Fabel esperaba en la esquina de Komödienstrasse y Tunisstrasse, con las torres de la catedral de Colonia levantándose detrás de él, y miraba cómo pasaba una carroza tras otra; masas de caos organizado. Fabel miró hacia Tunisstrasse y reconoció la carroza de la Policía de Colonia de Scholz que se acercaba. Se quedó mirando la procesión sin verla. En su cabeza repasaba todas las posibilidades que tenía delante. Hasta se preguntó si moriría allí; si Maria ya estaba muerta y Vitrenko acabaría con él tan pronto como pusiera las manos sobre el dossier. Fabel agarró con fuerza la bolsa de plástico que llevaba.
—No tiene nada que ver con las rosas, ¿sabes? —le había contado Scholz—. Lo de Rosenmontag viene del antiguo dialecto bajoalemán Rasen… que significa delirar o dar rienda suelta a la locura.
Ahora Fabel estaba en la esquina de una calle de Colonia en Rosenmontag y contemplaba cómo los habitantes de la ciudad ponían el mundo boca abajo. Un enorme modelo en papel mâché del presidente estadounidense George Bush con el culo al aire, recibiendo una zurra por parte de un árabe enfadado, pasó por delante de él. La siguiente carroza llevaba a la canciller alemana, Angela Merkel, caracterizada de doncella del Rin. En otra había figuras de un grupo de personalidades de la televisión alemana, llenándose los bolsillos de dinero. Todo el mundo se reía, gritaba y trataba de coger los caramelos que lanzaban los participantes disfrazados de cada carroza.
La procesión aminoró la marcha y se detuvo temporalmente, como lo hacía cada rato para mantener las distancias estipuladas entre carrozas. La muchedumbre, sin inmutarse, siguió ovacionándolas. Fabel escrutó las caras a su alrededor: payasos, enormes sombreros blandos en colores chillones y alegres, niños con los rostros pintados subidos a hombros de sus padres… Y entonces lo vio: la misma máscara dorada y el traje negro, de pie, cuatro o cinco hileras más atrás. Fabel se abrió paso entre la gente hacia la figura y luego advirtió que había otra máscara dorada. Luego otra. Y otra. Había cinco… no, seis, repartidas entre la gente. Todas las máscaras doradas miraban hacia Fabel, no hacia la procesión. Se detuvo e intentó adivinar cuál era Vitrenko. Dos de las figuras empezaron a avanzar hacia él. Fabel y los dos hombres enmascarados se detuvieron, como una isla en medio de un mar de juerguistas ciegos.
—Dije que sólo le entregaría esto a Vitrenko —dijo Fabel. Ninguno de los enmascarados se movió, pero Fabel oyó la voz de Vitrenko.
—Y yo dije que no caería tan fácilmente en una trampa.
Fabel se volvió y se encontró cara a cara con otra máscara dorada idéntica. Los otros dos hombres se le acercaron.
—¿Lo tiene?
—He fotocopiado las páginas del original. ¿Dónde está Maria? —dijo Fabel. La muchedumbre que lo rodeaba ovacionó a otra carroza.
—A salvo. Será liberada cuando yo regrese con el dossier.
—No, de ninguna manera. Éste no era el trato. Dijiste que el intercambio sería aquí. Si te dejo marcharte con el dossier, la matarás. O tal vez ya esté muerta.
En aquel momento les cayó encima una ducha de caramelos, lanzada desde una carroza que pasaba al grito ritual de «Alaaf… Helau!», al que la gente respondía «Kölle Alaaf!».
—Tienes toda la razón, Herr Fabel, ya no la tengo para intercambiarla. Pero eso ya no importa, porque has traído el dossier. Gracias y adiós, Fabel.
Vitrenko cogió a Fabel del hombro y lo acercó a la inexpresiva máscara veneciana. Uno de los otros le arrancó la bolsa de plástico de la mano. Con la otra mano, Vitrenko levantó un cuchillo y lo clavó en el abdomen de Fabel. Éste se encogió, respirando entrecortadamente.
En aquel momento, una marea de agentes de policía surgió de debajo de la cortina de la carroza de la Policía de Colonia. Benni Scholz, que iba encima, saltó de la misma todavía disfrazado con su traje policial de broma. La muchedumbre aplaudió con entusiasmo, creyendo que todo formaba parte de la actuación hasta que los agentes se empezaron a abrir paso a empujones. Vitrenko miró hacia abajo, a Fabel, y luego al cuchillo que llevaba en la mano enguantada. Lo dejó caer y corrió, desapareciendo entre la multitud.
—¡Corred tras él! —les gritó Scholz a sus hombres. Mientras, él avanzó por entre el gentío hacia donde había caído Fabel.