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Fabel tuvo la impresión de que Scholz había permitido que Tansu los acompañara a interrogar a Peter Schnaus tan sólo porque no le quedaba de camino dejarla antes en el Präsidium. Scholz llamó para asegurarse de que Schnaus estaría en la dirección que les habían dado antes de ir a Aachenerstrasse. Buschbell estaba al norte de Frechen, explicó, y por tanto era mejor evitar volver a pasar por el centro.

—Casualmente —dijo Scholz—, Bedburg está también en esta dirección… el pueblo natal del infame Peter Stumpf.

Buschbell y Frechen estaban tan sólo a nueve kilómetros del centro, y Fabel advirtió la continuidad del paisaje urbano. Sin embargo, Buschbell era más abierto y arbolado, y claramente al límite del término municipal de Colonia.

—¿Qué te ha parecido Schnaus por teléfono? —preguntó Fabel.

—Culpable —dijo Scholz—. Algo que no sabría definir, pero sonaba avergonzado de saber que la policía iba a verlo para tener una conversación con él.

Aparcaron frente a una casa con aspecto de ser razonablemente cara y con el jardín más grande que los que Fabel había visto en Colonia desde su llegada. Era la casa de alguien que ganaba un salario medio alto; no la mansión de un millonario, pero sí lo bastante ostentosa para indicar un saldo bancario respetable, a lo que debía añadirse la presencia de un Mercedes E500 en el sendero de entrada.

Mientras se dirigían a la puerta principal era evidente que Scholz tenía la cabeza en otra parte.

—Escuchadme —dijo—. No me gusta nada esa idea que habéis tenido vosotros dos… Es demasiado arriesgada.

—Ha sido idea mía —dijo Fabel—. Le pedí a Tansu que lo hiciera como favor…

—Como digo, no me gusta —lo interrumpió Scholz—, pero pasaré por el aro con unas cuantas condiciones. Lo hablamos cuando hayamos acabado con este asunto.

La puerta principal se abrió antes de que hubieran tenido la oportunidad de llamar. Apareció un hombre de unos cuarenta años. Debía de medir poco menos de dos metros, tenía una complexión atlética y era razonablemente guapo. Cuadraba bastante con la descripción que les había dado Mila, la escort que había sido mordida.

—¿Kommissar Scholz? —le preguntó a Fabel.

—No, yo soy Scholz. ¿Herr Schnaus?

—Sí. ¿A qué se debe su visita? Mi esposa y mis hijos están aquí, y…

—Es sobre su página web —dijo Fabel.

—Oh… —Schnaus parecía alicaído—. Me lo figuraba. Miren, le he dicho a mi esposa que querían hablar por algo de mi empresa.

—¿A qué se dedica exactamente su empresa? —le pidió Fabel.

—A software informático.

Fabel miró de nuevo el coche que había en la entrada y la casa, y pensó en la decisión que había tomado respecto a su futuro.

—Está bien, nos lo creeremos, de momento. ¿Hay algún lugar en el que podamos hablar en privado?

—Pasen a mi estudio.

Schnaus los guió al interior de la vivienda por un ancho pasillo. El estudio era espacioso, luminoso y moderno. Había un escritorio grande con dos ordenadores de aspecto caro encima. Otros dos descansaban en terminales adosadas a la pared opuesta.

—¿Lleva usted la página desde aquí? —preguntó Fabel.

—Miren, es más que nada una afición… No lo hago por dinero.

—Lo hace sólo por placer —se mofó Scholz.

Schnaus se puso rojo.

—Miren, puedo explicárselo. Es simplemente algo… —dejó escapar la idea—. ¿Qué es exactamente lo que quieren saber?

—Para empezar, nos podría decir dónde estaba la noche del viernes 20 de enero.

Schnaus tecleó algo en su ordenador.

—Estaba en Fráncfort, en un congreso.

—¿Puede confirmarlo alguien?

—Unas cien personas. Di una conferencia para presentar un producto nuevo.

—¿Se quedó a dormir?

—Sí. Tres días en total.

—¿Qué tipo de producto nuevo? —preguntó Fabel—. Quiero decir, ¿qué tipo de software vende usted?

—Somos distribuidores de juegos. También de otras cosas, software interactivo para entrenamiento, cosas así.

—¿Ha oído alguna vez hablar de una diseñadora de juegos llamada Melissa Schenker?

—No… —Si Schnaus mentía, lo estaba haciendo muy bien—. No me suena de nada.

—¿Y qué me dice de un juego de rol llamado The Lords of Misrule?

—Ah, sí… Más que oír hablar de él, somos sus distribuidores.

—Melissa Schenker diseñó The Lords of Misrule —le explicó Fabel.

—Ah. Pues no lo sabía. No forma parte de la cartera que represento. Y, de todos modos, no siempre estoy al tanto de quién ha diseñado o ideado los juegos.

Hubo una pausa.

—¿Por qué lo hace, Herr Schnaus? —preguntó Fabel—. Me refiero a que tiene usted un buen empleo, tiene familia. ¿Por qué siente la necesidad de estar detrás de una página como ésa?

—Dentro de todos nosotros hay un poco de caos; en algunos más que en otros. Aquí tengo una vida ordenada, soy un buen marido y un buen padre, y mi esposa no sabe nada de mi… bueno, del lado más raro de mi naturaleza. Si mantuviera ese caos totalmente encerrado, cabría la posibilidad de que explotara, que destruyera todo el orden y la estabilidad de mi vida. De modo que dirijo una página web inofensiva, no pornográfica, relacionada con la vorarefilia y el canibalismo.

Fabel se acordó de otro hombre de negocios normal, con una vida ordenada y estable, que intentó mantener su caos interno encerrado hasta que se voló los sesos delante de él.

—¿De dónde coño saca usted la idea de que cualquier cosa relacionada con el canibalismo, en especial con el canibalismo sexual, es inofensiva? —le preguntó Fabel.

—No quiero hacer ningún daño… —musitó Schnaus, con la voz quebrada.

—Le diré por qué hemos venido, Herr Schnaus —explicó Scholz—. Tenemos a un chalado que anda por ahí suelto mordiendo trozos de mujeres e incluso podría haber matado a varias. Eso, amigo mío, no me parece ni inofensivo ni gracioso en absoluto. He mirado su página web, y no me sorprende que quiera esconderle todas esas porquerías a su esposa. Sospecho que si descubriera sus pequeñas aficiones no volvería a verle el pelo, ni a ella ni a sus hijos. Y ahora le diré que estoy dispuesto a obtener una orden para poner este lugar patas arriba. Puede que sea su hogar, pero también es el lugar desde el que maneja su página web, y eso lo sitúa a usted justo en el centro de una importante investigación de asesinato. Le prometo que mañana por la noche esta casa estará inundada de técnicos forenses, agentes de policía uniformados y, si alguien es lo bastante indiscreto para darles una pista, varios miembros de la prensa.

Schnaus puso cara de estar a punto de vomitar.

—No, por favor… haré todo lo que me pidan. Les daré toda la información que necesiten. Y les prometo que cerraré la página. Sólo díganme lo que quieren que haga… Lo único que quiero es que mi mujer y mis hijos no se enteren de esto.

—Pues si una cosa no queremos que haga, Herr Schnaus —dijo Fabel—, es que cierre la página. Al menos de momento.