Sábado 20 de agosto de 2005, dos días después del primer asesinato
10.00 H, PÖSELDORF, HAMBURGO
Fabel supo que se trataba de algo importante tan pronto oyó a su jefe, el Kriminaldirektor Horst van Heiden, por teléfono. El hecho de que Van Heiden llamara a Fabel a su casa ya era suficiente en sí mismo para disparar campanas de alarma; el que hubiera interrumpido su día de descanso, un sábado, para hacer esta llamada la volvía realmente seria. Fabel no había regresado a su apartamento hasta las tres de la mañana y se había quedado despierto en la oscuridad durante otra hora, tratando de apartar de su exhausto cerebro las imágenes de dos cabezas mutiladas. La llamada de Van Heiden lo había despertado de un profundo sueño. Por lo tanto, Fabel tardó unos segundos en reunir sus recursos mentales dispersos por el sueño y dar sentido a lo que Van Heiden le decía.
Al parecer el hombre asesinado de la noche anterior, el doctor Gunter Griebel, era uno de aquellos miembros oscuros de la comunidad científica que no tienden a dominar la imaginación pública, ni siquiera la atención, pero cuyo trabajo en algún recóndito terreno científico podía modificar totalmente la manera en que vivimos.
—Era genetista —explicó Van Heiden—. Me temo que la ciencia no es lo mío, Fabel, de modo que en realidad no puedo aclararle qué era exactamente lo que hacía Griebel. Pero al parecer trabajaba en un área de la genética que podría tener beneficios monumentales. Griebel documentó todas sus investigaciones, por supuesto. Pero, según los expertos, incluso con esos documentos el resultado del fallecimiento de Griebel será que todo un área de investigación, una investigación muy importante, se retrasará diez años.
—¿Y usted no sabe cuál era ese área? —preguntó Fabel. Entendía lo que Van Heiden había querido decir con eso de que «la ciencia no es lo mío». Lo único que era de la incumbencia del Kriminaldirektor era el trabajo policial sin complicaciones y, especialmente, su aspecto burocrático.
—Me lo explicaron, pero me entró por un oído y salió por el otro. Algo relacionado con la herencia genética, lo que sea que eso signifique. Lo único que sé es que los ánimos de la prensa ya están bastante caldeados al respecto. Al parecer algunos detalles del método del homicidio se han filtrado a la prensa… todo este asunto del cuero cabelludo.
—La filtración no ha salido de ningún miembro de mi equipo… —dijo Fabel—. Se lo garantizo.
—Bueno, de algún lado ha salido. —El tono de Van Heiden dio a entender que no estaba del todo convencido de la afirmación de Fabel—. En cualquier caso, necesito que avance rápido con este caso. Está claro que la muerte de Griebel representa una pérdida importante para la comunidad científica, y eso significa que tendremos que vérnoslas con críticas del sector político. Y a eso hemos de añadir el hecho de que la primera víctima fuera una celebridad política menor.
—Es evidente que estoy encarando este caso con la máxima prioridad —dijo Fabel, sin disimular su irritación por el hecho obvio de que Van Heiden sintiera la necesidad de darle un empujón—. Y eso no tiene nada que ver con el estatus de las víctimas. Si hubieran sido indigentes trataría este caso con la misma urgencia. Mi preocupación se centra en el hecho de que es evidente que tenemos entre manos dos homicidios cometidos muy cerca el uno del otro y que la desfiguración de los cadáveres apunta a la acción de un psicótico.
—Manténgame informado de sus adelantos, Fabel. —Van Heiden colgó el teléfono.
Fabel le había dicho a Susanne que trabajaría hasta bien entrada la noche, de modo que ella no había ido a su casa. Se encontraron para almorzar en el Friesenkeller, cerca del Rathausmarkt, la plaza principal de Hamburgo. A pesar de que Susanne sería la psicóloga que trabajaría junto a Fabel para trazar un perfil del homicida, no discutieron el caso; tenían la regla tácita de mantener su relación profesional muy separada de la personal. En cambio, conversaron informalmente sobre las vacaciones que habían pasado en Sylt, sobre la posibilidad de regresar allí para el cumpleaños de Lex, y sobre las próximas elecciones.
Después de almorzar, Fabel se dirigió al Präsidium. Había programado una reunión con su equipo, haciendo que todos postergaran su descanso de fin de semana. Holger Brauner y Frank Grueber entraron en la sala de reuniones poco después de que Fabel llegara, y le complació ver que los dos funcionarios forenses de mayor antigüedad se habían tomado la molestia de asistir. Brauner traía dos bolsas de recolección de rastros forenses, lo que le dio a Fabel la esperanza de que se hubiera encontrado algo de valor en el escenario del segundo crimen.
En poco tiempo instalaron un tablero para trazar el progreso de la investigación, con fotografías de las dos víctimas, algunas tomadas en vida y otras en el lugar de la muerte. Maria había escrito una breve biografía de cada víctima. A pesar de que ambos tenían más o menos la misma edad, no había ninguna evidencia de que sus senderos se hubieran cruzado alguna vez.
—Es evidente que Hans-Joachim Hauser tuvo cierto reconocimiento público en su momento. —Maria señaló una de las fotografías del tablero. Se había tomado a finales de los años sesenta: un Hauser joven y afeminado estaba desnudo hasta la cintura y su pelo largo y ondeado le caía hasta los hombros descubiertos. Se había tratado de que la fotografía pareciera natural pero se veía artificial y posada. Fabel se dio cuenta de que el joven y arrogante Hauser había querido hacer una declaración, una referencia, con esta fotografía; recordaba deliberadamente a la imagen que Fabel había visto en el apartamento de Hauser de Gustav Nagel, el gurú ambientalista del siglo XIX. Había una cruel ironía en el contraste entre la cascada de pelo negro en la fotografía del joven y la imagen a su lado de un Hauser de mediana edad, muerto y con el cuero cabelludo arrancado.
—Gunter Griebel, por otra parte —continuó Maria, moviéndose al otro lado del tablero— parecía haber tratado por todos los medios de evitar llamar la atención del público. Los conocidos a los que hemos entrevistado, incluso su jefe, con quien hablé por teléfono, han dicho que a él le molestaba mucho que le tomaran fotografías para periódicos o en actos universitarios. De modo que al parecer el asesino no estaba motivado por envidia de la fama de Hauser.
—¿Hay alguna sugerencia de que Griebel pudiera ser homosexual? —preguntó Henk Hermann—. Sé que ha enviudado hace poco, pero, considerando que la primera víctima era declaradamente homosexual, me preguntaba si podría haber algún motivo sexual u homofóbico.
—No hay absolutamente nada de todo lo que hemos averiguado hasta el momento que pueda sugerir algo parecido —dijo Maria—. Pero todavía estamos verificando los antecedentes respectivos de las víctimas. Y si Griebel era un gay de armario, es casi seguro que debió de mantenerlo en secreto y es posible que nunca lo sepamos con seguridad.
—Pero tienes razón, Henk… es una línea de investigación que debemos explorar —dijo Fabel, a quien le parecía útil alentar las contribuciones positivas del miembro más reciente de su equipo.
Se acercó a Maria, que estaba junto al tablero, y estudió los detalles de los dos hombres; las fotografías de ellos en la vida y en la muerte. La única imagen de Griebel con vida era una ampliación de alguna clase de foto grupal. El científico estaba ubicado con una actitud rígida entre dos colegas de batas blancas, y tanto su postura torpe como su tensa expresión comunicaban a las claras la incomodidad que le producía que lo fotografiaran. Fabel se concentró en los granulosos detalles de la misma cara larga y delgada con las gafas en precario equilibrio que lo había contemplado desde debajo de la parte superior expuesta del cráneo. ¿Por qué Griebel se sentiría tan intranquilo delante de una cámara? Las palabras de Holger Brauner interrumpieron sus pensamientos.
—Creo que deberíamos hablar sobre las evidencias forenses que se han recuperado —dijo Brauner—. O, mejor dicho, la falta de ellas. Por eso hemos venido Herr Grueber y yo. Creo que esto le interesará.
—Cuando usted dice falta de evidencias forenses, entiendo se refiere al primer asesinato… donde Kristina Dreyer destruyó todas las pruebas, ¿verdad?
—Bueno, ésa es la cuestión, Jan —dijo Brauner—. Eso se aplica a las dos escenas. Al parecer el asesino sabe cómo eliminar su presencia forense… salvo por lo que quiere que encontremos.
—¿Y qué es?
Brauner depositó las dos bolsas de recolección de pruebas sobre la mesa de conferencias.
—Como usted ha dicho, Kristina Dreyer destrozó todos los rastros en la primera escena, salvo este solitario pelo rojo. —Empujó una de las bolsas hasta el otro lado de la mesa—. Pero yo sospecho que no había nada para que ella destruyese. No hemos logrado encontrar nada en la segunda escena, y sabemos que era reciente y que estaba intacta. Es prácticamente imposible que alguien ocupe un espacio sin dejar alguna evidencia forense recuperable. A menos que, desde luego, él o ella realicen esfuerzos considerables para ocultar su presencia. Incluso en ese supuesto, deberían saber cómo hacerlo.
—¿Y este tipo lo sabe?
—Parece que sí. Sólo encontramos un rastro que no pertenece a la escena ni a la víctima. —Brauner empujó la otra bolsa a lo largo de la mesa—. Y es éste… un segundo pelo.
—Pero eso es una buena noticia —dijo Maria—. Si estos pelos coinciden, entonces seguramente eso significa que tenemos evidencias para conectar ambos asesinatos. Y un rastro de ADN. Es evidente que el asesino se ha descuidado.
—Oh, los dos pelos coinciden, claro que sí —dijo Brauner—. La cuestión, Maria, es que este pelo tiene exactamente la misma extensión que el primero. Y no tiene folículos en ninguno de los extremos. No sólo son de la misma cabeza, sino que se cortaron exactamente al mismo tiempo.
—Fabuloso… —dijo Fabel—. Tenemos una firma.
—Todavía hay más —dijo Frank Grueber, el asistente de Brauner—. Es cierto que ambos pelos se cortaron de la misma cabeza en el mismo momento… pero ese momento fue entre veinte y treinta años atrás.