El bar era pequeño, animado y ruidoso; exactamente lo que Fabel necesitaba. Eran las tres de la madrugada y la fiesta estaba todavía en pleno apogeo. Scholz, Fabel y Tansu tenían que acercarse mucho y gritar para entenderse.
Andrea ya había sido fichada y estaba en una celda. Scholz había pedido que le hicieran una evaluación psiquiátrica lo antes posible, aunque no sería al día siguiente. Al parecer, hasta los psiquiatras se tomaban un descanso para volverse locos durante el carnaval. Fabel y Scholz le explicaron a Tansu lo de la herida en la nalga de Ansgar y su compulsión sexual a ser devorado; que À la Carte, con su fama de atender a necesidades «poco habituales», había reclutado a Andrea y que Ansgar se había convertido en su cliente una noche en que lo dejó desfigurado.
Ahora Andrea permanecía en su celda en silencio, sin responder a ninguna pregunta, sin reaccionar ante nada. Fabel pensó que era posible que tal vez ni siquiera supiera lo que había hecho. En su piso encontraron un diario: eran los típicos delirios egomaníacos, pero sugerían que el Payaso se sentía y se veía a sí mismo como un hombre, alguien totalmente distinto de la personalidad de Andrea. De la misma manera que Andrea había expulsado de su identidad su existencia como Vera Reinartz relegándola a la tercera persona y el pretérito perfecto.
—Entonces, ¿estamos ante un caso de personalidad múltiple? —preguntó Tansu—. Yo pensaba que todo eso eran cuentos.
—El nombre correcto es trastorno disociativo de la personalidad —le explicó Fabel—. Los norteamericanos son grandes defensores de su existencia, pero entre los psiquiatras de ámbitos ajenos al de Estados Unidos no está tan aceptado. Supongo que Andrea tratará de utilizarlo en su defensa para evitar ir a la cárcel. Tal vez la comedia que hace ahora en la celda sea exactamente eso, una comedia.
Estaban sentados en una esquina de la barra y Fabel se sorprendió de que su vaso de Stange fuese rellenándose con regularidad de cerveza Kölsch sin que tuviera que pedirlo. Sonrió ante aquellas canciones estridentes en un dialecto que no comprendía y se dio cuenta, alegremente, de que probablemente él también estaba borracho. Tansu estaba sentada a su lado en la barra y cada vez que se inclinaba para decirle algo sentía el calor de su cuerpo.
—Ha dicho Benni que tenías a Andrea bajo sospecha —le comentó Tansu—. ¿Cómo?
—Por una combinación de cosas, como lo que dijiste de que la Virgen Kölsch suele ser un hombre. El carnaval gira siempre en torno al hecho de convertirse en otro, de sacar lo que tenemos encerrado dentro. Desde el principio vi algo en Andrea que me inquietaba. Cuando estaba en la catedral, de visita, un turista me preguntó si sabía por qué había un rinoceronte en uno de los vitrales. Entre todas aquellas metáforas de la resurrección, es un símbolo de fuerza y de ira justiciera. Fue en eso en lo que se convirtió Andrea. Mataba a esas mujeres porque le recordaban a ella misma como Vera. Mató a Vera como identidad, legalmente, pero luego pasó a matarla una y otra vez físicamente. Y la última pista fue el gran trozo de nalga que le faltaba a Ansgar Hoeffer. A partir de ahí ya no hacía falta ser Sherlock Holmes para deducir el resto.
Dejaron de hablar del caso y Fabel se sintió deslizándose cada vez más en un agradable estado de ebriedad. Cada vez les resultaba más difícil entenderse por encima del ruido del pub, y su conversación se hizo más limitada. Otro grupo del Präsidium de la Policía se acercó a ellos, y el consenso fue que debían ir a otro local. Fabel advirtió que Scholz desapareció por la puerta del pub acompañado de una bella muchacha disfrazada de monja.
—Simone Schilling —le aclaró Tansu—. Nuestra jefa de forenses.
Fabel se dejó arrastrar fuera del pub hasta la calle por la corriente de cuerpos. Las travesías estaban repletas de juerguistas y de pronto se dio cuenta de que se había quedado separado del grupo de policías y que era arrastrado por un animado mar de fiesteros. El aire nocturno le hacía sentir todavía más ebrio y sintió un poco de su vieja ansiedad ante la posibilidad de perder el control.
—Pensaba que te habíamos perdido… —Se volvió y advirtió a Tansu a su lado—. Creo que será mejor que vayamos a un lugar más tranquilo. Pero antes, hay una tradición de la noche de las mujeres que insisto en reclamar… Exijo un beso.
—Bueno —dijo Fabel, sonriendo— si lo dicta la ley…
Se inclinó hacia delante con la intención de darle a Tansu un casto beso en la mejilla, pero ella le sujetó la cara entre las manos y lo acercó a ella. Sintió que le deslizaba su lengua en la boca.