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Cuando Fabel entró en la central de la Policía de Colonia el mundo parecía haber enloquecido. Era la noche del carnaval de las Mujeres y hasta los agentes de seguridad llevaban sofisticados disfraces. En la Mordkommission, Benni Scholz estaba sentado a su mesa de despacho vestido de uniforme, con la particularidad, advirtió Fabel, de que el uniforme era de mujer.

—Ahora, Hauptkommissar Fabel —dijo Scholz en tono de advertencia—, no empiece a tener fantasías…

Tansu Bakrac llegó vestida con un disfraz de gato de cuerpo entero, incluidas unas orejitas y unos bigotes pintados. Fabel se sorprendió a sí mismo evaluando sus curvas. Kris Feilke iba de sheriff del Oeste. El resto de agentes iban todos con disfraces similares, incluyendo —una elección desacertada, pensó Fabel— a varios payasos.

—Debo decirle, Jan —dijo Tansu, fingiendo reproche— que podía haber hecho un esfuerzo.

Lo cierto era que Fabel se encontraba un poco desplazado sin disfraz. Iba vestido con su habitual cazadora Jaeger, un jersey negro de cuello vuelto y unos pantalones de algodón. Al menos se acordó de no llevar traje y corbata.

El equipo se reunió en el despacho de Scholz.

—Bueno —empezó Benni con toda la seriedad que su disfraz le permitía—. Estáis todos de servicio hasta la medianoche, después de lo cual nos iremos al pub y le enseñaremos a nuestro colega de Hamburgo aquí presente lo que es una fiesta de verdad. Hasta entonces, quiero que os mantengáis en las zonas que os han sido asignadas y que tengáis los ojos bien abiertos. El caníbal del carnaval ha atacado siempre antes de la medianoche del carnaval de las Mujeres. Tenemos al sospechoso número uno aparcado; si llegamos a la medianoche sin incidentes demostraremos que hemos detenido al hombre acertado.

Scholz pasó los diez minutos siguientes confirmando qué equipos debían cubrir qué rutas y repitiendo su orden de que nadie debía probar una gota de alcohol hasta que él les diera la autorización.

—¿Estás seguro de que quieres hacer lo que has pedido? —le preguntó luego Scholz a Fabel—. Podría asignárselo a una unidad uniformada.

—No… lo único que pido es poder llevarme a Tansu, por sus conocimientos locales —dijo Fabel.

—Si sólo me la pides para eso… —dijo Scholz, mientras le daba un codazo a Tansu—. ¡Con este mono de gatita está bastante sexy! —Por un momento, Fabel no supo qué decir y se hizo un silencio incómodo—. En fin, manteneos en contacto —dijo Scholz finalmente—. Si necesitas cualquier cosa, grita. Dios quiera que tengamos al hombre que buscábamos, Jan. La noche del carnaval de las Mujeres es una locura, es la primera gran celebración de entrada a la apoteosis del carnaval. Hay una docena de procesiones por la ciudad y muchas más fiestas de las que podrías llegar a cubrir. Desde hoy hasta el Rosenmontag la ciudad será una locura. No es el escenario más indicado para atrapar a un psicópata que anda suelto.

—Todo indica que es Lüdeke —dijo Fabel—. El fetichismo caníbal, la corbata usada para estrangular a las víctimas, la agresión violenta a las mujeres…

—¿Por qué tengo la sensación de que no estás del todo convencido? —le preguntó Scholz con expresión preocupada.

—Hay una relación clara entre su agresión a Vera Reinartz y los asesinatos pero… falta algo. ¿Por qué violar a una víctima y a ninguna más? —Fabel suspiró—. Olvídalo, le estoy dando demasiadas vueltas. Estoy seguro de que Lüdeke es nuestro hombre.

—Yo también —dijo Scholz. Le hizo un mohín y se subió la falda—. Ahora, si me disculpas, tengo que ajustarme las medias antes de echarme a la calle.

Tansu aparcó en la acera de enfrente del apartamento de Andrea.

—¿Sigues creyendo que esto es necesario? —preguntó.

—Es sólo una intuición. Si la mantenemos vigilada esta noche estaré mucho más tranquilo.

—Bueno, supongo que no hacemos ningún daño y luego, además, nos iremos de parranda. Creo que estaremos de humor para celebrarlo.

La calle empezó a llenarse de gente que iba de fiesta en fiesta. Fabel se alegró de la protección que le ofrecía Tansu al ver a tantos grupos de mujeres «vestidas para matar» merodeando por las calles. Se sentía extraño, en su propio país, rodeado de un ambiente tan ajeno.

—Encuentra todo esto un poco excesivo, ¿no? —dijo Tansu, leyéndole los pensamientos.

—No… Bueno, sí —se rió él—. Nunca había visto algo así.

—En fin, no es usted un Jeck, ni siquiera un Imi. Cuesta un poco acostumbrarse. —Tansu vio que Fabel no la había entendido—. Es el dialecto Kölsch: un Jeck es alguien nacido en Colonia; un colonés auténtico, como yo o Benni. Hay una expresión en colonés que define a la gente de aquí: «Mer sinn all jet jeck, äver jede Jeck es anders»… significa que todos los Jecks están locos, pero cada uno lo está a su manera. Los Imi son los que viven en Colonia pero han nacido en otras partes de Alemania o del extranjero… como nuestra amiga Andrea.

—¿Y yo qué soy? —preguntó Fabel, sonriendo.

—Un Jass, un visitante.

Por la calle bajaba un grupo de mujeres cantando ruidosamente en Kölsch. Fabel había oído aquella canción, pero no acertaba a identificarla. Pasaron junto al coche y se detuvieron en la esquina, donde se acercaron ritualmente a un grupo de muchachos.

—Eso no es nada —dijo Tansu—. Espere a ver el Rosenmontag. Eso lo confundirá del todo: nada es lo que parece y nadie es quien usted cree. Por ejemplo, todo el carnaval está presidido por las Tres Estrellas… el Prinz Karneval, el Señor del Carnaval, que tiene tratamiento de Su Altísima Locura; el Campesino Kölsch y la Virgen Kölsch. Por supuesto, la Virgen es siempre un hombre disfrazado.

Fabel se rió.

—Ya me he dado cuenta de que eso os gusta mucho, aunque creo que Benni no parecía del todo virginal. —Levantó la vista hacia el apartamento de Andrea. Tenía los estores subidos y las luces encendidas—. He ahí alguien que esta noche no va a participar del espíritu de la fiesta. A pesar de lo que se haya hecho físicamente, o de su actitud agresiva, Andrea Sandow sigue siendo Vera Reinartz: una persona rota.

Fabel volvió la vista hacia la calle.

—¿Qué ocurre? —preguntó Tansu.

—Ahí abajo… ese hombre. —Fabel gesticuló con la cabeza en dirección a una figura que estaba en la acera de enfrente de la casa de Andrea. Él también miraba hacia la ventana iluminada y era mucho más visible por no llevar disfraz—. No es la primera vez que lo veo.

—Claro —dijo Tansu—. Es Ansgar Hoeffer, el chef del Speisekammer. La primera vez que fuimos a ver a Andrea merodeaba frente al café. Y esto es más que una casualidad.

Observaron a Ansgar cruzar la calle hacia la entrada del edificio donde vivía Andrea.

—Creo que deberíamos decirle algo… —dijo Fabel mientras abría la puerta. Acababan de salir del coche cuando un grupo de juerguistas los rodearon. Intentaron pasar pero una mujer grandota agarró a Fabel y le estampó un beso en la boca, para regocijo de todas sus amigas.

—¡Apártense! —gritó Fabel—. ¡Policía!

Aun así, tuvo que hacer esfuerzos para apartarlas. Vio que Ansgar se había vuelto hacia ellos y su rostro registraba un asustado reconocimiento. «Mierda —pensó Fabel—, ahora saldrá corriendo».

—¡Herr Hoeffer! —lo llamó por encima de una Blancanieves obesa que le cerraba el paso. Hoeffer se volvió y corrió hacia el otro extremo de la calle. Fabel y Tansu se abrieron paso por en medio de la muchedumbre.

—Quédate aquí —gritó Fabel—. Pide refuerzos, pero quédate y vigila a Andrea.

Arrancó a correr calle abajo tras Hoeffer y al doblar la esquina se encontró frente a una manada de juerguistas. Se detuvo y observó al grupo. Sólo gracias al hecho de que Ansgar iba sin gorro y con ropa ordinaria fue capaz de verlo, abriéndose paso entre la muchedumbre. Fabel corrió tras él pero chocó con la misma muralla de carne humana. Avanzó a empujones y recibió más de un grito por la brusquedad con la que apartaba a los juerguistas en su estampida.

—¡Policía! —gritaba repetidamente a la masa anónima. Se sentía inmerso en la locura comunitaria. Fabel chocó contra algo sólido. Levantó la vista y se encontró frente a una bailarina de más de dos metros, ciento veinte kilos y una poblada barba. La bailarina agarró a Fabel por las solapas de la cazadora.

—¿Qué prisa tienes? —le soltó con voz de barítono—. ¿Tratas de arruinarnos la fiesta a todos?

Fabel no tenía tiempo de dar explicaciones y le clavó la rodilla en medio del tutú, con lo cual logró que los puños que lo sujetaban por las solapas se relajaran. Corrió entre la muchedumbre y vio a Ansgar doblando la siguiente esquina a la carrera. El aire frío parecía punzar los pulmones de Fabel mientras se apresuraba hasta la esquina y la calle siguiente. Pensó en mandar un aviso por radio pero, sin Tansu, no tenía ni idea de dónde se encontraba. De pronto se encontró en un callejón oscuro y tranquilo, sólo lo bastante ancho para que los coches aparcaran en un lado y dejaran espacio para la circulación de un carril. Fabel se detuvo. Había visto a Ansgar meterse en aquella calle y estaba lo bastante cerca para estar convencido de que el chef no podía haber llegado al final de la misma. Andaba por ahí, oculto. Fabel bajó la calle lentamente, buscando entre los coches aparcados.

—Basta ya, Herr Hoeffer —lo llamó, sin aliento—. Sabemos quién es y tarde o temprano le encontraremos. Sólo quiero hablar con usted.

Silencio.

—Por favor, Herr Hoeffer. No se está haciendo ningún favor…

Una figura oscura surgió de entre dos coches aparcados, a unos diez metros calle abajo.

—No quería hacer nada malo… —La voz de Ansgar sonaba aguda y suplicante—. De veras. Ya me dejó hacerlo alguna vez, yo sólo quería volver a hacerlo… Estoy enfermo…

Fabel se le acercó, lentamente. Buscó en su cinturón y sacó unas esposas.

—Podemos hablarlo, Herr Hoeffer. Quiero que me lo explique, quiero entenderlo. Pero tendrá que venir conmigo. Me entiende, ¿no? —Fabel se deslizó entre los dos coches aparcados. Vio un destello: un brillo de acero afilado en el momento en que Ansgar sacaba algo del bolsillo del abrigo. Fabel buscó su pistola pero no la llevaba. Como agente de visita perteneciente a otra fuerza, iba desarmado. Ansgar sostuvo el cuchillo frente a él, temblando.

—Soy un enfermo —repitió—. Un pervertido. No merezco vivir… No soporto este caos…

La hoja del cuchillo brillaba bajo la luz pálida del callejón mientras oscilaba, formando un arco hacia arriba y luego hacia abajo, en dirección al abdomen de Ansgar. Fabel le dio un empujón y Ansgar perdió el equilibrio. El impacto lo tiró contra la pared y el cuchillo cayó al suelo repiqueteando.

—No, no lo mereces —dijo Fabel, mientras lo giraba de espaldas y le doblaba los brazos detrás de él para ponerle las esposas—. Así ya perdí a uno.