preferiría que todos creyeran que me hicieron creer en esa historia, en lugar de que se sepa que he, cómo decirlo, conspirado con vosotros.
Fabel asintió.
—Te debo una, Jens. Una grande. Este asesino sabe cómo comunicarse conmigo pero es una vía de un solo sentido. La única forma en que puedo hacerle creer que he abandonado el caso es que se lo anuncie públicamente.
—De nada, Jan. —Tiedemann se puso de pie para marcharse—. Sólo espero que se lo crea.
—Yo también —dijo Fabel—. Pero al menos he conseguido sacar de la ciudad a mi hija Gabi y ponerla bajo protección. También he hecho vigilar a Susanne las veinticuatro horas. En cuanto a mí, tendré que pasar la mayor parte del tiempo oculto aquí, pero estaré dirigiendo el espectáculo a través de mi equipo central. Oficialmente, Herr Van Heiden se hará cargo del caso. —Se puso de pie y le estrechó la mano a Tiedemann—. Has hecho una actuación convincente, que nos ayudará a ganar tiempo. Como he dicho, te debo una.
—Sí… Creo que sí. —El regordete rostro de Tiedemann se abrió en una amplia sonrisa—. Y puedes confiar en que te pediré que me lo devuelvas algún día.
—Estoy seguro de ello.
Después de que el periodista se marchara, la sonrisa desapareció de los labios de Fabel.
—Tenemos que movernos rápido. El Peluquero de Hamburgo parece tener la capacidad de adivinar todo lo que hacemos. Y, al parecer, también dispone de enormes recursos, tanto intelectuales como materiales. Por lo que sé, él esperaba exactamente la clase de anunció que Jens nos «obligó» a dar en la conferencia de prensa. En ese caso, estamos jodidos. Pero si se lo ha creído, entonces tal vez se sienta menos bajo presión, porque supondrá que yo ya no dirijo la investigación. Lo que no entiendo es por qué es tan importante para él sacarme a mí de la escena.
—Tú eres nuestro mejor investigador de homicidios. Y tienes una tasa de condenas particularmente elevada —dijo Van Heiden.
Después de la reunión, Fabel pidió hablar con Van Heiden en privado.
—Por supuesto, Fabel. ¿Qué ocurre?
—Es esto… —Fabel le entregó un sobre sellado—. Mi renuncia. Quería entregársela ahora para que sea consciente de mis intenciones. Es obvio que no voy a marcharme hasta que este caso esté cerrado. Pero, inmediatamente después de eso, renuncio a la Polizei de Hamburgo.
—No hablará en serio, Fabel. —Van Heiden parecía aturdido. Una reacción que Fabel no esperaba de un hombre como aquél. Siempre había supuesto que su presencia le era indiferente a Van Heiden, en especial debido a que Fabel aparentaba hacer caso omiso de su autoridad—. Lo que dije antes era cierto… no podemos darnos el lujo de perderle…
—Se lo agradezco, Herr Kriminaldirektor. Pero me temo que ya he tomado una decisión. Lo había hecho antes, pero cuando vi las fotografías de Gabi en mi teléfono móvil… En cualquier caso, estoy seguro de que encontrará un buen sustituto. Tanto Maria Klee como Werner Meyer son agentes excelentes.
—¿Lo saben?
—Aún no —dijo Fabel—. Y, si no le molesta, me gustaría mantenerlo en secreto hasta que resolvamos el caso. Ya tienen bastante en qué pensar.
Van Heiden volvió a golpear el sobre contra su mano abierta, como si evaluara el peso de su contenido.
—Descuide, Fabel. No hablaré con nadie de esto a menos que sea necesario. Mientras tanto, sólo espero que cambie de idea.
Se oyó un golpe en la puerta de la sala de reuniones y Maria entró.
—No sé cuán bajo es el perfil que quieres mantener, chef. Pero ya sabemos dónde puso la segunda bomba…
10.30 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO
Había una nueva jerarquía en el sitio de la explosión, y Fabel se dio cuenta de lo mucho que le costaba no permanecer en la cúspide de esa jerarquía.
Con la intención de mantener la simulación de que lo habían retirado del caso, habían buscado un uniforme de policía de tráfico que le fuera bien a Fabel y lo habían llevado a la escena en la parte trasera de una de las furgonetas Mercedes Benz color verde botella con ventanas cubiertas que usaba la brigada antidisturbios. Un helicóptero policial sobrevolaba la escena.
La división uniformada había acordonado la escena y evacuado los edificios linderos. Fabel salió de la furgoneta y contempló la devastación. Todas las ventanas del despacho de Ingrid Fischmann estaban destrozadas por la explosión y miraban a la calle desde la ennegrecida estructura como cuencas vacías. La estrecha acera, la calzada y los techos de los coches aparcados, cuyas alarmas seguían gimiendo en sorprendida protesta, brillaban llenos de fragmentos de cristal del tamaño de gemas. De una de las ventanas colgaban las cintas desflecadas y achicharradas de las persianas verticales de Fischmann. La MEK, la brigada de armas especiales de la Polizei de Hamburgo que Fabel había requerido, ya había asegurado el perímetro, pero también había un gran número de agentes fuertemente armados vestidos con chalecos que tenían grandes letras con las iniciales de la BKA en la espalda, lo que indicaba que pertenecían a la Oficina Federal del Crimen. Fabel no se sorprendió al ver a Markus Ullrich. De pronto, todo aquello se había vuelto muy político.
Holger Brauner y su asistente Frank Grueber se habían presentado con un grupo ampliado para procesar la escena, pero la BKA había solicitado otra división forense incluso más numerosa.
De todas maneras, todos estaban aguardando fuera mientras los bomberos y los artificieros se aseguraban de que fuera seguro entrar. Fabel aprovechó la oportunidad para interceptar a Markus Ullrich, quien estaba fuera del edificio junto a la puerta que, como era ligeramente más baja que la planta principal de la oficina, había sobrevivido a la explosión. Ullrich estaba hablando con otro agente de la BKA, pero interrumpió la conversación cuando vio que Fabel se acercaba. Le sonrió tristemente.
—Le sienta muy bien —dijo, señalando con un gesto el uniforme prestado de Fabel—. Adivino que esto no ha sido una explosión de gas.
—Lo dudo mucho —respondió Fabel—. Escuche, necesito que algo quede claro. Ésta es una investigación de la Polizei de Hamburgo. La mujer que alquila estas oficinas me ha ayudado con el contexto histórico de los homicidios de Hauser y Griebel. Este atentado contra su despacho es más que una coincidencia.
—Sí, lo entiendo… pero también se trata de una persona que se ha metido en un área muy peligrosa de la vida pública alemana. Existe la posibilidad de que se haya acercado demasiado a alguien que podría haber decidido volver a utilizar algunos conocimientos antiguos que adquirió dos décadas atrás… incluyendo la utilización de un detonador y Semtex. Tiene que entender que hay una base sólida para el interés de la BKA. —No había nada en el tono de Ullrich que insinuara un enfrentamiento, pero Fabel no se sintió más tranquilo—. Escuche, Herr Fabel, no quiero que compitamos: quiero que cooperemos. Tenemos un interés compartido en este caso. Lo único que he hecho es conseguir esos recursos adicionales y ponerlos a su disposición. Lo mismo se aplica al equipo forense; van a trabajar a las órdenes del suyo. ¿Ya sabemos si ella estaba dentro?
Fabel suspiró y relajó un poco la postura. Ullrich, después de todo, era de fiar.
—Aún no —dijo Fabel—. Revisamos su casa y no está allí y también lo hemos intentado con su teléfono móvil. Nada. —Alzó la mirada hacia el edificio—. Creo que el asesino dio en el blanco. De todas maneras, Herr Ullrich, éste es mi caso, en primer lugar, y quiero que lo entienda.
—Lo entiendo. Pero tendremos que trabajar juntos en esto, Herr Fabel. Le guste o no, es muy posible que estemos enfrentándonos a algo que tiene implicaciones que van más allá de Hamburgo. Tal vez le resulte útil tener un organismo federal en su equipo. Le hará falta toda la ayuda que pueda conseguir si tiene que dirigir esta investigación de lejos… y disfrazado. Yo no tengo problemas en que usted dé las órdenes. Por ahora.
—De acuerdo… —Fabel asintió—. Consideremos lo que usted ha dicho sobre que tal vez podría ser algún exterrorista latente protegiéndose a sí mismo, en lugar del denominado Peluquero de Hamburgo. Me temo que esas cosas no son contradictorias entre sí. —Fabel le hizo a Ullrich un resumen de lo que le había contado Ingrid Fischmann sobre su relación con el secuestro de Wiedler y la afirmación de Benni Hildesheim de que él conocía la identidad de varios miembros de los Resucitados, incluyendo el hecho de que había insinuado que tenía pruebas fehacientes de que Bertholdt Müller-Voigt era el chófer de la furgoneta en que se habían llevado a Thorsten Wiedler.
—Esa idea viene circulando desde hace mucho tiempo, Fabel —dijo Ullrich—. La hemos analizado exhaustivamente. No hay ninguna prueba que lo relacione con el secuestro, ni siquiera podemos probar que perteneciera a ese grupo. Después de la muerte de Hildesheim conseguimos una orden judicial para revisar todas sus pertenencias en busca de las pruebas que decía poseer. Nada. Eso no equivale a decir que yo no lo creyera. Sólo que me parece que, si Müller-Voigt realmente participó en el secuestro y asesinato de Wiedler, jamás podremos probarlo.
Fabel señaló con un gesto el edificio destruido con sus graffiti y sus detalles arquitectónicos de estilo Jugendstil.
—Tal vez ella estuviera cerca de lograrlo…
Su teléfono sonó.
—No se moleste en tratar de rastrearme —le espetó con aspereza la voz electrónicamente distorsionada—. Le hablo desde el móvil de mi última víctima. Para cuando averigüe dónde estoy ya me habré ido y el teléfono estará destruido. Como puede ver, he estado ocupado. Esa puta de Fischmann se lo buscó. Sólo lamento que muriera tan rápido. Pero anoche me divertí más. No voy a decirle dónde encontrar el próximo cuerpo. Supongo que el hijo de ella lo descubrirá muy pronto.
—Déjelo… —dijo Fabel.
—Me desilusiona, Fabel —lo interrumpió la voz—. Trató de engañarme con esa pequeña farsa pública de esta mañana. Disfrazándose y ocultándose en furgonetas… Me temo que tendré que castigarlo. Por el resto de su vida usted se maldecirá a sí mismo, cada día, y se culpará por el horror que su hija habrá tenido que soportar antes de morir.
El teléfono enmudeció.
—¡Gabi! —Fabel se volvió hacia Maria—. Dame las llaves de tu coche, Maria… ¡Va a coger a Gabi! Tengo que llegar antes.
Maria le agarró el brazo.
—¡Espera! —Se puso delante de Fabel y lo miró fijamente a la cara—. ¿Qué ha dicho?
Fabel se lo contó. Werner, Van Heiden y Ullrich ya habían llegado a su lado.
—¿Cómo se ha enterado? ¿Cómo ha podido deducirlo tan pronto? —Fabel miró su uniforme prestado, frunciendo el ceño—. ¿Y cómo diablos supo lo del disfraz? Tengo que llegar a Gabi.
—Un momento —dijo Maria—. Tú mismo dijiste que había una buena posibilidad de que no cayera en la trampa. Hay un mundo de diferencia entre eso y que él sepa dónde hemos ocultado a Gabi. Es posible que nos esté vigilando justo ahora y tú lo llevarías directo hacia ella. Pero me parece que en realidad lo que le interesa no es encontrar a Gabi, así como tampoco le interesaba matarte a ti con esa bomba. Es exactamente lo mismo que ocurrió aquella noche con Vitrenko, Jan. Una distracción. Una táctica dilatoria. —Había sinceridad en los ojos de Maria. Todas las defensas, todos los escudos, habían caído—. Está jugando contigo, Jan. Quiere desviar tu atención.
El propósito de la bomba era impedir que te movieras mientras él trabajaba. Esto es exactamente lo mismo. Quiere que vayas a buscar a Gabi para poder terminar lo que ha empezado.
—Tiene sentido, Fabel —dijo Ullrich.
Un agente uniformado corrió hacia Fabel.
—Hay una llamada en la radio para usted, Herr Erster Hauptkommissar. Alguien ha informado de un cuerpo sin el cuero cabelludo, a unas pocas manzanas de aquí.
Maria soltó el brazo de Fabel.
—Tú decides, chef.
23.00 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO
Una división de agentes uniformados ya había llegado a la escena y lo primero que hicieron fue sacar a Franz Brandt de la habitación donde había encontrado el cuerpo de su madre. Cuando Fabel llegó allí, Brandt seguía en un profundo estado de shock. Tenía poco más de treinta años pero parecía más joven; el rasgo más llamativo era la melena de grueso pelo largo y castaño rojizo que remataba su rostro pálido y pecoso. El cuarto donde lo habían trasladado era espacioso, una combinación de dormitorio y estudio. Los libros que llenaban las estanterías le recordaron a Fabel los que estaban en el estudio de Frank Grueber; casi todos eran manuales universitarios dedicados a la arqueología, la paleontología y la historia.
Esos libros no era lo único que Fabel reconoció; había un gran póster en la pared del cuerpo del pantano de Neu Versen: Franz el Rojo.
—Lamento mucho su pérdida —dijo. Fabel siempre se ponía incómodo en esas situaciones, a pesar de sus años de experiencia. En todos los casos sentía una verdadera pena por la familia de las víctimas, y siempre era consciente de que estaba pisoteando vidas destrozadas. Pero, por otra parte, tenía un trabajo que hacer—. Entiendo que ésta es su habitación, ¿verdad? ¿Vive aquí permanentemente, con su madre?
—Si puede llamarse permanente… Con frecuencia estoy en excavaciones en el extranjero. Viajo mucho, por lo general.
—¿Su madre trabajaba en su casa? —preguntó Fabel—. ¿Qué hacía?
Franz Brandt lanzó una risita dolorida.
—Terapias New Age, en su mayoría. Era pura mierda, para ser honesto. Me parece que ella no creía en nada de eso. La mayor parte tenía que ver con la reencarnación.
—¿La reencarnación? —Fabel pensó en Gunter Griebel y en sus investigaciones sobre la memoria genética. ¿Podría haber alguna conexión? Luego lo recordó. Müller-Voigt había mencionado a una mujer que había participado en el Colectivo Gaia. Sacó su libreta y buscó entre sus notas. Allí estaba: Beate Brandt. Miró al pálido joven que tenía delante. Estaba a punto de desmoronarse. Fabel recorrió con la mirada el dormitorio convertido en estudio y sus ojos volvieron a posarse en el póster—. A este caballero lo conozco —dijo sonriendo—. Es de Ostfriesland, como yo. Es extraño, pero últimamente aparece todo el tiempo en mi vida. Una sincronía, o algo así.
Brandt sonrió débilmente.
—Franz el Rojo… así me llamaban en la universidad. Por mi pelo. Y porque todos sabían que ése era mi favorito de todos los cuerpos del pantano, si sabe a lo que me refiero. Fue Franz el Rojo quien me inspiró para convertirme en arqueólogo. Leí sobre él en la escuela y me fascinó la idea de averiguar cosas sobre la vida de nuestros antepasados. Descubrir la verdad sobre cómo vivieron. Y murieron. —Se quedó en silencio y giró la cabeza hacia la puerta que daba a la sala, donde yacía su madre. Fabel le apoyó una mano en el hombro.
—Escuche, Franz… —le dijo en un tono tranquilo y relajador—. Sé lo difícil que es esto para usted. Y sé que en este momento se siente impresionado y asustado. Pero tengo que hacerle algunas preguntas sobre su madre. Tengo que coger a este maníaco antes de que mate a alguien más. ¿Puede ayudarme?
Brandt contempló a Fabel durante un momento, con una mirada enloquecida.
—¿Por qué? ¿Por qué le hizo… eso… a mi madre? ¿Qué significa todo esto?
—No lo sé, Franz.
Brandt bebió un sorbo de agua y Fabel notó que le temblaba la mano.
—¿Su madre tiene alguna relación con la ciudad de Nordenham?
Brandt negó con la cabeza.
—¿Sabe si estuvo metida en actividades políticas en su juventud?
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Sólo tengo que saberlo… tal vez esté relacionado con los motivos del asesino.
—Sí… sí. Estaba metida en el ecologismo y el movimiento estudiantil, sobre todo en los años setenta y principios de los ochenta. Siguió participando en cuestiones ambientales.
—¿Conocía a Hans-Joachim Hauser o Gunter Griebel? ¿Esos nombres significan algo para usted?
—Hauser, sí. Mi madre lo conocía bien. Antes, quiero decir. Los dos participaron en manifestaciones antinucleares y más tarde estuvieron con los Verdes. No creo que tuviera mucho contacto con Hauser en los últimos tiempos.
—¿Y Gunter Griebel?
Brandt se encogió de hombros.
—No puedo decir que oyera hablar de ese nombre. Le aseguro que mi madre jamás lo mencionó. Pero no sé con certeza si lo conoció o no.
—Oiga, Franz, tengo que ser totalmente honesto con usted —dijo Fabel—. No sé si este maníaco actúa impulsado por un deseo de venganza o sólo tiene algo contra la gente de la generación y las inclinaciones políticas de su madre. Pero tiene que haber algo que conecte a todas las víctimas, incluyendo a su madre. Si tengo razón, tal vez ella fuera la relación entre las muertes de Hauser y Griebel. ¿Ha notado algo extraño en el comportamiento de su madre de las últimas semanas? Específicamente, desde que la prensa anunciara el primer asesinato, el de Hans-Joachim Hauser…
—Por supuesto que tuvo una reacción. Como le he dicho, ella había trabajado junto a Hauser en el pasado. Quedó muy impresionada cuando se enteró de lo que había ocurrido con él. —Los ojos de Brandt se llenaron de dolor cuando se dio cuenta de que estaba refiriéndose a la misma y espantosa desfiguración que había sufrido su propia madre.
—¿Y los otros homicidios? —Fabel intentó mantener a Brandt concentrado en sus preguntas—. ¿Los mencionó? ¿Parecieron inquietarla particularmente?
—No lo sé. Yo estuve fuera, en otra excavación para la universidad, durante unas tres semanas. Pero ahora que usted lo dice, es cierto que me pareció bastante ensimismada y reservada los últimos días.
Fabel observó al joven con atención.
—¿Usted encontró a su madre esta mañana cuando bajó a desayunar?
—Sí. Anoche llegué tarde y fui directo a la cama. Supuse que ella ya estaba dormida.
—¿A qué hora?
—Cerca de las once y media.
—¿Y no entró en la sala?
—Es obvio que no. Si lo hubiera hecho, habría visto a mi madre… de esa manera. Los habría llamado a ustedes de inmediato.
—¿Y dónde estuvo anoche hasta las once?
—En la universidad, preparando unas notas.
—¿Alguien lo vio allí? Lo siento, Franz, pero tengo que preguntárselo.
Brandt suspiró.
—Vi al doctor Severts brevemente. Fuera de eso, creo que no.
Fue la mención del nombre de Severts lo que hizo que todo encajara para Fabel.
—Ya sé dónde lo he visto antes. Era algo que no dejaba de preguntarme. Usted fue el que descubrió el cuerpo momificado en el emplazamiento de HafenCity.
—Así es —dijo Brandt en tono sombrío. Tenía la mente ocupada en otras cosas, más allá de dónde había visto antes al detective que investigaba el brutal homicidio de su madre.
—¿Sabe si su madre esperaba alguna visita anoche?
—No. Me dijo que iba a acostarse temprano.
Fabel vio que Frank Grueber entraba en la sala y le indicaba con un gesto a Fabel que ya podía pasar a la escena del crimen.
—¿Tiene algún lugar donde alojarse esta noche? —le preguntó a Brandt—. Si no, puedo hacer que lo lleven a un hotel. —Fabel pensó en su propia situación reciente, en el hecho de que un acto de violencia lo había arrancado de su casa.
Brandt meneó su mata de pelo rojo.
—No es necesario, tengo una amiga y puedo quedarme en su casa. Voy a llamarla.
—De acuerdo. Deje la dirección y un número donde podamos ubicarlo. De veras, lamento muchísimo su pérdida, Franz.