—¿Qué te ocurre, Benni? —preguntó Fabel mientras Tansu y los agentes uniformados llevaban a Hans a uno de los coches patrulla que esperaban fuera—. Parece que has visto un fantasma.
—Mierda… —dijo Scholz, todavía con expresión incrédula—. Maldita sea…
—¿Qué pasa? —La sonrisa triunfante de Tansu se había convertido en una mueca de preocupación.
—¿No sabéis quién era? Acabáis de arrestar a Herr Doktor Oliver Lüdeke.
—¿El patólogo forense?
—El mismo. Ahora sí que la mierda va a empezar a salpicar por todos lados.
—Claro, un forense… —musitó Fabel—. Un experto en extraer una cantidad precisa de carne humana.
Scholz condujo el interrogatorio pero le pidió a Fabel que formara parte del mismo. No obstante, éste no ayudó nada. Fabel sintió de manera instantánea e intensa una fuerte aversión hacia Oliver Lüdeke. Sabía que le hubiera resultado igual de repulsivo si lo hubiese conocido en una fiesta en vez de como sospechoso principal de una investigación sobre dos, y probablemente tres, asesinatos horripilantes y brutales. Lüdeke se negó a responder a todas las preguntas y tan sólo habló para protestar contra su detención injustificada.
—No necesito a un meteorólogo para saber que se avecina una tormenta de mierda —le dijo Scholz a Fabel cuando salieron del interrogatorio—. Ya ha hablado con su abogado, y puedes estar seguro de que lo primero que éste habrá hecho es llamar al fiscal del Estado y al Kriminaldirektor de la Policía. Tenemos que inculparlo ya.
—¿Tan seguro estás de que es nuestro hombre? ¿Aunque lo conozcas personalmente?
Scholz soltó una risa burlona.
—Precisamente porque lo conozco personalmente.
—¿No te cae bien? —preguntó Fabel.
—Oliver Lüdeke es guapo, encantador, rico, con una inteligencia claramente superior a la media, tiene un trabajo bien pagado y prestigioso y se deja ver habitualmente en compañía de un ramillete de bellas mujeres. Desde luego que lo odio. Pero, dejando todo esto de lado, hay otra serie de buenas razones por las que Herr Doktor Lüdeke nunca me ha gustado. Es un hijo de puta arrogante. No, peor que eso. Tiene esa actitud… no sé, es difícil de explicar. No es un tipo de Colonia. Ya sé que parece una tontería, pero aquí, la clase no significa nada. Karl Marx era de Colonia, pero dijo que nunca podría haber iniciado la revolución internacional aquí, pues no habría cuajado en una ciudad donde el obrero y el jefe de la fábrica beben en el mismo pub. Mira a los otros forenses que trabajan para el Estado: son tipos estupendos con los que trabajar, con los que emborracharse. Pero Lüdeke te mira por encima del hombro cada vez que le hablas.
—¿Te parece un buen sospechoso porque es esnob?
—Es mucho más que esnob, Jan. Con Lüdeke tienes la sensación de que todos los demás somos formas de vida inferiores. No me cuesta creer que piense que el resto de personas ha sido creado para proporcionarle lo que él desea en la vida. Y eso cuadraría con un depredador sexual a quien no le importa provocar dolor en aquellos que utiliza para saciar sus necesidades. O incluso matarlos.
—Desde luego, es el sospechoso más sólido que hemos encontrado hasta el momento. Pero si está tan bien conectado como dices, tendremos que actuar rápidamente para evitar que salga. ¿Cómo está la situación de la orden para obtener una muestra de su ADN?
—Tansu la ha ido a pedir al despacho del fiscal del Estado —dijo Scholz—. Deberíamos tener una en un par de horas, más o menos.
—De acuerdo —dijo Fabel—. Hagamos otro intento con el colega.
—Oh, mierda… —exclamó Scholz, mirando por encima del hombro de Fabel. Éste se volvió y vio a un hombre fornido de unos cincuenta años que se les acercaba por el pasillo. Reconoció la actitud de autoridad que desprendía. Cuando los alcanzó, Scholz presentó a Fabel al Kriminaldirektor de la Policía de Colonia, Udo Kettner.
—Esta situación es muy incómoda, Benni —dijo Kettner—. Potencialmente vergonzosa. No pareces tener una base muy sólida para mantenerla.
—Ha estado a punto de agredir a Tansu —dijo Scholz.
—Te resultará difícil de demostrar.
—Lo tenemos grabado —respondió Fabel.
—Lo que tienen en la cinta, Herr Fabel, podría considerarse como totalmente coherente con la naturaleza del anuncio que puso. Alegará que la forma de su arresto equivale a una incitación a cometer un delito. Además, puede añadir que no hizo nada malo, aparte de, como hombre soltero, encontrarse con una mujer joven con la intención de explorar un encuentro sexual con consentimiento mutuo.
—Eso huele a discurso de abogado —afirmó Scholz.
—Están de camino… —dijo Kettner con voz cansina—. A la media hora del arresto de Lüdeke ya me habían llamado. Pondrán en cuestión la legitimidad del arresto y la trampa que ha habido detrás.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Scholz.
Kettner sonrió.
—Los abogados de Lüdeke no son los únicos que pueden usar el teléfono —contestó mientras entregaba a Scholz un documento—. He pensado que asomarme por la oficina del fiscal del Estado podía acelerar un poco las cosas. Aquí tienes tu orden para obtener el ADN. Pero, por lo que más quieras, Benni, asegúrate de no apartarte de las normas ni un solo milímetro.
Fabel, Tansu y Scholz estaban reunidos en el despacho de este último. La nueva cabeza de toro los contemplaba desde un rincón. Scholz la miraba con gesto adusto.
—Sólo tenemos ocho días hasta la noche del carnaval de las Mujeres —dijo—. Dios quiera que Lüdeke sea nuestro asesino. Si el ADN no cuadra estamos bien jodidos.
—Aunque cuadre —dijo Fabel—, sólo lo relaciona con la violación y agresión de Vera Reinartz. Es claramente un sádico sexual con una fijación caníbal pero, sin una confesión o cualquier otra prueba incriminatoria, nunca lo podremos acusar de los asesinatos. Y teniendo en cuenta la arrogancia de Lüdeke y lo que le cuesta la hora de abogado, jamás obtendremos una confesión.
—La investigación forense no ha dado ningún resultado. Tanto su oficina como su casa están limpias —dijo Scholz, con desánimo—. Lo más fastidioso es que puede que tengamos la propia arma que ha utilizado para cortar pedazos de las víctimas delante de nuestras narices. No había tenido nunca un sospechoso cuyo trabajo fuera despedazar seres humanos. Es una pesadilla forense. Sólo con que Vera Reinartz o Andrea Sandow, o como quiera que se llame, hubiera guardado una sola de esas malditas cartas…
—Incluso eso lo relacionaría directamente sólo con esa agresión —puntualizó Fabel—. Lo único que tenemos para vincularlo a los asesinatos es la similitud de los modus operandi: la corbata en los cuellos de las víctimas y los mordiscos. Todo circunstancial. Mira, Benni, puede que nunca podamos inculparlo de los asesinatos, pero si podemos acusarlo de la violación y agresión de Reinartz al menos podremos estar satisfechos de haberlo apartado de la calle la noche del carnaval de las Mujeres. Si conseguimos que lo condenen pasarán unos cuantos carnavales antes de que vuelva a ver la luz del día. Aunque, claro, eso sólo será si el ADN coincide.
La cara pálida de colegial asomando por la puerta de Kris Feilke interrumpió la reflexión de Fabel.
—¡Tenemos a ese cabrón, Benni! —exclamó Kris, exultante—. El ADN coincide exactamente: Oliver Lüdeke es el hombre que violó a Vera Reinartz.