Ansgar sabía dónde trabajaba. El lunes la siguió hasta allí desde los mayoristas.
Se quedó sentado en el coche y la esperó. No fue algo premeditado; simplemente, el instinto lo había guiado por un trayecto sin destino. Tal vez pudiera realmente tener una relación normal con Ekatherina; tal vez pudiera mantener el orden en su vida cotidiana si se permitía esa pequeña parcela de caos. Al fin y al cabo, con ésa ya lo había hecho antes: el hecho de volvérsela a cruzar, después de todo aquel tiempo, era como una señal. Era obvio que trabajaba en un restaurante o un hotel; una idea que no se le había ocurrido nunca, que pudiera volvérsela a encontrar porque estaba en el mismo negocio que él. Ansgar la siguió mientras ella empujaba su carro repleto de compras por el asfalto, hasta donde tenía estacionado su pequeño furgón. Luego la siguió por la ciudad hasta su cafetería, en el extremo noroeste del Altstadt.
Y hoy había vuelto. El café tenía el aspecto anónimo de casi todas las cafeterías modernas, y el nombre AMAZONIA CYBERCAFÉ estampado encima de un gran ventanal. Ansgar sonrió al ver el nombre. Pensó en entrar en el café: lo más probable era que ella no lo reconociera, pero no podía correr el riesgo. Decidió vigilar desde la acera de enfrente.
Ansgar consultó su reloj. Su turno empezaba dentro de un par de horas.
Tenía tiempo hasta entonces.