—Bueno, ¿y cuál de los dos es nuestro asesino? —preguntó Scholz—. Ahora sí que no entiendo nada. Tenemos pruebas confirmadas de que fue Lüdeke quien violó a Vera-Andrea en 1999, pero ahora encontramos a Ansgar Hoeffer merodeando frente a su casa y resulta que está dispuesto a confesar.
—A confesar, pero no sabemos qué —dijo Fabel.
—Bueno, creo que podríamos aventurar una posibilidad… En el registro de su apartamento se ha encontrado este montón de golosinas. —Scholz señaló una caja de cartón llena de pruebas encima de su mesa—. Y hemos hecho una comprobación rápida de su ordenador. ¿Quieres dar tres opciones de cuál es su página web favorita?
—¿Anthropophagi?
—¡Bingo! —dijo Scholz.
Fabel miró el contenido de la caja de pruebas. Unas cuantas revistas, DVD, viejas cintas de vídeo. Fabel leyó algunos títulos de películas, todos ellos variaciones sobre el mismo tema: Las zombies devoradoras de carne, Caníbales de Lesbos, El manjar de las mujeres demonio.
—¿Qué pasa? —preguntó Scholz—. ¿Has visto algo que te gustaría llevarte a casa?
—Hay algo raro; algo que no cuadra. Vamos a hablar con él. Mientras tanto, creo que Tansu debería quedarse frente a la casa de Andrea Sandow, justo hasta la medianoche. ¿La has puesto al corriente de lo ocurrido?
—Sí, y dice que será mejor que eso no interfiera con sus planes de salir de fiesta…
Fabel miró a Scholz de arriba abajo.
—Por cierto —dijo sonriendo—. Creo que deberías cambiarte esa falda antes de ir al interrogatorio.
Fabel se dio cuenta de que sentía auténtica compasión por Ansgar Hoeffer. Éste estuvo todo el interrogatorio pálido y triste, con la mejilla arañada por el golpe contra la pared cuando Fabel se le había echado encima.
—¿Qué hacía usted frente a la casa de Andrea Sandow? —preguntó Scholz.
—Quería verla. Necesitaba… —dejó la frase sin acabar.
—¿Qué es lo que necesitaba? —insistió Fabel.
—Tengo esa tendencia…
—¿Al canibalismo? —preguntó Scholz. Ansgar levantó la mirada, sorprendido.
—¿Cómo lo sabe?
—No sea estúpido, Ansgar —dijo Scholz—. Sabe perfectamente de qué va todo esto. Sabe por qué está aquí. Además, hemos visto su biblioteca de pelis guarras.
—No pensaba que estuviera haciendo nada ilegal… —Ansgar miró a los detectives con expresión suplicante.
Scholz iba a decir algo pero Fabel lo cortó. Todo empezó a cuadrar.
—Ansgar —le dijo Fabel con urgencia—, ¿sabe usted quién es Vera Reinartz?
—No.
—Eso suponía. Pero ¿conoce a Andrea Sandow?
—Sólo la conozco como Andrea. Andrea la Amazona. No la había vuelto a ver desde que ocurrió. Luego, hace una semana, por casualidad… la seguí. Me enteré de dónde trabajaba. De dónde vivía.
—¿Cuándo la conoció?
—Sólo nos encontramos una vez, hace tres años. La contraté a través de una agencia de contactos, À la Carte. Y le pagué…
Scholz y Fabel se miraron.
—Le pagó. ¿Y qué le hizo a cambio de pagarle, Ansgar?
—Se lo puedo enseñar.
Ansgar se levantó, se desabrochó el cinturón y se volvió de lado para que Fabel y Scholz vieran cómo se bajaba los pantalones y el calzoncillo, descubriendo su nalga.