Andrea abrió la puerta de su apartamento a Tansu y Fabel. Iba vestida con una falda corta y una blusa blanca suelta. Llevaba también un montón de pulseras de bisutería en cada muñeca e iba incluso más maquillada que la última vez que Fabel la vio. No podía haberse presentado más femenina, pero las medias brillantes que llevaba sólo le servían para destacar todavía más la pronunciada musculatura de las piernas; la blusa, la amplitud de sus hombros; y el maquillaje, la masculina angularidad de su rostro. ¿Qué había en Andrea Sandow, pensó Fabel, que le provocaba tanta hostilidad?
—Estaba a punto de salir —les explicó.
—No la entretendremos —dijo Fabel, gesticulando para entrar en el apartamento. Andrea no se apartó.
—Tengo una reunión y no puedo llegar tarde.
—Le tenemos, Andrea —dijo Tansu—. Tenemos al hombre que la agredió hace ocho años.
—¿Están seguros de que es él? —Fuera lo que fuese lo que Andrea pensó en ese momento, su máscara no lo reflejó.
—Absolutamente —dijo Fabel—. El ADN coincide totalmente. Es un hombre llamado Oliver Lüdeke.
La máscara se quebró. Andrea miró a Fabel con incredulidad.
—¿Oliver Lüdeke?
—¿Le conoce?
Andrea se apartó a un lado.
—Será mejor que pasen. Tengo que hacer una llamada… A ver si puedo cambiar mi reunión…